19-11-13
Carlos M. Padrón
Por fin me entero de que tiene nombre la memoria mía, ésa que algunos alaban y otros maldicen: se llama «Memoria autobiográfica muy superior«.
Sin embargo, en la mía no encajan todos los detalles que sobre este tipo de memoria da el artículo que copio abajo, aunque sí es válida la pregunta de si por tenerla soy o no afortunado.
Por ejemplo, no puedo evitar que al ver o recordar una fecha en que ocurrió algo para mí significativo, me vengan a la memoria los hechos con ella relacionados, incluyendo, por ejemplo, sonidos, vestimenta, sentimientos, hora, etc. Y al revés: que al recordar el hecho, me venga ligado a él la fecha correspondiente.
Por tanto, y por lo muy personales que son esos recuerdos, no veo forma de que pueda comprobarse si están o no distorsionados.
Puede que la nitidez de los detalles asociados, como los ya mencionados, se haya desvaneciendo un poco con el tiempo, pero el vínculo automático y espontáneo entre fecha y hecho sigue intacto.
Mi memoria no es de las que sirven para «recordar con precisión incluso los detalles más triviales de su pasado lejano», pues no está al servicio de trivialidades sino, repito, de hechos que tuvieron gran importancia para mí. Tal vez por eso no sea «Memoria autobiográfica muy superior» sino «Memoria autobiográfica muy personal«.
Por ejemplo, si alguien menciona 12 de septiembre, o yo lo veo en un calendario, automáticamente recuerdo que en un día 12 de septiembre «dejé el nido», como decía mi padre; o sea, dejé mi casa natal y mi grupo familiar, y me fui a vivir por mi cuenta.
Si es el 13 de julio, veo de inmediato el día en que, junto con mis padres y hermanas, cerramos nuestra casa en El Paso para emprender la «aventura» de venir a Venezuela. Y recuerdo los sentimientos asociados a ese momento.
Si 26 de julio, recuerdo lo que sentí al ver desde el mar cómo lucía La Guaira, y el muelle repleto de gente esperando que atracara el barco que nos traía. Y también recuerdo el matrimonio civil de mi hija Alicia, y lo que, como padre, sentí mientras éste se celebraba en el entonces comedor de mi casa.
Si 16 de julio, recuerdo —y no sin miedo— que a poco de llegar yo a España para la asignación de trabajo que me dio IBM, una vidente me contó en 10 minutos el detalle de mis mayores tribulaciones, y recitó una lista de hechos, rasgos de carácter y valor que para mí tenían ciertas personas, y terminó diciéndome que yo había ido a España a divorciarme. A mi respuesta de que si acepté ir a España fue precisamente para lograr todo lo contrario, insistió con firmeza en que ése era mi destino y que no había vuelta de hoja; me hizo una apuesta, y la ganó.
Si 05 de septiembre, recuerdo claramente cuando en la Av. Urdaneta encontré a Carlos Pérez Requejo (q.e.p.d.), quien me dijo que volviera a tocar a las puertas de IBM porque estaban contratando gente.
Si 16 de abril, vuelvo a escuchar el extraño chirrido de frenos que sonó a mi izquierda, mientras yo, al volante de mi carro, esperaba en un semáforo el cambio de luz. Veo de nuevo, y por una fracción de segundo, una especie de bólido blanco que se me vino encima, y vuelvo a sentir el golpe seco que destrozó mi carro, me fracturó una costilla, y me dijo atrapado en un espacio mínimo entre el volante, que bajó; el piso del carro, que subió dejando por detrás los pedales; y la puerta, que se hundió hacia dentro.
Y así podría armar yo una larga lista de fechas que, me guste o no, me traen el vívido recuerdo de hechos vinculados a ellas; hechos que, si bien podrían parecer triviales a ojos ajenos, para mí no lo fueron.
Me gustaría mucho olvidar algunos de ellos, pero no puedo; no es algo volitivo, es casi un acto reflejo. Por eso me hacen gracia los chistes de parejas que se pelean porque él no recuerda la fecha en que se conocieron, el aniversario de bodas, etc. En mi caso, soy yo quien, para bien o para mal, recuerda todas esas fechas.
Hace poco vino a mi casa, con su esposa, el hijo de un buen amigo mío, y trajo una laptop para que yo le arreglara algo en ella. Cuando para poder entrar en el sistema operativo me dio como password (contraseña) un número de 6 dígitos, miré a mis dos visitantes y les dije: «¡Qué romántico!: la fecha en que ustedes se casaron».
Los dos se miraron extrañados, y al unísono me preguntaron por qué diablos recordaba yo eso. Les dije lo que ya he dicho: porque ese día, y en relación con esa boda, que se celebró en 1997, ocurrió un hecho significativo para mí.
Es ésta una cualidad de la que podría yo decir lo que, acerca de su prodigiosa memoria, decía el protagonista de «Monk», un programa de TV: «Es tanto una bendición como una maldición».
