Sigo con temas tratados vía e-mail allá por al año 2003, al igual que lo contado en,
Este post contiene términos que podrían resultar ofensivos para algunas personas, pero que debo usar para ilustrar los tales malentendidos y hasta para ahorrar situaciones embarazosas a quienes no sepan de ellos.
Carlos M. Padrón
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Leonardo Masina
Esta vez no va de máquinas, sino de cómo en Hispanoamérica no todos hablábamos el mismo idioma. Puede que ahora, con las parabólicas, se haya ido modificando, no lo sé.
Recuerdo los comentarios, cuando entré en IBM, de los famosos manuales técnicos traducidos en Argentina o España, pero para mí eso era prehistoria, ya que eran manuales de tabuladoras y otros hierros viejos.
Yo soy italiano, llegué a Venezuela con 9 años, volví a Italia con 12 para seguir mis estudios, y volví de nuevo a Venezuela con casi 21. Pero en ese lapso pasaba la mayor parte de mis vacaciones escolares veraniegas en Venezuela, así que para mí el «venezolano» era mi idioma, pero, lo reconozco, con muchos fallos y deficiencias.
Al año de entrar en IBM, en agosto de 1970, me mandaron a México, justo terminado el mundial de fútbol. Ahí aprendí que ciertas palabras que en Venezuela eran de uso común, en México podían sonar ofensivas. Por ejemplo, en Venezuela era muy común decir:
- «Echarse palos», que allí se interpretaba como «follar, tirar o coger»
- «Dar/pedir la cola», como «dar o pedir el trasero»
- «Tocar la corneta» (referida a la bocina del carro), como «dar una mamada»
- «Chaqueta», como «paja» (“Hacer o hacerse la chaqueta”)
Referente a esta palabra, recuerdo que, en México, Henry Meza y Trina, su esposa; Edmundo Ausmanas y señora; un par de compañeros y yo, íbamos un sábado en autobús para un mercado folclórico, y, en el trayecto, Trina y la mujer de Ausmanas iban conversando sobre unas chaquetas con una piel tan suave y tersa que era una delicia acariciarla.
Parecía un discurso hecho adrede, y de repente se levantó un hombre, que iba sentado cerca de ellas y estaba escuchando la conversación, y las insultó de mala manera, por vulgares e indecentes.
Por otro lado, había palabras mexicanas que yo no entendía, como:
- «Güero», que significa «catire o rubio»
- «Chingaó», que para los mexicanos es como decir «carajito»
- «Platicar», que significa «charlar o hablar»
Con ésta tengo también otra historia.
Un día fuimos a hacer prácticas en un cliente que se encontraba en un pueblo fuera de la ciudad, y a mediodía, aprovechando que era día de mercado, todos quisieron ir a comer ahí.
Los mejicanos empezaron a comprar varios tipos de chile y se lo comían como si fuesen cotufas, tostones o papitas fritas. Yo realmente no veía nada apetecible, y, además, había muchas moscas.
Un compañero mejicano me ofreció un chile especial, uno que se consigue muy raramente. Confiado, me lo metí en la boca, y aquello me pareció una explosión de ácido sulfúrico que me quemó toda la lengua y la boca. Resulta que, de vez en cuando, uno de esos chiles sale «venenoso» (así le dicen) y ése justamente me tocó a mí.
Lo pasé fatal, pero, como dicen los mejicanos: «Lo malo no es cuando entra, sino cuando sale». En efecto, lo pasé fatal también cuando salió, pues por poco no hecho las tripas por el trasero. Así que, al día siguiente, hecho mierda, en el verdadero sentido de la palabra, no pude ir a clases y me quedé en la cama.
A media mañana apareció una señora, ya entradita en años, para limpiar la habitación. No paraba de hablar y me contó que en esa misma habitación estaba antes un «gringo» y a veces se quedaba esperándola porque él necesitaba «platicar», y todo el discurso de la señora se centraba en el hecho de que los hombres necesitan «platicar» con una mujer de vez en cuando, etc.
