[*Otros}– Los Canarios en América / José Antonio Pérez Carrión: Antonio López de Gomara

Siguiendo el orden cronológico que nos hemos trazado, vamos a dar principio a esta serie de biografías de Canarios, que han sido hombres de Ciencias, literatos y periodistas, con el nombre de un compatriota ilustradísimo de quien, por un olvido sumamente originalísimo sin duda, no se han ocupado nuestros historiadores más que para citar sus obras, cuando en apoyo de sus apreciaciones lo han considerado oportuno.

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La generalidad de los hijos de nuestras Atlántidas, aún aquéllos que se consideren más eruditos y versados en la historia general de nuestro Archipiélago, han ignorado que el sabio a que nos referimos fuera hijo de las Canarias; y creemos, por lo mismo, que esta causa y no otra sea lo que ha motivado que Viera, particularmente, no lo haya colocado entre los Canarios más distinguidos de su época.

Es éste, pues, Francisco López de la Gomara, conocido por Gomara, primer historiador de las Américas, nació en la villa de San Sebastián de La Gomera el año de 1510, de una de las familias mas distinguidas.

Enrique de Vedia, uno de los recopiladores de la Biblioteca de Autores Españoles, no sólo duda de que nuestro dignísimo compatriota Gomara estuviese con Cortes en México, sino que, desuncido y sin esperar en mientes, coloca su nacimiento en Sevilla, tierra de María Santísima, añadiendo que sólo relata lo que le ha sido dable inquirir sobre tan distinguido escritor, pero que le extraña que Ortiz de Zúñiga, en los anales de Sevilla, no haga mención de un compatriota tan distinguido, al enumerar los escritores que ha producido hasta 1598 la noble y muy ilustrada ciudad de Sevilla. Y claro es, habiendo tenido la dicha de nacer Gomara en San Sebastián de La Gomera, mal podía Zúñiga, ni ningún otro historiador sesudo, colocar el nacimiento de Gomara en Sevilla, salvo que falseara la historia. Démosle at César lo que es del César.

Viendo sus padres las naturales disposiciones que nuestro Gomara manifestaba desde su más tierna edad, lo enviaron a Sevilla para que siguiera la carrera de las armas, pero nuestro joven compatriota se inclinaba por la carrera eclesiástica, a cuya vocación sus nobles padres no pudieron menos que ceder, enviándole a estudiar a la Universidad de Alcalá, donde recibió el grado de doctor en Letras y Humanidades. Allí ocupó muchos años la cátedra de Retórica, distinguiéndose notablemente de los demás colegas tanto por sus luces como por su elocuencia.

Era nuestro López de Gomara, según el Diccionario Histórico de Hombres Célebres, muy versado en la Historia Universal, antigua y moderna, y muy especialmente en la de su país. Así es que, deseando nuestro paisano dar una relación completa del descubrimiento y conquista de las Indias, pasó a México, donde permaneció cuatro años, y a su regreso a la Península Ibérica publicó la primera, segunda y tercera entregas de la Historia General de las Indias, conquista de México y Nueva España.

Hasta entonces no se habían leído en Europa sino relaciones muy incompletas del descubrimiento de América y, por consiguiente, la historia del ilustradísimo hijo de las Canarias no podía dejar de causar gran sensación; por eso su obra fue traducida, sin pérdida de tiempo, al italiano y al latín por Cravaliz y Lucio Mauro, y al francés por Martin Fumee.

El estilo de nuestro Gomara, sostiene un autor distinguidísimo, es puro, elegante y lleno de atractivo, y hay pocos escritores españoles que le hayan aventajado en el talento de interesarse por una expresión siempre clara, enérgica y constante. Publicó además en Madrid el insigne hijo de las Afortunadas La Descripción y traza de todas las Indias, Historia de Horrue y Haradin Babarroja, Reyes de Argel, y Anales del Emperador Carlos V.

La obra de Gomara se publicó por primera vez en 1552 en Zaragoza; repitiose en 1553, en Medina del Campo; en 1554 se hizo otra edición en Zaragoza; en Amberes la imprimieron el mismo año Martin Nucio y Juan Steelsio. En Venecia, en 1560-1565, Agustín Gravaliz. Lucio Mauro en Roma, en 1556. En Francia en 1578, 84, 87, 97 y 1605.

