[*Drog}– ¿Por qué se termina el amor?

Es esperanzador comprobar que cada día se alzan más y más voces alertando sobre los riesgos del enamoramiento (para mí, drogamoramiento), la necesidad de entender qué es amor y qué es lo que se le parece, o se quiere hacer pasar por él, pero no es.

En el artículo que copio al final destacan algunos pasajes que encuentro muy acertados, y creo que vale la pena profundizar en los párrafos en que están los pasajes que repito —y a veces comento— a continuación.

El enamoramiento (= drogamoramiento),

  • Es un estado de atracción y pasión que suele durar entre seis meses y dos años
  • Es un hechizo fisiológico que nos nubla la razón y distorsiona la realidad de tal modo que no vemos al otro tal como es, sino como nos gustaría que fuese.
  • En base a esta visión deformada, muchas personas se comprometen, se casan o toman otro tipo de importantes decisiones.
  • Es una trampa de la Naturaleza para llevarnos a perpetuar la especie, y en esa trampa la sociedad ha puesto un paso intermedio llamado matrimonio.

Confusión entre amar y querer. Queremos cuando sentimos un vacío y una carencia que creemos que el otro debe llenar con su amor. En cambio, amamos cuando experimentamos abundancia y plenitud en nuestro interior, convirtiéndonos en cómplices del bienestar de nuestra pareja.

«Amor» es una palabra maltratada por la sociedad. No sólo se la confunde con enamoramiento (= drogamoramiento) sino con sentimientos amorosos, cayendo así en un error que ha producido, y produce, mucho dolor a muchas personas. Algún día, repito, la sociedad deberá hacer algo al respecto.

El amor no es un sentimiento. Muchos creen que sí lo es y, en consecuencia, rompen una relación cuando ya no tienen sentimientos amorosos hacia su pareja. Pero esos sentimientos surgen como consecuencia de actitudes y comportamientos amorosos, o sea, que son efecto, no causa.

Como ya he comentado en otros artículos de esta sección, el amor es trabajo, y requiere dedicación y cuidados, como si fuera una flor que, para que brote, necesita, cada día, ser regada con agua, nutrirse de varias horas de sol, y ser mimada con dosis de ternura y cariño.

Cuando no se entiende y practica esto, muchas parejas terminan encerrando su amor en la cárcel de la dependencia emocional, creyendo erróneamente que el otro es la única fuente de su felicidad. Es entonces cuando aparecen en escena el peligroso apego (creer que sin el otro no se puede vivir), los celos (tener miedo de perder al compañero sentimental), la posesividad (tratar al otro como si nos perteneciera) y el rencor, que nos lleva a sentir rabia, e incluso odio, hacia nuestra pareja, creyendo que es la causa de nuestro malestar.

La realidad que el drogamoramiento no quiere ver, porque su componente de droga no se lo permite, es que la supervivencia de la pareja radica en que tanto él como ella puedan decirse

«Yo soy yo, tú eres tú. Yo no vine a este mundo para vivir de acuerdo a tus expectativas. Tú no viniste a este mundo para vivir de acuerdo con mis expectativas. Yo hago mi vida, tú haces la tuya. Si coincidimos, será maravilloso. Si no, no hay nada que hacer».

Y terminado este resumen, que es para mí la esencia del artículo arriba mencionado, aquí va la reproducción completa de ese artículo.

Carlos M. Padrón

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06/06/2010

Borja Vilaseca

¿Por qué son tan complicadas las relaciones? ¿Por qué provocan tanto dolor y sufrimiento? ¿Por qué se termina el amor?

Todos deseamos amar y ser amados. Sin embargo, muchas relaciones afectivas terminan convirtiéndose en sinónimo de rutina, conflicto y sufrimiento. A pesar de nuestras buenas intenciones, muy pocas parejas logran mantener encendida la llama del amor con el paso del tiempo.

Por muy duro que pueda parecer, cada vez más expertos afirman que todo esto sucede porque, en primer lugar, el amor nunca existió. Así lo piensa y lo escribe la reconocida terapeuta Louise L. Hay, autora de «Usted puede sanar su vida» y «El poder está dentro de ti».

Acerca del amor, Hay afirma: «Si bien al principio confundimos con el enamoramiento, más adelante volvemos a equivocarnos, creyendo que el amor es el sentimiento amoroso. Muchas personas dejan de amar a sus parejas porque ya no tienen sentimientos de amor hacia ellas. Es un enfoque victimista y reactivo. Más que nada porque los sentimientos surgen como consecuencia de nuestras actitudes y comportamientos amorosos. Para amar de verdad debemos asumir la responsabilidad de crear este tipo de conductas, desarrollando nuestra proactividad al servicio de la relación».

El quid de la cuestión radica en que es imposible amar a los demás si primero no nos amamos a nosotros mismos, sostiene Hay. Debido a nuestra falta de autoestima, buscamos en nuestro compañero sentimental el cariño, el aprecio, el reconocimiento y el apoyo que no nos damos a nosotros mismos.

