[*Otros}– La ermita de San José de Santa Cruz de La Palma

28-02-09

José Guillermo Rodríguez Escudero

Se desconoce el año de su fundación, pero el codicilo otorgado por el capitán Juan del Valle el 24 de febrero de 1609 ante el escribano Tomás González, indica que el mencionado caballero dejaba veinte doblas “para ayuda de hacer la ermita del Señor San José, que está comenzada, abajo del Convento de Monjas de Señora Santa Águeda de esta ciudad”.

Antes de confirmar aquel hecho, se conocieron varias conjeturas acerca del posible año de su fabricación. Siguiendo, por ejemplo, las crónicas del alcalde constitucional Lorenzo Rodríguez, éste argumenta que la ermita tuvo que haber sido fundada después de 1557, porque es en esa fecha cuando al barrio donde está ubicada la iglesia se le llama “Los Lordelos”, según se aprecia en la fundación de la capellanía que hizo Catalina Hernández de Los Lordelos en aquel año.

 

También se comprueba con la data para la fundación del convento de San Francisco de Asís ante Pedro Belmonte el 22 de noviembre de 1508, donde también se designa como “Barrio de San José”, de ahí el fundamento de su suposición.

En otro codicilo, el carpintero Gaspar Núñez encargó en 1612 a su esposa que, cobrada una herencia en Cabo Verde, se diesen 100 ducados de limosna “para ayuda a la obra que se haze de la ermita de señor San Jusepe”.

No obstante, se sabe con certeza que en el siglo XVII fue reedificada la nave, y a principios del siglo XVIII la capilla mayor, que actualmente ocupa el recinto de la primitiva ermita.

La iglesia fue fundada por la hermandad gremial más antigua de la capital palmera —formada por carpinteros, albañiles y pedreros, según parece—, por bula del Papa Gregorio XIII, dada en Roma en 1584. Los afiliados se regían por sus propias constituciones que reglamentaban el culto a su protector, el socorro mutuo y la fraternidad entre los agremiados y sus familias.

Se nombraba a un mayordomo cada dos años quién era facultado para la administración y la preparación de los cultos al Santo Patrón, tanto su fiesta como su octava, intentando conseguir el mayor lucimiento. Se llegaba incluso a pedir limosnas por la calle para que las festividades mejoraran cada vez más.

 

Esta cofradía decidió erigir un recinto propio para honrar a San José (recinto único en su género en Canarias), prueba de la preponderancia social que alcanzó el gremio.

Estaba antes radicada en la Parroquia Matriz de El Salvador de esta ciudad, por lo que se aprecia en su libro de cuentas de 1642. Fue anterior a la de San Gonzalo, compuesta por los oficiales toneleros, establecida en el Convento de Santo Domingo en 1577; también que la de San Telmo, que reunía a los mareantes desde 1591; y la de San Crispín y San Crispiniano, formada en 1605 por los zapateros, que hacían la fiesta de estos Santos cada 25 de octubre, su onomástica. Al fin llegó a tanta decadencia, que el Lcdo. Juan Pinto de Guisla, siendo Visitador de La Palma, la suprimió en 1688.

Humilde y modesta en sus orígenes, la ermita de San José fue poco a poco siendo mejorada por el excelente trabajo y celo de los cofrades, oficiales carpinteros y albañiles. Así, consta que en 1629 hacía falta cubrir la capilla con madera, para lo cual rápidamente fueron entregadas dos docenas de madera ofrecidas por el pedrero Juan Fernández para “acabar la obra comenzada que está a tanto riesgo de caer”.

También en 1631, el mayordomo Gaspar González declaró en su testamento que se le debían al Capitán Jaques de Brier unos 390 reales del resto de la teja que le había comprado para techar la iglesia, así como otros 16 reales que se le adeudaba al platero Pedro Leonardo de Santa Cruz “por unos ladrillos de España que le di que eran de la dicha hermita”.

 

Después de haber construido la sacristía en 1666 (siendo maestro de albañil Matías Rodríguez), el cañón de la iglesia (quedando la primitiva ermita como capilla mayor, dividida por un arco en presbiterio y antepresbiterio), el coro (por el carpintero Baltasar de los Reyes y el albañil Manuel de Párraga), el magnífico campanario de cantería roja (bajo la mayordomía del cantero Agustín Hdez Socarrás), la pieza de la puerta de la sacristía (labrada en 1660 por el cantero Francisco Sánchez Carmona), y así un largo etcétera, finalmente en 1686 el licenciado Pinto de Guisla, en su visita a la ermita, hace constar: “aunque el edificio es nuevo, según las noticias que hemos hallado, fue primero ermita lo que es hoy capilla y después se acrecentó el cañón de la iglesia haciendo arco que divide la capilla con bastante capacidad…”.

