Un hombre, vecino de una zona próxima a un cementerio. estaba desayunando un día, como a las 11 de la mañana, sentado en la cocina de su casa y mirando distraídamente hacia la calle, cuando vio que rumbo al camposanto avanzaba lentamente un cortejo fúnebre muy poco usual: Un largo ataúd negro era seguido como a 50 pasos por un segundo ataúd, también largo y negro. Detrás del segundo ataúd caminaba un hombre solitario llevando de la correa a un perro pitbull. Y detrás del hombre y el perro caminaban, en una sola fila, unos 200 hombres más.
El vecino no pudo aguantar la curiosidad, y, con mucho respeto, se aproximó al hombre que llevaba al perro y le dijo:
—Señor, sé que éste es un muy mal momento para molestarle, pero, aunque vivo cerca del cementerio y veo muchos cortejos fúnebres, nunca había visto uno como éste. ¿De quién es este sepelio?
El hombre respondió:
—Bueno, en el primer ataúd está mi esposa.
—¿Qué le pasó a ella?—, preguntó el vecino.
El hombre respondió:
—Mi perro la atacó y la mató.
Y el vecino volvió a preguntar:
—Lo siento, señor, pero ¿y quién está en el segundo ataúd?
El hombre respondió:
—Mi suegra. Ella intentó ayudar a mi esposa y el perro se volvió contra ella y también la mató.
Siguió un solemne silencio, y entonces el vecino, previo carraspeo, preguntó:
—Señor, ¿puedo pedirle prestado el perro?
—Haga la cola—, dijo el hombre, apuntando con su dedo hacia atrás.
