[*Opino}– Acerca del libro ‘Del buen salvaje al buen revolucionario’

13-06-2016

Carlos M. Padrón

El artículo que copio abajo, que trata sobre ese libro de Carlos Rangel, me ha traído a la memoria un par de incidentes que tuve durante mi residencia en USA.

Antes de que, en 1978, IBM me enviara a residir en New York por un año para tomar parte, junto con otros once gerentes —algunos de la IBM de América Latina, y otros de la IBM del Lejano Oriente—, en un programa de formación gerencial acelerada, llamado Management Acceleration Plan, (MAP) había yo leído la gran obra de Carlos Rangel “Del buen salvaje al buen revolucionario”, y había quedado impactado con ella.

Ocurrió que, en algunas reuniones, el jefazo que en IBM era para entonces responsable de nuestra formación gerencial expresó acerca de América Latina algunos conceptos claramente erróneos que Carlos Rangel desmontaba muy bien en su obra, y como nuestra opinión de latinoamericanos carecía de validez para el jefazo, no hubo modo de que nos aceptara ni un solo argumento en contra de sus creencias.

Un buen día, creo que en marzo de 1978, tuve que ir al aeropuerto Kennedy a recoger a un familiar que desde Venezuela venía a visitarnos, y allí tropecé con Carlos Rangel y Sofía Ímber. Me presenté ante él y le pregunté si de su libro “Del buen salvaje al buen revolucionario” existía una versión en lengua inglesa. No sólo me dijo que sí, sino que me indicó dónde en Manhattan podía yo conseguirla.

En cuanto pude compré un ejemplar y se lo regalé al jefazo. Para mi sorpresa —que no para la de los otros compañeros de Latinoamérica, porque ellos no habían leído ese libro—, al jefazo se le salió su más auténtica vena gringa y declaró que el libro no valía la pena, que en él no había nada que le hubiera hecho siquiera dudar de sus creencias acerca de América Latina.

Éste fue el primer incidente que en materia sociopolítica tuve durante el MAP.

El segundo ocurrió en Washington cuando IBM nos mandó a una especie de seminario en un centro que se llamaba algo así como Instituto de Ciencias Políticas. Durante una semana recibimos allí pormenorizadas presentaciones sobre cómo funcionaba el sistema electoral useño, y la clausura fue con una cena en la que un miembro del Congreso nos dio una charla en la que hizo recaer en la voluntad masiva del pueblo la excelencia del sistema democrático useño.

Terminada la presentación, se abrió una sesión de preguntas y respuestas. Como nadie preguntaba, y eso me pareció ofensivo, llevado tal vez por mi aversión a lo político y a lo políticamente correcto, alcé la mano, el senador me concedió la palabra, y le pregunté

—Cuando usted se refiere a la voluntad del pueblo, ¿quiere decir la voluntad de la masa formada por éste?

—Sí, es correcto—, respondió el senador.

Y entonces, convencido como estaba yo de que ese senador era, como los más de los estadounidenses, “norteamericanocéntrico” —o sea, que lo que ellos saben del mundo es sólo, aunque no todo, lo que hay en Norteamérica—, lancé la estocada diciéndole:

—Ortega y Gasset fue un filósofo español de renombre internacional que, por ser demócrata y antifranquista, hubo de irse a Alemania. Una de sus obras más famosas es la titulada “La rebelión de las masas”, que se basa en la premisa de que la masa no tiene razón ni siquiera cuando la tiene. ¿Cómo se compagina eso con lo que acerca de la voluntad de la masa ha dicho usted?

El silencio que se hizo en la sala fue de ésos que pueden cortarse con un cuchillo. Mis compañeros de grupo bajaron la cabeza como en un gesto de “¡Yo no tengo nada que ver con ése!”. El gerente encargado de nuestro grupo me lanzó una mirada que me hizo pensar que hasta ahí habían llegado mis días en IBM. Y el senador, rojo y titubeante, sólo acertó a decir que para poder opinar tendría que leer el libro al que yo había hecho referencia. Y, dicho esto, dio las gracias y se retiró.

