[*MisCan}– «Something stupid» (Algo estúpido)

Carlos M. Padrón

Ada Padrón, mi sobrina mayor, nació en El Paso porque su padre —Raúl Padrón, mi hermano mayor— la llevó desde Venezuela “en vientre” para que naciera en nuestro querido pueblo, del cual salió hacia Venezuela cuando apenas tenía meses de edad.

Cuando yo llegué a Venezuela, Ada tenía el aspecto con que aparece, en esta foto, de sandwich entre su hermana Elsita y yo.

Carlos M. Padrón, Ada Padrón, y Elsita Padrón. Los Caracas, 10/09/1961.

En esta otra foto, tomada en 2006, se la ve tras un micrófono, que es donde le gusta estar,… si es para cantar.

Y cantar es algo que hace muy bien porque tiene, además de pasión por la música, una estupenda voz y, sobre todo, un excepcional oído musical.

En 1983 —y haciendo lo que ya conté en la Introducción de esta sección— quise aprovechar estas cualidades de Ada para grabar, a dúo con ella, la canción “Something stupid” que hicieran famosa Frank Sinatra y su hija Nancy hace unos 25 años.

La grabación resultante puede bajarse/escucharse AQUÍ.

Su ficha técnica es:

• Título en español: “Tonterías” (No entiendo por qué si la traducción del original es “Algo estúpido”).
• Arreglo de esta versión instrumental: Paul Mauriat.
• Grabada el 29/10/1983 en mi casa, en Caracas, con la voz de Ada y la mía.

“Dándole vueltas al viento” / [El Paso}– Poemas de Antonio Pino Pérez: Aquella piedra

AQUELLA PIEDRA

Aquella piedra por la mar bañada
que exacta un corazón reproducía,
por ver si palpitaba todavía
la arranqué de la espuma nacarada.

La saqué con mi mano emocionada
y en su calor de nido la tenía.
La apreté y la ausculté por si vivía
convenciéndome, al fin, que no era nada.

Una piedra, juguete de las olas,
que un corazón humano repetía
en las furias del mar por siempre solas.

Un pedazo de muerte desolado
que el mar piadoso por piedad mecía
meciendo un corazón petrificado.

1940

[*Otros}– Palmeros en América / David W. Fernández – Jerónimo de Guisla Boot

David W. Fernández

Jerónimo de Guisla Boot
(1639-1695)

El capitán don Jerónimo de Guisia Boot es un personaje palmero del sigio XVII que tuvo actuación militar en las entonces llamadas Indias.

Nació en Santa Cruz de La Palma el 13 de enero de 1639, y fue bautizado, el 25 del mismo mes y año, en la parroquia matriz de El Salvador, de su ciudad natal.

Era hijo de don Juan de Guisla Van de Walle —capitán de Infantería española, regidor perpetuo del cabildo de La Palma y alcaide del castillo principal de Santa Catalina y castellano de todas las fortalezas de dicha isla—, y de doña Jerónima de Boot y Monteverde, señora de los feudos y estados de Wesembec y Ophen, en Flandes.

Nieto por línea paterna de don Diego de Guisia Van de Walle Ruiz de Torres y Grimón —maestro de campo de la Infantería española y gobernador de las armas de La Palma, regidor perpetuo y depositario de su Cabildo, y familiar del Santo Tribunal de la Inquisición—, y de su tercera esposa y prima, doña María Van de Walle de Cervellón y Fernández de Aguiar.

Y nieto por línea materna de don Jerónimo de Boot —regidor de Bruselas (Bélgica), señor de Wesembec y Ophen, y maestre de campo de la Infantería española—, y de su segunda esposa, doña Jacoma de Monteverde Roberto de Monserrat Benavente Cabeza de Vaca, de la Casa de Groenenberg, de Flandes, señores de Benecis-Quatemart.

Fue don Jerónimo cuarto señor de los estados de Wesembec y Ophen, incorporados a la Casa de Guisla por el matrimonio de sus nombrados padres, de los cuales habían hecho Mayorazgo mediante escritura del 15 de abril de 1600, Jerónimo Boot, secretario del Consejo de Brabante (Bélgica), y su mujer Isabel Cochaerts Van Paris, abuelos de la ya mencionada doña Jerónima de Boot y Monteverde.

Don Jerónimo fue, además, regidor perpetuo y hereditario del Cabildo de La Palma, capitán de Infantería española, alcaide del castillo principal de Santa Catalina, y castellano de todas las fortalezas de dicha isla.

Se casó el 23 de julio de 1656, cuando apenas había cumplido los 16 años de edad, con doña Antonia de Campos y Castilla, nacida el 19 de mayo de 1636, e hija de don Bartolomé de Campos y Fonseca —natural de Cádiz (Andalucía), maestre de campo de la Infantería española y del Tercio de Milicias de La Palma, alcaide de todas las fortalezas de la referida isla, por el Rey, y regidor prominente de su Cabildo—, y de doña María de Castilla Valdés, nieta por línea materna de don Simón García de Castilla, séptimo nieto del rey de Castilla don Pedro I, el Justiciero o el Cruel, regidor perpetuo del Cabildo de La Palma, y maestre de campo de Milicias de la misma isla, y de doña Clara de Valdés y Miranda.

Pasó a América y fue gobernador y capitán general de Popayán (Colombia), donde tuvo meritoria actuación.

Hallándose en la actual Venezuela, lo sorprendió la muerte en Maracaibo (Estado Zulia), el 28 de marzo de 1695, después de haber testado, dicho día, ante el escribano de gobernación, Lucas Moreno de Santisteban. Antes había otorgado otra escritura, el 23 de noviembre de 1691, también en Maracaibo, ante el escribano Pedro de Bustos. En aquellos tiempos era gobernador y capitán general de esta provincia, de Mérida y La Grita y ciudad de Maracaibo (1694-1701), don Gaspar Mateo de Acosta (1645-1705), ambos nacidos en Santa Cruz de La Palma.

Su esposa había fallecido en Santa Cruz de La Palma el 10 de mayo de 1682, y fue sepultada en la capilla de San José, en el convento Real y Grande de la Inmaculada Concepción, de la orden franciscana, en dicha ciudad.

Fueron los padres de,

A. Don Juan de Guisia Boot y Campos Castilla —quinto señor de Wesembec y Ophen, maestre de campo de la Infantería española, coronel de los Reales Ejércitos, gobernador de las armas de La Palma—, nacido en Santa Cruz de La Palma el 16 de diciembre de 1657. Sirvió en Flandes (1668-1682), y en las guerras contra Francia, actuando con heroísmo en la defensa de Cambray. Luego pasó a la actual Colombia y fue jefe de las fuerzas de Bogotá.

