[Col}– Los cuentos y las brujas / Estela Hernández Rodríguez

23-10-2009

Estela Hernández Rodríguez

Las fuentes también tienen otras historias en Canarias”, según contaba mi abuela Lola, esta vez y en aquel entonces, en la modesta sala de mi casa.

Con estos cuentos nos alimentaba del saber. Aunque no había dinero para comprar libros en aquella época, en casa teníamos dentro de la familia a la mejor narradora, pues sus anécdotas eran naturales y originales y, en verdad, a nosotros los más chicos, nos encantaban.

Volviendo a las fuentes, ella decía que en Canarias existían leyendas de que éstas eran lugar de visita de las brujas y sobre ello pude saber también por otros amigos de ese archipiélago que, si no conocían el tema, contaban algo sobre éste.

Mi abuela nos decía que había mujeres que poseían poderes y que éstas se reunían en las fuentes todos los viernes, el mejor día para ese tipo de reuniones. Otros cuentan que esas mujeres danzaban y daban patadas en el suelo, lo cual era una de sus características. Las personas que vivían por esos alrededores respetaban esas costumbres pues se señalaba que esas mujeres podían hasta hacer desaparecer a las personas, de ahí que se conocieran con el nombre de brujas.

En las noches de luna llena, y sobre todos los viernes, estas mujeres se encontraban y era entonces cuando podían expresar sus dotes de entendedoras de lo misterioso, de aquello de lo cual les era prohibido decir y hacer en cuanto a hechicería, en una época en que no a pocas les costó la vida.

Alguna de esas brujas quizás se verían, como siempre las han retratado, con ojos grandes, negros y profundos, inspirando hasta miedo. Podríamos hasta ponerle nombre a ésta de quien les cuento ahora, y me gustaría que el nombre fuera Toñica, quizás por el recuerdo de una isleña que, en la más occidental de las provincias cubanas, poseía ese arte de curar con sólo agua y que también tiene una historia que podré contar más adelante.

Toñica era una de esas mujeres que, aunque se reían de ella y le gritaban a su paso, nada tenía que ver con la del cuento de Blanca Nieves, porque al final Toñica no hacía daño, ni daba manzanas envenenadas; sólo trataba de curar.

Otras de esas mujeres curanderas lo hacían, pero de otra forma, y cuando había un niño con una indigesta, allí iban a pasarle la mano por el estómago (hoy contraindicado) y con cebo de carnero tibio en las manos comenzaba su cura en forma de cruz. Así era cómo encontraban el mal de empacho que al final quitaban con sus rezos, que sólo éstas conocían y repetían una y otra vez hasta quitar la maleza.

Esto último también nos lo hacía mi abuela Lola, pero recitaba tan bajo las oraciones que nunca pude aprendérmelas; además en aquel entonces era yo muy niña.

Las manos era una de las cosas que leía también la Toñica. Por ellas sabía del presente y futuro de su dueño, ¡y a cuantos no le auguraría un viaje a Cuba , Venezuela, o Puerto Rico! Podría ser que así comenzara un poco la historia de algún emigrante.

Sobre uno de tantos de ellos puedo contarles porque en Placetas, en la provincia de Sancti Spíritus —lugar que se caracteriza por ser un pueblo sencillo, bonito, de gente buena y afable— conocí a un nativo de La Gomera, llamado Marcos Vargas Lamas, quien llegó a Cuba en el barco Conde Wilfredo en el año 1924.

Victorino, como así también le llaman, es un hombre jocoso a pesar de haber llevado una vida dura. Y me contó muchas cosas de ella, pero como hoy les hablo del tema misterioso de las brujas seguiré con éste y ya en otra ocasión les contaré sobre el canario Victorino quien murió recientemente con más de cien años. Claro, pienso yo, que al contar sus historias puso un poco de su fantasía, pero bien vale aceptárselo si de brujas se trata.

Sobre ellas me contaba el anciano que él las vio, en Canarias, que volaban en su escoba. También contó que un amigo de él pasaba por una de esas fuentes, punto de reunión de las brujas, y un buen día empezó a molestarlas y de pronto cayó al suelo y no pudo levantarse hasta luego de un buen rato. Al mismo tiempo que lo decía, sus labios dejaban escapar una sonrisa, y no sé si era porque estaba mintiendo o porque recordó algo de aquellos años en Canarias y sobre una vecina suya que al parecer era una de esas brujas.

Y así afirmaba, pues contaba que la hija de esa mujer le decía que su mamá se iba de noche y regresaba ya de tarde, bien tarde, fría , fría, fría. Claro que su tono dejaba escapar otra idea que no tenía que ver con lo de bruja. Entonces jocosamente también le pregunté si él en Cuba había visto alguna bruja, y me contestó: “Aquí en Cuba no pueden volar brujas porque la escoba choca con las palmas”. Entonces pensé que, nada, esto son cosas de canarios.

Estela Hernández Rodríguez
La Habana (Cuba)