Creo que alguien “de los de arriba” intercedió por mí, porque el rapapolvo del gerente que me fusiló con su mirada no prosperó, y yo seguí en IBM por muchos años más, aunque sintiendo hacia los políticos y los jefazos endiosados una aversión que ha aumentado con el tiempo.

~~~

2007-11-01

Horacio Vázquez-Rial

América Latina explicada de verdad

“Las venas abiertas de América Latina”, de Eduardo Galeano, aparecido en 1971, se impuso rápidamente en los medios académicos y no académicos de los años 60.

Los alemanes fueron los primeros en sentirse encantados con el libro de Galeano, porque les proporcionaba la imagen de Hispanoamérica que ellos querían ver, a pesar del barón Von Humboldt.

Era desolador en los años 70 ver cómo los estudiantes de Berlín, primero, y después de París, Londres, Estocolmo, Roma, se metían en la cabeza todos esos mitos y todos esos errores, que yo estimo en muchos casos intencionados, y todos esos datos, ciertos o falsos, pero siempre retorcidos para sostener razonablemente lo insostenible: que los pobladores de la América española han sido durante quinientos años víctimas de los imperialismos, primero el español y después el estadounidense, y que no tienen la menor responsabilidad sobre su propio destino.

En 1976, finalmente, salió de las prensas “Del buen salvaje al buen revolucionario”, de Carlos Rangel, que ahora acaba de reeditar FAES con el subtítulo “Mitos y realidades de América Latina”. Era una obra reparadora, llena de verdades de a puño, valiente hasta el desafío, que apareció en el momento menos indicado para alcanzar una difusión adecuada: por entonces, las izquierdas tradicionales (comunistas, trotskistas, maoístas y castristas, amén de alguna subespecie) estaban haciendo su agosto con las dictaduras, fuese por su ferocidad y su guerra sucia, fuese por su populismo militarista. Nadie podía hacer crítica de las izquierdas militantes, porque su enemigo era el enemigo común de todos.

Yo tuve que sufrir lo mío antes de comprender que la junta militar argentina tenía el apoyo pleno de la Unión Soviética, y al menos el respeto de Fidel Castro: tanto Moscú como La Habana hablaban en los 70 del «dictador Pinochet» y del «general nacionalista» (y, por lo tanto, antiimperialista) Videla. Del otro lado estaban unos tipos que, si alguna vez llegaban al poder, iban a ser peores.

En ese proceso personal, el libro de Carlos Rangel tuvo un papel destacado. Mi amigo Jaime Naifleisch encontró en una librería de Barcelona dos ejemplares de la primera edición, y compró uno para él y otro para mí. Lo conservo, milagrosamente, después de haberlo prestado unas cuantas veces. Está lleno de subrayados y notas al margen que denotan mi sorpresa al enfrentar por primera vez ciertas verdades que hoy forman parte de mi subconsciente.

Que nadie crea que todo fue leer el libro y experimentar la iluminación; nunca es así. Yo estaba profundamente idiotizado por las ideas recibidas. Había aceptado, por poner sólo un ejemplo, que era natural que Cristóbal Colón hubiese creído encontrarse en el Paraíso Terrenal, porque así era como nos habían enseñado a ver el continente: como un paraíso devastado. Y de pronto venía Carlos Rangel y me decía que no, que Colón había mentido, que América nunca había parecido un paraíso, que él habría tenido sus razones para venderle así su descubrimiento a los Reyes Católicos, o para convencerse a sí mismo de esa falsedad, pero que nosotros no teníamos por qué dar por buena su caprichosa descripción.

Venía Carlos Rangel y me decía que «lo más certero, veraz y general que se pueda decir sobre Latinoamérica es que hasta hoy ha sido un fracaso»; y después de eso no intentaba consolarme diciendo que la culpa de eso era de otros, ni que el continente era la clave étnica y social del más brillante porvenir en cuanto se liberara. ¿De qué tenía que liberarse el continente? De los otros, era la respuesta de la época. De sí mismo, de su propia falsa historia, aseveraba Rangel.

No era fácil. Ningún cambio esencial en el propio pensamiento es fácil, porque implica reconocer algo que va más allá del error: implica reconocer la inutilidad de la propia vida en las etapas anteriores, cuando no su carácter perjudicial. Había que aceptar que uno, y no el mundo, había vivido equivocado y había hecho más daño con sus mentiras, con su acriticismo, del que era capaz de calcular.

Rangel nos ponía ante la evidencia del ridículo de un antinorteamericanismo insostenible, a través de cuestionamientos de fondo:

«En cuanto a nuestra reprobación por los aspectos negativos de la sociedad norteamericana, como la discriminación racial, el excesivo consumismo, el poder inquietante del «complejo militar-industrial», ¿de dónde la hemos aprendido sino de las críticas que los norteamericanos se hacen a sí mismos? ¿Y no es tristemente obvio que, al repetirlas con aire de justos, estamos evadiendo hacernos a nuestra vez las críticas que nosotros merecemos?