Se casó, el 21 de febrero de 1694, con su sobrina doña Beatriz Hermenegilda Lorenzo de Monteverde y Salazar de Frías, nacida el 13 de abril de 1673, e hija única del capitán don Domingo Lorenzo de Monteverde Salgado y Guisia —descendiente de nobles portugueses, conquistadores y pobladores de La Palma—, y de doña Leonor Salazar de Frías y Sotomayor Topete, su mujer, de la Casa de los Condes del Valle de Salazar, señores de Nogales y de Valmayor.

Falleció el 30 de junio de 1713, después de haber testado ante Antonio de Acosta, el 28 de marzo de 1707, y de fundar Mayorazgo de la Casa de Guisla en La Palma. Sus restos yacen —junto a los de su esposa, que falleció el 14 de julio de 1703— en la capilla de San José, del referido convento Real y Grande de la Inmaculada Concepción.

Los títulos, feudos, estados y mayorazgos, así como la honrosísima representación de la Casa de Guisla, pasaron, a la muerte del tercer Marqués de Guisia Ohiselin, a la Casa de Van de Walle, que los ostenta hasta el presente.

B. Don Bartolomé de Guisia Boot y Campos Castilla, amparado en su nobleza, falleció célibe el 15 de julio de 1681.

C. Don Antonio de Guisia Boot y Campos Castilla, también murió soltero.

D. Doña María de San Antonio Guisia Boot y Campos Castilla, monja clarisa; y,

E. Doña Jerónima de Santa Inés Guisia Boot y Campos Castilla, también monja clarisa.

[*ElPaso}– Concurso clandestino e insólito de una C3

29-05-2007

Carlos M. Padrón

Retomando el tópico de los comentarios que se hacían en las C3 y que solían ir subiendo progresivamente de tono en la escala moral, en una de ellas ocurrió una vez que el tópico de conversación recaló en las dimensiones de la vulva de la hembra humana, y derivó en bravuconadas de varias de las damas presentes acerca de las dimensiones de la propia.

Los ánimos de algunas de las féminas más arrojadas que allí había se caldearon al punto que, armadas de cintas métricas —de las flexibles, que usan sastres y costureras—, se fueron al Barranco de Las Laderitas, al borde norte del pueblo, se refugiaron en una de las muchas cuevas que en ese barranco hay y procedieron a medirse sus vulvas entre ellas: la dueña del órgano a medir se despojaba de sus bragas (pantaletas), se sentaba en una piedra, se abría de piernas, se echaba hacia atrás, y una de sus compañeras, bajo la vigilancia del resto, procedía a tomar las medidas, que eran anotadas por otra de las muchachas en una de las libretas usadas en la C3 para registrar las medidas de las prendas a confeccionar.

Posiblemente porque las dimensiones de la parte íntima de una de las muchachas resultaron vergonzosamente inferiores a las de todas las demás, ésta se sintió molesta, y tal vez buscando justificación comparativa, contó —bajo condición de “confidencialidad”, por supuesto, ¡faltaría más!— los detalles del clandestino concurso “vulvístico” —o “chochístico”, como alguien lo llamó—, usándolos como pretexto para decir cuáles fueron las medidas de la ganadora, y que se viera que eran, a todas luces, anormales por excesivas.

En aquella época y en aquel pueblo, hasta los pequeños sabían qué se podía difundir y qué no. Y por la índole de tal concurso y el respeto a las familias de las concursantes, el incidente “pasó bajo la mesa”: pocas personas supieron de él, y las más de las que sí supieron, callaron.

Pero, fuera por lo que fuere, cada vez que durante los años siguientes vi a la “campeona” no pude evitar que mi imaginación alzara vuelo, llegando hasta recordar mis incursiones en espeleología. Y por años me ha torturado la incertidumbre de no saber qué pasó con las cintas usadas para tomar las medidas.

• ¿Fueron devueltas sin más a la C3 de donde salieron, a pesar del aroma delator que, por supuesto, adquirieron durante la medición?
• ¿Las bañaron antes en soda cáustica, arriesgándose a que quedaran ilegibles?
• ¿Las botaron, y en la C3 dijeron que se habían perdido?

o no tener respuestas ciertas a dudas tan importantes como,

• ¿Estuvo involucrada en el concurso, tal vez como árbitro imparcial, la directora de la C3?
• ¿Y qué suerte corrió la libreta con los resultados de las mediciones, libreta que desde ese preciso momento cobró incalculable valor histórico? ¿Fue destruida? La hoja u hojas con las medidas, ¿fue arrancada? ¿La conservó alguna de las féminas, tal vez como base y referencia para un posible futuro concurso?
• ¿…?

En fin, todas estas preguntas, y otras muchas de igual calibre filosófico y nivel de insondable profundidad espiritual, me han generado desde entonces grandes dudas existenciales.

La Nueva Psicología del Amor (4/7): Enfermedades mentales

Mi comentario a este capítulo lo dejo a cargo del artículo “La conexión padre-hija” que copio al final y que llegó a mis manos en un claro caso de serendipity porque, al igual que el libro que nos ocupa, me resultó muy esclarecedor y de gran ayuda.

Carlos M. Padrón

***

“La Nueva Psicología del Amor”
M. Scott Peck

ENFERMEDADES MENTALES

En su mayor parte, las enfermedades mentales están causadas por una falta o defecto de amor que un determinado niño necesitaba de sus padres para lograr una maduración apropiada y crecimiento espiritual.

Dependencia

La segunda concepción falsa, sumamente común, del amor es la idea de que la dependencia es amor. Es ésta una concepción errónea, pues la dependencia es una cuestión de necesidades antes que de amor. El amor es el libre ejercicio de la facultad de elegir. Dos personas se aman únicamente cuando son capaces de vivir la una sin la otra, pero deciden vivir juntas.

Las personas dependientes pasivas están tan atareadas tratando de que se las ame que no les queda energía alguna para amar. Nunca se sienten plenamente colmadas ni tienen el sentido de ser personas completas. Sienten siempre que «algo les falta». Toleran muy mal la soledad. No tienen verdadero sentido de la identidad propia, y se definen tan sólo por sus relaciones.

La dependencia pasiva tiene su origen en la falta de amor. La sensación de vacío interno que experimenta el dependiente pasivo es el resultado directo de una falla de sus padres que no satisficieron las necesidades de afecto, de atención y de cuidado durante la niñez del individuo.

Se emplea la palabra «pasiva» en conjunción con la palabra «dependiente» porque a estos individuos les interesa lo que otras personas puedan hacer por ellos sin considerar lo que ellos mismos pueden hacer. [A un grupo de personas así] les dije: «Si lo que pretenden es ser amados, nunca alcanzarán esa meta, pues la única manera de asegurarse de que uno será amado es ser una persona digna de amor, y ustedes no pueden ser personas dignas de amor porque la meta primaria que consideran es la de ser amados pasivamente».

[Por obra de una conducta amañada], los matrimonios dependientes pasivos pueden llegar a ser seguros y duraderos pero no puede considerárseles saludables ni resultado del amor, porque la seguridad es adquirida al precio de la libertad, de manera que la relación tiende a retrasar o impedir el crecimiento espiritual de los miembros de la pareja. Un buen matrimonio sólo existe entre dos personas fuertes e independientes.

