16-09-14
En 1593, Felipe II, interesado en que el trono francés lo ocupara su hija Isabel Eugenia, accedió a que Enrique III de Navarra, notorio calvinista, se casara con ella y se convirtiera en rey de los galos, siempre que renunciara al protestantismo y abrazase la fe católica.
Y Enrique contestó: «París bien vale una misa». Católica, claro.