(…)

¿Y quién puede dudar de que de no haber existido esta potencia democrática, guardián del hemisferio (en su propio interés, pero ése es otro problema) Latinoamérica hubiera sido víctima en el siglo XIX del colonialismo europeo que conocieron Asia y África; y más tarde, en nuestro propio tiempo, de los imperialismos todavía peores que ha conocido el siglo XX?».

Era una prosa contundente, desmitificadora, sin resquicios, capaz de entrar como un puñal en las falsas verdades establecidas, no por los gobiernos, sino por una izquierda que jamás había sido capaz de sustituirlos, pero dominaba en la ideología general. Rangel ponía en tela de juicio desde el mito del socialismo inca hasta el de la reforma agraria, desde el indigenismo hasta la teórica superpoblación, desde el desprecio por el trabajo hasta el tercermundismo.

Era la primera muestra de un tipo de pensamiento que no iba a expandirse hasta veinte años después, con las obras de Juan José Sebreli (muy especialmente “El asedio a la modernidad” y “El olvido de la razón”), en Argentina, y con el “Manual del perfecto idiota latinoamericano” de Álvaro Vargas Llosa, Plinio Apuleyo Mendoza y Carlos Alberto Montaner (no en vano son estos últimos los autores del prólogo y el epílogo de esta nueva edición de la obra de Rangel).

Era también la definitiva ruptura crítica con el pensamiento latinoamericano anterior, con Vasconcelos, con Rodó, con Rojas; y la reivindicación de los «malditos»: Sarmiento, Alberdi, Miranda, Bolívar. El Bolívar que, en 1830, escribía (tomo la cita del libro de Rangel):

«He mandado veinte años, y de ellos no he sacado más que pocos resultados ciertos: 1) la América [Latina] es ingobernable para nosotros; 2) el que sirve una revolución ara en el mar; 3) este país [la Gran Colombia, luego fragmentada entre Colombia, Venezuela y Ecuador] caerá infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada para después pasar a manos de tiranuelos casi imperceptibles de todos los colores y razas; 5) devorados por todos los crímenes y extinguidos por la ferocidad, los europeos no se dignarán conquistarnos; 6) si fuera posible que una parte del mundo volviera al caos primitivo, éste sería el último período de la América [Latina]».

Rangel no llegó a ver la pesadillesca realización de la profecía de Bolívar, pero es de temer que ello sólo hubiese contribuido a incrementar el pesimismo que le llevó al suicidio en 1988. A pesar de que, antes de que antes de que a Miraflores llegara la pesadilla, cayó la Unión Soviética. «El suicidio de Carlos Rangel en 1988 fue un duro golpe, no sólo para Sofía, su familia y sus amigos, sino para el pensamiento latinoamericano y para todos los venezolanos», dice Carlos Alberto Montaner en el epílogo de esta edición, que también acompañó a la venezolana de 2006. Y añade:

«Recuerdo, cuando fue derribado el Muro de Berlín, sólo un año más tarde, que no pude evitar pensar cuánto habría disfrutado Carlos la desaparición del comunismo en Europa y el total descrédito del marxismo: la historia había confirmado sus mejores razonamientos e intuiciones. Sin embargo, estoy seguro de que habría sufrido terriblemente a partir de la década de los noventa, cuando Venezuela se colocó en un peligroso plano inclinado y comenzó una deriva irresponsable hacia el abismo».

Su legado es imprescindible para la comprensión del proceso autodestructivo al que parece abocada América Latina.

Fuente

[LE}– Cabeza cortada o cercenada, mejor que decapitada

13/06/2016

La expresión adecuada correcta para referirse a una cabeza que ha sido separada del cuerpo es cabeza cortada o cercenada, no decapitada.

En los medios de comunicación, sin embargo, aparece a menudo el giro impropio, como se puede comprobar en los siguientes ejemplos:

  • «Cuelgan la cabeza decapitada de un lobo en una señal de tráfico»,
  • «Aparece la cabeza decapitada de un supuesto mafioso» o
  • «Descubren la cabeza decapitada más antigua del Nuevo Mundo».

El verbo decapitar significa, según el Diccionario Académico, ‘cortar la cabeza’, por lo que el giro cabeza decapitada significa ‘cabeza a la que se ha cortado la cabeza’, que carece de sentido.

Sí se puede hablar de decapitar un cuerpo, un animal o una persona, y también, en sentido figurado, una organización o institución, aunque en este último caso es más frecuente emplear el término descabezar.

De este modo, en los ejemplos anteriores lo mejor correcto habría sido escribir, por ejemplo, 

  • «Cuelgan la cabeza cortada de un lobo en una señal de tráfico»,
  • «Aparece la cabeza cercenada de un supuesto mafioso» y
