– VI –
Queriendo tus bondades saber por tu expresión,
tus ojos y tu boca me han dicho tu portento:
aquéllos, lo que siente tu noble corazón,
aquésta, la grandeza de tu alto pensamiento.
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Queriendo tus bondades saber por tu expresión,
tus ojos y tu boca me han dicho tu portento:
aquéllos, lo que siente tu noble corazón,
aquésta, la grandeza de tu alto pensamiento.
07-09-11
Durante estos días, el mundo científico está un poco confundido con los recientes descubrimientos y las expectativas de sus conocimientos.
Eso no es de extrañar cuando, voluntariamente, se ignora toda la información acumulada desde que el mundo es mundo y sólo se acepta lo que se pueda palpar y verificar con los medios disponibles dentro de los últimos cien años.
Para no entrar en complicaciones de dataciones, consideremos que el conocimiento actual tuvo su origen en los tiempos de Sumer, la civilización que fue derribada a la par que lo fue la estatua de Saddam Hussein, o sea, lo que tiene de edad la escritura y con ella la Historia.
Desde aquellos días se sabía que existían dioses, señores, y vientos por ellos generados, que movían la tierra, las aguas y generaban las lluvias. Este conocimiento, obtenido por la observación, les hizo adoradores de aquellos quienes con sus beneficios les permitían radicarse en puntos fijos, crear ciudades, edificar templos, y cultivar viñas con que sustentarse.
Eso los hizo dependientes de su conocimiento, esclavos de lo que hacían con las manos y, a la postre, se degradaron a lo que son hoy: incapaces de entender el mundo que les rodea.
El Universo que conocemos está ocupado por algo llamado materia, que los científicos de hoy conocen con profundidad, y llena el 99% de su atención, dejando de lado aquello que no entienden ni comprenden pero que saben que es necesario que exista, y es lo que enseñan en las universidades y lo que mueve a los hombres de hoy.
Pero eso no es cierto. El universo conocido —al cual llamaremos Creación— y el universo desconocido —al cual llamaremos Empíreo— existen, y no hay ningún conflicto excepto el que nos pueda ocasionar nuestra ignorancia.
En la Creación existen luces, galaxias, planetas, agua, tierra, aves mamíferos, gusanos y micropartículas que se mueven dentro de burbujas o anillos de protección; salen y entran cuerpos que pueden vencer las fuerzas que les rodean y se alimentan unas de otras, mueren y vuelven a nacer. Todo ello dentro del Empíreo. el cual le sustenta pues en él está, y se mueve, la Creación, la materia, lo conocido y común.
Dentro de ese mundo creado, alejado del Empíreo donde las fuerzas nucleares son más fuertes, en lo más profundo de las tinieblas existe un ser extraño: el hombre. Un ser hecho de aquello que le rodea pero con capacidad de aceptar dentro de sí el viento que proviene del Empíreo y que ningún otro ser puede recibir; un ser con capacidad para crecer y llenarlo todo y, aún más, llegar a hacerse uno con el Empíreo.
¡Qué cosa más grande! Eso lo sabemos todos, pero se nos dice que eso es Mitología, que es de idiotas, imbéciles, fanáticos,.. y otros calificativos. Tanto que, para no ser avergonzados, preferimos hacernos como ellos y, de esa manera, vivir como los animales, el tiempo que ellos tienen de vida, y perder la oportunidad de ser parte del Empíreo haciéndonos uno con la deidad, y entrando en la eternidad.
Ese viento extraño, que sólo el hombre puede recibir, comenzó a entrar a la Tierra desde el día de Pentecostés, día en que, gracias a Jesús, por la obediencia al Espíritu venció a la muerte y entró en la eternidad con su cuerpo —tal como el nuestro pero con el sublime aliento— para ser el primero de muchos capaces de ser conteiner de esa naturaleza y ser una nueva creación, y no más un hombre sujeto a sus debilidades y penas como los demás animales.
Ahora la NASA ha encontrado que ese viento extraño ha entrado, desde no se sabe dónde ni cuándo, pero desde una distancia de 3.800 millones de años luz, con todos los visos de ser algo como para sacar todo comentario de sus sitios Web desde el mes de abril hasta finales de agosto de 2011.
Es la radiación prometida por el Padre a Jesús, quien habita y llena la galaxia, y, habiéndolo recibido del Padre, lo envía a donde está el hombre y lo tiene retenido a la altura de las capas de Van Allen: es el Espíritu Santo —o, mejor, el Sublime Aliento— sólo destinado a los compatriotas fieles para ser infundido en ellos y redimir a la creación entera, la cual espera la manifestación de los hijos de Dios, hijos del Empíreo.