17-04-12
Carlos M. Padrón
Según Rita Rudner —una useña. comediante, escritora y actriz—,
La antigua teoría era: «Cásate con un hombre mayor porque son maduros». Pero la nueva teoría es: «Los hombres no maduran; cásate con quien te dé la gana».
Como esta señora se permitió generalizar, yo lo haré también.
Sigo sin saber, porque no he conseguido que nadie me lo explique de forma lógica, qué consideran las mujeres que es la madurez, tanto en ellas como en nosotros, los hombres.
Según el DRAE, madurez es buen juicio o prudencia, sensatez.
Entonces, ¿podría decirse que lo que sigue es madurez?
- Emperifollarse para ir a cualquier lado
- Tener un montón de vestidos y zapatos
- Tratar con las amigas temas sobre moda, vida ajena, intrigas en el trabajo, infidelidades, caza del varón socialmente bien posicionado
- Ir a cada rato a la peluquería a «disfrazarse», criticar, etc.,… para impresionar a sus congéneres
- Ver telenovelas
- Implantarse siliconas en los pechos para dar envidia a sus congéneres
- Pretender que su marido sea un «Yesman» (el que dice ‘sí’ a todo), la mime, la consienta, y acepte siempre los consejos que ella le da, aunque él no los haya pedido.
- Etc.
¿Podría decirse que la frivolidad es madurez?
Pues la mayor parte de estas cosas, si no todas y más, son frivolidades que hacen la mayoría de las mujeres, si es que no llegan a comportarse como las de «Zánganas emparejadas» (= Mujeres desesperadas).
Insisto en que si se quiere saber cómo es realmente una mujer, no hay mejor forma que verla y escucharla, sin que ella se dé cuenta, cuando está reunida con sus amigas. Lo elevado de los temas y lo profundo y constructivo de los comentarios son exponentes de una gran «madurez», algo como para que el mundo salga de la crisis financiera en que está sumido.
Al dar con el artículo que copio a continuación, me pregunto si no será que las mujeres consideran como inmadurez del hombre que éste, aunque tenga su pareja, siga mirando a otras mujeres y no pueda evitar hacer comparaciones.
Sí, tal vez tenga mucho que ver lo que en el tal artículo llaman ‘déficit sexual masculino’.
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13 de Abril de 2012
Por Remedios Morales
Catherine Hakim, doctora en Sociología y profesora en la London School of Economics, ha escrito un libro titulado «El capital erótico» que, como reza el subtítulo, es el poder de fascinar a los demás. Y yo añado que mediante el atractivo sexual.
Hakim ha estudiado a fondo las encuestas disponibles sobre el sexo, y ha descubierto una mina: el «déficit sexual masculino», que no significa que los hombres tengan depauperadas sus partes secretas sino, más bien, lo contrario.
La doctora le asigna ese término económico al hecho de que los hombres tienen mayor deseo sexual que las mujeres, cosa que sitúa a éstas en posición de negociar con ventaja, y a los hombres los deja en precario porque padecen escasez crónica de sexo.
La doctora cree que ha puesto un huevo enorme con su descubrimiento, pero eso es porque no se lee el suplemento dominical de LD. Si lo hiciera, sabría que en estas páginas yo me he referido a ese fenómeno muchas veces con otro término económico: «exceso de demanda sexual masculina», y quizá también de otras formas menos finas.
La mayor demanda sexual masculina no es un fenómeno exclusivamente humano sino que se extiende a todas las especies en las que los machos consideran a las hembras un bien escaso y hacen lo posible por acumularlas, llegando a competir abiertamente entre ellos para ver lo que pillan.
Un buen puñado de biólogos se ha referido a este mayor apetito sexual de los machos, y lo ha explicado. Yo me fijé en las implicaciones que este exceso de demanda tenía en los humanos, y en cómo éstos han hecho las cosas a su manera, desarrollando, junto al mercado sexual, sin costos para los hombres, otro mercado paralelo, el matrimonial, en el que el macho humano asume el papel de padre.
Pero no voy a hablar de todo esto por no repetirme.
Hakim cree que el capital erótico tiene una importancia digamos que… capital. Lo que pasa es que el patriarcado impidió asignar un valor a este activo de las mujeres porque era algo que se daba por supuesto. En cambio, las penalizaba cuando carecían de él.
Las feministas niegan el déficit sexual masculino, como niegan y tachan de «esencialista» cualquier sugerencia acerca de una diferencia entre los sexos que no provenga de la cultura patriarcal y que sea inamovible.
Según ellas, si las mujeres no se sintieran oprimidas ni dominadas tendrían la misma conducta sexual que los hombres. Falso, dice Hakim con mucha razón. En la actualidad, los anticonceptivos y la mayor transigencia con respecto al sexo ya no permiten, de ninguna manera, achacar a la cultura patriarcal esa mayor desgana sexual de las mujeres que, de forma universal, se refleja en las encuestas y ocurre, sobre todo, a partir de los treinta años.
En este sentido, el feminismo radical es más limitador que liberador porque no anima a las mujeres a explotar abiertamente en su provecho ese exceso de demanda sexual masculina.
A las mujeres no las aparta del sexo la opresión patriarcal ni ninguna zarandaja por el estilo. El baremo de la sexualidad no tiene por qué marcarlo la apetencia sexual de los hombres.
A las mujeres no les pasa nada; son así, y este desajuste sexual tiene su explicación en las diferentes estrategias reproductivas de los sexos, que también he explicado otras veces, aunque estoy segura de que Hakim lo desconoce.
El déficit sexual masculino concedería, pues, una ventaja a las mujeres que fueran capaces de negociar con su capital erótico; y yo digo que ellas lo utilizan constantemente, por ejemplo, para ascender de categoría mediante el matrimonio.
