Carlos M. Padrón
Mis relatos sobre la ouija llegaron a oídos de muchos en IBM, y al menos cuatro de ellos tenían ouija y la usaban como juego, hasta el punto de que la llevaban en el maletero de su carro para tenerla a mano cuando se les ocurriera montar una sesión. Supongo que a éstos les extrañaría el uso que yo le daba.
Un día de enero de 1974, estando yo sentado en mi puesto de trabajo, se me acercó el Sr. Gastone, un IBMista ya entrado en años a quien le habían diagnosticado cáncer, y me preguntó si yo me prestaría a llevar a cabo para él una sesión de ouija.
Sabiendo, como yo sabía, que a Gastone le quedaba poco tiempo de vida, esa petición me afectó. Me gustaría complacerle, le dije, pero para una sesión de ouija hacen falta ciertas condiciones —como un buen compañero, un sitio tranquilo, etc.— condiciones que no veía yo muy fácil conseguir para lo que él quería.
Tal vez movida por lo de la muerte cercana que esperaba a Gastone, Milagro, la secretaria de la Sucursal, dijo que ella ofrecía su casa para que fuéramos varios con dos o tres tablas de ouija y complaciéramos a Gastone. Y así lo hicimos una tarde al final de la jornada de trabajo.
Una vez todos en casa de Milagro —incluido Gastone, por supuesto— vino el consabido trago social, que en este caso era uno bien largo a base del whiskey preferido de la anfitriona. Aunqne no me gusta esa bebida, tomé mi trago por no desairar a Milagro, pero sentí que no me cayó bien.
Minutos después nos ubicamos por parejas en habitaciones diferentes, para no escucharnos unos a otros. Milagro era mi pareja, y tras de nosotros se vino Gastone.
Nos sentamos y montamos mi tabla ouija según las reglas. Gastone —supongo que expectante porque, y vuelvo a suponer, lo que él quería era convencerse de que había un más allá con el que era posible comunicarse—se puso de pie tras mi hombro derecho desde donde podía leer lo que la PT indicara.
Listo ya todo, hice la pregunta inicial:
—¿Alguien quiere comunicarse con nosotros?
—No—, fue la respuesta inmediata
Extrañado por tal velocidad, que no era propia al tener yo por pareja a alguien que nunca había usado una ouija, pregunté de nuevo
—¿Por qué?
—Perche sei ubriaco (= “Porque estás borracho”, dicho en italiano)
Me quedé congelado, y luego de unos segundos de notoria inmovilidad me atreví por fin a voltearme para mirar a Gastone que con rostro lívido me devolvió la mirada. Y a pesar de mi lástima ante su desconsuelo, la ouija no quiso trabajar más.
Reconozco que yo estaba consciente de que el whiskey me había hecho daño, pero, ¿por qué la respuesta en italiano, el idioma nativo de Gastone y que yo entendía también?
Gastone murió en septiembre de 1976, y cada vez que paso por la funeraria donde lo velaron, o cada vez que oigo hablar de la ouija o veo una, me siento mal porque no puedo evitar preguntarme cuál fue realmente el móvil que lo llevó a pedirme lo que me pidió; cuáles los sentimientos, tal vez de esperanza, que él tenía asociados a la ouija, y cómo tomó aquella sorpresiva y cortante respuesta en italiano: “Perche sei ubriaco”.
***
Continuará algún martes con «[*FP}– Mi trato con la tabla Ouija (5/5): La sesión final».