A los dependientes pasivos les falta autodisciplina. Son incapaces de posponer la gratificación de su sed de atención y amor. En su desesperación por formar y conservar vínculos afectivos, prescinden de toda honestidad. Se aferran a relaciones ya gastadas cuando deberían renunciar a ellas. Y, lo que es sumamente importante, les falta el sentido de la responsabilidad. Pasivamente miran a los demás, con frecuencia hasta a sus propios hijos, como la fuente de su felicidad y plena realización, de suerte que, cuando no se sienten felices ni realizados, consideran a los demás culpables de ello.

En consecuencia, están permanentemente airados porque permanentemente se sienten dejados en la estacada por los otros que, en realidad, nunca pueden satisfacer todas sus necesidades ni hacerlos felices. Si alguien espera que otra persona lo haga feliz, quedará continuamente decepcionado.

En suma, la dependencia puede parecer amor, pero, en realidad, no es amor sino una forma de antiamor. Tiene su origen en una falla parental que se perpetúa. El dependiente pasivo trata de recibir en lugar de dar. La dependencia fomenta el infantilismo, no el crecimiento espiritual. Atrapa y oprime en lugar de liberar. En definitiva, destruye las relaciones en lugar de construirlas, así como destruye a las personas.

Las personas dependientes están interesadas en su propio bienestar y nada más. Desean llenar su vacío interior, desean ser felices, pero no desean desarrollarse ni crecer, ni están dispuestas a tolerar el sufrimiento y la soledad que supone el crecimiento. Las personas dependientes tampoco se preocupan por el crecimiento espiritual del otro, del objeto de su dependencia; sólo les importa que el otro esté presente para satisfacerlas.

***

Dr. William S. Appleton

LA CONEXIÓN PADRE-HIJA

Él fue el primer amor de su vida, y la persona más importante en su desarrollo como mujer. La relación entre un padre y su hija, desde la infancia hasta la edad adulta de ésta, es el factor que determina si ella podrá amar verdaderamente a un hombre.

Respecto a las mujeres hay tres realidades que verdaderamente me inquietan. La primera es el gran número de mujeres que no están contentas con sus carreras y con sus vidas privadas. La segunda es que la mayoría cree que entiende lo que representa su padre en su vida adulta, pero en realidad no lo comprende. Y la tercera es ver cuán difícil les resulta a las mujeres reconocer sus patrones de conducta improductivos, en lo personal y profesional, y cambiarlos.

Mientras más entienda una mujer el enorme efecto que su padre tiene en su vida, más capacitada estará para disfrutar, emocional e intelectualmente, de una relación sana y duradera con su esposo o pareja, y más libre se sentirá para avanzar en su trabajo. También será mejor madre y tendrá una vida más plena.

Dos ciclos de vida. He creado el método “ciclo doble de vida” para poner en orden los años de confusión, complejidad e interacción emocional entre un padre y su hija. Así la hija puede darse cuenta de cómo, desde un principio, ellos se han amado, herido y ayudado el uno al otro, y de los efectos que ha tenido todo esto en la vida romántica de ella.

En esta forma, he dividido en tres etapas los primeros treinta años de interacción entre el padre y la hija, cada una de ellas con diez años de duración.

• La primera etapa la llamo OASIS, y empieza en el momento en que la niña nace. Generalmente el padre está al comienzo de su vida familiar, cuando tiene veinte o tal vez treinta años de edad.

• La segunda etapa es la del CONFLICTO, y abarca la adolescencia de ella y la década de los cuarenta de él.

• La tercera etapa es la de SEPARACIÓN, que comienza cuando ella tiene veinte años y el papá está en los cincuenta.

Para aplicar este método a su vida personal, comience por recordar cómo era su comunicación con su padre cuando usted era una niña, una adolescente, y en su vida adulta. Así pondrá en perspectiva las distintas etapas y, al final, se dará cuenta de que sus sentimientos han reducido al mínimo sus problemas. Por ejemplo, las reacciones tempestuosas de la adolescencia pueden ser suavizadas por el recuerdo del oasis de la infancia. Al final, si usted tiene sentimientos encontrados, se calmará y podrá ver sus relaciones desde una perspectiva más amplia hasta tener una imagen más realista de su padre, desprovista de sentimiento y de enojo. Esta comprensión equilibrada de cómo la ha afectado la actitud de su padre la ayudará a mejorar su vida presente y futura.

El oasis: una niña y su padre

La primera etapa comprende la infancia de la niña y la década de los treinta años de su padre. Ahora que se sabe que los niños desarrollan apego(1) por ambos padres durante los primeros nueve meses de su vida, se ha determinado que la importancia de las relaciones entre padre e hija es, desde el principio, mayor de lo que creíamos.

El apego que sentimos hacia ciertas personas cuando somos adultos tiene mucho que ver con las experiencias que en la infancia tuvimos con figuras similares. Existe una gran relación causal entre las experiencias de un individuo con sus padres y la capacidad que ese individuo tendrá después para crear lazos afectivos. Y, según lo que se sabe ahora, el padre es quien tiene mayor influencia en la mujer.

El padre. Casi siempre el padre se encuentra en la tercera década de su vida cuando su hija está en la primera. Generalmente, él está tan ocupado en su carrera que, por perseguir sus metas profesionales, sacrifica en parte su matrimonio, sus diversiones, sus amistades, sus relaciones íntimas y sus momentos de esparcimiento. El padre de esta etapa puede ser un hombre sin deseos físicos, una máquina de trabajo; y, en este sentido, está en un período latente semejante al que atraviesa un niño entre los seis años y el comienzo de la pubertad. Este período latente, caracterizado por una gran quietud emocional, sucede entre el torbellino de la niñez y el de la adolescencia, y está asociado con la adquisición de habilidades. Entre los 30 y los 39 años, el padre busca la posición que quiere alcanzar a los cuarenta o cincuenta. Mientras su hija adquiere conocimientos, él asciende en su carrera.

Durante esta etapa de sus vidas, es usual que una hija no vea mucho a su padre, y ésta es una de las razones por las que la importancia del padre ha sido pasada por alto por investigadores y teóricos. Lo que sí se ha notado recientemente es que, en muchos casos, la hija lo ve lo suficiente como para apegarse a él en la infancia, aunque no se ha determinado qué número de horas de “estar juntos” es necesario para que se cree este vínculo. Frecuentemente se presume que ya que la madre está con el niño más horas, esta relación de apego sólo se establece con ella, pero una madre puede estar en la misma casa con un bebé y tener poco contacto con éste. Además, lo que cuenta no es la cantidad sino la calidad del tiempo que pasan juntos padres e hijos. Separarse de la madre diariamente para ir al colegio no daña la relación madre-hija, y lo mismo se aplica a la separación de un padre que trabaja.