Sin embargo, la negociación con el capital erótico como moneda de cambio puede ir mucho más allá, y de ello dan fe bonitos ejemplos desde la antigüedad.
Ahora me viene a la memoria Ester, que se engalanó para hallar gracia ante los ojos de su esposo, el rey Asuero, y pedirle protección para los judíos. Hasta tuvo el morro de desmayarse para dejarlo anonadado con su belleza lánguida y evitar su cólera.
Y ahí está Cleopatra, mujer inteligente y negociadora, que fue al encuentro de Marco Antonio después de ser embellecida, maquillada y masajeada durante horas por un contingente de esclavas. Incluso llegó al extremo de perfumar las velas de su nave, consiguiendo, según Plutarco, que «los vientos enfermaran de amor».
Sin embargo, trasformar abiertamente el capital erótico en dinero siempre fue un asunto mal visto, tanto por las feministas como por el patriarcado, por ser cosa de prostitutas.
Consecuente con su pensamiento y con el mío, a Hakim le parece mal que se metan con las prostitutas. Ella está a favor de que toda mujer aproveche sin escrúpulos su poder de fascinación para alcanzar la riqueza y el poder. Yo misma he dicho alguna vez que el sexo debe ser caro para los hombres, y, por cierto, eso no ha sentado muy bien.
La doctora da consejos para desplegar todo el potencial sexual: cuidar la imagen, adelgazar, ponerse buena ropa, y pasar por el quirófano si es el caso. Es duro, pero la vida de una mujer puede mejorar muchísimo. Veamos el ejemplo que propone.
Son dos hermanas, una guapa, que acumula capital erótico como una hormiguita, vela por su belleza con celo renovado y va por ahí coqueteando más que una gallina y sacando partido de todo. En contraposición, la otra hermana es como una cigarra que descuida su imagen, no se maquilla, engorda y se muestra torpe e insegura.
La primera triunfa fácilmente, y a los cuarenta años es una rica empresaria, ha tenido varios novios, viaja mucho y frecuenta restaurantes de lujo. Mientras, su desmañada hermana es una pringada, que trabaja para otros, en empleos esporádicos mal pagados. Pero, además, ¡qué horror!, la principal fuente de ingresos familiar es su marido, «una estrella en el campo de la ciencia».
Esta parábola me ha hecho reflexionar mucho porque refleja lo que se considera las metas correctas para una mujer moderna: independencia, soledad, trabajo y dinero.
Y pienso que quizá no coincidan, exactamente, con la idea de felicidad que tienen muchas mujeres (y hombres). Invertir en armas de seducción para acumular responsabilidades, novios, horas de avión y fiestas, a lo mejor no merece la pena. Yo siento la tentación de quemar la faja reductora, el sostén reforzado «sublime» y la crema del papo, porque estar tan buena y resultona puede proporcionarme un halo de atracción que me haga polvo la vida.
En la historia de la Ciencia se han dado casos en que dos científicos descubren lo mismo simultáneamente. Darwin y el pobre Wallace, coincidiendo en desarrollar la teoría de la evolución. Y Newton y Leibniz en el desarrollo del cálculo diferencial.
Bueno, pues la doctora Hakim y yo representamos la última contingencia de este tipo. Hakim, es usted un grano en la zona glútea de mi cerebro. Una de las dos está de sobra en esto del sexo. Ni siquiera me queda el consuelo de rebatirla porque me ha calcado algunos de mis razonamientos más elegantes.
Sin embargo, como no quiero ser una triunfadora, la perdono por esta vez si deja de poner malos ejemplos, que los tiene a montones.
En cualquier caso, mi término «exceso de demanda sexual masculina» me gusta infinitamente más que el suyo del «déficit sexual masculino», que me suena equivoco e irritante.
Fuente: Libertad Digital

Todo parece indicar que los sesgos culturales estan presentes en lo que opinan.
Para que los hombres puedan ser infieles, como la mayoría de las mujeres sugieren en sus encuentros sociales, los hombres tendrían que ser «infieles» con igual número de mujeres; algo simplemente aritmético. En adición, muchos hombres hacen alarde de ser infieles, no con una mujer sino con varias, lo que implicaría un número mayor de mujeres que se prestan a la infidelidad.
Sin embargo, las mujeres argumentan que la proporción de mujeres infieles es por muy lejos menor que la de hombres, lo que, a su vez, sugeriría que las mujeres son tremendas promiscuas pues tendrían, esta minoría de mujeres, que valérselas para complacer, y acompañar como parejas intimas, a un tremendo ejército de hombres.
Por falta de la aritmética respectiva, lo que se escribe —como escrito por un verdadero burócrata funcionario que se sienta en su silla todos los días a determinar cómo funciona el mundo— pudiera estar muy lejos de la realidad y, en virtud de ello, muy próximo a la alienación.
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Los hombres no maduran: Un comentario bastante afortunado y halagüeño.
La madurez del hombre es similar al otoño del ciclo anual, o, mejor a y referido a los frutos, a ese tiempo en que apenas se tocan los frutos, ¡paf!, se caen al suelo, pues ya su pedúnculo está seco y ya no merecen mantenerse en el árbol.
A mí me encanta mantenerme inmaduro, con el pedúnculo siempre verde, pegado a la fuente de la vida, y si alguien se acerca a mí, que me mire y vea que estoy verde; tal vez viejo, pero verde; quizás picado por los pájaros, pero verde. Pero más que me miren, me gusta ser tocado, besado, y otras cosas, pero no que me arranquen del árbol al que estoy unido, pues mi pedúnculo aún está verde y no seco, y no siento haber llegado a la madurez.
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Me encanta como lo dice Remedios Morales
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Gustavo, me gusta Remedios Morales porque habla claro.
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