[*ElPaso}– Personajes de mi pueblo, disminuidos pero no olvidados: Domingo el Bobo

10-12-2007

Carlos M. Padrón

Era un mendigo de uno de los barrios de la parte baja al oeste del pueblo, creo que de El Paso de Abajo, que, dado su aparente admiración por los arrieros, llevaba casi siempre consigo lo que allá llamábamos un zurriago, o sea, un látigo hecho con una vara de almendro, a guisa de mango, a uno de cuyos extremos va ataba una larga trenza de cuero, con la que se inflige castigo.

Al igual que Cuncún no usaba calzado, y sus enormes pies exhibían unos dedos ajados, con uñas melladas, moradas o ausentes, y unas plantas que recordaban la madera, no sólo por el color de las callosidades sino por la dura consistencia que parecían tener.

Para molestarlo o motivarlo, los muchachos solían decirle:

—Domingo, ¡vete a trabajar!

Y, con tono lastimero, contestaba,

—No pue’o, ‘toy enfermo.

De nuevo,

—Domingo, ¡vete a trabajar!

Y ya el tono de la respuesta era más iracundo que lastimero:

—¡Que no pue’o, coño! ¡‘toy enfermo!’

Y, a la tercera:

—Domingo, ¡a trabajar con los ingleses!

Y, por motivos que al menos yo ignoro y Wifredo también, la mención a los ingleses hacía que Domingo montara en cólera y, agitando con fuerza su látigo ponía en fuga a los muchachos. Pero Wifredo, sabedor de otros detalles acerca de Domingo, lo plasmó así en este dibujo:

Sabemos que los ingleses fueron quienes iniciaron en La Palma el cultivo del plátano, pero no qué tenía Domingo contra ellos.

Lo de que estaba enfermo no era difícil de creer porque de sus dos fosas nasales fluían constantemente unos torniquetes de mucosidad verdiamarilla que él no se molestaba en limpiar. Parecía como si tuviera un catarro permanente, pero, aunque dijera que estaba enfermo —eso se le tomaba como pretexto— no daba muestras de sentirse mal.

Ante esto, una señora que no salía de una afección gripal para entrar en otra, le preguntó molesta a don Juan Fernández, el médico del pueblo, por qué gente como ella, que se cuidaba bien, vivía siempre enferma y, en cambio, un Domingo el Bobo, que en nada se cuidaba, nunca se enfermaba. A lo que don Juan Respondió: «No es así, señora. No es que Domingo el Bobo nunca se enferme, es que nunca ha estado sano».

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