  • «Descubren la cabeza cortada más antigua del Nuevo Mundo». 

En el primer ejemplo podría optarse también por «cabeza de un lobo decapitado», pues fue a ese animal al que le separaron la cabeza, y a menudo podría prescindirse de la precisión, pues se sobrentiende, como en el segundo ejemplo.

Fuente

[LE}– ‘Arrancar’, pero también ‘empezar’, ‘comenzar’, ‘abrir’…

10/06/2016

Empezar, comenzar, abrir, iniciar, entablar, emprender o inaugurar..

Son algunas alternativas al verbo arrancar, del que en ocasiones se abusa innecesariamente.

Es común encontrar en la prensa que arranca la campaña electoral, la Eurocopa, la Copa América, los cursos de verano o incluso las declaraciones de los acusados; pero la campaña también puede comenzar, la Eurocopa y la Copa América empezar, y abrirse el turno de las declaraciones de los acusados.

De la misma manera se pueden leer y escuchar en los medios frases como arrancan las primeras oposiciones a maestro, las aventuras veraniegas o los trabajos de pretemporada, donde habría sido preferible decir que las oposiciones comienzan o empiezan, las aventuras se emprenden y los trabajos de temporada se inician.

Aunque, en rigor, el empleo del verbo arrancar en estas combinaciones no es incorrecto, conviene recordar que el español ofrece múltiples alternativas, y que el hablante puede escoger la del matiz más apropiado a cada caso.

Fuente

[Hum}– Definiciones genialmente realistas

HOMBRE. Es el que sueña con ser tan bonito como su mamá piensa que es; tener tanto dinero como su hijo piensa que tiene; tener tantas mujeres como su mujer piensa que tiene; y ser tan bueno en la cama como él piensa que es.

ANCIANO. Es aquél que cuando joven solía tener cuatro miembros flexibles y uno rígido, y ahora tiene cuatro rígidos y uno flexible.

CASAMIENTO. Es una tragedia en dos actos: civil y religioso.

JEFE. Es aquél que llega temprano cuando uno llega tarde; que llega tarde cuando uno legua temprano; que sale temprano cuando uno piensa quedarse hasta tarde; y que sale tarde cuando uno quiere irse temprano.

ABOGADO. Es un sujeto que salva tus bienes de tus enemigos y los guarda para sí.

JURADO. Es un grupo elegido para decidir quién tiene el mejor abogado.

WHISKY. Es el mejor amigo del hombre; el perro embotellado, digamos.

HORCA. Es el más desagradable de los instrumentos de cuerda.

COMISIÓN. Reunión de personas importantes que, solas, no pueden hacer nada, mientras que juntas deciden que nada puede hacerse.

EFICIENCIA. Es cuando un funcionario roba, él mismo investiga y luego él mismo se absuelve.

FANTASMA. Es un exhibicionista póstumo.

ESTATUS. Es comprar una cosa que no queremos, con dinero que no tenemos, para mostrarla ante quien no nos gusta, aparentando ser la persona que no somos.

Cortesía de Antonieta Rodríguez.

[LE}– Palabras formadas a partir de ‘neuro-‘, sin guion

09/06/2016

El elemento compositivo neuro-, que procede del griego y significa ‘nervio’ o ‘sistema nervioso’, se suele utilizar para formar sustantivos.

Como es el caso de neurodegenerativo, neuroeconomía, neurociencia… que se escriben preferiblemente sin guion y con minúscula inicial.

Sin embargo, con frecuencia se encuentran en los medios de comunicación frases como 

  • «En sus más recientes investigaciones, se centra en un tema novedoso: el neuro-psicoanálisis» o
  • «España, alumna aventajada en neuro-robótica».

La Ortografía de la Lengua Española señala que los prefijos se escriben unidos a la palabra que acompañan (antivirus, supermodelo, anteayer…).

Así, en los ejemplos anteriores, lo aconsejable correcto habría sido escribir

  • «En sus más recientes investigaciones, se centra en un tema novedoso: el neuropsicoanálisis» y
  • «España, alumna aventajada en neurorrobótica».

Asimismo se recuerda que, en el caso del anglicismo neuromarketing, lo recomendable es escribirlo en cursiva, sin guion y con minúscula inicial. También existen alternativas válidas en español como neuromercadotecnia o neuromercadeo.

Fuente

[*IBM}– Otro evento más del que ignoro lugar, fecha, motivo y nombres de un par de participantes

Si al referirme a alguno de los presentes en la foto pongo sólo una letra (W, X, Y, o Z) es porque no sé ni su nombre ni su apellido; si alguien lo(s) sabe, agradeceré que me los diga usando para ello la letra correspondiente.

Tampoco sé la fecha del evento durante el cual se tomó esta foto, por tanto, agradeceré igualmente que si alguien los sabe me los diga.

clip_image002

De izquierda a derecha, y como si fuera una sola fila:

  • Vicente Amodio;  Rolando López;  Manuel Álvarez;  Omar Vázquez;  Luz Álvarez;  X; Gustavo Flores;  Belkys Flores;  Miguel Ruiz;  Patricia Martínez;  Y; Yarmila Schnakofsky;  Valero Mas;  Alberto Soto.

Cortesía de Cecilio Lecusay