En vez de destruir el impacto de él en el desarrollo de su hija, la cantidad de trabajo que agobia al padre durante la tercera década de su vida puede contribuir a mejorar la calidad del tiempo que ellos pasan juntos. Por lo general, en esta etapa el padre sólo cuenta con su trabajo y su familia, y no tiene diversiones que lo mantenga alejado de ésta. El tiempo que pasan juntos padre e hija lo disfrutan mucho, y eso da pie a un intenso intercambio emocional entre ambos. Por esta compañía tan placentera que encuentra el uno en el otro, denomino esta etapa oasis. La hija aleja al padre de la lucha diaria por triunfar y sobresalir. El tiempo que el padre pasa con ella es de puro deleite y de profundo apego emocional para él, y, consecuentemente, también para ella.

Por supuesto, este oasis no es siempre tan romántico como parece. A menudo, un padre cansado llega a su casa y encuentra que su esposa, igualmente cansada, le pide que la ayude con el cuidado del bebé. En este caso, estar con su hija se convierte en trabajo en vez de placer. No obstante, como quiere tanto a su pequeña niña, el resultado global de la interacción es positivo.

La hija. No pasa mucho tiempo antes de que la bebita se convierta en niña. Hasta los primeros seis años de su vida, la hija y el padre tienen una relación muy alegre: ella lo aleja de los rigores de su vida diaria, y él la aleja a ella de la disciplina que le impone la madre. Estas “vacaciones de las responsabilidades” que constituye el tiempo que pasan juntos continúan formando parte del apego entre ambos durante todas sus vidas. El padre es casi siempre más estricto con sus hijos varones, y la madre lo es con las hembras. Y desde que la niña cumple seis años hasta la pubertad, él se interesa cada vez más por su desarrollo intelectual.

La importancia del oasis

La forma en que un padre trata a su hija en la etapa de oasis deja una huella indeleble en ella. Para algunas mujeres, el deleite del oasis está tan arraigado que a veces llega a interferir con los romances de su vida adulta, pues ella siente que ningún hombre la cuida y mima tanto como lo hizo su padre. Por el contrario, si durante esa etapa hubo poca felicidad con papá, la feminidad de la hija sufre.

La primera década que ambos pasan juntos no sólo cumple la necesidad de ella de desarrollar un apego infantil sino que, además, si el padre está disgustado y la rechaza, la niña queda completamente desanimada en sus primeros esfuerzos por ganarse el interés de un hombre. De ahí la importancia que para una niña representa un padre afectuoso que no se sienta acobardado por la feminidad de su hija. Saber que él disfruta de su belleza, su sonrisa, su vestido bonito, y sus primeros esfuerzos por maquillarse y arreglarse, la ayuda a ganar confianza en su capacidad de atraer la simpatía y el amor de un hombre.

En cambio, un padre que ridiculice o se muestre nervioso ante las demostraciones de feminidad de su hija, que siempre está cansado o de mal genio para atenderla, o que se ausente demasiado, puede hacer que ella se sienta insegura de sí misma.

No haber tenido una relación estrecha con el padre durante la infancia puede dejarle muchas cicatrices emocionales a la mujer, de las cuales la inseguridad es la más grave. Otra es la incapacidad de formar vínculos duraderos: ella no sabe cómo acercarse a un hombre, y se siente rechazada. No es que tenga temor, es que, sencillamente, no espera recibir de un hombre ni amor, ni calor humano, ni verdadera comunicación.

Asimismo, la ira es otra de las desdichadas herencias que la hija puede obtener de la etapa de oasis. Si su padre, el hombre más importante de su vida, no le dio el amor y la atención que ella necesitaba, queda profundamente resentida, Más tarde, al casarse, descarga esa ira sobre su esposo: critica sus actividades sociales, sus hábitos y expresiones, ¡todo!, como una represalia al rechazo paterno. Finalmente, la hostilidad de ella logra que los hombres le huyan, y “castiga” a cualquiera de ellos que se arriesgue a quedarse a su lado.

La ausencia y el rechazo paternos también pueden hacer que una mujer tenga una excesiva ansiedad por la atención de un hombre, y por ello le exija a su enamorado que le dedique toda su atención. Si él no lo hace, ella tendría una rabieta tan grande que preferirá no volver a verlo. Otra consecuencia de la ausencia paterna es la adicción a todo el glamour del comienzo de un romance. Estas mujeres quieren que le envíen flores y las llamen por teléfono diariamente; buscan la emoción que les proporciona un hombre nuevo, pero se aburren y se deprimen tan pronto el entusiasmo inicial ha pasado.

Por otra parte, en la misma forma en que la ausencia paterna puede ser dañina, también es peligroso tener un padre sobre protector. Los padres que le dedican una excesiva atención a sus hijas o les exigen adoración, casi siempre se aferran a ellas por demasiado tiempo y tratan de interferir con el desarrollo de su independencia. El resultado es a menudo una mujer incapaz de amar. Algunas de mis entrevistadas fueron muy francas al confesar que no encuentran un hombre que sea tan inteligente, tan considerado ni tan buena compañía como sus padres.

Conflicto: Los cuarenta de él y la adolescencia de ella

Los cuarenta años tienen en sí mucho parecido con la adolescencia. Tanto para el padre como para la hija, éste es un período lleno de interrogantes. Mientras ella se pregunta “Quién soy yo”, él se pregunta “Quién continuaré siendo yo”. Ella se rebela contra la autoridad y los convencionalismos, y él no sabe si tendrá la paciencia necesaria para seguir llevando el ritmo de trabajo diario. Cada uno está ocupado con sus propias preguntas sobre la vida y la muerte, el tiempo tan corto para vivirla y la vejez inevitable. En esta etapa, ambos se sienten atormentados y descontentos.

En sus cuarenta, el padre reevalúa su existencia, pues de pronto se ha dado cuenta de que ya no le queda mucho tiempo. Se pregunta si continuará con su carera y su vida privada como hasta ahora lo ha hecho. ¿No sería mejor que cambiara de empleo? ¿Todavía siente amor por su esposa? ¿Disfruta realmente de su vida, o le parece vacía?

Pero el padre no tiene tiempo para reflexionar. Tiene presiones económicas y se da cuenta de la gran cantidad de hombres jóvenes que vienen subiendo la cuesta detrás de él. Tiene miedo de perder su empleo o un buen ascenso Empieza a preocuparse por la edad y la vejez y, para completar el oscuro panorama, ¡su niñita empieza a independizarse y a prepararse para dejarlo!

La hija adolescente, en cambio, sí tiene tiempo para pensar. Ve a su padre de forma diferente, por dos razones: primero, porque ella ya ha dejado de ser la niñita que tanto lo adoraba; y segundo, porque, en realidad, él ha cambiado. Entre los 30 y los 39 años él trabajaba sin descanso para progresar en su carrera, y emocionalmente parecía un niño en etapa latente. Ahora, en sus cuarenta, parece un adolescente: se fija en las mujeres, bebe más licor, tiene un carácter más inestable, y está propenso a entrar en conflicto en su trabajo o con su esposa y sus hijos.

