[*Otros}– El Cristo de La Caída (1/3): La blasfemia y profanación

28-03-09

La magistral obra de Hita y Castillo, y su insólita historia fruto de una profanación.

José Guillermo Rodríguez Escudero

De todas las esculturas sevillanas que se custodian en los templos canarios, pocas cuentan con una historia tan curiosa y excepcional como la bella e impresionante talla del “Santísimo Cristo de las Tres Caídas”, entronizada en la iglesia del Ex Real Convento de La Concepción, hoy de San Francisco de Asís de Santa Cruz de La Palma.

Historia de la imagen y de su ermita

En sus orígenes, la fabulosa talla de candelero del “Cristo” no pertenecía a esta parroquia, pues tuvo antes ermita propia en la Calle Real, templo que fue víctima, a mediados del siglo XIX, de un incendio del que se logró salvar la imagen, junto a otra del “Cristo de las Siete Palabras”, hoy en la iglesia de El Salvador.

Tras dos siglos de existencia, la venerada capilla fue pasto de las llamas, y su solar fue adquirido por el Municipio. También se salvó una preciosa cruz dorada que se encuentra colgada en una de las paredes de la ermita de San Sebastián de esta ciudad. En el archivo de la Parroquia Matriz se halla el expediente de “subasta de solares que ocupaban ermitas incendiadas”.

El visitante que recorre el tramo de Calle Real donde antaño se erigía el sagrado recinto no puede conocer lo importante que llegó a ser aquel lugar, hoy repleto de edificios. Toda la manzana ha sido urbanizada, desde El Puente hasta la Plaza Vandale, y no existe signo o letrero que informe acerca de aquella, ya olvidada historia.

Doña María Massieu y Monteverde

La historia de la devota imagen del “Cristo de la Caída” y la de su ermita está relacionada con un insólito suceso acaecido en el siglo XVII. La conocemos por la propia pluma de su fundadora, doña María Josefa Massieu y Monteverde (1670-1759), cuya instancia encabeza el legajo del patronato de la pequeña iglesia. Esta propia documentación es copiada más tarde al originarse el pleito en 1786 sobre las prerrogativas del patrono de la capilla para elevarlo al Consejo.

Esta dama, benefactora de obras piadosas, nació en Santa Cruz de La Palma el 22 de febrero de 1670, hija de don Nicolás Massieu Van Dalle y Rantz y de doña Ángela de Monteverde y Ponte. El cronista de la capital palmera, don Jaime Pérez García, también nos informa acerca de algunos datos biográficos: “Fue Benefactora de la confraternidad de San Pedro de la parroquia de El Salvador. Edificó en 1730, a su costa y junto a las casas de su morada, la ermita de Nuestro Señor de La Caída, a la que se concedieron varios privilegios y que no se conserva por haber sido destruida por un incendio. Contrajo matrimonio en Santa Cruz de La Palma, el 17 de junio de 1696 con don Melchor de Monteverde Salgado, Capitán de las Milicias de Canarias, hijo de Pablo de Monteverde Salgado y de María Brier y Monteverde, y falleció en la misma ciudad el 19 de agosto de 1759”.

La blasfemia

Parece ser que, según escribía al Vicario de La Palma doña María Josefa Massieu y Monteverde, “una mujer llamada María Henríquez, pasando por su casa la procesión del Miércoles Santo, arrojó a la Imagen de Ntro. Señor Jesucristo Nazareno un vaso de inmundicias, cuyo sacrílego atrevimiento, aunque cometido por una loca, contristó tanto al pueblo, que dio principio a la octava y fiestas que se celebran en su exaltación, concurriendo la ciudad el primero y octavo día con los ministros del Santo Tribunal a la procesión de Nuestro Señor por el lugar en que fue la injuria, en el que se hace pausa para el festejo y obsequio con que se procura el desagravio”.

El historiador canario Viera y Clavijo mencionó en su obra, al referirse al Ex Convento Dominico de San Miguel de Las Victorias en Santa Cruz de La Palma, hoy iglesia de Santo Domingo de Guzmán, a la “venerada imagen del Nazareno con la cruz a cuestas, paseada en una procesión general en el Miércoles Santo, siguiendo con una costumbre muy antigua”.

El alcalde constitucional y cronista, don Juan B. Lorenzo Rodríguez, narraba cómo se vivieron aquellos instantes: “Figúrense cuál sería la admiración y horror con que un pueblo eminentemente católico presenció tan abominable atentado contra la sacrosanta imagen de Cristo”. La procesión continuó con su recorrido, acompañada de un silencio sepulcral que tan sólo “interrumpían los sollozos del concurso, después de haber limpiado con lienzos la sagrada imagen”.