En mi caso, es algo bueno para quienes están urgidos de saber cuándo ocurrió algo para ellos importante, me preguntan por la fecha porque saben que yo estuve presente en ese algo, y yo, sin más, se las doy de inmediato.
Ésos me agradecen el dato al tiempo que alaban mi extraordinaria memoria.
Pero es malo para quienes olvidaron algo que no quisieran recordar, y yo se los recuerdo. En este caso, el comentario es «¡Tú y tu maldita memoria!».
Y para completar el cuadro, parece que, según explican en el artículo ¿Y si pudiéramos ver en la oscuridad?, también tengo un cierto grado de sinestesia, pues asocio con colores los nombres de los meses del año, pero sólo de algunos. Por lo visto, pertenezo en cierto grado al gripo de las personas hipertimésicas.
Para mí, enero y febrero son blancos, abril es gris claro, mayo es amarillo, junio es azul celeste, julio es azul marino, agosto es color garbanzo, y diciembre es gris oscuro.
Y la única explicación que a esto tengo es que el gris casi negro de diciembre se deba a que la mayor concentración de cosas malas que me han sucedido ocurrieron en un mes de diciembre, empezando por cuando a la edad de 4 meses me dio una neumonía y, mi atribulada madre me lloró por muerto por cuanto, dijo ella, yo ni respiraba. El arrojo de mi tía Nila (la esposa de mi tío-abuelo, Pedro Castillo), me devolvió a la vida.
Luego, en diciembre del próximo año, estuve de nuevo al borde de la muerte, o de una amputación, por tétanos.
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19/11/2013
Pilar Quijada
¿Podemos fiarnos de nuestra «buena» memoria?
Imagine que le preguntan qué hizo el 19 de octubre de 1987. La mayoría de nosotros, salvo que la fecha coincida con un acontecimiento muy señalado, seremos incapaces de responder. ¿Lo recuerda, o lo sigue viendo negro?
Si a pesar de la pista deslizada en las líneas anteriores no lo puede precisar, no se preocupe. Sólo algunas personas pueden responder sin esfuerzo ni vacilaciones: “Era lunes. Fue el día en que los mercados de valores se hundieron, y también el día de la muerte de la violonchelista Jacqueline Du Pre”.
Aún en días menos señalados que el denominado “lunes negro”, algunas personas pueden acceder al recuerdo de un día concreto con todo lujo de detalle, como el día de la semana en qué cayó o el tiempo que hizo. Y cuando esos detalles pueden ser verificados, su información es correcta en el 97% de los casos.
Esos ¿afortunados? tienen una capacidad muy especial conocida como “memoria autobiográfica muy superior”.
La memoria autobiográfica es el conjunto de recuerdos y conocimientos que poseemos sobre nosotros mismos. Las personas “hipertimésicas”, como también se las denomina, son capaces de recordar con todo lujo de detalles lo que ocurrió un día cualquiera a partir de los 6 o 7 años de edad, cuando empezamos a formar recuerdos estables. Algunos parece que llegan incluso más atrás. Pero a veces la fuerza con que se graban en su memoria puede ser angustiosa, y les gustaría no poseer esa habilidad. Sin embargo, en los detalles finos tal vez su memoria no difiera tanto de la del común de los mortales.
Una investigación publicada en el último número de “Proceedings of the National Academy of Sciences” (PNAS) sugiere que ni siquiera ellos se libran de las “falsas memorias”, o sea, de una distorsión de los recuerdos que ha hecho, por ejemplo, que muchos testigos oculares de un delito declaren cosas que en realidad nunca ocurrieron, con las implicaciones legales que esa distorsión no intencionada tiene.
Recuerdos transformados
Tal sesgo se debe a que lo que recordamos no es ni de lejos un fiel reflejo de lo que sucedió en el pasado. Al contrario, cada vez que traemos evocamos una escena del pasado se va “enriqueciendo” con detalles en ocasiones más que dudosos. Y, si no, hagan la prueba: pidan a un amigo que recuerde una experiencia común y comprueben cuánto coincide con la suya.
Y es que “desde el momento en que se forma un recuerdo, se embarca en un viaje dinámico durante el cual es consolidado, a menudo actualizado, y también a veces distorsionado hasta el punto de falsificar el pasado”, recordaba a principios de año un editorial de la revista “Nature Neuroscience”, que resaltaba la importancia de tenerlo en cuenta en los juicios a la hora de aceptar el testimonio de los testigos oculares.
En realidad, caer en esos errores involuntarios no es difícil. De hecho, hay muchas pruebas psicológicas diseñadas precisamente para demostrarnos que nuestros recuerdos, más que una fiel fotografía son un “montaje” de Photoshop.
