29-08-14
Carlos M. Padrón.
Don Amando de Miguel trató este tema en dos entregas, una del 20-08-2014 y otra de hoy. Me he tomado la libertad de reunirlas en un solo artículo que copio abajo, y hago aquí mis comentarios a él.
2. La conjunción copulativa ‘y’ resulta imprescindible
Me extraña que no mencione lo de la errónea obligatoriedad de poner siempre coma después de esa conjunción.
4. El castellano aborrece los periodos largos
Es una opinión personal que no siempre puede resultar la mejor opción; también habló de ella en el punto 10. Me extraña que, en cambio, haga gala de una pobreza en signos de puntuación, como en estos párrafos:
«Ha quedado el número siete para las famosas plagas que asolaron a Egipto, quizá porque en hebreo el siete significa ‘mucho’. La Biblia enumera diez plagas. Es igual. A título práctico, resumo aquí diez desvíos sistemáticos en los escritos contemporáneos, para empezar, en los míos. Se trata de corregirlos todo lo que se pueda, al menos tenerlos en cuenta».
«Un extraño principio de la corrección de textos. Uno mismo detecta mal los errores. Es mejor que la operación la haga otra persona. El método óptimo es que el texto sea leído en voz alta por el corrector y el autor. Lleva tiempo, pero compensa. La corrección automática del computador suele ser pobre, insuficiente e incluso equivocada. No he logrado entender por qué el corrector automático aborrece ciertas voces perfectamente incorporadas a nuestro idioma».
que parecen emular a quienes, no sabiendo qué signo usar, usan sólo puntos suspensivos, pues don Amando usa sólo punto y seguido. Y también parecen ratificar, entre otras cosas, lo que el mismo don Amando dijo una vez: que el punto y coma está en vías de extinción. Que yo sepa, no sólo tiene vigencia, sino utilidad, además de contribuir a romper la monotonía, vicio que don Amando condena.
8. La plaga de los demostrativos (este, ese, aquel, etc.)
Pues dígalo quien lo diga, yo seguiré poniendo acento (o sea, poniendo tilde) en esos pronombres, así como también en los adverbios cómo, aún, y sólo cuando, según la norma antigua, deban llevarlo.
Según las referencias autorizadas de nuestra lengua, entre las que se cuenta el DRAE, estos pronombres no llevan tilde, pero don Amando escribió estragante, y esa palabra no aparece en el DRAE.
9. La cuestión del leísmo
Que me perdone don Amando, pero sí lo que él propone incluye que digamos la di de comer en vez de le di de comer, no estoy de acuerdo con él.
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29-08-14
Amando de Miguel
Las diez plagas de Egipto
Ha quedado el número siete para las famosas plagas que asolaron a Egipto, quizá porque en hebreo el siete significa mucho. La Biblia enumera diez plagas. Es igual. A título práctico, resumo aquí diez desvíos sistemáticos en los escritos contemporáneos, para empezar, en los míos. Se trata de corregirlos todo lo que se pueda, al menos tenerlos en cuenta.
Las expongo sucintamente, por si pudiera servir de aviso para escritores y lectores.
A título práctico, resumo aquí diez desvíos sistemáticos en los escritos contemporáneos, para empezar, en los míos. Se trata de corregirlos todo lo que se pueda; al menos tenerlos en cuenta.
1. El idioma español presenta la desventaja de la monotonía
Hay que cuidar mucho las repeticiones, reiteraciones de ciertas palabras, que se convierten en comodines. Por ejemplo, la preposición ‘en‘, necesaria pero sobreabundante. Hay que tratar de sustituirla a veces por otras: de, a través de, etc. Nuestra desgracia es que con esa preposición empieza el Quijote. «En un lugar de La Mancha…». La rima más odiosa es la de las voces terminadas en –ón. No hay soneto que la resista.
2. La conjunción copulativa ‘y’ resulta imprescindible
Pero a veces choca un poco, sobre todo al principio de la frase. Resulta un horror la serie de noticias de los telediarios cuando comienzan sistemáticamente con la dichosa y, sin venir a cuento. La y al comienzo de una oración da buen resultado en la lírica, pero la prosa la rechaza.
Ahora nos invade la moda de la pregunta: «¿Y?». Hay que ser argentino para dominarla.
3. Los artículos determinados o indeterminados son necesarios
Pero, una vez más, molesta su uso reiterativo. Ajústese el oído a cada caso. Por ejemplo, suena fatal «subir a dirección», «bajar a planta» o «chutar a portería».