Los fieles dispusieron hacer una “función de desagravios á esta Santa Imagen el día de la Exaltación de la Cruz del mismo año, 14 de septiembre”. Se celebraron los festejos con un novenario con música y fuegos artificiales, y en la octava, una solemne procesión a la que asistieron “ambos cleros y todo el pueblo”, haciendo una parada de penitencia en la que “se cometió el desacato”. Allí se representó una loa con música, alusiva a aquel desgraciado suceso.

En la recopilación de las efemérides y noticias acaecidas en La Palma, así como “otros hechos históricos que conviene tener presentes”, el alcalde Lorenzo Rodríguez nos informaba de que: “La demente Maria Ruis, muger de Pedro Henriques, al pasar pr. frente de su casa la prosecion del Miercoles Santo, arroja un vaso de inmundicias sobre la Imagen del Nazareno, en desagravio de lo cual se fabricó más tarde la Ermita del Señor de la Caída. (29 de marzo de 1679)”.

También, como anécdota, se cuenta que la propia loca María Ruiz, la misma que había lanzado “un vaso de escremento” a la “sacrosanta imagen de Jesús Nazareno, suciandole la tunica y cayendo lo mas en las andas de dicha Ymagen” fue la misma que se había descalzado en El Salvador y había “tirado con los sapatos á un sacerdote que estaba diciendo misa, alcanzandole el golpe á la casulla”. No contenta con estos hechos, y tal era su locura, que también quiso lanzar una piedra a la procesión del Santo Sepulcro y en otra ocasión “habia tirado con un palillo de un sapato al Glorioso San Sebastián”.

Viera y Clavijo añade que, desde aquel fatídico día que conmovió a toda la Isla, 29 de marzo de 1679, se constituyó una cofradía de Jesús Nazareno en el convento dominico a fin de desagraviar a la imagen profanada. Esta Hermandad organizaba además comedias, pronto arraigadas en las costumbres de la ciudad, hasta el punto de que llega a decir el citado historiador que se abrigaba el temor de que “en dejando de hacerlas, se hundiría la isla”.

Acerca de la escultura mancillada, don Jesús Hernández Perera escribió que “no existe hoy”. Sin embargo se sabe con certeza que es la imagen que actualmente está custodiada en la parroquia de la Virgen de Bonanza de El Paso. En el ex cenobio dominico de la capital fue sustituida por la bellísima talla del mejor Estévez del Sacramento, célebre imaginero tinerfeño, en la primera mitad del siglo XIX, que desfila procesionalmente a las cinco de la tarde del Miércoles Santo en la multitudinaria procesión popularmente conocida como “el Punto en la Plaza”.

Aquí transcribo literalmente un acta del Ayuntamiento fechada el 9 de septiembre de 1765: “El Sor. Don Nicolás Massieu Vandale y Salgado, dijo: Que notorio es á esta Ciudad el agravio que Maria Ruiz hizo á la Imagen d Ntro. Sr. Nazareno, el miercoles Santo del año de 1679, ostigada de algun diabólico influjo ó del furor de su demencia, porque era loca, y al transitar por su casa la procesión; con cuyo motivo habiendose resuelto hacer á la misma Santísima Imagen públicas funciones de desagravios en el Convento de Predicadores, en donde se venera, y por acuerdo del 14 de abril del mismo año… correspondiente a la Ciudad, como cabeza de la isla, y que debe con todos afectos manifestar su reverencia y devocion al culto de Dios y de sus Santas Imágenes, asistir y hacer el primero dia de la referida octava; y como la sucesion… sucede ahora que no teniendo por bastante desempeño del referido agravio de dichas anuales funciones, abrió camino el Cielo en la ocacion presente que le ha comprado la casa en donde perpetró la injuria la referida loca, por estar contigua á la de su vivienda, el Sor. Don Nicolás Massieu de Vandala y Ranst, Capitular de este Ayuntamiento y abuelo del Sor. proponente, en que sucedió la Sora. Doña María Massieu y Monteverde, su hija… de don Melchor de Monteverde y Salgado, la que dispuso erigir en el mismo sitio, Ermita dedicada al Santisimo Jesus Nazareno, en el paso de su Caida, para que el sitio de la furiosa demencia y casa en que se perpetuó la sacrílega injuria, sea de aquí adelante Templo de rendidas oraciones y cultos, que ha acabado de fabricar el Sor. proponente. Y estándose para colocar en el la Santísima Imagen de Jesus de la Caida el domingo 22 del corriente, por la tarde, se hace procesion general por toda la ciudad en demostración de desagravio á que sigue la octava de las fiestas de la ‘Dedicación de dicha iglesia’. (Convida al Cabildo á asistir á ella)”.

Expediente de la profanación

El alcalde Lorenzo Rodríguez, en su ya célebres crónicas, nos indica que “habiendo encontrado el expediente original de la profanación cometida por la demente Maria Ruis en la Imagen de Jesús Nazareno, vamos á poner aquí parte de él para mas autoridad de este hecho histórico”.