Esta multitud de ediciones en la lengua nativa y principales de Europa, dice Enrique de Vedia, es un testimonio irrecusable del mérito de Gomara y del interés con que el mundo civilizado miraba las empresas de los españoles en América.

Sin embargo, no fue todo flores para el eminente hijo de las Canarias. La ingratitud y la envidia parece que eran el distintivo de aquellos tiempos. Y en medio de las satisfacciones que naturalmente causara a nuestro Gomara el éxito brillante de sus trabajos literarios, tuvo el disgusto de que lo que a todo el mundo extranjero agradara no agradase al Gobierno de Madrid; y se sabe que, por una cédula del príncipe D. Felipe, expedida en Valladolid el 17 de noviembre de 1553, se mandó coger y Ilevar al consejo cuantos ejemplares se hallasen de su obra, imponiendo la pena de doscientos mil maravedíes de multa a quien en adelante la imprimiese y vendiese, multándose al año siguiente a once libreros de Sevilla.

De los numerosísimos trabajos de nuestro compatriota Gomara, por fortuna sólo pudo salvarse de aquel riguroso naufragio el que lleva por titulo De Cortes y sus cartas, donde redacta con gran extensión y acierto los sucesos de la vida de Hernán Cortés en la conquista de México, que por si solo es bastante para asegurar a su autor un puesto altamente distinguido entre los escritores más eminentes de la lengua castellana y que con mas éxito han ilustrado la historia patria.

Nuestro Gomara falleció en Madrid el año de 1560, dejando bien puesto, entre los hombres ilustrados de su época, el nombre de las Canarias.

[*Otros}– Los Canarios en América / José Antonio Pérez Carrión: Pedro Bravo de Laguna

El general de brigada de quien nos vamos a ocupar nació en la isla de Las Palmas, hijo de una familia ilustre y bien acomodada de la ciudad de Las Palmas.

Por Real Orden de 18 de septiembre de 1850 fue nombrado sub-teniente de las Milicias de Canarias, ingresando en el ejército, mediante examen, por Real Orden de 30 de septiembre de 1853.

En 1854 tomó parte en los sucesos desarrollados en Barcelona con motivo de la huelga de los obreros, y más tarde en los que tuvieron lugar en Madrid los días 17, 18 y 19 de junio de dicho año, valiéndole su comportamiento el grado de teniente.

Figuró en 1855 en el cuerpo expedicionario que marcho a sofocar la sublevación carlista del Alto Aragón, y en 1856, en la columna 9 operó en el sitio y bloqueo de Zaragoza.

El 27 de enero de 1857 ascendió a teniente por antigüedad. El 25 de octubre de 1861 se le concedió el empleo de capitán con destino al Batallón San Marcial, expedicionario a Santo Domingo. Sus principales hechos de armas los encontramos en esta campaña.

Al frente de dos compañía marchó en febrero de 1863 a Puerto Plata, consiguiendo abortar la conspiración fraguada por los jefes y oficiales de las Reservas contra la anexión de la Isla a España. Como legítima recompensa a sus méritos y servicios, el gobernador del distrito le confió el mando absoluto de la fuerza de la guarnición y, poco tiempo después, el grado de comandante.

Sublevada de nuevo la Isla en julio del citado año se le ordenó marchase con sus fuerzas a guarnecer las Flechas de Colón, el Castillo de los Cacaos y la ciudad de Samaná.

En 16 v 28 de octubre y 18 de noviembre derrotó y puso en precipitada fuga a los revolucionarios en los campos de Samaná, y el 2 del último mes referido les batió de nuevo en las faldas de los Montes de los Cacaos apoderándose de armamentos, caballos y provisiones, y destruyendo el campamento de los adversarios.

A las órdenes del comandante Calleja resistió los ataques que tuvieron lugar los días 10, 16, 24 y 31 de diciembre, contribuyendo al desastre del enemigo en el último ataque por medio de un movimiento envolvente practicado con su columna, cayendo en su poder multitud de prisioneros con sus familias, víveres v pertrechos. Por esta acción obtuvo la Cruz Roja del mérito Militar de primera clase.

En febrero de 1864, a solicitud propia, se le trasladó a Seibo y Hato, donde se hallaba concentrado el núcleo de los revolucionarios.