Pero, ¿qué es, entonces, la autoestima? Etimológicamente, se trata de una sustantivo formado por el prefijo griego autos, que significa ‘por sí mismo’, y la palabra latina aestima, del verbo aestimare, que quiere decir evaluar, valorar, tasar.

Así, la autoestima se define como la manera en la que nos valoramos a nosotros mismos. Y no se trata de sobre- o subestimarnos, sino de vernos y aceptarnos tal como somos. Éste es el viaje que propone el autoconocimiento y el desarrollo personal, dos procesos cada vez más integrados y demandados en nuestra sociedad.

Es como escribió el filósofo John Gray en «Los hombres son de Marte, y las mujeres, de Venus», porque, a pesar de formar parte de la misma especie, somos diferentes biológica, física y psicológicamente.

El experto en psicobiología, David Deida, autor de «El camino del hombre superior» y «En íntima comunión», explica que la posibilidad de unirnos, e incluso fusionarnos emocional y sexualmente, pasa por comprender y aprovechar esta diferencia para poder así complementarnos como pareja,

Después de una década dirigiendo proyectos de investigación en la Universidad de California, Deida ha concluido que una de las claves para que las relaciones perduren es mantener encendida la pasión sexual. Para que la atracción y el deseo no se desvanezcan, es necesario que uno de los dos amantes encarne y potencie el rol masculino (vigorosidad, fuerza e iniciativa) y el otro el femenino, en el que destaca la afectividad, la empatía y la receptividad.

Según Deida, existen dos tipos de esencias sexuales, la masculina y la femenina, que no necesariamente se corresponden con el hombre y la mujer, sino con el rol que desempeñan en la pareja. A la esencia sexual masculina le mueve buscar la libertad a toda costa, invierte mucho tiempo y energía en conseguir diferentes metas y objetivos. Es la encargada de dar seguridad y dirección a la relación. La prioridad de la esencia sexual femenina es la búsqueda de amor, cariño y complicidad en su mundo de relaciones afectivas, encabezadas por la que mantienen con su pareja.

En opinión de Deida, en la medida en que los amantes se polarizan, conociendo y respetando sus diferencias, la atracción, el deseo y la pasión sexual no sólo crecen, sino que se vuelven sostenibles con los años. Para lograrlo, la esencia sexual masculina debe trascender su obsesión por la libertad, dedicando más tiempo y energía para cuidar su vínculo afectivo.

Por su parte, la esencia sexual femenina ha de vencer su anhelo de ser amada, aprendiendo a ser más autónoma e independiente emocionalmente, y dejando espacios para no ahogar a su pareja. Cuanta más libertad goza la relación, más posibilidades existen de que florezca el verdadero amor, concluye Deida.

«No puedo vivir contigo ni sin ti». Éste es el estribillo de una conocida canción del grupo de rock U2, tocada en directo por primera vez el 4 de abril de 1987. Dos décadas más tarde, la prestigiosa revista Rolling Stone la consideró una de las 500 mejores canciones de todos los tiempos. A día de hoy se ha convertido en un canto universal sobre nuestra incapacidad para estar en pareja.

Por más que nos esforcemos, nos cuesta mucho vivir con la persona que amamos; y por más que lo intentemos, tampoco soportamos hacerlo sin ella. Nos guste o no, solemos quedar atrapados por esta disyuntiva. Eso sí, a pesar del dolor y del sufrimiento que experimentamos cuando terminan nuestras relaciones sentimentales, jamás nos damos por vencidos. No importa la edad que tengamos, ni siquiera nuestro currículo afectivo. Al igual que Miguel Elipe, ninguno de nosotros quiere renunciar a amar y ser amado.

Muchos afirman que el amor es algo que no puede buscarse, sino que termina por aparecer en nuestra vida. Sin embargo, es tal la necesidad de compartir nuestra existencia con alguien, que en los últimos años están proliferando las agencias matrimoniales y los centros de relaciones personales. Cupidos profesionales que cuentan con más clientes cada vez debido a la falta de tiempo y dedicación para crear nuevas relaciones afectivas.

Este tipo de agencias elaboran un perfil psicológico de los interesados y, a partir de ahí, hacen una selección de candidatos que podrían funcionar como pareja; se les proporciona un número de teléfono y ya pueden establecer la primera cita. Se asegura que sólo se necesitan unos minutos para que las dos partes corroboren si existe una cierta química emocional, física y sexual. Esto es algo que un computador jamás podrá determinar.

La experiencia de Isabel Lerin y Tomás Suc demuestra que el verdadero amor se sustenta bajo tres pilares:

La responsabilidad personal, que consiste en que cada amante se haga cargo de sí mismo psicológicamente.

La interdependencia. Una vez conquistada la autonomía e independencia emocional, el aprendizaje radica en construir una convivencia constructiva, honesta y respetuosa; y, por último,

Valorar y disfrutar de la persona con la que compartimos nuestra vida, tal como esa persona es.

