[*MisCan}– ‘Tiempos de ayer’

Carlos M. Padrón

Los medios de escapismo en que por años me refugié para mitigar los efectos de tiempos de crisis fueron el trabajo, la fotografía, la cría de patos y la música.

Para esta última tuve un salón debidamente equipado en el que me encerraba a seleccionar, grabar, y escuchar luego lo grabado. Así armé una colección de varias decenas de casetes que tienen para mí la ventaja de que me gusta todo lo que contienen.

Después de escuchar una y otra vez algunos de los casetes de música instrumental así grabados, a veces comenzaba a destacar de entre todas alguna melodía evocadora de un sentimiento que con el tiempo iba tomando más y más cuerpo cada vez que —siempre encerrado en mi salón, solo o con alguna de mis hijas—, escuchaba yo de nuevo esa melodía.

Una en particular me hizo recordar a mi padre, otra a mi pueblo como lugar geográfico, otra a mi pueblo como conjunto de costumbres y nostalgias, etc., Y como esos instrumentales estaban ejecutados en un tono al que, jugando con las octavas, podía yo llegar cantando, un día decidí escribir letras alusivas a los sentimientos que esas melodías evocaban en mí y, poco a poco, fui grabando todas esas letras en forma de canción interpretada por mí, usando como fondo el instrumental con la correspondiente melodía evocadora, y lidiando, también yo solo en el salón de música, con los controles del tocadiscos, deck de casetes, ecualización, volumen, audífonos, letra, etc., mientras trataba de cantar lo mejor que podía para lograr algo más o menos aceptable dentro de mis posibilidades.

Al enésimo intento obtenía un resultado menos malo que los anteriores, y con ése me quedaba.

Ahora que vinculadas a artículos previos he publicado ya, además de la descripción que precede, algunas de estas canciones, he decidido agruparlas en esta sección, Mis (pocas) canciones, y otras, por, en lo posible, orden cronológico de grabación.

Hoy le toca el turno a «Tiempos de ayer».

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La lejanía de mi pueblo —hace 52 años que dejé de residir en él— exacerba la nostalgia que siento por aquella época de mi adolescencia cuando me abrí al romanticismo, y llevado por las ilusiones de juventud veía ante mí un sinfín de caminos de entre los que creía que podía tomar casi el que yo quisiera, y soñaba con una vida llena de promesas, amor y oportunidades.

Algunas ya pasaron, otras culminaron en fracaso, otras nunca se presentaron, y así el sinfín de caminos se redujo a muy pocos, y aumentó la nostalgia.

Las faenas de campo en un pueblo eminentemente agropecuario se aderezaban con la compañía de familiares, amigos y vecinos que se ayudaban mutuamente en esas tareas (acarreas, trillas, pisadas de uvas, matazones de cochino, recogidas y partida de almendras, etc.) y los caminos, entonces empedrados cuando no eran de sólo tierra, se llenaban con animales de carga, con ganado vacuno o cabrío, y con el rumor de las conversaciones entre quienes con ellos iban y venían a/de los campos en flor.

 

O las cosechas caseras, a veces tan frondosas que ameritaban una foto, como la de esta col, cultivada por mi padre, que alcanzó los 4,83 metros de altura.

Los muchachos anhelábamos que llegara el día domingo para ir temprano a la Plaza Nueva, y antes de la misa mayor caminar en grupos alrededor de la iglesia en sentido contrario al de las muchachas que nos gustaban, para así cruzarnos dos veces con ellas en cada vuelta, e intercambiar sonrisas y sugerentes miradas furtivas.

En uno de esos paseos, un domingo de 1953, fue tomada esta foto.

De izq. a derecha: Carlos M. Padrón, Fernando Pino, Florencio Martín, Tomás Simón (Masico), Manolo Pino, y Santiago Herrera.

Faltan ya cinco de los seis amigos que aparecemos en ella.

El primero en dejarnos fue Santiago, que murió en El Paso, creo que de cáncer de pulmón, uno o dos años después de tomada esta foto. Luego fue Manolo, que murió en Santa Cruz de Tenerife (Canarias). Luego Masico, en 1996 en el hospital Los Magallanes (Catia, Caracas). Y, por último, Fernando que murió en Higuerote (Venezuela) en 1998. No tengo datos sobre Florencio.

Han pasado 56 años desde esta foto, pero los recuerdos a ella asociados permanecen vivos en mí.

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La romería de la Fiesta de El Pino era de casi obligada asistencia.

En la Fiesta de El Pino, primer domingo de septiembre de 1952, con mis padres y hermanas.

Desde muy joven me gustó cantar y formé parte de la coral del pueblo, dirigida unas veces por doña Luisa Pozuelo y otras por don Pedro Lorenzo.

Foto tomada el 08/12/1954.- De Izq. a derecha: Juan Antonio Pino, Antonio Capote, ¿?, Miguel Díaz, Pedro Lorenzo, Carlos Padrón, ¿?, ¿?, Javier Simón, y Teudis ¿?.

Misma fecha de la foto anterior y mismos varones excepto por don Salvador Miralles, al fondo a la izq., párroco del pueblo. Las damas, de atrás hacia adelante y de izq. a derecha: Teresa Calero, Carmen María Capote, Marisol ¿?, Celina Pino, ¿?, ¿?, Gloria Isabel Rodríguez, Pepita Taño, Rosa Castro, y Teresa García.

Fiesta de El Pino, primer domingo de septiembre de 1955. Mi prima Celina Pérez Padrón (delante, a la izq.) y yo (al fondo, izq.) acompañamos a los hermanos Silva Padrón, nuestros primos de San Pedro (Breña Alta), cuatro hermanas y un varón, Paco, que está a mi izquierda.