Los batió en San Antonio de Guerra en las noches del 16 y 26 de marzo en que intentaron sorprender y apoderarse del pueblo, y en la llanuras de San José el 30 de abril, a pesar de la gran diferencia de fuerzas, haciéndoles muchos muertos, heridos y prisioneros. Por este hecho se le otorgó, sobre el campo de batalla y por orden general dada al ejército, el empleo de comandante.

Tomó parte además en otros importantes encuentros hasta que una grave enfermedad contraída en la campaña, le obligó marchar a Puerto Rico.

Por gracia especial obtuvo el grado de teniente coronel en septiembre de 1868, y el de coronel en junio de 1871. Y por antigüedad el empleo de teniente coronel en agosto de 1874, y el de coronel en enero de 1881.

En 1892 ascendió a general de brigada pasando a la reserva por el delicado estado de su salud.

Desde muy joven ingresó Bravo de Laguna en la política, compartiendo con ésta sus deberes militares. Su gestión fue fructífera para el distrito oriental del Archipiélago mientras lo representó en Cortes y aún después de que sus achaques le llevaron al retraimiento.

Reconociendo en Fernando de León v Castillo una esperanza para la patria, hizo abstracción completa del brillante porvenir que veía dibujado en lontananza, y gustoso prestó su concurso para avudarle en el triunfo de su política liberal.

Como senador por la provincia consiguió en 1877 que se incluyeran en el plan general de carreteras las siguientes: de Las Palmas a San Bartolomé de Tirajana; de Arucas a Azuage; de Tuineje a Puerto de Cabras, y de este pueblo a La Oliva.

En 1878 recabó del gobierno ciento sesenta mil pesetas para las obras del séptimo trozo de la carretera de Agaete y primero de la de Arrecife a Haria; y la aprobación del noveno de la primera en dichas vías.

En 1879 gestionó con feliz resultado el remate del cuarto trozo de la de Agüimes, importando unas 200.000 pesetas y se aprobó el estudio del sexto de la de Guía.

En 1882 sostuvo en el Congreso la necesidad de variar el trazado del cable telegráfico de Cádiz, mediante cuya reforma disfrutarían las Islas Canarias de igual beneficio, según su criterio, y economizaba el Estado 91.000 pesos.

En el indicado año pronunció otro discurso en el Congreso pidiendo protección para las islas de Lanzarote y Fuerteventura, que atravesaban una terrible crisis económica, logrando que el gobierno concediese 10.000 pesetas como auxilio.

Colaboró con el señor León y Castillo en la aprobación de los trozos séptimo y octavo de la carretera de Guía; en la compra por el Estado del tabaco de estas Islas; en la cesión por éste de 60.000 pesetas para las obras del Puerto de Las Palmas, y en la concesión del Lazareto de Gando.

Contribuyó eficazmente a la construcción del Lazareto del Puerto de la Luz, edificio del gobierno militar de la plaza, teatro «Tirso de Molina» y otras obras de pública utilidad, cediendo unas veces el terreno, otras, piedras y cal, y frecuentemente entregando importantes cantidades en metálico. Últimamente dio atribuciones a las Hermanas de la Caridad para recoger en la Isleta el material necesario para el asilo en el Puerto de la Luz.

En las postrimerías de su vida consumó el sacrificio de ir a Madrid como diputado por Guía, recogiendo en este periodo de tiempo nuevos triunfos y relevantes pruebas de su patriotismo y de su ardiente celo.

Las recientes concesiones recibidas por el distrito de Las Palmas son el último legado hecho a su patria por el hijo esclarecido.

El general Bravo de Laguna fue,

• Director de la «Económica de Amigos del País» de Las Palmas,

• Presidente del «Gabinete Literario»,

• Socio de mérito de ambos centros

• Presidente de la Sociedad de Náufragos.

• Senador del Reino en 1876, y reelegido en 1879.

• Diputado a Cortes por Las Palmas en 1870, 1881 y 1896.

Estaba en posesi6n de las siguientes cruces:

• Mérito militar Roja de segunda clase y primera clase.

• Comendador de las de Carlos III e Isabel la Católica.

• Cruz y Placa de San Hermenegildo.

• Cruz de la Legación de Honor.