Esto es precisamente lo que escribió el médico neuropsiquiatra y psicoanalista Fritz Perls, creador, junto con su esposa, Laura Perls, de la terapia Gestalt: «Yo soy yo, tú eres tú. Yo no vine a este mundo para vivir de acuerdo a tus expectativas. Tú no viniste a este mundo para vivir de acuerdo con mis expectativas. Yo hago mi vida, tú haces la tuya. Si coincidimos, será maravilloso. Si no, no hay nada que hacer».

Si hoy por hoy nuestras relaciones están marcadas por la rutina, el conflicto y el sufrimiento es porque nadie nos ha enseñado a amar. Pero éste, como cualquier otro arte, se aprende a base de practicar y cometer errores. Algunos han descubierto que el amor es como la semilla de una flor. Para que brote, exhale su aroma y ofrezca sus frutos a la vida, requiere cuidados diarios.

Al igual que la flor, el amor necesita, cada día, ser regado con agua, nutrirse de varias horas de sol, y ser mimado con dosis de ternura y cariño. El reto de cada pareja consiste en convertir esta metáfora en una realidad, explorando en cada caso cuál es la mejor forma de conseguirlo. Nunca hemos de olvidar que, tarde o temprano, cosecharemos lo que hayamos sembrado.

El amor es una palabra muy maltratada por la sociedad. Tanto es así que, en un primer momento, suele confundirse con el enamoramiento. En opinión del psicólogo clínico Walter Riso, experto en relaciones de pareja,

«El enamoramiento es un estado de atracción y pasión que suele durar entre seis meses y dos años, y está estrechamente relacionado con nuestra necesidad biológica de procreación. Dicho de otra manera, es la trampa en la que caemos cuando vivimos condicionados por nuestro instinto de supervivencia. Durante este periodo nos obsesionamos con la persona amada, queriendo estar a su lado todo el tiempo y a cualquier precio. Es como un hechizo fisiológico que nos nubla la razón, volviéndonos adictos al objeto de nuestro deseo. A nivel psicológico, el enamoramiento nos lleva a distorsionar la realidad, proyectando sobre nuestra pareja una imagen idealizada, y cegados por un intenso torbellino emocional que sentimos en nuestro corazón, no vemos al otro tal como es, sino como nos gustaría que fuese».

Y en base a esta visión deformada, muchas personas se comprometen, se casan o toman otro tipo de importantes decisiones que son determinantes para su futuro afectivo, sostiene Riso, autor de «¿Amar o depender?», «Amores altamente peligrosos» y «Los límites del amor».

Una vez se desvanecen los efectos del enamoramiento, los amantes empiezan a verse tal y como realmente son, y es entonces cuando comienza la verdadera relación de pareja, pudiendo cultivar un amor sano, nutritivo y duradero, señala Riso. En este punto del camino es donde se pone de manifiesto el auténtico compromiso de la pareja.

La paradoja inherente a nuestros vínculos afectivos es que todos deseamos ser queridos, pero ¿cuántos amamos realmente? Y es que una cosa es querer, y, otra muy distinta, amar.

A juicio del psicólogo clínico Walter Riso: «Queremos cuando sentimos un vacío y una carencia que creemos que el otro debe llenar con su amor. En cambio, amamos cuando experimentamos abundancia y plenitud en nuestro interior, convirtiéndonos en cómplices del bienestar de nuestra pareja».

A menos que cada uno de los dos amantes se responsabilice de ser feliz por sí mismo, la relación puede convertirse en un campo de batalla. Dice Riso que, «De hecho, muchas parejas terminan encerrando su amor en la cárcel de la dependencia emocional, creyendo erróneamente que el otro es la única fuente de su felicidad.

Es entonces cuando aparecen en escena el apego (creer que sin el otro no se puede vivir), los celos (tener miedo de perder al compañero sentimental), la posesividad (tratar al otro como si nos perteneciera) y el rencor, que nos lleva a sentir rabia, e incluso odio, hacia nuestra pareja, creyendo que es la causa de nuestro malestar».

Y por si fuera poco, se sabe que cada conflicto que mantenemos con nuestra pareja deja heridas en nuestra mente y en nuestro corazón. Además, con el tiempo, nuestro cerebro va tejiendo una red neuronal en la que se archivan todos esos desagradables episodios de violencia psicológica, señala este experto.

Ésta es la razón por la que, a veces, cuando la relación está muy deteriorada, basta un simple comentario para que iniciemos una nueva y desagradable discusión. Lo cierto es que Riso ha trabajado con parejas que, más allá de separarse, han terminado literalmente destruyéndose.

Es curioso es que buena parte de las separaciones se producen en septiembre, justo después de las vacaciones. Se dice que es cierto que la rutina laboral y conyugal devora día tras día cualquier posibilidad de nutrir el amor en la pareja, pero también lo es que esa misma rutina les mantiene ocupados y distraídos.

Por eso, cuando los amantes conviven de forma intensiva durante varias semanas seguidas, es el momento en el que pueden acabar reconociendo que ya no se soportan más, y es entonces cuando la separación puede convertirse en un proceso alquímico, transformando el amor en odio.

El País

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