Allí se describe con más detalles lo sucedido, como, por ejemplo, que el excremento alcanzó la túnica de la imagen y su trono, pero también a “algunos de los que iban inmediatos á dicha Imagen, como lo manifestó un sombrero que trajo el Licdo. Mateo Talavera á presencia de su merced quejandose de la injuria”.

Este expediente fue efectuado el mismo día de la blasfemia, ante el Sr. Licdo. Don Melchor Brier y Monteverde, Abogado de los Reales Consejos, Vicario y Juez de Cuatro Causas en esta Isla por el Obispo “destas islas de Canaria, del Consejo de Su Majestad”. Declararon en este expediente los Lcdos. Don Pedro Pérez, don Agustín Jorge Aday y el presbítero don Mateo Rguez. Talavera y también doña Estefanía González y doña María del Rosario Rodríguez, “todos de acuerdo con el auto cabeza de proceso”. El notario público fue don Francisco de los Santos Almeida. El documento finaliza con esta fórmula: “Y para que conste de la verdad del hecho y conforme á él se castigue á la susodicha por todo vigor, conforme lo que pide el caso de la sacrílega injuria…”.

La mencionada doña María del Rosario declaró al día siguiente que había salido de casa de su primo Juan Henríquez con doña María Ruiz para ir al sermón y acompañar a la procesión que tendría lugar después de la ceremonia. Informa de que la demente no quiso entrar en al iglesia pero la testigo la obligó, siendo consciente de que “muchas veces ha reconocido en ella sus locuras tienen repugnancia á las cosas sagradas”. Se portó con “mucho sosiego” y quiso ir más tarde a la Plaza para poder presenciar desde un lugar privilegiado el paso de la procesión.

A partir de aquellos instantes se dividieron ya que Rosario quiso acompañar al Nazareno. Más tarde la informaron del suceso. Fue entonces cuando “le vino al pensamiento que había sido la dicha Maria Ruiz, y así lo dijo a las personas que venían en su compañía”. Fue entonces cuando la vio en la ventana y le gritó que le abriera la puerta, que estaba cerrada. Cuando pudo entrar, la encontró “con el semblante mudado y los ojos muy inquietos y las manos sucias de escremento”.

Quiso saber el motivo y la loca contestó que “no sabía pero que una cosa se lo había mandado á hacer y se quedaba como boba sin hablar”. Fue llevada presa inmediatamente por el alguacil mayor. Se sabía que María hablaba sola y en muchas ocasiones con lenguajes “no entendidos”. La testigo también contó cuando un día, regresando de la ermita de La Encarnación, “se despeñó de un risco de donde se pudo haber hecho pedazos, y que se tuvo por milagro de la Virgen no haberse hecho daño”. En numerosas ocasiones le había contado que quería suicidarse arrojándose al mar, como hizo su madre (por eso se pensó que había heredado la locura), o ahorcándose. El propio Padre Definidor, Fray Luis Felipe, la llegó a exorcizar y dijo que “sino estaba endemoniada á lo menos estaba asistida de espíritu malo”. Se le encontraron muchas veces algunos cuchillos bajo la almohada con los que quería también acabar con su vida. Falleció el 24 de marzo de 1694 y fue sepultada en la Iglesia del Hospital. La testigo declaró tener 28 años y no firmó porque no sabía.

Estos dos autos fueron enviados al Obispo don Bartolomé García Jiménez el 6 de abril de 1679.

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Bibliografía al final de la entrega 3/3.

[*Otros}– Los Canarios en América / José Antonio Pérez Carrión: Juan Bautista de Antequera

El general Don Juan Bautista de Antequera nació en la ciudad de San Cristóbal de La Laguna (Tenerife) —la Atenas de las Canarias— que tantos hombres ilustres ha dado al mundo en los varios ramos del saber humano.

Puede decirse, sin exageración, que Antequera pertenece al número de esos héroes que forman época en la vida de los pueblos, ocupando los más altos puestos en la Marina nacional.

Fue en varias legislaturas diputado a Cortes, y dos veces ministro de Marina con los conservadores, a cuyo partido político perteneció siempre; fue uno los valientes jefes que tomaron parte en los graves sucesos del Callao de Lima el 2 de mayo de 1866, a las órdenes del general en jefe Méndez Núñez, cuyas relaciones con el gobierno peruano fueron interrumpidas, por desgracia para todos, a consecuencia de las vejaciones que algunos españoles venían sufriendo en las Islas Chinchillas, y de haberse negado aquel gobierno a dar al de España cumplida satisfacción, conforme al tratado de paz de 25 de enero de 1865, firmado entre ambas potencias.

