[*FP}– Neblina (4/7): Mi segundo viaje a “Australia”

Carlos M. Padrón

Mi segundo viaje a “Australia”

A comienzos de diciembre de 1991 tenía yo que asistir en Sydney a la segunda edición de la misma reunión habida en esa ciudad en 1990, pero esta vez con la diferencia de que mi presencia era clave porque en esa reunión se trataría sobre el desarrollo de una aplicación bancaria que supuestamente reemplazaría a la aplicación llamada SAFE, instalada ya en 54 países, que en 1973 había sido desarrollada en Venezuela basándose en el Paquete en línea para Bancos hecho en 1963 por el genial Fernando Lacoste.

Pero en diciembre de 1991 ya Cristina no estaba conmigo; su posición la ocupaba ahora la por todos querida y muy recordada MEU (le puse esa especie de nickname formado por las siglas de su verdadero nombre), por lo que fue ella quien se encargó de hacer los trámites con la agencia de viajes de Neblina.

El 06/12 viajé sin problemas a San Francisco llevándome conmigo a Elena, mi hija menor —cuyo pasaje pagué con mis millas—, para que viera a su hermana Alicia, mi hija mayor, que estaba en Palo Alto con su esposo —quien cursaba un postgrado en la Universidad de Stanford— pues Elena no había visto a Alicia desde el pasado agosto, cuando ésta, pocos días después de casarse, se había ido con su esposo a Palo Alto.

Hicimos Caracas-Miami-San Francisco, donde llegamos a las 5:57pm (17:57). Después de reunirnos todos y pasar un buen rato, me despedí de mis dos hijas y mi yerno y me fui a dormir al hotel Marriott del aeropuerto de San Francisco para continuar al día siguiente mi viaje a Australia,

A las 08:00am del 07/12 despegó de San Francisco mi vuelo (business class) hacia Honolulú, a cuyo aeropuerto llegué a las 11:38am, y como en Honololú disponía apenas de un par de horas para abordar el vuelo hacia Sydney, me presenté de inmediato en el counter de AA para hacer el ckeck-in.

El empleado de AA revisó mis documentos y, con cara muy seria, me dijo:

—Sr. Padrón, para ir a Sydney necesita usted una visa que NO tiene.

—¿¡Quéee!?—, le contesté bastante molesto. —¡Fui a Sydney el año pasado y no recuerdo haber tramitado visa alguna!.

Poniendo expresión de impaciencia mal contenida el tipo abrió mi pasaporte y, sin decir palabra, lo volvió hacia mí y posó su dedo acusador sobre la visa que Cristina se había encargado de gestionarme, vía Neblina, para mi anterior viaje a Australia, en 1990.

De golpe se me hizo claro qué había pasado: a diferencia de Cristina, MEU no tenía ni la experiencia en asuntos de viajes ni la de haber visto en vivo y en directo las trácalas de Neblina, y se fió de él. Y Neblina, dejado a su albedrío, había hecho una de las suyas.

Avergonzado y arrecho le pregunté al de AA qué podía yo hacer. Me respondió que sería irme a la playa y esperar hasta el martes ya que la Embajada australiana no abriría el lunes porque era feriado en Australia.

Como si yo esperaba al martes y tenía éxito en la obtención de la visa —cosa poco probable— tendría que volar el miércoles para llegar a Sydney ese mismo día en la tarde, descarté esa opción porque la reunión que yo debería atender terminaba precisamente el miércoles en la tarde.

Al caer en cuenta de esto debo haber puesto una cara muy fea, porque el tipo de AA, aún sin yo haber abierto más mi boca, me sugirió que me tranquilizara. Le respondí que me era difícil porque me molestaba mucho haber viajado hasta allí para descubrir que no podría llegar a mi reunión.

Cuando entendió, aunque tal vez no justificó, mi arrechera, reparó en mi tarjeta Platinum de A&Advantage y, a modo de disculpa por su tono anterior, me dijo:

—Lo siento mucho, Sr. Padrón, ¿qué puedo hacer por usted?.

—¡Mándeme de vuelta a San Francisco ahora mismo!—, fue mi respuesta inmediata.

El tipo llamó a la gerente, le expuso el caso, y ésta me dijo que yo podría volver a San Francisco en el mismo avión en que había venido, pero que tendría que comprar un pasaje de primera clase porque era el único disponible. Le contesté que estaba bien, pero que me consiguiera también vuelo de regreso a Caracas. Le entregué mi tarjeta de crédito, me tramitaron todo, y, en cuanto llamaron para abordar, fui el primero en subir al avión apenas una hora y media después de haberme bajado de él.

Aún recuerdo la expresión en la cara de la aeromoza de business —la misma del vuelo de venida— cuando me vio entrar. La pobre no pudo contenerse y exclamó:

Mr Padrón, what a hell are you doing here!?—, y enseguida enrojeció porque, en cristiano, me había dicho: “Sr. Padrón, ¿¡qué carajo hace usted aquí!?”.

Le dije que no se preocupara porque su reacción estaba más que justificada, y entonces le eché el cuento completo,… que tuve que repetir cuando la asombrada aeromoza llamó a dos compañeras suyas, que atendían primera clase, para que oyeran “tan increíble historia”.

—¡Dios mío! De verdad me imagino lo mal que debe sentirse. Venga conmigo, por favor, que usted necesita hoy un trato especial—, fue el comentario al final de mi narración, de una de las aeromozas de primera.

Me ubicó en mi asiento de primera, me preguntó si quería lo mismo que pedí en el viaje de venida (Campari con jugo de naranja que, sorpresivamente, ellos tenían; obviamente, la aeromoza de business class le había contado sobre mis preferencias), y desde ahí hasta San Francisco se lo pasó ofreciéndome lo mismo, u otro trago que yo quisiera, cada vez que veía que había llegado a su fin el anterior. Así, con los tragos y la esmerada atención de la eromoza que me los servía mitigué mi gran arrechera,y terminé tomando una de las pastillas para dormir que siempre llevaba conmigo cuando iba de viaje. La aeromoza me despertó poco antes de aterrizar en San Francisco.

Lo primero que hice en el aeropuerto de Frisco fue alquilar carro y tratar de conseguir hotel. Conseguí y reservé habitación en el Hyatt Palo Alto, y, con el equipaje en el carro alquilado, me fui a dar con mis hijas.

Cuando me vieron entrar, por poco les da un infarto. Después de las explicaciones del caso, salimos a dar un paseo, y lo pasamos muy bien. Aeso de as 12 de la noche, me fui al Hyatt Palo Alto, que resultó ser un hotel pequeño y bastante viejo. «Con razón —pensé—, es el único de ‘marca’ conocida en el que pude conseguir habitación por esos lados».

A la mañana siguiente salí muy temprano del hotel para hacer con mis hijas un tour a sitios un tanto alejados del centro de Palo Alto.