[*ElPaso}– Eficaz alternativa al divorcio

21-03-2011

Carlos M. Padrón

Mientras duró el régimen franquista, el divorcio no existía en España, pero eso no era cura contra las disputas y desavenencias conyugales, ni podía evitar la separación de cuerpos, a la que, a pesar de la condena de la sociedad, llegaban algunas parejas para evitar males mayores.

Esa especie de prisión propició la búsqueda y ejecución de vías de escape —se dice que el deber de todo preso es escaparse—, que ante los críticos ojos de la sociedad del pueblo justificaran al menos la tal separación de cuerpos.

De las «soluciones innovadoras» que al respecto se usaron, sólo recuerdo la ideada y puesta en práctica por el marido de una tal Pepita, un hombre al que llamaré Juan porque, en realidad, ni lo conocí ni sé cómo se llamaba. A Pepita sí la conocí.

Juan, que además de mujeriego se daba a la bebida —tal vez por aquello de «ahogar en alcohol» los problemas que le causaba su matrimonio— solía llegar a su casa tarde y borracho, lo cual enfurecía a Pepita.

Una noche llegó no sólo más borracho que de costumbre, según parecía, sino, además, agresivo, e inició contra Pepita un ataque verbal al que ella replicó también de forma verbalmente agresiva.

Ante esto, Juan enarboló un cuchillo y se fue contra Pepita. Ella, aterrada, saltó de la cama matrimonial —que era alta, como las de entonces— mientras Pepita emitía los gritos a los que ya estaban acostumbrados los vecinos, corría por la habitación, esquivaba a Juan haciendo cabriolas sobre la cama, o pasaba por sobre ella para huir al otro lado.

Enardecido, Juan optó por separar de la pared la cabecera de la cama para poder aumentar las posibilidades de alcanzar a Pepita, quien entonces optó por huir circundando el lecho conyugal para que Juan no la alcanzara.

Cansada ya de las circunvalaciones, a veces en un sentido y a veces en el contrario, dependiendo de cómo atacara Juan, Pepita optó por la única alternativa que le quedaba, y en una ágil maniobra se metió debajo de la cama.

Apenas conseguirlo soltó un grito de un tono e intensidad tales que los vecinos, entendiendo que había ocurrido algo fuera de lo habitual y muy grave, corrieron hacia la casa para ayudar a Pepita.

Al llegar sacaron de la habitación a un Juan que ya no tenía cuchillo, y de debajo de la cama sacaron a una aterrorizada Pepita que al ser preguntada por el motivo de su horripilante grito, sin poder articular palabra señalaba hacia el lugar de donde la habían sacado.

Entendiendo que algo habría allí, uno de los vecinos se inclinó a mirar y encontró la explicación al terror de Pepita: bajo la cama había un féretro, forrado en negro y abierto, como listo para un «inquilino».

¿Cómo fue eso posible?

Juan y Pepita vivían cerca de la carpintería en la que, con madera de pino, se fabricaban los ataúdes usados en el pueblo, de los cuales tenía siempre el carpintero varios listos por cuanto hay muertes repentinas.

De alguna forma Juan se las ingenió para —sin que nadie lo viera, y mucho menos Pepita— sacar de esa carpintería uno de los ataúdes y meterlo bajo la cama.

Luego, con la llegada tarde y fingiendo estar borracho, propició la situación que obligó a Pepita a buscar refugio bajo la cama, donde encontró el «regalo» que allí había dejado Juan para ella.

Por supuesto, la opinión pública y legal fue que se separaran, y así Juan se fue a Tenerife y Pepita quedó en La Palma, llegando a un final como el famoso «Que era lo que se quería demostrar», usado en matemáticas, pero que en este caso fue «Que era lo que Juan quería».

[*ElPaso}– «Espejo de la Vida» / Poesías de Pedro Martín Hdez. y Castillo: En campaña

EN CAMPAÑA

Para el Batallón Cazadores La Palma, número 20.

I

Combatamos, españoles,
con fervor y bizarría,
con valor, con hidalguía,
con civismo hasta morir.

A luchar con decisión
por honra de nuestra España,
y el laurel de la campana
pronto habremos de lucir.

Obedientes, sin temor,
combatamos sin cesar;
pues bravura hay que mostrar
por la patria y el honor.

II

¡Guerra, guerra!, noble infante,
que la España que es tu anhelo,
la defensa de este suelo
entregó a tu abnegación.

¡Guerra, guerra!, noble hispano.
¡A luchar! ¡Iberia os llama!
Luzca enhiesto el oriflama
que es honor de la Nación.

Venceremos al bregar,
como en el tiempo mejor,
y de España el puro amor
nos sabrá recompensar.