Aunque la adolescente típica se entristece y rebela al descubrir los defectos de su padre, a la larga esta decepción resulta beneficiosa para ella. Ve que, al igual que todo el mundo, su padre no es perfecto. Este descubrimiento puede hacer que la hija tumbe al padre del pedestal en que lo tenía, y si la caída es violenta, ella quedará afectada. Pero si el proceso se lleva a cabo de una manera razonable y no muy severa, y si el padre acepta la ira y las críticas que esta desilusión provoca en su hija, la ayudará a separase saludablemente de él ya desarrollar su capacidad para tener relaciones maduras y realistas con los futuros hombres en su vida.

La mayoría de los padres luchan por conservar ante sus hijas una imagen de héroes y evitar revelar su fragilidad humana. Esta actitud es semejante al deseo de la hija de permanecer pura y virginal ante los ojos de él. Para no enfrentarse con la realidad de la vida, cada uno quiere aferrarse a los felices días de la infancia de ella.

En esta etapa, es frecuente que al reunirse con sus hijas los padres lo hagan más con la intención de pelear que de divertirse. Las relaciones de ambos se convierten en una lucha permanente entre lo que ella quiere hacer y las restricciones que el padre le impone. Ella pelea por su independencia, mientras que el padre trata de protegerla de su inexperiencia. Y ella lucha por huir pero también quiere seguir complaciéndolo para que él siga amándola y preocupándose por ella.

Esta segunda década también puede dejar huellas que afectan las relaciones de la hija con otros hombres. Al sentirse, cuando tiene una relación amorosa, incapaz de funcionar como una mujer individual y completa, añorará el oasis de la infancia Pero si el padre se siente orgulloso de su hija adolescente y conversa con ella temas filosóficos, estéticos o materiales, compartiendo la sensibilidad y la inteligencia de su juventud, esta etapa puede convertirse en algo maravilloso. Los recuerdos agradables de largas conversaciones y caminatas durante esta época ayudarán a la mujer a disfrutar del afecto y compañía del hombre que ama, y a perdonar sus faltas aceptando que él es un ser humano.

La separación no significa el fin

Al llegar a los veinte años, si ha tenido un desarrollo satisfactorio a través de su niñez y adolescencia, la mujer está lista, física y emocionalmente, para dejar a su familia. Sin embargo, el paso físico de mudarse de casa es más fácil que el psicológico, pues dentro de todo adulto existe un niño temeroso de estar solo. Por lo tanto, la separación siempre crea un estado de ansiedad.

En el proceso de separación, la hija aparta de su padre los sentimientos que hacia él tenía. Al verlo menos a menudo, la fuerza de su apego psicológico a él va disminuyendo. A esto contribuye el hecho de que, en su vida privada y su trabajo, ella comienza a relacionarse con un número mayor de personas. Sin embargo, este proceso no es siempre fácil ni gradual. A veces el padre y la hija pelean en el momento de la separación, y ésta se convierte en una etapa de gran angustia para ambas partes. Cuando el dolor se vuelve intolerable, puede que discutan, se alejen aún más o se acerquen buscando el oasis de la niñez. Pero una vez que pasa la tristeza, la hija puede tomar los sentimientos que tiene puestos en su padre e invertirlos en otras personas, y entonces estará libre para buscar una vida y hombre propios.

Durante la segunda década de su vida la mujer modifica sus necesidades y emociones. Los cambios de humor, tan frecuentes en la adolescencia, se hacen menos intensos; se siente menos afligida por lo que acontece y más deseosa de buscar soluciones. En este proceso aprende a controlar sus sentimientos, y su ira se vuelve más madura. Dejando atrás a la niñita de dos años que no puede soportar las frustraciones, y a la adolescente que batalla fieramente contra el padre que la restringe, se ha convertido en una mujer capaz de sentir el enojo del adulto, controlando su ira para expresarla en el momento apropiado.

La determinación que tiene la mujer en sus veinte años, y el deterioro de la imagen del padre la ayudan a asumir el control de su vida. Al sobrepasar el enojo de la adolescencia y aprender a perdonar y a aceptar a su padre con todos sus defectos, se le hace más fácil dejar atrás su vida hogareña para comenzar una independiente.

El padre y la separación. Una mujer en sus veinte años sabe que sus padres ya no son imprescindibles para su supervivencia y, sin embargo, no siempre se siente segura. Tiene temor de enfrentarse sola a la vida y de separarse del padre que la protege. Su propósito de marcharse puede estar minado de una ansiedad que la paraliza completamente, o puede suceder que ella escoja pelear con su padre y, enojada, partir después.

Una vez que está físicamente lejos de su padre, debe hacer un esfuerzo por separarse emocionalmente también. Si depende demasiado de él y le consulta cada pequeño problema, no podrá romper los lazos de apego, como le hace falta para desarrollar su independencia.

Algunas mujeres van al extremo opuesto y evitan todo contacto con sus padres porque presumen que buscarlo es un acto de rendición, y por ello no le hacen caso a sus deseos de dependencia y así no se ven obligadas a experimentar la tristeza de perder a papá, pero con eso dañan el proceso correcto de separación. Al no poder relacionarse en un plano adulto con sus padres, también quedan incapacitadas para hacerlo con los demás.

La mujer que logra tolerar y aceptar la separación de su padre, se convierte en una verdadera adulta que disfruta de la compañía de éste sin temor a verse atrapada de nuevo en una relación de dependencia total hacia él. Al sentirse independiente y madura puede compartir generosamente su vida con él, una actitud que proporciona gran alegría para ambos.

***

(1): El apego es la preferencia que se siente por una persona específica considerada generalmente más fuerte o más madura que uno.

[*Opino}– Hugh Laurie, el Dr. House, nombrado caballero de la Orden del Imperio Británico

Además de a Hugh Laurie, creo que deberían premiar también a David Shore, quien, entiendo, es el creador y guionista de la serie, pues nunca antes vi en TV un guión tan bueno.

Lo de la alta sintonía en España es para valorar aún más el guión porque allá la serie la presentan doblada al castellano —que no al español— con voces castizas que a quienes como yo estamos acostumbrados a escuchar la voz propia de cada actor, que vale por el 60% de su actuación, nos deja dos opciones: o montar en ira y apagar el televisor, o echarse reír por lo patético que resulta, por ejemplo, escuchar a un negro del Bronx hablar como madrileño. (Lo de la adulteración que del guión hacen a veces aprovechando el doblaje, merece consideración aparte).

Yo escojo siempre la primera opción, pues ni siquiera después de vivir en España casi tres años seguidos logré “tragar” semejante exabrupto.

