[*ElPaso}– La Casa del Alférez albergará el Museo Insular de Etnografía

31 marzo, 2014

David Sanz

La Casa del Alférez, de El Paso, será la sede del Museo Insular de Etnografía.

A este inmueble, ubicado en el casco histórico del municipio pasense, trasladará el Cabildo los fondos de esta naturaleza que tiene expuestos en el Museo Insular, ubicado en el antiguo convento de la Inmaculada Concepción, en Santa Cruz de La Palma. De esta manera, podrá crecer la actual sala destinada a las Bellas Artes, en concreto las pinturas que se encuentran almacenadas en los fondos de esta institución.

Casa del Alférez, en El Paso. | DA

Así lo anunció la consejera insular de Cultura y Patrimonio del Cabildo palmero, María Victoria Hernández, quien concibió esta iniciativa que le hace ganar a la Isla un nuevo espacio museístico, al tiempo que permite sacar a la luz los fondos valiosos de pintura que se conservan almacenados en San Francisco, una vez que comprobó la Casa del Alférez de El Paso estaba cedida al Cabildo durante cincuenta años por un acuerdo firmado con el Obispado.

En concreto, el tres de noviembre del año 1987 el Cabildo de La Palma y el Obispado firmaron un convenio por el que la Iglesia cedía a la Corporación Insular la Casa del Alférez a cambio de que procediera a su restauración —como así hizo la institución insular— y siempre que se dedicara para actividades de carácter cultural, como es el fin para el que lo ha proyectado la Corporación.

Hasta ahora este inmueble se ha usado por parte de la parroquia de El Paso para la realización de labores pastorales, y el Ayuntamiento también la ha empleado como espacio museístico durante la celebración de las fiestas patronales en honor a la Virgen de El Pino. Se trata de un inmueble de mediados del siglo XVIII del alférez Salvador Fernández, quien realizó también la ermita de Nuestra Señora de Bonanza.

La consejera destacó que, con esta iniciativa, el municipio de El Paso se convierte en un núcleo etnográfico fundamental para la isla de La Palma, porque a esta nueva instalación hay que sumarle el Museo de la Seda, que también se halla en la localidad pasense.

María Victoria Hernández indicó también que en el proceso de restructuración que está experimentando el Cabildo en materia de personal, hay empleados que por cualquier cuestión no pueden realizar la tarea que tenían encomendada y se pueden emplear en este nuevo museo.

Actualmente, el apartado de etnografía del Museo Insular está compuesto por la “Sala de Carpintería de Ribera”, donde está expuesta la historia de la construcción naval, una de las principales fuentes de la economía industrial de la isla de La Palma durante los siglos XVI y XIX: desde maquetas de navíos, entre ellos, algunos veleros fundamentales de la ruta americana, como la bricbarca «La Verdad» o el pailebot de cabotaje «Juanito», hasta herramientas de trabajo o tipologías de nudos marineros.

Y la sala principal de Etnografía, en la que se presenta una amplia muestra de las artesanías y oficios tradicionales de la isla de La Palma a lo largo de la historia: la cestería, la alfarería y cerámica, el textil, la agricultura, la ganadería, la gastronomía y la fábrica manual de cigarros puros. Se exhiben además varias acuarelas originales de tema costumbrista firmadas por el pintor palmero Juan Bautista Fierro Vandewalle (1841-1930).

Además está la Sala de la Seda, en la que se dan a conocer algunos útiles para la fabricación artesanal con este textil, que llegó a contar con varios talleres simultáneos en muchos municipios de la isla y, entre los que destaca la torcedora del siglo XVIII que llegó a pertenecer a la empresa Blas Carrillo y Compañía, cuya producción de sedas se exportaba a ciudades europeas como Lyon.

Fuente

Cortesía de Juan Antonio Pino Capote

[*ElPaso}– ‘La brisa’, bello —y a la vez temible— fenómeno metereológico que se da en El Paso (La Palma, Canarias)

«Sábana de seda»

«Sábana de seda» (que así parece aquí La brisa) es una foto tomada por Dominic Dähncke desde el pico Birigoyo, en El Paso, al atardecer del 04 de agosto de 2013, avanzada ya la puesta de sol.

 

Muestra a la derecha el mar de nubes en el lado Este de la Cumbre Nueva, y a la izquierda la cascada de ellas, llamada ‘brisa’, cayendo hacia El Paso.

Cortesía de Lucy de Armas Padrón, y Luis Guía.

