[*Otros}– Los Canarios en América / José Antonio Pérez Carrión: Dr. Domingo Fernández de Cubas

 

Respecto a los méritos característicos que constituyen la personalidad de este eminente hijo de las Afortunadas, El Eco de las Canarias se encargara de describirlos:

«La popularidad es la nota saliente del Dr. Cubas», dice el mencionado semanario.

«A él lo conoce todo el mundo, y todo el mundo lo quiere bien».

«En su hogar es un padre tierno; en su bufete un médico amigo, consejero y confidente de su clientela; en el trato con los que dependen de él, amaba hasta la paternidad; en la cátedra, un colegial sabio; en todas partes enérgico en sus decisiones, claro y conciso para emitir su parecer, entusiasta, decidido, franco, leal, benévolo y enamorado por intuición de todas las ideas que van reformando el modo de ser de los pueblos y sirven de zapadores a la civilización y el progreso».

«Las líneas de su rostro denotan una complexión activa y enérgicamente valerosa.

Hombre de acción, debe a la naturaleza un raro equilibrio de condiciones inmejorables para luchar y salir triunfante».

«Poseyendo una inteligencia superior, dispone de una palabra elocuente, fácil, galana y vigorosa para emitir sus ideas, dándolas a luz vestidas de trajes simpáticos, cuando han de cautivar, o de corazas de acero cuando han de ser combatidas».

«Buen cuerpo, buena cabeza, buena alma y, en el carácter, grande aliento, generosas inspiraciones, tenacidad en los propósitos, constancia inquebrantable en la persecución de un fin. Tal es el Dr. Cubas».

«En la Villa de San Sebastián, capital de La Gomera, nació el tres de agosto de 1833 el hoy popular e ilustrado Dr. Domingo F. de Cubas. A los nueve años había terminado con éxito sus estudios de primera enseñanza. De esa misma edad ingresó en el Instituto de San Cristóbal de La Laguna, y en dicho establecimiento recibió el título de bachiller en Filosofía.

Entones era un joven de 21 años, ardiente, de pura sangre africana y ansioso, como buen hijo de una raza emprendedora, de surcar el piélago que continuamente bate sus rudos oleajes sobre las rocas Canarias.

Violentando la autoridad paterna, el joven bachiller se dio a la mar, y en el año 1854 pisó por primera vez los muelles de la ciudad de La Habana, e ingresó en la Universidad de La Habana matriculándose en la Facultad de Medicina.

El Dr. Domingo León y Mora fue uno de sus catedráticos al par que una de las inteligencias perspicaces que adivinaron lo mucho que podía esperarse de las valiosísimas dotes de inteligencia y de carácter de su joven compatriota. Más de una vez vaticinó que aquel escolar era uno de los hombres llamados a marchar en las primeras filas del ejército social.

Cubas estudio con fe, y trabajó cuanto fue necesario para coronar sus esfuerzos, que algo se vieron recompensados en 1863 cuando recibió el grado en la licenciatura y se le abrió con ese galardón el camino amplio de la ciencia para lograr un puesto predilecto.

Su inteligencia, su bello carácter, su laboriosidad y ese don especialísimo que posee don de vida y animación, le granjearon pronto una buena clientela.

En 1876 recibió la muceta del doctor y el nombramiento de catedrático y rector interino de la Universidad Literaria de Cuba. En 1877 fue nombrado en propiedad catedrático de Patología General.

En 1884 fue nombrado catedrático de la de ascenso, haciéndose estimar siempre de sus discípulos, a quienes trataba en la cátedra como amigos, en la calle como compañeros, y, en el fondo de su alma noble, como a sus propios hijos.

Ha sido director del Hospital San Felipe y Santiago, médico del Hospital Militar durante la nunca suficientemente llorada Guerra Civil que arruinó a este país, dejando a su paso peor huella que la del caballo de Atila.

Nuestro doctor ha sido también médico de Mazorra.

Es miembro de la Junta Superior de Beneficencia, de la Real Sociedad Económica, de la de Estudios Clínicos de la Antropológica, de la de Socorros Mutuos de Médicos, y, hasta hace poco, perteneció a la Junta de Gobierno del asilo La Misericordia.

La Sociedad de Beneficencia Canaria y Protección Agrícola se honra por tenerle por uno de sus socios más preeminentes, siendo uno de sus fundadores. Desde su inauguración —dos de marzo de 1872— viene formando parte de su directiva ya como vocal, secretario y presidente durante la larga serie de cinco años.

