[Col}– El paso de tormentas en casa de mi abuela Canaria / Estela Hernández Rodríguez

07-08-09

Ahora que en Cuba estamos en temporada ciclónica hasta el mes de noviembre, este tiempo me hace recordar algunos de momentos en mi casa cuando hacía un fuerte vientecito, y ni se diga si se anunciaba un huracán.

Cuando el cielo se iba poniendo gris, allá iban mi abuela y mi madre, con sábanas y sobrecamas, o lo que encontraran por el camino, para tapar los espejos, pues decían que el azogue de éstos atraía el rayo.

Recuerdo una tarde en que, siendo yo niña, una de esas tormentas que lo viran todo al revés y que con fuerza son capaces de abrir puertas y ventanas, así lo hizo en uno de los cuartos o dormitorios donde vivíamos en aquel entonces. Los gritos de abuela Lola y mi madre asustaban más que aquellos vientos.

De momento vi que mi abuela fue al viejo chiforrober, que así llamaban a un pequeño escaparate que ella tenía en su también pequeño cuarto donde dormíamos las dos, de una de las gavetas de ese mueble sacó un guano bendito, ya seco por el tiempo, y comenzó a quemarlo mientras rezaba el Padrenuestro, y otras oraciones que parecían ser de su terruño canario.

Pero como los truenos y los relámpagos cada vez se hacían más fuertes, al ver que el guano no daba solución a aquel problema atmosférico, mi abuela buscó las tijeras y las puso en cruz con un cuchillo. Decía que eso era bueno para los rayos, que los cortaba y alejaba.

Cuando crecí me di cuenta del peligro que en eso había, pues el metal atrae al rayo.

Al rato de todo ese aspaviento ya se atenuaba la tormenta y volvía la calma. Las tensiones de mi madre y abuela se iban, y mi hermana Graciela y yo seguíamos sin entender tanto alboroto, aunque no dejábamos de sentir miedo.

Y si se trataba de un ciclón, ahí se armaba la fiesta. Sí, porque tal parecía que lo que venía era eso, pues toda la familia se reunía en la casa, se mataba algún cochino y, mientras se esperaba el huracán, el olor de los chicharrones se paseaba por todo el recinto, y uno que otro de entre nosotros probaba el crujiente alimento. ¡Ah! y, sobre todo, el chocolate no podía faltar para por la noche. Se hacía en una cazuela grande para luego saborearlo con galletas.

Y así el miedo ya no era tanto, pues el susto se repartía entre todos. De esta forma, y un poco más, era cómo en la casa se enfrentaban las tormentas y ciclones… al estilo de mi abuela canaria.

Estela Hernández Rodríguez
La Habana (Cuba), 07-08-2009