Mucho más pudiéramos decir, pero se haría demasiado larga la nomenclatura histórica de los canarios que se han distinguido en las armas y que, a la vez que han sido descubridores y conquistadores, han sido también pobladores y hombres de gobierno.

Pero, no concluiremos nuestro relato en esta parte de la historia de Los Canarios en América, sin hacer mención de los generales Borges, en Ia República del Uruguay; Pulido y Quevedo, en Venezuela; Pedro Zea, Berriz, Denis, Madan y otros muchos que se han distinguido en Cuba, Santo Domingo y México, en las últimas desavenencias que contra estos países hermanos se sustuvieron por consecuencia de una política fatal, extraviada y altamente desastrosa.

A propósito hemos dejado para este momento el hablar de nuestro distinguidísimo paisano el teniente general D. Luis de Cubas y Fernández, que ocupara en Madrid el alto cargo de consejero en el Tribunal Supremo de Guerra y Marina; y su hermano D. Sebastián, el presidente de la Excma. Audiencia de La Habana.

Cerramos con broche de oro esta serie de biografía, y abrimos la siguiente con la de uno de los hijos mas notables que en la Edad Media han producido las Afortunadas.

[*Otros}– Los Canarios en América / José Antonio Pérez Carrión: Domingo de León y Falcón

El brigadier don Domingo de León y Falcón, tío del hombre Estado Fernando de León y Castillo, después de haberse distinguido en Filipinas como pundonoroso militar, pasó a la isla de Cuba a presentar sus servicios.

Fue teniente gobernador de Matanzas y San Cristóbal, comandante general de Cienfuegos y Pinar del Rio, y Magistrado del Tribunal de Cuentas de La Habana, cuyos importantísimos cargos desempeñó con honradez e inteligencia.

Nació en la ciudad de Las Palmas y falleció en la de La Habana en noviembre de 1888.

[*Opino}– Las islas del archipiélago de las Canarias

Carlos M. Padrón

En «Palabras, nombres y signos que cambio en este blog » escribí que «Las Palmas de Gran Canaria lo sustituyo por Las Palmas, que es como todo el mundo llama a esa isla en Canarias. Lo de Gran no le va porque ni siquiera en tamaño es la más grande».

Soy un convencido de que aún perdura en Canarias la política del “Divide y vencerás” que, en prevención de problemas separatistas, implantaron los españoles cuando, por ejemplo, hicieron dos provincias en un archipiélago que por su pequeña extensión no las ameritaba, pero el próximo paso fue sembrar la discordia entre esas dos provincias, entre las islas integrantes de cada una, y a veces hasta entre pueblos de cada isla, como ha ocurrido con mi pueblo natal, El Paso, y su vecino, Los Llanos.

Es lamentable y vergonzoso, pero es la realidad.

La pugna entre Tenerife y Las Palmas parece ir a peor, y hoy he recibido algo que me ha dejado perplejo: un archivo PPS titulado “Marocco” —que es como los italianos (no sé si también otros) escriben el nombre del país que en español llamamos Marruecos— cuya primera foto es ésta:

¿Nota el lector algo extraño?

 

Más que extraño es ofensivo: de las siete islas grandes que componen el archipiélago de las Canarias (si se incluyen los islotes serían trece) sólo aparecen las tres correspondientes a la provincia de Las Palmas, o sea, de izquierda a derecha, Las Palmas, Lanzarote y Fuerteventura.

Sé que muchos que arman archivos PPSs son auténticos ignorantes que, por ejemplo, entre imágenes y sonido hacen mezclas incompatibles, como presentar el tema de los tulipanes de Holanda poniéndole de fondo una melodía mexicana, pero por más ignorante que sea el que supongo italiano —porque además de Marocco escribió occidentale, palabra también italiana— no debe haber dibujado él el mapa que puso en esta foto; no, ése lo consiguió en Internet donde algún malintencionado lo puso.

Me gustaría saber quién fue, para enviarle mis “calurosas felicitaciones”.

[*Otros}– Léxico canario

Hoy les quisiera explicar
cuál es el significado
de esas palabras tan raras
que usan nuestros ancianos.

Un BELILLO es una piedra
y una persona muy bruta.
Si se lo dice un canario
más vale que no discuta.

