El Sr. Martínez recibe una llamada de un hospital. Le informan que su mujer sufrió un terrible accidente automovilístico.
El hombre se va inmediatamente al hospital, llega a la sala de emergencias y pregunta por su mujer. Le dicen que el Dr. Ramírez es el médico que la recibió. Lo van a buscar para que le informe sobre el estado de salud de la Sra. Martínez. El doctor llega y se encuentra con el Sr. Martínez, muy compungido.
—¿Sr. Martínez?»
—Si, soy yo. Dígame, doctor, ¿qué sucedió? ¿cómo está mi mujer?
—Me temo que el pronóstico no es bueno. Su mujer tuvo dos fracturas graves en la columna vertebral.
—¡Dios santo! —exclama el Sr. Martínez—. ¿Cuál es su diagnostico, doctor?
El doctor dice:
—De momento, muy grave. Sus signos vitales están estables. Sin embargo, debo decirle que su columna es inoperable; ella quedó paralítica. Usted va a tener que darle la comida en la boca como a un bebé.
Martínez comienza a sollozar. El doctor continua:
—Además, usted no se podrá separar de ella por mucho tiempo. Tendrá que darle vuelta en la cama cada dos horas para evitarle acumulación de líquidos en los pulmones, lo que le produciría una neumonía fatal.
Martínez llora desconsoladamente al imaginarse el cuadro. El doctor sigue:
—Prepárase también para colocarle pañales, que deberá cambiarle por lo menos cinco veces cada día. Usted la va a limpiar cada vez que haga pupú, pues ya ella no puede controlar los esfínteres. Puede que se llene de gases y emita pedos con alguna frecuencia. Le recomiendo que se acostumbre y la limpie inmediatamente para evitar acumulación de los líquidos pútridos que saldrán de sus intestinos.
El Sr. Martínez está ya totalmente derrumbado. Entonces el doctor Ramírez le pasa un brazo por la espalda, le da unas palmadas y le dice:
—Cálmese, hombre, todo esto es jodedera mía; estoy bromeando. Su mujer murió en el accidente. Tranquilo