Después de las obras de elevación de las paredes de la capilla mayor, del nuevo arco de cantería en 1701, la techumbre de la capilla en 1703, y alguna que otra más, se terminó de configurar la ermita, tal y como la conocemos hoy en día, erigiéndose como la más amplia de la ciudad. Tuvo un gran esplendor. Lo reflejaban sus retablos e imágenes, sus altares y los objetos de cultos.

Todo este tesoro fue trasladado a la vecina iglesia del ex convento franciscano, en la segunda mitad del siglo XX, quedando como lo hemos conocido hasta el año 2006, cuatro paredes blancas sin resto de su glorioso pasado, convertido en almacén de tronos de esa iglesia y de ropa para Cáritas, así como de salón de reuniones de las cofradías. Un lamentable fin para un templo con mucha historia y que marcó el devenir de fe de muchas familias y de todo un barrio y de una orgullosa ciudad. Afortunadamente, como veremos más tarde, tras ese año se puso nuevamente al culto.

 

El retablo mayor de la ermita, fabricado en 1757 por los hermanos carpinteros, con remate semicircular a la manera lusitana, pasó a la Parroquia de San Francisco.

En sus dos únicas hornacinas se hallaban entronizadas las dos imágenes titulares de ese Real Exconvento: en la central del primer cuerpo, la talla del Santo de Asís, y en la central del segundo, la efigie flamenca de la Inmaculada Concepción.

Los cuadros que decoran este retablo pertenecen a “Santa Ana” y “San Joaquín”, otro de la “Huida de Egipto” y la “Visita de Santa Isabel”.

Un ejemplo del fervor y devoción que la sociedad palmera de entonces demostraba a San José, fue lo que el mencionado Alcalde narraba en sus “Notas”; un hecho que conmocionó a toda la isla, concretamente el 18 de marzo de 1705, víspera actual de la onomástica del Santo: “Se siente un gran terremoto y temblor de tierra que puso en consternación al vecindario, motivo por El cual acordó el Cabildo sacar en prosecion general al Patriarca San José”.

Recordemos otro suceso. Cuando se incendiaron varias casas en el casco urbano de la capital palmera, la Virgen de Las Nieves tuvo que regresar a Santa Cruz de La Palma justo cuando llevaba la mitad de su Subida al Santuario, ante la petición del pueblo asustado. Corría el mes de febrero de 1770. Una vez detenida la imagen de la Patrona ante el pavoroso incendio, “que arruinó en poco más de tres horas catorce casas…”,

el viento cambió de rumbo y se extinguió. El Personero del Común solicitó al Cabildo que se celebrara solemnemente una “acción de gracias” con la imagen de San José el día de su Patrocinio, el 6 de mayo, “por desagravio de haber celebrado acuerdo por no asistir a su fiesta el 19 de marzo, como tenía obligación el Ayuntamiento”. Se hizo la función con asistencia del “Glorioso Señor San José, que le trajo en procesión de su Ermita y quedó dispuesto que Nuestra Señora se restituyese el día siete a su Iglesia”.

 

La bella imagen policromada y dorada del Patrono data del siglo XVII, y su iconografía nos lo muestra joven, de barba y cabellos largos negros de raya en medio, en una escena de la infancia de Jesús y, como es frecuente después del Renacimiento, tiene a su Hijo de la mano, con un largo bastón florido de plata (por influencia de los apócrifos) y unas herramientas de carpintero del mismo material, el cepillo y la sierra, de cuya profesión es el patrón.

Es perceptible una serena y dulce belleza del rostro. Mira de soslayo a su Hijo y sus ropajes dorados y policromados dejan entrever un bien tallado calzado. La capa que cae sobre sus hombros hasta los talones sin tocar el suelo sugiere el movimiento de la imagen, junto con la incipiente inclinación de su torso y el pie izquierdo adelantado.

Jesús aparece con una mirada melancólica, tocando con su mano izquierda la derecha del Santo. Más que agarrarla, la acaricia, y su mirada de ojos claros se pierde en el horizonte, si bien aparentemente es a su Padre a quien contempla.

Sus cabellos son rubios; el atuendo dorado posee unas amplias mangas recogidas en el antebrazo y un gran escote que cae sobre su hombro derecho, mostrando una piel blanca y reluciente.

También Jesús está en movimiento, acompañando a San José en su caminar. Lo sugiere la posición de la mano derecha, extendida, y la caída de su largo atuendo, con pliegues transversales hasta el suelo.

Si uniéramos imaginariamente con una línea la mano derecha del Hijo, con la mano izquierda del Padre, apreciaríamos una muy bien hecha raya oblicua, tal es la precisión y estudio matemático hecho por el artista de este magnífico grupo escultórico.

