Hilda Iluminada Díaz, aunque no es nativa Canaria es la hija del Canario Don Manuel Hernández, quien fue dueño de la finca “Nueve hermanos».
En el portal de su casa, con agradable brisa y rodeada de flores —entre ellas la violeta, muy conocida en Canarias, y la que no falta en un hogar de isleños—, Hilda me habló de cómo su padre vino a Cuba.
Hizo en poco tiempo un recuento de su niñez, de cómo su padre nunca dejó sus costumbres Canarias, de comer las frutas oriundas de allá, así como que trabajaba de sol a sol, y que era un hombre honesto.
En la finca “Nueve hermanos”, en Cabaiguán, se yergue el museo campesino, lugar donde se encuentra la más grande y hermosa carrilera de palmas del Caribe y del mundo. En total son 177 palmeras, y llama la atención la forma en que se hizo, pues allí estuvo también la mano de laboriosos Canarios quienes pusieron todo su esfuerzo y entusiasmo para sembrar esas palmeras.
Un dato curioso en esa labor fue que para ellos disponer de una medida perfecta para separar las palmeras unas de otras, colocaron una vela a tres o cuatro pasos, vela que era el punto de referencia para sembrarlas.
Este arte le da cierto aire de majestuosidad, primero a la que fuera la casa del Canario Manuel Hernández, y luego al que es hoy el Museo Campesino enclavado en el Consejo Popular Cuatro Esquinas, en Santa Lucía, en Cabaiguán.
Casa de Hilda
El lugar tiene como objetivo rescatar tradiciones de los campos toda vez que ayuda a las personas a la investigación del tema. En él se exponen y divulgan los valores patrimoniales de la cultura material campesina para el conocimiento de las nuevas generaciones, que a la vez preservan nuestra identidad. Las veladoras de la sala tienen a su cargo brindar toda la ayuda para conocer un poco más de la campiña cubana y de los Canarios que viven en ese lugar.
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Con este último testimonio concluyen estas historias de nativos y descendientes Canarios que, más que historias, son un reflejo de una pequeña parte de sus vidas.
Algunos ya han muerto y sólo viven en el recuerdo; otros continúan viviendo en esta isla que los abrigó y les dio el amor y calor humano que necesitaban.
Historias contadas por ellos y que, a pesar de que en ocasiones dejaron ver la añoranza de su terruño, también expresaron su agradecimiento a la tierra cubana, la tierra de José Martí, que les dio la oportunidad de estudiar y trabajar, de ser útiles a esta sociedad, que convirtió en realidad sus sueños de emigrantes.
Estela Hernández Rodríguez
La Habana (Cuba). Noviembre/2010