Carlos M. Padrón

***

25/05/2007

Londres. (OTR/PRESS).- El actor Hugh Laurie, que da vida al sarcástico y antipático doctor House, ha sido distinguido caballero de la Orden del Imperio Británico. La Reina Isabel II concedió ayer el honor a Laurie en una audiencia celebrada el palacio de Buckingham.

Aunque la fama mundial le ha llegado ahora, el actor, de 47 años, ha sido una figura constante de la interpretación británica en las dos últimas décadas.

El actor es miembro de la Cambridge Footlighst Comedy Group, a la que también pertenecen otros actores como Emma Tompson y Stephen Fry. De hecho, junto a éste último Laurie protagonizó en 1987 su propio programa de sketches de humor, ‘Un poco de Fry y Laurie’ -A Bit of Fry and Laurie-. También en televisión, protagonizó la serie ‘Jeeves and Wooster’, muy popular en el reino unido, y llegó a hacer un ‘cameo’ en la conocida serie estadounidense ‘Friends’.

En el cine, Laurie ha interpretado papeles en ‘Sentido y sensibilidad’, ‘Peter’s friends’, ‘Stuart Little’ o ‘Mayby Baby’. Pero su papel como protagonista en ‘House’ (Fox) ha sido el que le ha concedido la fama y el reconocimiento internacional, no sólo del público, sino también de la crítica, que le ha concedido por su interpretación de Gregory House dos Globos de Oro.

Cuatro emite la serie en nuestro país con un éxito de audiencia espectacular que siempre sobrepasa el 20% de ‘share’, más del doble de la media de la cadena.

La Orden del Imperio Británico es una orden de caballería británica instituida en 1917. La Reina es la encargada de conceder el honor a los nuevos miembros de la orden, que son elegidos por haber contribuido de forma positiva al Imperio británico. También les ha sido concedido el título, entre otros, al ex-beattle John Lennon, el actor Roger Moore, el líder de U2, Bono, y el cantante Elton John.

PD.

[*Otros}– Palmeros en América / David W. Fernández – Francisco de Castilla Corbalán y Espino de Brito

David W. Fernández

Francisco de Castilla Corbalán y Espino de Brito
(1624-16¿?)

Uno de los personajes de alta significación política en lo que es actualmente el territorio nacional de Venezuela, lo fue en el siglo XVII el canario don Francisco de Castilla Corbalán y Espino de Brito, Gobernador y Capitán General de Cumaná y Nueva Barcelona, de 1653 a 1654, pero cuyo nombre aparece omitido generalmente en las nóminas que de dichos gobernadores elaboran los historiadores, por lo que creemos útil consignar algunos apuntes acerca del mismo.

Don Francisco nació en Santa Cruz de La Palma (Canarias), en cuya parroquia matriz de El Salvador fue bautizado el 10 de noviembre de 1624. Era hijo de don Francisco de Castilla Corbalán, Sargento Mayor por el Rey y Regidor Perpetuo de la isla de La Palma, Familiar del Santo Oficio de la Inquisición y Alcaide de las fortalezas de dicha isla; y de doña Juana Espino de Brito y Herrera, su legitima esposa; nieto por línea paterna del Maestre de Campo Don Domingo Corbalán y Cervellón, Regidor Perpetuo de la isla de La Palma, y de doña Inés de Castilla Riverol, su legítima mujer; y nieto por línea materna de don Baltasar Espino Moreno y Brito Herrera, y de su señora esposa, doña Juana de Herrera Encinoso, descendientes éstos de conquistadores de la isla de La Palma por los Reyes Católicos, y de hijodalgos y nobles caballeros, de distinguida calidad y solar notorio, de España y Portugal.

Doña Inés de Castilla y Riverol, la abuela paterna de don Francisco, era hija del licenciado don Bernardino de Riverol y Lugo, Alférez Mayor de la isla de La Palma por el Rey, y de doña María de Castilla, quien, a su vez, lo era de don Femando de Castilla y Mendoza, natural de Alcalá de Henares, primero de la egregia familia de Castilla establecido en Canarias, Regidor Perpetuo y Alférez Mayor de la isla de La Palma, el cual, en 1514, en Alcalá de Henares y ante Luis Suárez, escribano del Rey, probó ser nieto tercero legítimo, y directo de varón en varón, de don Diego de Castilla (hijo del Rey de Castilla y de León, don Pedro I el Justiciero), que por disposición de su tío, el Rey don Enrique II, estuvo prisionero cincuenta y cinco años en la fortaleza de Curiel, y obtuvo Real Carta Ejecutoria de su regia calidad, mandándose, tanto en Alcalá de Henares como en Santa Cruz de La Palma, que se le guardasen las exenciones y privilegios que a tan alto origen correspondían y eran de guardar.

Don Francisco, personaje de sangre real perteneciente a la familia regia de Castilla, era hermano entero de don Pedro de Castilla Corbalán y Espino de Brito, Tesorero General y Juez Real de la isla de Margarita, en el actual Estado Nueva Esparta (Venezuela).

En su juventud debió pasar nuestro don Francisco a la isla de Santo Domingo, en la hoy Republica Dominicana, ya que en el Sagrario de la Catedral, en la capital de dicha isla, se casó, en 1647, con doña Ana Coelho Jardim, y fueron padres de don Francisco de Castilla Coelho, nacido en dicha capital y bautizado, en 1649, en el mismo Sagrario en que se casaron sus progenitores.

Fue Capitán de los Reales Ejércitos, y nombrado interinamente, en 1653 y por la Real Audiencia de Santo Domingo, Gobernador y Capitán General de Cumaná y Nueva Barcelona, desempeño dicho cargo hasta el 24 de septiembre de 1654, cuando tomo posesión del mismo don Pedro de Brizuela, Caballero de la Orden de Santiago.

De su gobierno tenemos pocas noticias, pero dejó constancia epistolar de su opinión favorable a la actuación de los capuchinos que habían estado establecidos en Barcelona, actual capital del Estado Anzoátegui, así como de su deseo de que éstos volvieran a instalarse en la misma ciudad, de lo cual nos da conocimiento el Padre Francisco de Tauste (1626-1685) en su obra “Misión de los Religiosos Capuchinos de la Provincia de Aragón en la Provincia de Cumaná”.

En resumen, don Francisco de Castilla Corbalán y Espino de Brito fue un palmero, emparentado con la familia real de Castilla, que ocupó el cargo de Gobenador y Capitán General de Cumaná y Nueva Barcelona de 1653 a 1654, pero de cuya actuación poseemos muy poca información.

***

NotaCMP.- Don Guillermo Lira R. ha tenido la cortesía de darme el acceso a información sobre un descendiente chileno de Domingo Corbalán Castilla, de nombre Manuel de Salas y Corbalán.

A parte de esta información se accede al clicar en el nombre de Salas Corbalán, resaltado en el párrafo precedente, y otra parte la copio a continuación por cuanto el correspondiente link/enlace no funciona en automático

***

Manuel de Salas Corbalán (1754-1841)

Patriota, ilustrado y progresista.