 

La peana sobre la cual se erigen las dos efigies fue cubierta con planchas de plata repujada a expensas del Juez de Indias, don José Valcárcel de Lugo, que hizo grabar la siguiente inscripción: “Dierala el ssor jues de yndias Dn Joseph Balcarze y Lugo y su muger la Sa Dña María Monteverde y Briel año de 1752”.

Perteneciente a esta ermita, ahora custodiado en el templo franciscano, es el cuadro atribuido al pintor palmero Juan Manuel de Silva titulado “El Patrocinio de San José”, afín a su estilo y a los estereotipos formales (ángeles, rostros, calidades textiles) que tanto caracterizan su producción.

La figura del Santo, que protege bajo su manto a los representantes de la Iglesia y de la Corona Española, presenta el mismo curvo desplome de la imagen grabada. Sin embargo, según el Libro de Cuentas de la ermita —que estuvo durante un tiempo bajo la tutela de la Hermandad del Santísimo de la parroquia de El Salvador— tal vez se trate del lienzo que llegase a principios del siglo XVIII desde México y sea obra de José de Zalcíbar. Un punto éste que habrá que investigar más profundamente.

Actualmente la imagen de San José se encuentra nuevamente entronizada en su ermita, pero en un altar efímero que había sido construido con motivo de las Fiestas de La Cruz, en el Llano homónimo de esta ciudad.

También se encuentran, sobre sendas peanas, las esculturas de candelero de la Virgen de La Rosa, vestida a la manera de la Patrona de La Palma, con un traje donado por doña Ambrosia Kábana de Cáceres; y también Nuestra Señora de La Estrella del Mar. Ambas contaban con sus propios altares.

 

Se conserva el de esta última imagen mariana en la iglesia de San Francisco, capilla colateral del Evangelio, con la talla de San Roque, la más antigua de este santo en el Archipiélago. La Virgen de la Estrella del Mar porta un Niño Jesús y una estrella de plata en una mano y fue colocada por don Ambrosio Rodríguez de La Cruz, quien en 1745 “erigió altar en la ermita de San Joseph su esposo, por estar inmediata a mi casa y no ser su menos devoto”. Este caballero, rico navegante, muy devoto de esta Virgen marinera, puso su navío bajo su protección. Donó una campana y dos atriles de carey y mitad del hermoso retablo mayor, rojo y dorado. No contento con estas donaciones, prometió en 1741 al Santo José, unos 100 pesos escudos si el navío del capitán Francisco Amarante, que se hallaba arribado en el puerto de La Guaira, llegaba a “salvamento a España”.

Esta bella ermita, considerando su estado exterior, que no al interior, mientras lamentablemente estuvo cerrada al culto y a la entrada del gran público, hubiera sido un recinto extraordinario que pudiera albergar el tan anhelado “Museo de Arte Sacro” para Santa Cruz de La Palma.

También pudiera colocarse en él el “Museo de la Plata” —por ejemplo—, con expositores que mostraran toda la grandeza de un pasado sin parangón, cuyas riquezas, atesoradas y custodiadas en ermitas dispersas de la isla o de la ciudad, unas mejor cuidadas que otras, unas más destrozadas que otras, darían una buena respuesta a un gran interés social, teniendo en cuenta que no existe otra isla canaria con tales muestras de plata indiana, entre otras muchas cosas.

Cada vez que se ha hecho una exposición de arte sacro, recordemos la Magna Palmensis en las Fiestas Lustrales de 2000, ha sido un gran éxito. Es hora ya de ir subsanando estos errores históricos.

Con motivo de las obras de restauración de las cubiertas de la vecina parroquia de San Francisco de Asís, en mayo de 2006 se han trasladado la mayoría de imágenes y utensilios de culto a la ermita de San José que así ha recuperado parte de la ostentación y belleza que le eran tan familiares. También se habla de volver a colocar el retablo mayor de esa parroquia en el testero de la ermita, de donde nunca debió haber salido.

Sus campanas han vuelto a repicar alegremente anunciando a propios y a extraños las celebraciones intramuros. En octubre de 2006 sonaron en honor a San Francisco, y en diciembre a la Inmaculada, primeras procesiones que tuvieron lugar en el bello e histórico recinto, tras tantos años de olvido y desidia.

***

BIBLIOGRAFÍA

  • FERRANDO ROIG, Juan: Iconografía de Los Santos.
  • FRAGA GONZÁLEZ, Carmen: La Arquitectura Mudéjar en Canarias.
  • LORENZO RODRÍGUEZ, Juan Bautista: Noticias para la Historia de La Palma.
  • PÉREZ MORERA, Jesús: Bernardo Manuel de Silva.

Deja un comentario