Una de ellas es el denominado paradigma Deese/Roediger-McDermott. Se basa en una lista de palabras como cama, descanso, despertar, cansado, sueño, pijama, manta, despertador, almohada, insomnio, bata…
Si quiere probar, deje de mirar el texto e intente escribir en un papel las palabras que recuerde de esa serie. ¿Se ha olvidado de poner la palabra dormir tal vez? Si la ha puesto, perfecto. Ha seguido la pauta de un porcentaje muy alto de personas que han participado en este test, y que la incluyen a pesar de que no está entre las que leyó.
Sin embargo, todos los vocablos giran en torno a lo que se denomina “palabra crítica”, en este caso dormir, con la intención, precisamente, de manipular la memoria.
Recordar lo que no existe
La psicóloga y matemática Elizabeth Loftus, de la Universidad de California, que dirige el estudio de PNAS, conoce a fondo de este tema. Sus trabajos pioneros han hecho que se haya dejado de considerar la memoria como una reproducción precisa de las experiencias pasadas, para verla más bien como un proceso reconstructivo que a menudo se desvía de la realidad.
Y fue también de las primeras en demostrar que la gente sana e inteligente puede recordar hechos de forma “ligeramente” distinta a lo que realmente ocurrió, o que a veces ni siquiera tuvieron lugar, como demuestra un experimento llevado a cabo en 2006 en la Universidad de Maastricht.
Los investigadores preguntaron a 83 estudiantes de pregrado si habían visto el vídeo del asesinato del político holandés Pim Fortuyn, y les pedían además los detalles que pudieran recordar de la grabación.
El 63% de los estudiantes dijeron que lo habían visto, y el 23% fueron capaces de proporcionar detalles. Sólo había un pequeño problema: el vídeo en cuestión nunca existió. Según el estudio, los participantes con “memoria” de las imágenes inexistentes del vídeo del asesinato obtuvieron las puntuaciones más altas en su propensión a fantasear, que aquéllos que no podían “recordarlas”. Probablemente también crearon falsos recuerdos a partir de las noticias sobre el asesinato.
Experimentos como los mencionados subrayan lo moldeable que es nuestra memoria autobiográfica.
De hecho, Loftus, en una serie de experimentos ya clásicos, demostró que las “sugerencias” pueden también causar distorsiones en el recuerdo de un suceso. Pensemos en interrogatorios policiales o técnicas como la hipnosis o rebirthing, acusadas en ocasiones de inducir la formación de recuerdos falsos sobre sucesos que nunca ocurrieron en realidad, como abusos sufridos en la infancia, que tanto sufrimiento sin motivo han causado.
En el nuevo estudio que se publica en PNAS, Loftus y su equipo, para entender mejor la memoria superior y esas curiosas distorsiones, compararon la susceptibilidad para crear falsos recuerdos de 28 personas con recuerdos típicos, y 20 personas identificadas como excepcionalmente dotadas por su capacidad para recordar con precisión incluso los detalles más triviales de su pasado lejano.
Los resultados demuestran que tampoco las personas con una memoria autobiográfica muy superior a la media están libres de estas distorsiones, como comprobaron con pruebas parecidas a las mencionadas (listas de palabras y recuerdo detallado del vídeo “inexistente” de un accidente de avión).
Sus hallazgos sugieren que los mecanismos reconstructivos de la memoria que dan lugar a este tipo de distorsiones son básicos y están ampliamente extendidos en nuestra especie. La cuestión es por qué esta forma de recordar se ha conservado a lo largo de la evolución. ¿Quizá se relaciona con la fantasía y nos hace más creativos?
Cerebro diferente
Además, señalan los investigadores, probablemente nadie sea inmune a estas distorsiones. Ni siquiera personas como Solomon Shereshevsky, un periodista ruso estudiado por el neuropsicólogo Alexander Luria a partir de 1920 durante 30 años, y cuya experiencia plasmó en un libro titulado “The mind of a mnemonist: a little book about a vast memory”.
S., como se le conoció durante mucho tiempo, era capaz de recordar un discurso palabra por palabra sin tomar ni una sola nota, y es uno de los primeros casos de hipertimesia descritos.
En comparación con los controles de memoria normal, el cerebro de estas personas al parecer muestra diferencias en nueve estructuras cerebrales, algunas relacionadas con la memoria autobiográfica (como los giros temporales medio e inferior, la ínsula anterior, el polo temporal y el giro parahipocampal), y otras cuya función en este tipo de recuerdo se desconoce (núcleos caudado y lenticular), según un estudio en el que participaban varios de los integrantes de la investigación ahora publicada en PNAS.
Los investigadores sugieren que estas diferencias halladas en el cerebro de las personas con memoria biográfica muy superior podrían contribuir a hacer un uso más eficiente del hardware que comparten con la mayoría de la gente.
Pero, según esta última investigación, esa supuesta mayor eficiencia no les libra de los “errores de procesamiento” que nos afectan a todos.
