[*Otros}– Palmeros en América / David W. Fernández – Padre José de Arce y Rojas, «Apóstol del Paraguay» (4/4)

Padre José de Arce y Rojas, “Apóstol del Paraguay” (4/4)
(1640-1715)

Los payaguas prepararon una emboscada al padre Blende en la que le dieron muerte, y esperaban al padre Arce para sacrificarlo de igual modo. El padre Arce, al no hallar el barco ni al padre Blende, compuso una embarcación y en ella se embarcó con los trece neófitos a principios de diciembre. Hallo los cadáveres del padre Blende y sus compañeros, y desatendiendo el peligro de encontrarse con los payaguas cayó en manos de ellos. Al primer lance aferraron la embarcación y la llevaron a tierra.

El primero que entró en ella fue Cotaga, hijo de un hechicero, que, llegado al padre Arce, le sacó a la playa echándole con ímpetu en el suelo, para lo cual fue menester muy poco por lo débil que se hallaba, y le dio tan fiero golpe en la cabeza que le quitó al punto la vida sin poder decir otra cosa sino: “Hijos míos muy amados, ¿por que hacéis esto?». Los demás compañeros fueron asesinados también, salvo uno que se salvo.

Los asesinos llevaron el cuerpo del padre Arce al otro lado del río y lo entregaron a los guaycurús, cómplices de ellos. Estos tomaron el cadáver y lo maltrataron y zahirieron. Era diciembre de 1715.

Así falleció el Padre Arce, cuando buscaba el ansiado camino para el Perú, que había de facilitar extraordinariamente las tareas apostólicas del Chaco. Tenía casi 75 años de edad; 45 de religión y 29 de profesión de cuatro votos, que había hecho el 15 de agosto de 1686. Se supo la muerte del padre Arce por cuatro compañeros cristianos llamados José Mazzabis, Jacinto Poquibiqui, Pablo Tubari y Pedro Melchor Guarayo, que habiendo sido esclavos de los payaguás fueron rescatados por los padres en el primer viaje, y en éste los había llevado el padre Arce como intérpretes, quedando ahora esclavos por segunda vez de los payaguas.

Pero también se libraron nuevamente, pues en enero de 1718, en compañía de una india asionés, también esclava, y pretextando ir en busca de frutos silvestres, se fugaron, llegando a San Rafael de los Chiquitos. En Asunción el P. M. Fr. Jose de Zerza, comendador de Nuestra Señora de la Merced, amigo íntimo del padre Arce por haber sido su discípulo de Filosofía, dice que en el momento de su martirio lo vio entrar en la celda y le dijo con tierno afecto: “Hijo, encomiéndame a Dios, porque me hallo en grandes angustias».

Además de las fatigas que pasó entre los chiriguanás, chiquitos y guaraníes, en el descubrimiento del río Paraguay, y las conversiones que hizo en las iglesias que fundó, aprendió los lenguajes chiquito, quichuo, guaraní, chiriguaná y payaguá. Fue de aventajado talento en el púlpito.

Hallándose en Córdoba de Tucumán, en cuya Real Universidad fue descargado de la ocupación de leer las Facultades mayores, se le encargó predicar sobre las virtudes de San Francisco Javier, en la festividad de este santo, y por modestia al subir al púlpito se excusó de no tener dotes de orador y, en lenguaje poco elegante, dijo algo de doctrina cristiana. Cierto discípulo suyo en Filosofía, en teatro público y en traje de bufón, representó dicha acción moviendo a risa a los oyentes. El padre Arce, en lugar de ofenderse, se lo agradeció, por lo que aquél, en adelante, se convirtió en panegirista de sus virtudes.

Vistió siempre con mucha humildad y era parco en el comer. En una calabaza que le servia de olla, escudilla y vaso, cocía un poco de maíz con agua y, sin otro aderezo, lo comía, y sólo por enfermedad comía un pedazo de carne mal asada.

Así fue la vida de este misionero que ha merecido de la posteridad el sobrenombre de “Apóstol del Paraguay».