Y la mujer se me iba acercando siempre más, e insinuándoseme,… pensaba yo. Inclusive me ofreció volver por la tarde. Así que yo, aunque hecho mierda, me hice el valiente y le dije que tenía que irme a IBM.
Agarré mi ropa, me fui al baño a ducharme y me escapé. Cuando llegué a la escuela aprendí que «platicar» significa «charlar»…
Otro país del cual tengo varios recuerdos y muchos viajes por motivos de trabajo, es Santo Domingo.
Ahí estaba Lliben Chea Ariza, que era una mezcla de chino y trinitaria —o sea, un chino negro— que había sido mi compañero en la escuela de México, y él también decía siempre «hijo de la chingada».
Cuando en la mañana, en el hotel, bajé a desayunar, pregunté qué jugos tenían, y me dijeron: Chinga, piña, grape fruit, etc. Eso de «Jugo de chinga» en realidad no me apetecía, y tomé otro.
En otra ocasión, siempre desayunando en un hotel, vi a un camarero servirle a otro cliente un jugo color naranja. Le pedí que me sirviera uno de ésos, y él me contestó: ¿»Jugo de chinga»?
¡Ahí fue donde aprendí que la «chinga» a que se refiere «hijo de la chingada» no tiene nada que ver con el «jugo de chinga»!
Otra vez, siempre en Santo Domingo, estábamos en la universidad (la 1130 era la máquina más culta, porque la tenían todas las universidades) y, saliendo a mediodía, Lliben iba conduciendo y yo en el otro asiento, con la ventanilla abierta.
En la esquina estaba una muchacha que me dijo: «¿Me das una bola?» (en Venezuela, «bola» es también testículo). Sinceramente, un poco sorprendido y ruborizado, me hice el loco, pero unos metros más adelante otra muchacha me dijo: «¿Me das la bola?».
La primera pudo ser un malentendido —pensé yo— pero ya dos no era casualidad, y en eso se me acercó un muchacho y también me pidió «la bola».
Le pregunté a Lliben qué era eso de que me estuvieran pidiendo «la bola», y él, inocentemente, me dijo: «Te piden si los llevas, si les das un pasaje». Y yo le contesté: «Ah, ¡me están pidiendo la cola».
A Lliben le dio un ataque de risa que hasta tuvo que bajarse del carro, porque, para él, «pedir la cola» significaba «pedir el culo».
Paolo Cavallini pidió una vez en Brasil «Huevos con persego» para desayuno, y resulta que «persego” es melocotón, mientras que al jamón le dicen “presunto», y cuidado con decirles «¡Pois no!», ya que eso no es una negación, como lo sería «pues no», sino una confirmación como «¡Cómo no!».
Pienso que todos los que hemos tenido la oportunidad de viajar por países de Latinoamérica hemos tenido también nuestros problemas de entendimiento y nos hemos enfrentado a veces con palabras que no comprendíamos, o cuyo significado no era el que nosotros conocemos.
Aquí en España, por ejemplo, al «edificio» lo llaman «finca», al «apartamento» le dicen «piso», al «piso» le dicen «planta»,… y esto es sólo una pequeña muestra.
A ver si alguien más se atreve a contar sus anécdotas con el idioma.
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Alberto López (*)
Continuando el comentario de Leo, les puedo decir que en realidad son ciertas sus aseveraciones ya que, indudablemente, todos en Hispanoamérica «hablamos el mismo idioma pero no nos entendemos», por eso de que mismas palabras tienen diferentes significados.
Por ejemplo, Leo, se te olvidó que en México cuando te dicen que tomes el «camión» uno se queda pensando “¿Cómo es que aquí no existe otro transporte?”.
Pero, ¡qué va!: lo que quieren decirte es que tomes el autobús.
Recuerdo que en una oportunidad me enviaron por tres meses a Guatemala a dictar el curso para nuevos técnicos OP de la región de Centro América.
No vean la que se me presentó, ya que tenía en el curso personas de Panamá, Honduras, Costa Rica, Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Y, por supuesto, aquello era un arroz con mango con el idioma. Tenía yo que tener mucho cuidado en qué términos usar ya que la misma palabra tenía, entre ellos mismos, significados distintos.