He aquí cómo el marqués de Méndez Núñez daba cuenta al gobierno de Madrid de la heroica acción:

«… En los momentos en que una granada de nuestra escuadra hacía volar la parte superior de la torre del Sur, un proyectil enemigo, rompiendo la baranda del puente y llevándose la bitácora allí situada, me hirió directamente, pasando entre mi costado y brazo derecho, causándome los astillazos varias heridas en las piernas y caja del cuerpo.

Por lo pronto, abrigué la esperanza de continuar en mi puesto, pero transcurridos algunos minutos caí en brazos del comandante del buque la Numancia, capitán de navío Don Juan Bautista de Antequera.

Cuando me conducían al hospital de sangre, el señor mayor general, acercándoseme para averiguar cuáles fuesen mis heridas, le dije que consideraba no eran de cuidado, que se pusiese de acuerdo con el comandante de La Numancia, y continuase la acción sin dar parte del suceso a los demás buques.

Hasta aquí, lo que puedo por mí mismo informar a V. E.

De este instante hasta la terminación de este brillante hecho de marras, traslado a V. E. lo que el señor mayor general me dice y que es como sigue:

“Cuando V. S., después de casi desmayado por pérdida de sangre de sus ocho honrosas heridas, tuvo que abandonar el puente desde donde dirigía el ataque y ser llevado entre cuatro al hospital de sangre, el combate era general en toda la línea, y en toda ella nuestros buques, fijos en los puestos de antemano marcados, recibían el abundante fuego de la artillería enemiga, mucha de ella de los mayores calibres, y le respondían con otro tan activo como certero; tan certero como era de esperarse de la pericia de nuestros cabos de cañón y del indecible entusiasmo de nuestras dotaciones.

V. S. recordara que al ir a poner los pies en la escala de la escotilla las personas que lo conducían en brazos, bajé de mi puesto de la toldilla para saber la más o menos gravedad de las heridas, y recibir ordenes, y que me dio la de continuar dirigiendo el ataque, distante como se hallaba en el extremo de la línea el comandante de Berengueda, que era el jefe más antiguo.

En aquellos momentos, si bien como llevo expresado era general pelea, como V. S. recodará ya había habido una explosión en la torre blindada del Sur, que montaba dos cañones de los de monstruo calibre Blakely, explosión causada por una de las granadas de nuestras fragatas, y que hizo callar ambas piezas para el resto del ataque.

También era menos el fuego de la batería al sur de la misma torre, gracias a lo certero de los tiros de la Numancia, Blanca y Resolución, y a decisión y precisión con que los tres buques se situaron para combatir.

Al separarme de V. S. mi primer cuidado fue subir al puente para la situación del combate. Todos los capitanes se hallaban en sus puestos, batiéndose de la manera más cumplida que desear puede un país para dejar en buen lugar su honra.

Nada dije al de la Numancia, porque no es posible advertir nada al que, como el capitán de navío D. Juan Bautista de Antequera, despliega una serenidad imponderable delante del enemigo.

En aquellos momentos recibía la Numancia un fuego nutrido. El que recibía era entre el gran número de los que artillaban la batería de Sta. Rosa, la más respetable de toda la línea, de cañones de mayor calibre de los modernos, uno de cuyos proyectiles, aún después de rebotar en el mar y de cubrirnos de agua a los que nos hallábamos en el alcázar, penetró a flor de agua hasta perforar del todo una de las planchas de la coraza, entre el través y la aleta, produciendo, como después se vio, gran conmoción en el macizo de teca, que sirve de descanso a la coraza y, asimismo, gran estremecimiento en todo el buque al chocar en su costado.

Debo mencionar a V. S. la circunstancia de que el enemigo había colocado con habilidad, a unos ocho cables de las baterías, gran número de barriles pequeños, pintados de color rojo, amarrados a todos a un cabo delgado, que indudablemente debían ser, al propio tiempo que marca para saber cuándo llegaban al mejor punto de mira las fragatas, otros tantos torpedos, que podrían ser disparados por medio de alambres eléctricos.

En la duda, le era necesario al comandante de la Numancia especial cuidado para no chocar con ellos, sobre todo para que no se enredasen en la hélice.

La Numancia consiguió pasar por su parte de tierra y acercarse aún más al enemigo, pero en aquel momento levantó la quilla levantó el fango del fondo, y le fue preciso situarse por la parte de afuera del desconocido peligro.

Era sumamente difícil el manejo de la Numancia en tales circunstancias. La pericia y serenidad del capitán Antequera fueron perfectamente secundadas en tan delicado asunto por su ayudante de derrota, el teniente de navío D. Celestino Lahera”».

Tal fue la manera de portarse del hijo de las Canarias en aquel día triste y memorable.

El primer buque blindado que llegó a aquellas alturas fue la Numancia.