[*Opino}– ¿Conectados pero solos? Un serio problema social

04-04-12

Hace meses, mientras almorzaba con mi mujer en un restaurante, vimos con asombro que los miembros, hombre y mujer, de una pareja que ocupaba la mesa de al lado estaban enfrascados en el uso de sus aparatos celulares, y no se dirigían palabra.

Luego, a una celebración de cumpleaños que tenía lugar en la casa del cumpleañero y era sólo para algunos parientes y allegados, llegaron unos jóvenes. Inmediatamente después de saludar, uno se sentó, sacó su smartphone y se puso a «jugar» con él sin ocuparse de nada más.

Y algunos otros de los allí presentes, de más edad que el tal joven, también hicieron lo propio, aunque participando de vez en cuando en la conversación.

Son comportamientos que, lamentablemente, se ven cada vez más, y que, en el caso del primero, es una lamentable y peligrosa pérdida de la necesaria comunicación de pareja; y, en el caso del segundo, es, cuando menos, una falta de educación. Y son, además, un serio peligro.

Acerca de esta ya más que preocupante manifestación social, mi hija Elena, la psicóloga, me ha hecho llegar lo que puede verse en este enlace, del famoso programa TED, en el que la también psicóloga Sherry Turkle*, en una conferencia titulada Connected, but alone? (= ¿Conectados pero solos?) analiza las implicaciones de este —por demás desagradable y, según ella, también peligroso— fenómeno social.

De la conferencia de Sherry Turkle —que está en inglés, aunque muy bien pronunciado y con posibilidad de subtítulos en el mismo idioma— voy a referirme sólo a algunos puntos que llamaron mi atención.

Tras este fenómeno se esconde el temor a la soledad, y la consiguiente modificación del famoso «Pienso, luego existo» en un erróneo «Comparto, luego existo». Y de ahí que se haya tenido la peregrina idea de, por ejemplo, usar robots, llamados «sociales» y pensados para dar compañía a personas ya mayores quienes, en algunos casos, viven situaciones críticas como la pérdida de un ser querido, algo para lo que creo que sirve mucho mejor un perro que, al menos, tiene la capacidad de sintonizar con los sentimientos de su amo.

Esto sólo ocurre porque, como dice Sherry Turkle, esperamos más de la tecnología que de nuestro prójimo, y porque, al menos los jóvenes de hoy, no sólo no saben conversar sino que tienen miedo a hacerlo porque una conversación transcurre en tiempo real, mientras que los mensajes de texto pueden ser corregidos o borrados.

Para colmo, esta tecnología gusta más a quienes son más vulnerables, y a quienes se sienten solos y temen la intimidad. Para esta gente, sentirse solos les lleva a echar mano del smartphone para conectarse y tener la sensación de que ya no están solos.

Se huye de la intimidad, y se tiene una ilusión de compañía, pero sin buscar, y menos exigir, amistad de la verdadera, que no es precisamente la que proclaman las redes sociales que han degradado el sentido y contenido de esta palabra.

Todo esto ha llevado a una peligrosa inversión de términos que aumenta la soledad y, por tanto, el temor a ella. Antes se decía «Siento algo, y necesito hacer una llamada», pero ahora se dice «Quiero sentir algo, y necesito enviar un texto».

Contra los perniciosos efectos de este fenómeno, hay que desarrollar la capacidad de saber estar solo.

Así como ahora vemos en todos lados sitios libres de humo, en nuestra casa hay que demarcar sitios «sagrados», o sea, sitios libres de smartphones y artilugios similares y, por tanto, libres del mortificante —y, cuando menos, grosero— bip bip que anuncia la llegada de un nuevo mensaje que requiere revisión y, casi siempre, respuesta.

Se trata de estar junto a seres humanos, no de estar conectados a quienes están lejos y a quienes, muchas veces, no son en nuestra vida tan importantes como la persona que tenemos a nuestro lado, persona a quien se está desatendiendo mientras se atiende a esos otros.

Esta tecnología nos está llevando adonde no deberíamos querer ir, y lo grave es que los llamados smartphones no sólo han cambiado lo que hacemos sino lo que somos.

Sigo creyendo que un teléfono celular es, primero y ante todo, un teléfono, o sea, un aparato para llamar y recibir llamadas. Los mensajes de texto sólo deberían usarse como medio de ahorro, o como medio para enviar, por ejemplo, algo, como un número telefónico o una dirección electrónica, que podría o ser mal copiado si nos los dijeran verbalmente, o que se requiere que lo conservemos en nuestro celular.

Los textos, e-mails y chats no ayudan a conocerse, no ayudan en verdad a comprenderse, no pueden jamás reemplazar el contacto personal y la conversación de tú a tú, mirando a los ojos de nuestro interlocutor.

Debería ser obligatorio que esta conferencia fuera presentada en colegios y, por supuesto, en toda familia en que haya adolescentes.

Todo esto me reafirma en mi decisión de no participar en redes sociales.

Sigue gustándome la conversación cara a cara, y aunque en mi trabajo gerencial en IBM mucha gente me consideraba poco sociable, algunas personas, las más de ellas mujeres, descubrieron que yo no era así, que no sólo era sociable sino también que sabía escuchar y crear empatía, en especial cuando alguien me buscaba para que «le prestara mi hombro» porque ese alguien tenía un problema.

Una vez, en un curso de IBM, un psicólogo contratado al efecto por la compañía, pidió a los asistentes, gerentes todos con años en la posición, que nos definiéramos con la menor cantidad posible de palabras.

Recuerdo haber escrito que yo me veía como un “un humanista que busca la excelencia por vía de la docencia y el ejercicio de la gerencia”.

Eso no gustó mucho al tal psicólogo, ni a los moderadores del curso, que esperaban una respuesta «de negocios» y no de corte humanista. Pero para mí la gerencia fue siempre un medio para acercarme a lo humano, y, como bien dice Sherry Turkle los smartphones y redes sociales no hacen precisamente eso.

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(*) Sherry Turkle is Abby Rockefeller Mauzé Professor of the Social Studies of Science and Technology in the Program in Science, Technology, and Society at MIT and the founder (2001) and current director of the MIT Initiative on Technology and Self.  Professor Turkle received a joint doctorate in sociology and personality psychology from Harvard University and is a licensed clinical psychologist. She has been studying our changing relationships with digital culture for over three decades, charting howmobile technology, social networking, and sociable robotics are changing our work, families, and identity. Profiles of Professor Turkle have appeared in such publications as The New York Times, Scientific American, and Wired Magazine. She is a featured media commentator on the social and psychological effects of technology for CBS, NBC, ABC, CNN, the BBC, and NPR, including appearances on such programs as Nightline, Frontline, and 20/20.

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