La pena se llama MAGUA,
Borracho es estar JALADO,
GOLIFIÓN es un curioso
y enyugado, está ENGAJADO.

Si vemos algo torcido,
solemos decir CAMBADO,
y si no nos gusta así
decimos que está EMPENADO.

Autobús decimos GUAGUA,
chichón aquí es un TOTUFO.
La BAIFA es una cabrita,
y tozudo es TORRONTUDO.

A la gente “echá pa´lante”
se le dice PALANQUÍN,
y al que es un poco tonto
lo llamamos TORTOLÍN.

PORRETA es al higo seco
lo que abubilla al TABOBO.
El FRANGOLLO es un postre
y al chiquero llaman GORO.

Si hace frío, hace PELETE,
si hace VIRUJE también.
Y aquí a una salamanquesa
la llamamos PERENQUÉN.

Libélula es FOLELÉ
y CHUCHANGA un caracol.
CHÁCARAS son castañuelas
y tunante, BALANDRÓN.

CHISCADO es que tiene miedo,
jorobado aquí es PETUDO,
si es bobo dile TOLETE,
y FONIL es un embudo.

Si escucha TOLMO o TONIQUE
están hablando de piedras,
y si oye hablar de GOFIO
escucha PELOTA y PELLA.

Si el vino se echa a perder
se dice que está VIRADO,
y si se mezcla con otro
oirá que está MESTURADO.

Un FISCO es poquita cosa,
y la barca una CHALANA,
Altramuz lo llaman CHOCHO
y al puñetazo TROMPADA.

TURRE es que salgas pitando,
chapucero un CHAFALMEJA,
EN EL INTRE es al momento,
y BASINILLA, escupidera.

El GUACHINCHE es una tasca,
y se llama PUNCHA al clavo,
a la canica BOLICHE,
y VARISCAZO es dar un palo.

Yo les ruego que perdonen
si esto ha sido un poco largo,
pero es triste que se pierda
nuestro léxico canario.

***
Cortesía de Roberto Rodríguez González.
Ignoro quién es el autor.

[*ElPaso}– Los Carnavales de El Paso

12-05-2009

Carlos M. Padrón

Debo comenzar por decir, aunque creo haberlo dicho antes, que nunca me gustaron esas festividades.

Las máscaras nunca han sido de mi agrado, y lo de que una persona que durante el resto del año es más seria que un empresario de pompas fúnebres, incapaz de gastar una broma y mucho menos de tolerar una, sufra en Carnaval una metamorfosis temporal que le lleve a soltarse el moño y darse a gastar bromas pesadas a diestra y siniestra, es algo que nunca he logrado explicarme.

Curiosamente a mi padre le divertían algunas de esas metamorfosis, aunque él nunca hizo algo ni siquiera parecido. Pero maldita la gracia que le hacía, porque le causaba preocupación, que a mí, un muchacho de 16 años, no me gustara “correr el Carnaval” (o sea,  participar de él activamente), una fiesta que en El Paso de los años 50 era de celebración multitudinaria, y adobada con polvos de talco que los celebrantes se lanzaban unos a otros sin reparar en posibles daños, y que crearon más de un problema cuando algún celebrante se los lanzó a uno que no lo era ni quería serlo.

En las más de las casas se horneaba pan de leche, en forma de bollos o de rosquetes, almendrados, mantecados, galletas, etc., y se hacían sopas de miel. Y todo se tenía listo a tiempo para consumo en la familia y para brindar, con el infaltable vaso de vino, a quienes llegaran en visita carnavalesca.

Había “asaltos” (bailes en las tardes) y bailes (los celebrados en la noche) desde el sábado y hasta el martes, que llenaban a tope las pistas de Monterrey en las que no cabía un alfiler, y la cantidad de talco acumulado dentro de la parte cubierta, o teatro, hacía que la atmósfera del lugar resultara punto menos que irrespirable.

Una ventaja de esto era que la nube de talco dificultaba la visión de las madres que se apostaban en los palcos para vigilar desde arriba qué tal se comportaban sus hijas al bailar, en especial si aplican o no la retranca.

Tanto en los bailes como en las parrandas —grupos de amigos que armados, casi siempre, de instrumentos de cuerda se reunían para cantar en un sitio fijo, o iban haciéndolo de casa en casa— en las que sí participé,  las canciones preferidas eran unas que poco se escuchaban durante el resto del año.