El doctor Cubas es presidente honorario a perpetuidad de tan respetable corporaci6n.

En una palabra: en las suscripciones, casi continuas, que se han promovido en este hospitalario país, este hijo de las Canarias ha dejado bien puesto su nombre demostrando sus sentimientos altamente caritativos.

Seria tarea interminable, como dice El Pilareño del seis de febrero de 1887, describir uno por uno los infinitos rasgos que colocan a nuestro eminente comprovinciano en primera línea, entre los que han sabido, a la par que honrar al país que tuvo la dicha de mecer su cuna, sacrificarse también en aras de la tierra de sus antecesores, que sería bastante menos infortunada si contara con muchos caracteres de tan noble temple y de sentimientos tan humanitarios como lo es el esforzado émulo a quien no nos cansaremos de citar como modelo de caballerosidad y de almas levantadas, como otro de nuestros comprovincianos, el nunca bien llorado Domingo de León y Mora.

Pero para cerrar estos apuntes históricos y biográficos del Dr. Cubas, diremos que donde más hemos notado su carácter enérgico, expansivo y eminentemente patriótico fue en las distintas comisiones que, en unión de sus apreciables compañeros de la Asociación Canaria, Dres. Gordillo, Valencia, Falangón y Martell, tuvo que desempeñar ante el Círculo de Hacendados de La Habana y ante el poderoso Conde de Casa Ibáñez, secundados por sus comprovincianos Miguel Castañeda, Guillermo Zamora y Salazar, Antonio Fernández, Nicolás Martorano, Francisco Pérez Delgado, Francisco Medina, Ramón Torrens, Leandro Díaz, Antonio Moreno, Santiago Milián, Vicente Moreno, Francisco Mallorquín, Enrique Martínez, Penichet, Falcón, Tiburcio Carvajal, Tomás Hernández, y tantos otros benemeritísimos comprovincianos que sería cansado enumerar aquí y de los cuales pensamos ocuparnos al tratar de la inmigración a Cuba y de la colonización agrícola en general. Pues jamás asociación alguna de colonización en América se ha colocado a tanta altura.

Igualmente diose a conocer la energía y carácter humanitario de nuestro biografiado Dr. Fernández de Cubas ante el Consejo Militar del 27 de noviembre de 1871 —cuando tuvieron lugar los graves y comprometidos sucesos de aquella luctuosa fecha— defendiendo la inocencia de nueve jóvenes estudiantes que iban a ser ejecutados, como efectivamente lo fueron en el campo de la Punta, acusados de haber cometido actos de sacrilegios en el Cementerio de Espada.

En ese memorable día que quisiéramos borrar de las páginas de la historia, el catedrático canario estuvo a punto de ser víctima de los perturbadores en el momento de salir del Consejo.

Aunque tarde, el tiempo ha venido a dar la razón al hijo de las Canarias, siendo ésta la mejor página que en su larga vida ostentará su hoja biográfica.

¡Qué remordimiento de conciencia, que rechinar de dientes no habrían sufrido aquéllos que en un momento de obcecación trataron de echar por tierra las glorias adquiridas, durante muchos años, por la nación ibérica, hidalga y generosa!… ésos que, mal aconsejados los unos y empujados los otros por la fuerza irresistible de un sentimiento secreto extraviado, pedían con desaforados gritos la última pena para unos inocentes jóvenes, y para el ilustrado y valiente hijo de las Afortunadas, Dr. Cubas, que, irrespetuosamente proclama ante el Tribunal Militar la inocencia de sus discípulos.

Se ha dicho y afirmado por algunas personas que el hecho de que nos ocupamos manchaba el uniforme del cuerpo de voluntarios de La Habana. ¡No! De ninguna manera. Puede sólo decirse que aquello fue un acontecimiento aislado, ¡pero de terribles consecuencias!

Nosotros hemos conocido a muchos conciudadanos, honrados padres de familia, que protestaban desde el seno del hogar contra semejante determinación. Mas, había cierta corriente subterránea, que no nos hemos podido explicar a ciencia cierta, que precipitó los sucesos, y el río se desbordó produciendo los efectos que se lamentan ahora, y quisieran, a costa de cualquier sacrificio, borrar de los anales de Cuba».