Durante toda su vida, Manuel de Salas Corbalán se destacó por su constante trabajo en favor del bien público. Esta vocación la volcó en su permanente preocupación por los más necesitados y en su activa participación en el proceso de independencia de Chile.

Nació en Santiago en 1754, al interior de una acomodada familia chilena. En 1759, su padre, don José Perfecto de Salas, fue nombrado asesor del Virrey del Perú, y la familia debió trasladarse a Lima. Allí, Manuel de Salas ingresó a la Real Universidad de San Marcos, donde obtuvo el grado de Bachiller en Cánones Sagrados, en 1773. Al año siguiente, la real Audiencia de Lima le otorgó el título de abogado.

De regreso en Chile, su vocación y su preparación lo llevaron a ocupar diferentes cargos públicos, como alcalde del Cabildo de Santiago (1775); superintendente de la población indígena de La Calera (1775); regidor del Cabildo de Santiago (1782); superintendente de obras públicas y Director General de Minería. Su aporte fue fundamental en el progreso del comercio, la industria de la época y en el desarrollo de las obras públicas, como fueron la reconstrucción del tajamar del río Mapocho, en 1783, y la creación de un paseo público llamado la Alameda Vieja.

Manuel de Salas consideró la educación como el único camino que llevaba al desarrollo del individuo y al progreso de la sociedad, que y debía orientarse hacia la formación de ciudadanos con profundos valores nacionales, y responder a las necesidades propias de cada país. Sus objetivos fundamentales eran el fomento del progreso, la prosperidad económica y el desarrollo de la industria. Este convencimiento lo llevó a fundar, en 1797, la Real Academia de San Luis.

Sus ideas ilustradas y progresistas no siempre fueron bien recibidas por las autoridades coloniales, lo cual lo llevó a sumarse, con la convicción de sus escritos, a la lucha por la independencia. Cuando el ejército realista recuperó el poder, Manuel de Salas fue deportado a la Isla Juan Fernández, junto a otros patriotas. En 1818, durante la Patria Nueva, Salas desempeñó diversos cargos públicos y, como congresista, impulsó la simbólica ley sobre la libertad de vientres, que terminó con la esclavitud en Chile.

Manuel de Salas fue uno de los precursores del debate nacional en torno a la cuestión social, que se manifestaría con fuerza hacia fines del siglo XIX. Su espíritu filantrópico y su visión de futuro le permitieron tener una clara conciencia de los problemas sociales de un país que iniciaba su vida independiente.

Su obra y pensamiento, que tuvo entusiastas seguidores en hombres como Juan Egaña y Andrés Bello, contribuyeron a sentar las bases culturales de la sociedad chilena de los siglos XIX y XX.

Fuente: Memoria Chilena.

[El Paso}– La ruinosa iglesia de mi pueblo / Antonio Pino Pérez

Además de obra en verso, don Antonio Pino Pérez tiene mucha en prosa. Su hijo, Juan Antonio Pino Capote, amigo mío desde que ambos éramos adolescentes, me ha hecho llegar varios de esos artículos en prosa, y aquí va el primero de ellos, precedido de una pequeña biografía que de su padre hace Juan Antonio.

Carlos M. Padrón

***

Mi padre, Antonio Pino Pérez, nació en El Paso el 16 de julio de 1904. Estudió bachillerato en el instituto “De Canarias” (entonces el único del archipiélago, y hoy “Cabrera Pinto”) de La Laguna, Tenerife. Desde joven sintió inclinación a estudiar Letras, pero un mecenas familiar, que era quién le podía costear los estudios, lo hacía condicionándolo a que estudiara Medicina en Madrid, donde se podría relacionar con los líderes liberales, que era la tendencia política de su mecenas, y supeditando así sus estudios a la militancia liberal.

Con el pretexto de que algunas asignaturas del tercer curso de Medicina se le habían atravesado en Madrid, se trasladó a Galicia para terminarlo, y así fue. En cuanto pudo meterse en un barco hacia Cuba se escapó en 1928 de las redes políticas y de la Medicina para irse a ese país con la intención de trabajar y estudiar la carrera de su verdadera elección: Filosofía.

En Cuba fue acogido por paisanos suyos de la Quinta Canaria, donde, ayudado por sus tres años de Medicina, trabajó como enfermero mientras estudiaba Letras, y colaborando además, como redactor, con el cuerpo de redacción de “Tierra Canaria”, que es la revista en la que publicó los artículos que te he mandado.


Cuerpo de redacción de Tierra Canaria, 1930/31, donde aparece mi padre, ampliado en la foto que sigue.


Antonio Pino Pérez en Cuba. Foto de 1930/31.

Por su participación activa en las revueltas estudiantiles de los universitarios, debió huir de La Habana y se fue a Cabaiguán, pero como también allí lo buscaban, sus amigos le aconsejaron que regresara a Canarias, y le ayudaron a hacerlo.

Regresó a La Palma en 1932 y, precisamente trabajando en las ruinas de la Iglesia Nueva —“La ruinosa iglesia de mi pueblo”—, se enamoró de mi madre, que también trabajaba allí.

Pero mi madre era de familia afiliada al Partido Conservador, y, como ya dicho, el mecenas familiar de mi padre era Liberal y, por ello no estuvo conforme con ese noviazgo y no ayudó a mi padre para que se hiciera dentista, que era la carrera que, convalidando sus tres años de Medicina, podía él terminar en menos tiempo.

Sin embargo, de otros familiares consiguió dinero suficiente para hacerse dentista y casarse con la conservadora.

Tras largos años de ejercicio profesional, político y literario (Hijo Predilecto de su pueblo), murió en Santa Cruz de Tenerife el 24/08/1970. Al día siguiente sus restos fueron trasladados a su pueblo natal, El Paso,


El cortejo fúnebre llegando al Ayuntamiento de El Paso.


El cortejo fúnebre frente al edificio del Ayuntamiento de El Paso. Al fondo, paradójicamente, la torre de la que en 1930 era ruinosa iglesia.

que le tributó una calurosa y multitudinaria acogida, y fueron inhumados en el cementerio de su pueblo.

Juan Antonio Pino Capote

***

Antonio Pino Pérez

La ruinosa iglesia de mi pueblo
(Artículo publicado en “Tierra Canaria”, La Habana, Cuba, en agosto de 1930)

Hace ya más de 20 años que estas cuatro paredes desnudas y sin amparo esperan ser terminadas debidamente, para ser convertidas en el Templo Parroquial de la ciudad de El Paso.