Se caracterizaban por lo cursi de sus letras y lo machacón de su ritmo, pero también porque tenían el inconfundible toque que denota un origen netamente popular en esa masa de la que Ortega dijo que nunca tenía razón. En tal origen, tan popular y tradicional, residía para mí su único valor.

Como muestra, ésta:

Viva el Carnaval,
Viva la niñez,
viva el pan de leche
y las sopas de miel.

O ésta, llamada La Chambelona —que, gracias a Google vengo ahora a saber que tuvo su origen en Cuba en 1908— cuyo estribillo, especialmente compuesto para El Paso, decía:

Ahí, ahí, ahí La Chambelona,
que de las chicas de La Rosa
la más guapa es La Cañona

Más local, imposible, pues La Rosa es un barrio de El Paso, y La Cañona era un personaje entonces muy conocido.

Y del repertorio foráneo, las preferidas eran las que encajaban en la descripción que ya di, y por eso sonaban mucho La Raspa, y La Gallina Papanana, con letra de “altísimo” valor literario:

La Gallina Papanana
ha puesto un huevo, ha puesto dos, ha puesto tres.

La Gallina Papanana
ha puesto cuatro, ha puesto cinco, ha puestos seis.

La Gallina Papanana
ha puesto siete, ha puesto ocho, ha puesto nueve.

Déjala, la pobrecita, déjala que ponga diez.

Y había otra que no gustaba al autonombrado “tribunal moral” del pueblo, con uno de cuyos miembros estuve a punto de buscarme un problema. El título de ésa era “Mañana por la mañana”, original de un grupo mexicano llamado Los Latins —lo cual vengo a saber ahora, también gracias a Google— y recuerdo bien la parte de su letra, al menos como la cantábamos en El Paso, que fue origen del problema:

Mañana por la mañana
te espero, Juana,
allá en el taller.

Te juro, Juana querida,
que tengo ganas
de verte el pie,

la punta de la rodilla
la pantorrilla
y el peroné.

Mañana por la mañana
te espero, Juana,
allá en el taller.

“Mañana por la mañana” ganó tanta popularidad que el tribunal antes mencionado  quiso prohibirla por inmoral, pues eso de el peroné se refería, según ellos, al órgano genital femenino.

Hay que recordar que en los años 50, y hasta mucho tiempo después, se vivía en plena dictadura franquista, y el poder alternaba entre el ejército y la Iglesia, y que ésta se las arregló para adelantar la fecha de celebración del Carnaval de forma que la octavilla no cayera en Cuaresma.

Creo que fue un domingo de Carnaval de 1956 cuando me emparrandé con tres amigos, aportando yo sólo la voz, mientras que los otros aportaban también su voz además de guitarras y mandolina.

A diferencia de la mayoría de las parrandas, nosotros, al llegar a las casas cantábamos boleros de Los Panchos, pero entre casa y casa entonábamos en plan jocoso alguna de esas canciones arriba nombradas —cuyas sublimes letras, como ya habrá notado el lector, nada tenían que envidiarle en delicadeza y poesía a las de las mejores de Joan Manuel Serrat— y cuando ese día cantábamos “Mañana por la mañana”, un destacado miembro del tal tribunal que alcanzó a escucharnos se molestó porque en esa canción se mencionaba el peroné.

Así que —en nombre de la decencia y en defensa de la moral pública, supongo— se acercó a nosotros y, por el motivo que fuere, se dirigió a mí, que no era precisamente el mayor del grupo, para increparme por tamaña inmoralidad.

Tal vez porque yo había bebido unos vasos de vino encontré valor para responderle que nada de inmoral tenía la palabra ‘peroné’, pues era un hueso de la pierna, y que si él no lo creía podía consultar el diccionario.

Como la alusión al diccionario le resultó ofensiva por cuanto todos en el pueblo teníamos que aceptar sin duda alguna que él era un hombre culto y sabido, casi con Ciencia infusa, mi respuesta lo enojó, y me contraatacó diciendo:

—¡El diccionario podrá decir lo que quiera, pero está muy claro el sentido que en esa vulgar canción se le quiere dar a la palabra ‘peroné’!