~~~

COMENTARIOS

CMP
En respuesta a Manuel Álvarez.

Gracias, Manuel. Ya puse el nombre y “despejé” la X.

Manuel Álvarez
X es Alfredo Angulo, de Maracaibo

CMP
En respuesta a Luis Guia.

Gracias, Luis, ya puse el nombre.

Luis Guia
“Z” estoy seguro que es Alberto Soto

[*Opino}– Acerca del uso del término ‘ordenador’ en vez de ‘computador’

07-07-2016

Carlos M. Padrón

Ha sido un caso de serendipia.

Sin proponérmelo, tropecé hoy con el artículo que copio abajo —escrito por A. Vaquero Sánchez, catedrático de Lenguajes y Sistemas Informáticos de la Universidad Complutense de Madrid— y que, entre otros destalles buenos, tiene el de confirmar mi sospecha de que el repudiable término ordenador —usado ofensivamente en España para llamar a lo que en todos lados se llama computador— tiene origen francés.

Y no, la explicación que los franceses dan que de que “El término ordenador no es bueno, pero no tenemos otro mejor” no es válida, porque existe el término computador. Pero, claro, siendo éste de origen sajón, ¿cómo puede alguien pensar que los franceses lo adoptarían sin más? En ellos pesa mucho la histórica tirria que tienen hacia los sajones, la “ofensa” que les infringieron los gringos al liberarlos durante la Segunda Guerra Mundial, y el hecho de que su supremacía en computación les fue arrebatada por EEUU.

Y, claro, los españoles, puestos a escoger entre el galicismo ordenador y el término sajón computador, comoquiera que comparten con los franceses — a pesar de una también histórica enemistad— la aversión a lo sajón y en especial a lo gringo, abrazaron eufóricos el término ordenador.

El razonamiento que acerca de la evolución de esos términos desde la Mark I hace Vaquero Sánchez, es muy válida, y, como varias veces he dicho aquí, tal vez de las máquinas que allá por los años 40 llamábamos “de registro directo”, podría decirse que ordenaban, pero, como argumenta Vaquero Sánchez:

  1. Ordenador es quien da órdenes, no quien las recibe, y lo que en España llaman ordenador recibe órdenes; y
  2. El computador hace más, muchísimo más, que ordenar elementos ordenables. [De aquí que haya dicho yo arriba que llamar ordenador a un computador es ofensivo].