Las bodas eran también lugares de reunión a las que se asistí con traje formal y ánimo jovial. La foto que sigue fue tomada el 25/06/1956, durante una boda celebrada en la terraza de Monterrey.

De izq. a derecha: Juan Enrique Brito, Carlos Padrón, Javier Simón, Isnardo Molina, Miguel Afonso, Florencio Martín, y Gilberto Santana.

Y en fechas señaladas eran frecuentes las representaciones teatrales en las que participábamos los más de los que estamos en esta foto tomada el 10/12/1956.

De atrás hacia adelante y de izq. a derecha: Imelda Martín, Rosa María Rodríguez, Amalia Pages, Carmen Rosa Brito, Celita ¿?, Rosa Castro, Teresita Martín, Juan Antonio Capote, Celina Pino, Susana Miralles, Lourdes Capote, Carlos Padrón, Miguel Díaz, Juana Brito, y Mari Cristo Lorenzo.

Foto tomada en la Fiesta de El Pino del 01/09/1957, la última que gocé antes de dejar el nido, o sea, antes de irme de mi casa a vivir por mis propios medios. De izq. a derecha: Mario Rigoberto Rodríguez, Carlos Padrón, Eleuterio Sicilia, y Antonio Capote Pozuelo.

La que sigue fue tomada en la Cruz Grande (El Paso), frente a la entonces casa de Pepe “el Sirio”, en febrero de 1960.

Creo que, salvo Maximiliano y Antoñico —los dos caballeros sentados al fondo—, las demás personas que aparecemos en esta foto vivimos aún, aunque yo sólo conozca a dos o tres de los niños que en ella me acompañan.

Uno de ellos —el que está con el balón y hoy doctor en Medicina— consiguió en este blog mi dirección, me contactó por e-mail hace varios meses y me envió esta misma foto que, aunque tal vez él no lo recuerde, llegó a sus manos porque fue tomada con mi cámara y, de vuelta yo en Santa Cruz de Tenerife, hice varias copias que mandé a mis hermanas en El Paso para que las dieran a los muchachos que vivían más cerca de nosotros.

Llevado por todos estos recuerdos y los muchísimos más que no tienen fotos que los ilustren, hace ya un cuarto de siglo grabé “Tiempos de ayer”. El tiempo transcurrido desde entonces ha redoblado la intensidad de los sentimientos que en 1984 me inspiraron la letra de esta canción.

Ficha técnica,

  • Título de la melodía instrumental: “Vino griego”, en arreglo de Anthony Ventura.
  • Grabada en mi casa, en Caracas, entre el 23 y el 27/04/1984.

Para escuchar/bajar la canción, clicar:

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P.D.: Los signos de interrogación los uso para significar que no recuerdo el nombre o apellido oficial de la persona a que corresponden. Si alguien me refresca la memoria, con gusto reemplazaré los “¿?” por los nombres o apellidos correspondientes.

[Col}– Un dulcero descendiente Canario y spirituano / Estela Hernández Rodríguez

31-07-2009

Cabaiguán, en la provincia de Sancti Spíritus, guarda recuerdos y leyendas referentes a los isleños en Cuba. Existe allí un gran asentamiento de canarios.

En una de esas visitas que realicé hace algún tiempo a ese lugar hermoso y de entusiasta población pude descubrir en sus calles algo interesante.

Desde la principal se veía la bandera cubana ondeando frente a la iglesia, y eso le daba al lugar un tono de pueblo añejo con sus casas y techos de tejas.

Sí, me encontraba en Cabaiguán y era una tarde de ésas en que el sol recrudece con el verano. El motivo de mi visita y recorrido por esa región spirituana era investigar sobre los canarios residentes en el lugar.

Y ese calor penetrante era comparable al de la atención que me dio José Francisco Osorio, un hombre de estatura alta y robusta, y de un pelo ya entrecano que dejaba ver su sombrero grande de hojas de guano. Era de origen canario y de profesión dulcero. Precisamente lo conocí frente a una tienda que llevaba por nombre “Canarias”.

Con su bicicleta tiraba de un carrito bien estructurado y con unos cristales a través de los que podían verse los dulces que ofertaba. Cremas de leche, coquitos y torticas, o mantecaditas, como le dicen en esa zona.

Aparentemente, Osorio, como así le decían, era muy conocido en esa parte del territorio, y lo paraban y saludaban al mismo tiempo que le compraban sus deliciosos dulces. Digo deliciosos porque pude probarlos y pienso que no podemos dudar que también la mano isleña tiene un toque especial en eso de hacer cualquier manjar, y más cuando de dulces se trata.

Osorio contó que su papá había nacido en el barco donde vino para Cuba, a bordo del cual su mamá, una tinerfeña, lo tuvo, en alta mar, a los siete meses de embarazo.

Pronto conocí un poco más de su historia. Contaba que tenía ocho años cuando murió su padre. «Mi familia —dijo— tenía sitios en Sancti Spíritus donde sembraban tabaco y frutos menores. Estaba en un lugar al que le decían “El Camino de La Habana».

Expresó además que se sentía orgulloso de ser descendiente de canarios y de vivir en Cabaiguán, lugar que abrigaba a personas honestas, trabajadoras y honradas.

Antes de despedirse comentó que a la Casa Canaria de allí llevaba sus dulces y también cocos, pues los canarios de origen y los descendientes de canarios que en ella se reunían gustaban del agua de coco con la que a veces preparaban ron o aguardiente.

En la despedida no faltó la sonrisa en sus labios a los que se llevó un silbato con el que hacía sonar una sencilla melodía que avisaba a los pobladores que se acercaba el dulcero canario José Francisco Osorio, y ellos salían a su encuentro.

Estela Hernández Rodríguez
La Habana (Cuba)