Desde hace tiempo, crecían, en la libertad de su abandono, las ortigas y los cardos, y a sus alrededores jugaban alborozados los chiquillos, lo pueril de sus travesuras y lo inconsciente de sus ingenuidades, mientras que en su interior, desierto, lloraba en silencio el más desconsolador de sus mutismos. Recuerdo que, en los días de fiesta política, los caciques del pueblo mandaban escupir sobre estas paredes desoladas la salva biliosa de un cañonazo, con el que celebraban sus triunfos fatales. En esta inocencia sentimental de mis pocos años, aquellos cañonazos se me antojaban como una maldición profana a lo que, tal vez, había de ser un día, o como un insulto belicoso a lo que ya in mentis era.

Hoy, como una ironía terrible a estas ruinas sin gloria y sin recuerdos, han rodeado sus paredes de una bella plaza donde en los días festivos lucen sus encantos y su lujo las mocitas casaderas, y los indianos pasean en triunfo sus fanfarronas arrogancias.

Pasan los años, y esta enorme mole de granito, que respira arte por sus pétreas formas y expande grandezas desde sus majestuosas magnitudes, yace abandonada al sol y a las lluvias, y confiada a la obra implacable del tiempo.

Contemplando sus piedras renegridas por la lluvia, y su vejez tan prematura que ni siquiera llegó a tener ni juventud, no he podido menos de compararla a la vida rota de un soñador de imposibles que se empeñó, en la vida de los hombres, en plasmar de realidades el ideal de un sueño superior a sus fuerzas.

La casa que había de albergar los misterios del catolicismo y servir de sedante a los anhelos gigantescos de la fe, postrada en el más doloroso de los olvidos y a medio hacer, como el esqueleto de una religión que languidece o como el fantasma temido de un enigma que no hemos sabido penetrar, perece hablarnos en su desgracia de la indiferencia desalentadora de los creyentes y de lo inconstante y tornadizo de los esfuerzos de los hombres.

Estas ruinas, edificadas expresamente para ruinas, inspiran mayor desaliento que las de Itálica y que las de Pompeya. No tendrán un cantor que las redima, porque no tienen historia, ni vendrá nadie a recordar entre sus escombros. Serán como un orgullo soberbio que se nutrió de sí mismo e, impotente, un día sin haber sido, se sepultó bajo la fantasía de sus grandezas, desdeñosa y despectivamente.

***

NotaCMP.- Las ruinas cobraron forma, y el 27 de julio de 1934 fue inaugurada la que desde entonces se conoce en El Paso como “La iglesia nueva”, cuyo frente luce ahora como se ve en esta foto, tomada por mí en julio de 1974

[Opino}– Mi discrepancia con don Amando de Miguel

Carlos M. Padrón

El día 4 del corriente mes de mayo envié a Amando de Miguel este e-mail:

From: Carlos M. Padrón [mailto:madgri@padronel.net]
Sent: Friday, May 04, 2007 10:12 PM
To: Amando de Miguel
Subject: ¿Tiempo atmosférico en televisión?

En Lengua Viva del 05/05/2007 usted escribió: “Así lo dice, por ejemplo, un famoso presentador del tiempo atmosférico en televisión”.

¿Cómo es ‘el tiempo atmosférico en televisión’? ¿Tiene la televisión atmósfera propia?

Todo lector que no quiera adivinar tiene derecho a formularse preguntas como éstas, y por eso vuelvo a lo del respeto por el lector, que usted ignoró en mi argumentación en favor del acento en el adverbio ‘sólo’.

Creo que lo que usted quiso decir —y, por tanto, lo que debió escribir— es: “Así lo dice en televisión, por ejemplo, un famoso presentador del tiempo atmosférico”, o, mejor aún, “Por ejemplo, así lo dice en televisión un famoso presentador del tiempo atmosférico”.

En marzo de 2005 le pregunté a usted cómo se llamaba este error, y usted me dijo
que hipérbaton. Y dijo también que “El manejo del hipérbaton requiere una sutilísima habilidad poética”. Tal vez en poesía pueda permitirse, como licencia, el hipérbaton, pero en prosa escrita es exponente de falta de lógica.

En su columna Lengua Viva de hoy, 24/05, me ha respondido así:

Carlos M. Padrón apunta esta frase mía: «Así lo dice, por ejemplo, un famoso presentador del tiempo atmosférico en televisión». Don Carlos me corrige: la frase debe escribirse así: «Por ejemplo, así lo dice en televisión un famoso presentador del tiempo atmosférico». Don Carlos opina que «tal vez en poesía pueda permitirse, como licencia, el hipérbaton, pero en prosa escrita es exponente de falta de lógica».

No estoy de acuerdo con esa última afirmación. El hipérbaton (alteración del orden en el que habitualmente van las palabras) es una figura del lenguaje que puede resultar aceptable. La prueba es que la misma frase de don Carlos contiene ya un hipérbaton: «Tal vez en poesía puede permitirse, como licencia, el hipérbaton…». ¿No sería más correcto y ordenado decir «El hipérbaton quizá pueda permitirse, como licencia, en poesía»? De todas formas, la enmienda que hace don Carlos a mi frase mejora la claridad expositiva. Aun así, insisto en que el hipérbaton puede ser una figura lícita. Recordemos: «Estos, Fabio, ay dolor, que ves ahora, campos de soledad…». No es meramente una licencia. En ese caso el hipérbaton resulta bellísimo.

Don Amando no reconoce que mi enmienda corrige un error sino que “mejora la claridad expositiva” de lo que él dijo.

Parodiándolo, digo que no estoy de acuerdo. Cuando en la revisión de la cuenta del restaurante encontramos que 2.000 + 1.500 = 4.000, y llamamos al camarero y le hacemos ver que el total no es 4.000 sino 3.500, ¿le decimos que en la suma hay un error o que queremos mejorar la claridad con que él maneja la aritmética?

En mi e-mail del 04/05 puede constatarse que la mención al hipérbaton no es el meollo del asunto. Lo es que la aseveración que don Amando hizo contiene un error de lógica, llámese hipérbaton o no, porque siembra la duda en el lector —al quien el escritor le debe respeto— y da lugar a que éste interprete algo diferente a lo que don Amando quiso decir.

El hipérbaton, o cualquier otra figura, puede resultar aceptable siempre que no atente contra la claridad, o sea, que no cree duda o confusión; un tipo de confusión que en poesía podría ser admisible, pero creo que en prosa escrita no lo es.

En otra parte del mismo artículo en que don Amando me contesta, leo esto: “Algunas veces hablamos o escribimos para confundir al adversario, para no aclarar demasiado al contrincante, para despistar al opositor, para disimular ante el prójimo. En esos y otros casos parecidos no nos debe preocupar mucho el peligro de confusión”.

En esto sí estamos de acuerdo, pues creo que cuando lo que se persigue es confundir, no aclarar, etc. sí me parece aceptable que se escriba lo de que «Así lo dice, por ejemplo, un famoso presentador del tiempo atmosférico en televisión», pues con tal maniobra, alguien podría argüir que lo que quiso decir fue,… Y tendrá varias posibles salidas.

Lo que rechazo es la discrepancia entre lo dicho y lo que se quiso decir.