En opinión de Vaquero Sánchez, es curioso que en España sólo se diga «ordenador» y no «ordenadora». En opinión mía, es vergonzoso que en España, habiéndose decantado por el horrible e inexacto galicismo ordenador, no hayan dado marcha atrás y adoptado computador a pesar de que se ven en la necesidad de usar expresiones en las que, como las que siguen, usar ordenador, o algún derivado suyo, resulta ridículo. Y así, se ven obligados a usar, y usan sin que se les note vergüenza alguna,

  • Supercomputación, en vez de superordenación.
  • Ciencia de la computación, en vez de ciencia de la ordenación.
  • Ambiente computacional, en vez de ambiente ordenacional.
  • Centro de cómputo, en vez de centro de ordenación.
  • Asociación para la Maquinaria Computacional, en vez de asociación para la Maquinaria Ordenacional.
  • Computación cognitiva, en vez de Ordenación cognitiva.
  • Equipo de médicos y expertos en computación, en vez de equipo de médicos y expertos en ordenación.
  • Profesor de computación, en vez de profesor de ordenación
  • Etc.

Eso es ser cerril.

Mis felicitaciones a Vaquero Sánchez, aunque haya predicado en el desierto.

~~~

23 de febrero de 1997

A. Vaquero Sánchez*

El uso de la palabra ordenador

La terminología informática es causa de frecuentes y apasionadas disputas, generalmente desde posiciones irreflexivas e intolerantes.

Cuando la masificación de la informática es innegable, urge poner un poco de orden en un tema tan importante como el uso de nuevas palabras. Es oportuno propagar la inquietud por el uso correcto del español cuando en el discurso está involucrada la informática. Es oportuno porque los medios han tomado parte en ese discurso y, por tanto, la difusión del mismo se hace masiva.

También es legítimo intentar transmitir esa inquietud a través de los mismos medios utilizados para difundir ese discurso. Parece lógico que ese intento comience por el análisis del término «ordenador». Cualquier españolito de a pie se preguntará: «¿Quién no ha pronunciado esa palabra en español? ¿Pero es que hay otras?».

Veamos, veamos. Describamos en primer lugar el ámbito geográfico donde el término y sus homónimos son usados. En España el término «ordenador» está muy extendido para designar a «la máquina» por excelencia de la informática. Hay una minoría, en general universitaria, que usa indistintamente los términos «computadora» (o «computador») y «ordenador»; muchos menos somos los que sólo usamos el término «computadora». Pero solamente en España se usa la palabra «ordenador», que es absolutamente desconocida en América. La comunidad americana de habla española sólo usa la palabra «computador» y también «computadora», aunque esta última en menor medida.

Los términos «ordenador» y «computador/a» no son más que una muestra, aunque, eso sí, muy significativa, de la diversidad existente en nuestra comunidad lingüística sobre el uso de palabras nuevas debidas a la informática y, en general, a la Ciencia y la tecnología. Ante esta diversidad caben algunas preguntas. ¿Qué términos se deben usar? ¿Se debe hacer algo para unificar la terminología informática? ¿Se puede hacer algo? ¿Tiene sentido hacerlo? Existe una preocupación real por defender el idioma de un uso irreflexivo y, por tanto, incorrecto. No es nuestro objetivo, aquí y ahora, analizar esta importante cuestión general, quizá la más importante cuestión actual de la cultura hispánica.

Cohesión.

Permítasenos, antes de retomar el hilo, invocar un paradigma lingüístico cuya fuente, para mí al menos, es el académico Gregorio Salvador. En síntesis, lo que se predica es hacer un esfuerzo por mantener la cohesión del lenguaje. Cohesión procede de cohaesum, supino del verbo latino cohaerere, que significa estar unido.

De acuerdo a ese principio, parece claro que un mismo concepto u objeto informático no debe recibir nombres distintos dentro de una misma comunidad lingüística. Merece la pena intentar mantener un español cohesionado en estas parcelas nuevas de la cultura. Aún no hemos aludido a todos los homónimos de «ordenador» que se han usado en español. Antes que «ordenador», en España se usó la palabra «calculadora».

Calculator aparece antes que computer en la literatura germinal de las computadoras. Así, la máquina desarrollada en 1944, bajo la dirección del Profesor Aiken en la Universidad de Harvard, era referida como Mark I o Automatic Sequence Calculator. El profesor García Santesmases pasó un tiempo trabajando con el grupo de las Marks. Por él se introdujo en nuestro país la palabra «calculadora», para designar lo que mucho después se llamaría «ordenador».

