La señora, toda compungida, llegó a la prisión a visitar a su marido, quien acababa de ser sentenciado a 40 años. Apenas entrar en la celda de su esposo lo abrazó y exclamó, con lágrimas en los ojos:
—¡Ay, Pablo! ¡40 años, Pablo!
—Bueno, mi amor, ¡qué se va a hacer!
—¡Ay, Pablo! Acabo de hablar con el jefe da la prisión.
—¿Y, qué te dijo?»
—Pablo, me dijo que cada vez que lo hiciera con él te iba a rebajar un año de cárcel.
—¿¡Quéeee!? ¡Pero qué desgraciado ese tipo! Y tú, ¿qué le contestaste?»
—¡Ay, Pablo! ¡ERES LIBRE, PABLO!