Entonces me alumbró una musa, o tal vez el vino, y casi sin pensarlo respondí:

—Si el sentido fuera el que usted supone, el orden de mención de los elementos sería diferente, pues fíjese que la canción menciona la rodilla, la pantorrilla y el peroné; un orden descendente. Pero si quisiera mencionar lo que usted supone, debería ser en orden ascendente, y mencionar primero la pantorrilla, luego la rodilla, luego el muslo y luego el…..

Hasta ese ‘luego’ aguantó aquel “pilar de moralidad”, pues temiendo que yo pronunciara el tan temido nombre, dio media vuelta y se alejó a paso forzado, dejándome con el …. en la boca y en presencia de unos amigos que, asustados, no habían dicho ni pío, pero que ante la manifiesta huída se miraron extrañados sin llegar a entender mi atrevimiento.

Pasado el instante de estupor y susto, reanudamos, ahora a todo pulmón y con renovados bríos, la invitación a Juana para vernos en el taller.

Tal vez como consecuencia de esa parranda —y los almendrados aquí, el pan de leche allá, las sopas de miel acullá y el vino en todas partes— el lunes amanecí con indigestión, y mi madre, sin pensarlo dos veces, optó por el remedio que en casa se consideraba la panacea para todos los males estomacales: un enema, al que llamábamos lavativa.

Para administrarlo se usaba un aparejo que mis padres habían traído de Cuba: un poste metálico, como de metro y medio de alto incluidas sus patas en trípode, que en su extremo más alto tenía un gancho en el que se colgaba un envase de peltre, con capacidad para unos dos litros, de cuya base partía, llave de por medio, una manguera de goma, como de unos dos metros, que terminaba en una cánula hecha de pasta negra.

Mi madre —que casi llenó el envase con agua hervida, y luego enfriada, a la que había añadido no sé qué productos (sal, té de yerbas o algo así)— me hizo echar de costado en su cama, de espaldas al borde, acercó a éste el aparejo, y luego de embadurnar la cánula con vaselina me la insertó en el recto. Abrió entonces la llave ubicada arriba, en la base del envase, y la gravedad se encargó de llenarme la tripa con el misterioso líquido.

La parte peor era que, a fin de que éste surtiera efecto, uno tenía que aguantar al máximo las ganas de evacuar.

En ese trasvase estábamos cuando escuchamos los pasos de alguien que, corriendo, se acercaba a la casa. No bien había puesto mi madre cara de extrañeza cuando en el patio retumbó una voz de hombre que gritaba desesperado: “¡Doña Victoria, doña Victoria, ayúdeme, doña Victoria!”.

Y doña Victoria, que era mi madre y era también un manojo de nervios, olvidó la crítica tarea que ella y yo teníamos entre manos (bueno, yo la tenía entre nalgas) y salió corriendo a ayudar a quien de forma tan dramática solicitaba su ayuda.

Cuando angustiada abrió la puerta de la casa se encontró frente a frente con Miguel, un vecino de esos “empresarios de pompas fúnebres”, que lleno de talco de arriba a abajo descolgó de su cuello una especie de collar hecho con alambre, en el que ya había ensartados, y llenos de polvos de talco, una docena de rosquetes de pan de leche, y abriéndolo por sus extremos lo acercó a mi madre en gesto implorante mientras con tono de mansa súplica le decía: “Doña Victoria, ¡déme un rosquete, por favor!”.

Mi madre montó en cólera y comenzó a gritarle: “Pero, hombre de Dios, ¡cómo se le ocurre….!”.

Desesperado asistía yo de oídas a esa parodia carnavalesca, y llegado al punto crítico me tocó el turno de gritar: “¡Mamáaaa, mamáaaaaa! ¡¡Sácame esto que no aguanto más!!”

Yo podía haberme sacado la cánula, pero a riesgo de bañar la cama con el agua que aún quedaba en el envase, así que opté por el recurso de gritar más fuerte y con más desespero que Miguel, hasta que mi madre regresó, me desconectó y, ¡por fin!, pude posar mi trasero en el orinal que al efecto me esperaba, y cagar a placer.

Fueron esos Carnavales de 1956 los últimos que “corrí”.

¿Se entiende ahora por qué no me gustan los Carnavales?