MANUEL FIERRO SOTOMAYOR
(1752-1828)
El doctor Gómez fue el primero que hizo uso de la palabra en aquella asamblea de notables, manifestando que Monteverde debía asegurar en prisión a todos los individuos que en dos años de revolución habían sido más exaltados.
Vidal y Fierro combatieron la proposición del doctor Gómez, manifestando, así mismo, que la Constitución, recientemente publicada, prohibía las medidas de rigor sin formación de causa que las justificara, y que la aprobación de las capitulaciones, y la palabra OLVIDO solemnemente dada y ratificada en las proclamas, debía cumplirse.
Estas razones hicieron efecto en el ánimo de Monteverde, y, comprendiéndolo así sus consejeros, propusieron otra medida más benigna, esto es: que los mismos patriotas, ya que no encarcelados, fueran expulsados de la Provincia. Con los mismos argumentos combatió Fierro esta proposición, pero, sin embargo, fue aceptada por la mayoría de los concurrentes, acordándose que cada uno de los presentes hiciera aquella misma noche una lista de todas las personas que debían ser expulsadas. Fierro, de regreso a su casa, pasó a Monteverde el oficio siguiente:
“En conformidad de lo acordado por los señores que han compuesto la junta celebrada en la mañana de este día, en la habitación de V. S., para tomar medidas de seguridad pública, creo de mi deber y rigurosa justicia hacer presente que estando ya presos, o en inspección del Gobierno, las causas de las personas que concurrieron activamente a los sucesos del 19 de abril de 1810, y habiendo sido yo expulsado inmediatamente de esta Provincia sin haber vuelto a ella, hasta que las armas del Sr. Monteverde tomaron posesión de la misma, nada puedo decir acerca de los que posteriormente hayan tenido una parte activa y son acreedores a estas medidas, por carecer absolutamente de conocimientos en materia tan delicada, y creo de mi obligación manifestarlo así a V. S.”.
Este oficio le acarreó la odiosidad de los que, de buena o mala fe, creían que la tranquilidad pública sólo se aseguraba con la prisión o extrañamiento de sus enemigos. Y Fierro era el único que había tenido la dignidad de salvar su voto en aquella junta.
Antes de esto, se había dispuesto que muchos de los presos que existían en las cárceles fueran trasladados a las Bóvedas de La Guaira para poder encarcelar a los que nuevamente iban a serlo; y en el mismo día en que en el Templo de San Francisco se estaba celebrando la función en acción de gracias por haber sido publicada la Constitución, se vieron en las puertas de la Cárcel de Corte y en Capuchinos más de cincuenta mulas cargadas de provisiones, y multitud de presos con grillos y cadenas que iban a ser trasladados a su destino.
Fierro, heciéndose eco del clamor popular, pasó a la casa habitación del oidor Vidal, y le informó del gran escándalo que se estaba dando en la población, y a la vez le suplicó que interesase a Monteverde a que evitara aquel contraste, puesto que al mismo tiempo que se publicaba la Constitución, se hacían prisiones por orden de los mismos que habían jurado guardarla.
Encaminándose Vidal al alojamiento de Monteverde, y después de breve conferencia, mandó a recoger a los presos prontamente, sorprendido de aquella disposición, puesto que el no había ordenado que la traslación se hiciese a semejante hora sino por la noche, corno después se realizó.
Por fin se hicieron las listas, acordadas por la junta de notables, comprensivas de las personas que había que asegurar, y, sin previa formación de causa ni de otra de enjuiciamiento, se allanaron las casas de los vecinos. Personas de todas clases y condiciones fueron encarceladas; y como las expresadas listas no estaban firmadas ni autorizadas por nadie, sucedió que cuando alguna de estas mismas personas se querellaba de la injusticia con ella cometida, probando sus servicios y amor al Gobierno de España, se ponía a su demanda esta ridícula y vejatoria providencia: “Informe quien lo puso preso».
No podía darse mayor desmoralización. La aflicción de la familia y el estupor que estas medidas arbitrarias produjeron en el pueblo son indescriptibles. La misma informalidad observada para hacer las prisiones se vio después en las encarcelaciones.
El 11 de febrero de 1813 se anunció al público, por bando y una proclama impresa, el descubrimiento de una conspiración que debía ejecutarse aquel día en la cual, se decía, iban a perecer las personas de las autoridades entre el trastorno del gobierno. Para el castigo de esto creó Monteverde una comisión militar compuesta por Fierro, Tiscar, el Mayor General don Juan La-Ginestier, y otros dos oficiales, con un secretario y el abogado doctor Isidro González por asesor, reservándose Monteverde la aprobación de la sentencia. Esta junta no condenó a nadie.
Conocida de las personas que rodeaban a Monteverde, la oposición de Fierro hacia las medidas de rigor adoptadas, influyeron en él para que le enviara a su destino, lo que dio motivo a que se le pasase el 23 de marzo el siguiente oficio: “En el I° de noviembre último dejé que V. S. permaneciese en esta Capital hasta otra disposición mía, por la escasez de oficiales que tenía para el servicio; y hallándome ya con número suficiente de aquéllos, está V. S. expedito para trasladarse a la plaza de Santa Cruz de Tenerife, a donde se le ha destinado, según lo que me informó el 6 del mismo mes».
Cuando Fierro recibió este oficio se hallaba enfermo en cama, y en cuanto experimentó algún alivio fue a visitar a Monteverde para darle las gracias por la determinación que había tornado de enviarle a su destino, significándole al mismo tiempo su extrañeza de que en aquellas circunstancias prescindiera de sus servicios.
Monteverde le contestó que estaba muy resentido contra él porque le habían asegurado que desaprobaba su providencia. Entonces Fierro le manifestó que en efecto había visto con mucho dolor como se daban a cometer muchos excesos, a nombre de Monteverde, las personas que lo rodeaban, y como no era conforme a la justicia que tuviera presos tanto tiempo a los que lo estaban por orden suya, sin haberlos entregado al tribunal competente, y concluyó aconsejándole que apartara de si a todos aquellos malos consejeros, que, a la vez que procuraban enemistarlo con los jefes con quienes más íntimamente debía estar ligado, lo exponían a la critica y odiosidad del pueblo.