A mí me gusta decir «los Estados Unidos», «la India», «el Japón», «el Perú», «la Argentina», etc., pero reconozco que puede resultar pesadito. Naturalmente, cabe decir “la España contemporánea” o “la Inglaterra victoriana”, al llevar un adjetivo.
4. Al ser una lengua monótona, el castellano aborrece los periodos largos
Yo me he impuesto la norma de que las frases no excedan de 30 palabras, los párrafos de 30 líneas, y los capítulos de 30 páginas. La reducción a esos límites siempre mejora el texto. Lo he comprobado mil veces.
5. Los neutros son muy peligrosos: aquello, esto, eso, lo, lo que, etc.
En mis escritos constituyen una plaga. Trataré de reducir su presencia.
6. Otro fallo de mis textos es el abuso de los adverbios
Sobre todo los terminados en –mente, y las expresiones adverbiales, por ejemplo, esto es, la verdad es que, con todo, por lo menos, etc.
No hay que llegar a la tontería de García Márquez, quien suprimió bonitamente todos los adverbios en –mente. Sin embargo, tengamos cuidado con su abundancia. Cuando se juntan dos -mente en la misma frase, la rima se hace odiosa.
7. Los verbos auxiliares (ser, estar, haber, tener) son utilísimos
Pero, una vez más, su exceso puede adormecer al lector. Es fácil sustituir el es por consiste en, aunque ya hemos introducido la maldita preposición en. Es cosa sabida, al corregir un error, se cuela otro.
Un extraño principio de la corrección de textos. Uno mismo detecta mal los errores. Es mejor que la operación la haga otra persona. El método óptimo es que el texto sea leído en voz alta por el corrector y el autor. Lleva tiempo, pero compensa. La corrección automática del computador suele ser pobre, insuficiente e incluso equivocada. No he logrado entender por qué el corrector automático aborrece ciertas voces perfectamente incorporadas a nuestro idioma.
8. La plaga de los demostrativos (este, ese, aquel, etc.) nos cerca por todas partes
Claro que son útiles para no tener que repetir nombres, pero muchas veces despistan. La diferencia entre ellos depende de la posición del observador o del que emite la información. Es evidente que por ahí se llega a continuas indeterminaciones.
El más peligroso —una especie de ébola gramatical— es el pronombre aquel. Debe huirse de él. Cabe sólo apelar a esa indeterminación cuando se desee transmitir un sentido de soledad y nostalgia.
Recuérdense los famosos versos de Bécquer sobre las golondrinas: Pero aquellas que el vuelo refrenaban / tu hermosura y mi dicha al contemplar, / aquellas que aprendieron nuestros nombres…/ esas… ¡no volverán!
Por cierto, ningún pronombre demostrativo lleva ya tilde. Me parece maravillosa la expresión tener su aquel, pero aquí no es demostrativo sino sustantivo. Equivale a encanto, ángel, espíritu.
9. Está la cuestión del leísmo
No afectaba mucho cuando se reducía en España a una franja geográfica a ambos lados de la carretera o el ferrocarril de Madrid a Irún. Pero ahora se ha generalizado, por influencia, quizá, de los modos iberoamericanos.
No tiene mayor importancia. Acabaremos todos siendo leístas: la preferencia por le en lugar de la o lo como complemento directo de cosas o personas. Digamos que se trata de una plaga benigna, algo así como una gripe común.
10. La plaga más general es el natural barroquismo de la tradición española en tantos aspectos de la vida
Llega a ser estragante cuando se abusa de tal recurso. Me he acostumbrado a no soportar frases de más de 30 palabras, aunque las hay de más de ciento.
Una concesión barroca que me encanta es la sucesión de tres adjetivos, nombres o verbos, siempre que se precise la triada. Por ejemplo: «Bueno, bonito y barato». No debe abusarse de un recurso, en principio tan elegante.
Un virus reciente es el del verbo poder por influencia estadounidense. No sé si los gramáticos lo consideran un verbo auxiliar, pero así me lo parece en numerosas ocasiones.
En sí mismo no dice mucho, a no ser que le añadamos la acción principal. Podemos hacer el inri o podemos ser más imaginativos. Si no le agregamos la acción principal, el verbo poder adquiere una connotación de fuerza, mando, voluntad, autoridad, presión, dominación, imposición, victoria.
Es evidente la conexión de esas voces con los frentes o movimientos fascistas de toda laya, en definitiva, con ansias totalitarias. Recordemos el viejo juego infantil a ver quién puede más. Nótese que el dichoso verbo poder no admite la construcción pasiva. En inglés resulta todavía más defectivo. Se conjuga en presente (I can, we can), pero no admite el futuro. En tal caso hay que recurrir a una perífrasis: I will be able (= seré capaz).