«Calculadora» fue pues el primer término con que se conocieron estas máquinas en España, término que se usó extensamente en la década de los 60, como se comprueba más adelante, e incluso llega a la de los 70. Desde entonces se aplica sólo a las máquinas de mano con teclas numéricas y funcionales.

Vamos a rastrear ahora el origen de la palabra «ordenador». Trasladémonos a Francia. Hacia 1962 aparecen dos palabras nuevas en los ambientes universitarios franceses: Informatique y Ordinateur. Ambas tienen una rápida difusión y aceptación en el país vecino. Por ejemplo, en 1963 ya existía en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Toulouse un Laboratoire d’Informatique. En España se adoptó rápidamente la palabra informática, pero esa rapidez no se dio con la palabra «ordenador».

Prueba de ello es la traducción del libro “IFIP-ICC Vocabulary of Infomation Processing”, Ed. North Holland, 1966, que fue hecha por un grupo mixto de informáticos procedentes de la Universidad, del CSIC y de la industria informática, por lo que representa fielmente el estado de la informática española en aquel tiempo. Pues bien, computer se tradujo entones por «calculadora».

La palabra «ordenador» aparece escrita por primera vez en un diccionario de informática en español en 1972. Es el Diccionario-Glosario de Proceso de Datos Inglés-Español, IBM, 1972. La adopción del galicismo tiene un éxito fulgurante, directamente proporcional al crecimiento de usuarios de informática, influidos por los profesionales comerciales.

El origen ya lo conocemos. Ahora bien, vamos al fondo. ¿Qué significa ordinateur? No se debe entrar al trapo de los que defienden el uso de la palabra «ordenador» porque éste realiza «ordenaciones» (operaciones de ordenación). Puede hacer más, muchísimo más, que ordenar elementos ordenables. Admitir esa denominación por esa causa sería como admitir la designación del todo por solamente una parte. Tampoco es válido el argumento basado en la acepción de «orden» como «instrucción».

Ordinateur viene definido en francés así «… qui émite ordres». En definitiva, quien da órdenes, no quien las recibe. Por tanto, el uso de la palabra «ordenador» es una incorrección semántica; y no lo digo yo, lo dicen los propios franceses, los mismos que contribuyeron a la creación, difusión y aceptación del término.

Danzin, Leprince-Ringuet, Mercourof, … y muchos más estaban presentes en un debate durante un encuentro titulado “Les jeunes, la technique et nous”, celebrado en Estrasburgo en noviembre de 1984. Se presentó la ocasión de analizar el papel de la Terminología Técnica en la Enseñanza con medios informáticos. Yo aproveché la oportunidad para señalar, según mi criterio, aciertos (por ejemplo informatique) y desaciertos (por ejemplo ordinateur) en la creación de nuevos términos franceses. Pues bien, admitieron los argumentos aquí expuestos con respecto a ordinateur. La contestación, sintetizada por Mercourof, fue «le mot n’est pas bon, mais nous n’avons pas trouvé d’autre meilleur», (el término no es bueno, pero no tenemos otro mejor) muy aproximadamente, si no literalmente.

Incoherencia

¿Qué hacemos aquí sobre la utilización de los diversos términos? Siendo conscientes de la incorreción del uso de la palabra «ordenador», cuando nos dirigimos genéricamente a destinatarios de la comunidad hispanohablante, o a un miembro no español de la misma, empleamos el término «computador/a». Sin embargo, cuando el destinatario es español, solemos usar el término «ordenador».

Es decir, constatamos un hecho, el estado de descohesión lingüística, y lo mantenemos. Somos conscientemente incoherentes. Los hispanoparlantes de otros continentes no. Siempre usan «computador/a», siempre, y no van a cambiar. Tienen la razón de la fuerza numérica, pues son casi 10 veces más que nosotros. Y nosotros, los españoles, carecemos de argumentos lingüísticos sólidos para convencerles.

¿Qué podemos hacer aquí? Sería más lógico que, si hay que hacer algún cambio, lo hiciésemos nosotros. Deberíamos hacerlo en aras de la cohesión de nuestra lengua. Sería hermoso el no seguir ejerciendo el españolísimo sostenella y no enmendalla. En cuanto al género, éste carece de importancia. Un «computador» (masculino) es un sistema (masculino) y una «computadora» (femenino) es una máquina (femenino). Pero es curioso que sólo se diga «ordenador» y no «ordenadora». Esta curiosidad queda para los estudiosos de los fenómenos sociolingüísticos.

Fuente