[*Opino}– Una posible explicación a por qué me prohibieron jugar ajedrez

18-08-14

Carlos M. Padrón

Tenía yo 14 años cuando descubrí la importancia del ajedrez y, decidido a aprender a jugarlo, como ya conté en Recuerdos de la década de los ’50s eché mano de la enciclopedia Espasa-Calpe que en su biblioteca tenía don Juan Fernández, médico de El Paso casado con una tía mía, aprendí lo básico, que luego enseñé al amigo Teudis (q.e.p.d.), y entre los dos jugábamos casi a diario una o dos partidas, y yo iba incorporando en ellas, y explicándoselo a Teudis, lo que aprendía a través de otros libros encontrados en esa biblioteca.

El resultado, como conté en el arriba referido artículo, fue que recaí de forma grave de una afección que me había mantenido en cama por varios días, y que luego de saber don Juan Fernández que apenas dejar la cama me di a jugar ajedrez, me prohibió de plano que siguiera en eso.

Le hice caso, y nunca más jugué ése que luego fue calificado como deporte y que, según el artículo que copio abajo, puede ser de alto riesgo.

No pretendo siquiera insinuar que mi relación con el ajedrez era ni parecida a la de los jugadores profesionales, pero habida cuenta de cómo yo me había obsesionado con ese juego, tal vez el esfuerzo que hacía por aprender más de él, y el que luego hacía en cada partida, afectaban seriamente mi salud, y es ahora, más de medio siglo después, cuando entiendo que tal vez don Juan Fernández hizo bien en prohibírmelo, y que lo que de ajedrez aprendí y nada es lo mismo.

~~~

17 AGO 2014

El ajedrez como deporte de riesgo

La pregunta de siempre: ¿es el ajedrez un deporte? La de los últimos cuatro días: ¿es un deporte de riesgo?

Ese salto del blanco al negro se debe a dos jugadores muertos en la Olimpiada de Tromso (Noruega). Lo único cristalino es que el ajedrez de alta competición es mucho más extenuante de lo que parece, aunque no tanto como para atribuir ambos fallecimientos sólo a eso.

Es casi seguro que las arterias coronarias de Kurt Meier, de 67 años, ya estaban muy mal cuando viajó a Tromso con la selección de Seychelles. Una emoción muy fuerte podía bastar para sufrir un infarto, como la que sintió el jueves, durante la última ronda de la Olimpiada de Ajedrez, frente a Ruanda: Meier creía que su posición era ganadora, cuando su rival encontró de pronto una combinación de tablas; entonces se desplomó en la silla, y dio con su cabeza contra el tablero.

Intentaron reanimarlo durante más de media hora, pero fue inútil.

Del otro caso se sabe muy poco: el uzbeko Alisher Anarkúlov, de 46 años, que jugaba con el equipo especial de la Asociación Internacional de Sordos (ICCD), fue encontrado muerto en su habitación esa misma noche, y la Policía noruega aseguró que las causas fueron “naturales”.

Desde que Felipe II patrocinara torneos con los mejores ajedrecistas del mundo en el siglo XVI se conocen poquísimas tragedias similares. Además, ni Seychelles ni la ICCD son selecciones sometidas a una alta tensión porque están por la parte de abajo de una clasificación con 177 equipos; sus integrantes son aficionados, sin una preparación rigurosa.

Desde la estadística, que dos de los 1.500 participantes mueran durante una competición de dos semanas no tiene por qué ser relevante. Pero sí es probable que la tensión acumulada durante once rondas, aunque mucho menor que la de los jugadores profesionales, fuera el detonante de ambas muertes.

Correr de vez en cuando por un parque o playa sólo requiere un mínimo de condición física; ser profesional de la maratón implica unos genes especiales y un entrenamiento durísimo. Para jugar al ajedrez como pasatiempo no se necesita nada: ni salud ni un mínimo nivel de inteligencia.

Ahora bien, el ajedrez profesional de hoy es otro mundo muy distinto: las partidas duran entre cuatro y seis horas, y producen un desgaste enorme; y los entrenamientos pueden pasar de ocho horas diarias. En general, los ajedrecistas duermen varias horas más de lo normal, cuidan mucho su preparación física y su alimentación, y pierden kilos de peso en los torneos largos. Entre los 50 mejores del mundo sólo hay cinco mayores de 40 años.

Diversos estudios científicos indican que los ajedrecistas utilizan mucho algunas partes del cerebro poco ejercitadas por el resto de la gente, y también que usan ambos hemisferios a la vez, coordinadamente.

Juan Antonio Samaranch explicó en 1998 por qué iba a proponer a la siguiente Asamblea General del Comité Olímpico Internacional que se aceptara como miembro a la Federación Internacional de Ajedrez: “En nuestros archivos no tenemos una definición oficial de lo que es deporte. El ajedrez es el deporte mental por excelencia, y está organizado como tal en todo el mundo. Encaja perfectamente con el lema Mens sana in corpore sano y nos dará una imagen ligada a la inteligencia”.

Sobre su mesa estaba un informe de varios cientos de folios que contenía un experimento médico de la Universidad de Lovaina (Bélgica) en el que se demuestra que el desgaste físico (nervioso, hormonal y cardiovascular, principalmente) de un ajedrecista de alta competición no es inferior al de varios deportes olímpicos. La Asamblea aprobó la moción.

El deporte de alta competición tiene mucho de insano, porque consiste en llevar el cuerpo a sus límites. Jugar al ajedrez a un nivel alto requiere exprimir la máxima capacidad del cerebro.

Todo indica que Meier y Anarkúlov ya estaban enfermos cuando volaron hasta la costa del Ártico. Ambos murieron como a muchos ajedrecistas les gustaría: practicando su gran pasión. Y ambos han sido titulares destacados en medios que jamás prestaban atención al ajedrez, pero que ahora aseguran que es un deporte de riesgo.

Fuente

2 comentarios sobre “[*Opino}– Una posible explicación a por qué me prohibieron jugar ajedrez

  1. Más peligroso aún es el matrimonio; ése sí que tiene desgaste, por lo menos mental. Yes vox populi que el cónyuge masculino muere antes :-p

    Me gusta

  2. Cierto, pero don Juan Fernández no tuvo el acierto de prohibírmelo, aunque sí me dio un sabio consejo al respecto.

    Me gusta

Deja un comentario