Empezando mi estadía en Guatemala tuve la primera experiencia con el idioma.
Al siguiente día de llegar habían preparado una recepción de bienvenida en casa de la familia de un técnico. Por supuesto, empezaron las preguntas normales de grupo en tratar de conocerse entre sí, y es el caso que la abuela y madre, dueñas de la casa, entablan conversación conmigo y, entre tantas preguntas, yo les contesto a una de ellas que «Estoy luchando por la locha» (¿se acuerdan de esta expresión muy común en Venezuela?).
Bueno, ¡qué les digo de la que se armó!, pues resulta que en Guatemala “La Locha» era la “madame” más conocida y la dueña de todos los burdeles de la capital. ¡Imagínense ustedes que yo vengo a decirles, al segundo día de estar allí, que estoy luchando por esa señora!
Igualmente, cada vez que decía «apretar» una tecla era la carcajada total ya que esa palabra indica cogerse a una mujer; según ellos, yo debía decir «apachar».
Una vez iba yo manejando y, la verdad, es que yo no “pelaba” (esquivaba) un hueco de la carretera, y al siguiente día hice en clase el comentario sobre el hueco. ¡La torta, ya que esa palabra se usa en relación con maricones! Yo debí decir «hoyos».
Y así son muchísimas las anécdotas.
Igualmente recuerdo que, cuando lo de Allende en Chile, vinieron asignados a Venezuela varios IBMistas chilenos. Es el caso que a un vendedor de OP, Iván Villalobos, a quien aquí le enseñaron (para joderlo) a decir «coñazo» como una palabra técnica para describir la intensidad del golpe que sobre el papel da la esfera de la máquina de escribir.
Bueno, pues él, creyendo que había aprendido algo nuevo y novedoso, iba de cliente en cliente diciéndoles que con cierto dispositivo el «coñazo» lo podían reducir a «coñacito», según posicionaran la palanca. Esto siguió así hasta que alguien se quejó a IBM y, por consiguiente, le aclararon a Villalobos que «coñazo» era una grosería.
Como éstas hay muchísimas. A medida que me vaya acordando las iré escribiendo.
(*) NotaCMP del 08/08/2011.- Alberto López murió en España el 28/05/2010. Q.e.p.d.
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Carlos M. Padrón
Durante mi asignación en España monté un par de cursos de IFW para gente de IBM Latinoamérica.
A uno de ellos, IBM-Argentina mandó a una muchacha, joven, alta y bonitica, que hablaba con marcado acento porteño.
El curso preveía una presentación de parte de un especialista de IBM-España, y el gerente del Sector Finanzas de allá ordenó a casi todo su personal que fuera a escuchar esa presentación.
Tuve, por tanto, que buscar muchas sillas, y para aprovechar el espacio las coloqué en el salón en filas paralelas, dejando un pasillo en todo el centro.
La única forma de tener acceso a las filas de sillas era entrando desde el extremo que daba al pasillo.
Estando el salón ya casi lleno, y a pocos minutos de comenzar la presentación, llegó un rezagado.
Sólo había dos sillas libres, y ambas estaban contiguas a la que, al borde del pasillo, ocupaba la muchacha argentina, así que le dije a ella que se desplazara un puesto hacia la pared para permitir que el recién llegado se sentara. Y ella lo hizo.
Apenas comenzó el presentador, apareció otro rezagado.
Para no interrumpir, en vez de hacerle a la argentina una petición verbal, le hice señas de que se desplazara otro puesto hacia la pared, pero ella, no sé por qué, me dijo en voz alta:
—¿Querés que me corra otra vez?
El silencio que se hizo en el salón fue algo fulminante, e igualmente fulminante fue la carcajada general que lo siguió.
Ante la cara de inocente sorpresa que me puso la muchacha, tuve que reírme también, hasta que el presentador dijo:
—Bueno, Carlos, tú verás qué haces, ¡pero no me gustaría que fuera aquí!
Y entonces sí que se armó el desmadre, que duró varios minutos.
No creo que la muchacha argentina olvide ya en toda su vida que en España “correrse” es tener un orgasmo.