01 de junio de 2013
Gerónimo Alberto Yerena Cabrera
Durante el primer gobierno del general Antonio Guzmán Blanco, en la céntrica esquina caraqueña de Padre Sierra existió un centro de recreación denominado Club Isleño.
Estaba ubicado en la edificación situada en el ángulo noreste frente al Convento de las monjas de la Concepción, en donde, luego de salir las monjas en el año 1874, se inició la construcción del actual Palacio Federal.
Este club era el principal sitio de reunión de los isleños (Canarios) en la capital, tal como hoy lo es el Hogar Canario de Venezuela.
En ese período tuvimos la grata estadía del lanzaroteño Isaac Viera (1858-1941), que para entonces era un joven de avanzada y, a la vez, de espíritu aventurero, quien, al terminar el bachillerato en el Seminario Conciliar de Las Palmas, emigró a nuestra patria, «acariciando risueñas / ilusiones de oro y miel», según se lee en su folleto autobiográfico «Palotes y Perfiles» (1895).
Su estadía en Venezuela transcurrió entre mediado de los ’70s del siglo XIX y hasta 1882. Durante ese tiempo —además de ejercer, entre otras cosas, actividades docentes— fue testigo de varias peripecias sucedidas en nuestra capital, algunas de ellas muy “llamativas” y dignas de reprodución, cónsonas con la idiosincrasia del venezolano, y con los numerosos descendiente de esa segunda patria chica llamada “Islas Canarias”.
Quien luego fuera, al regresar a su patria, escritor, poeta, periodista y costumbrista, en su libro “Costumbres Canarias” —editado en el año 1916, B E N A C I M I E N T O. San Marcos, 42 (Madrid)— relata, en las páginas 145-146, lo sucedido en el antiguo Club Isleño.
El relato del propio escritor y poeta, testigo de lo acontecido en la esquina de Padre Sierra es el siguiente:
A raíz de ser nombrado ministro de Ultramar el señor León y Castillo, la Policía de Caracas, por orden de Guzmán Blanco, clausuró el Club Isleño establecido en la esquina de Padre Sierra, al lado de la confitería «La Colonial”, por escándalo público.
El motivo fue el siguiente:
Una noche, los socios del expresado centro, divididos en dos bandos, discutían acerca de cuál población era más importante, si Santa Cruz de Tenerife o Las Palmas, oyéndose decir desde la calle que las fichas con que se jugaba al tresillo (cierto juego de naipes, jugado por tres personas) en el «Gabinete literario» de la última de las mencionadas ciudades, eran más finas que las del casino de la capital de estas islas.
Se escucho decir «Esto, Inés, ello se alaba, / no es menester alaballo», un dicho Canario que bien sabían ellos lo que quería decir en doble sentido.
De las palabras pasaron a las manos, y fue tal la gresca que los muebles caían a la vía pública lanzados desde las ventanas altas del edificio social. Hay que destacar que una silla quedó encasquetada en la cabeza de una negra que a la sazón pasaba por aquel sitio.
Al día siguiente al de aquella monumental pelotera, los periódicos caraqueños satirizaron, con donosura y crueldad, a nuestros compatriotas que, olvidándose de que la ropa sucia debe lavarse primero en casa, se complacieron en hacer la colada en mitad del arroyo de ciudades extranjeras.
El patizambo Gregorio Solórzano, que estuvo en la batalla de Ayacucho, en el Perú, cada vez que nos encontraba nos decía, recordando aquel batifondo, y valga el argentinismo:
—Sepa usted, «catire», que los isleños son «piores» que los venezolanos «pa» armar «guachafitas»
Esta historia nos hace recordar al “Ilustre Precursor” de la Independencia, Don Francisco de Miranda —hijo de Canarios, el cual vivió, más de un siglo antes, en la casa diagonal a donde luego se estableciera este club— cuando dijo sus lapidarias palabras, vigentes en el actual siglo XXI: «¡Bochinche, bochinche! ¡Esta gente no sabe hacer sino bochinche!».
Estas palabras fueron pronunciadas por el Generalísimo Francisco de Miranda en la madrugada del 31 de julio de 1812, luego de recibir a un grupo de oficiales patriotas en el domicilio donde dormía, situado en el puerto de la Guaira, de donde partiría a la mañana siguiente con destino a Curazao.
Ahí, en esa oportunidad, “el Inmortal Canario” nos diagnosticó a todos, y los bochincheros a quien se refería “El Precursor” no eran precisamente los Canarios, más bien los criollos y, sobre todo, los “Mantuanos”.
Fuente: Venezuela de antaño
Cortesía de Hiram Pérez