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En esta foto, también de Dominic Dähncke y tomada también desde el Birigoyo, puede apreciarse, al lado derecho, el mar de nubes y cómo el «agua» de ese mar —o sea, las nubes— están cayendo hacia El Paso por la parte más baja de la Cumbre Nueva, y cubriendo todo el cielo pasense.

La cordillera que se ve al fondo es la Cumbre de los Andenes, pared norte del cráter de la Caldera de Taburiente; y el pico romo antes de ella es el Bejenado, parte más alta de la pared sur de ese cráter. Entre ambos está la Caldera de Taburiente.

Cortesía de Lucy de Armas Padrón

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Vista aérea de la isla de La Palma. En su lado Este, y sobre la Cumbre Nueva, el mencionado mar de nubes que luego cae hacia el oeste, hacia El Paso, en forma de cascada.

Foto cortesía de Juan Antonio Pino Capote

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«La brisa». Foto tomada por el pasense Roberto Perera Díaz, que muestra, vista a lo lejos, la cascada antes mencionada.

Cortesía de Roberto Perera Díaz

Corto vídeo que ilustra, en time-lapse, la brisa en movimiento. Es un extracto del vídeo «LIGHT, El cielo de Canarias», de Daniel López.

[Col}– Las crisálidas que se volvieron mariposas / Susana Tibaldi

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(Esta foto me fue tomada en China cuando fui allá para ver, en su origen, todo el proceso de la seda)

En  abril   de  2012   di   con  un   libro  que revivió en mí nítidos recuerdos de infancia relacionados con los gusanos de seda.

Pocos meses después de leerlo pensé comentarlo con mi hermano, pero él murió repentinamente sin poder reencontrarnos como teníamos planeado.  

En las noches siguientes a su muerte fui escribiendo el relato que sigue, en la certeza de que mi hermano tampoco recordaba lo de los gusanos de seda, y luego, en mi búsqueda de otras personas que hubieran pasado por parecidas vivencias, encontré, en el laberinto inasible que es internet y este bello blog, el artículo La seda en los recuerdos de mi infancia que precisamente cuenta los recuerdos de otro niño.

Aquí van los míos.

***

«Destino» llamamos a algo desconocido que empuja a aquéllos que se asoman a los bordes más alejados, mientras sus contemporáneos pasan tranquilos en sus espacios seguros y parejos mirando la tierra que pisan, y no saben que mas allá existe la línea del horizonte.

¿Qué divide la rutina de la aventura?

¿Qué dibuja la conjunción de astros en el cielo imaginario de la astrología, que al momento en que nacemos están justo sobre la cabecera de nuestra cuna?

¿Qué produce la convocatoria de genes de miles de ancestros que se citan para construir el cuerpo de cada nuevo humano diferente?

¿Qué llamado recibe el ángel misterioso al que le toca apadrinarnos desde lo invisible?

¿Qué…?

Mi querido hermano Newin tuvo en su partida de nacimiento un nombre desproporcionado. Lo inventó mi padre descuartizando Newton y Darwin, como las brujas medievales cuando en sus conjuros unían la piel de un sapo con los ojos de una lechuza y la médula de un gusano. El hechizo esta vez tuvo un resultado y dio un ejemplar distinto.

Cuando yo era niñita, Newin, que me llevaba más de diez años, era alguien a quien yo quería mucho. La bondad desmedida fue su primer sino diferenciador del resto de las mayorías.

Vivíamos en un pueblo donde pasaba lo mismo que en otros. Vientos terrosos que cubrían los tomates y desprendían las tiernas flores de los olivos.

Tal vez lo más importante que sucedió allí para mí fue que nací una noche, bajo un signo astrológico fatal y un ascendente inasible que determinarían, juntos, todos los días del resto de mi vida.

Una mañana —creo que era la hora en que el sol se filtra por las rendijas del enorme portón del galpón de chapas acanaladas y pintado de rojo—, Newin me propuso que lo ayudara en una empresa. No me invitó a ser socia, grave error, porque es posible que yo hubiera podido aportarle algo de luz de lo que más tarde se percibiría como mi estrella de la suerte: ese sol que iluminaria todo mi universo con la precisión de tener un Destino fijo.

Me explicó que utilizaría como materia prima gratis algo que abundaba en las calles y las riberas del río: hojas de moreras.

La moreras eran unos árboles tan grandes que formaban un túnel con sus copas a lo largo del camino al dique, una ruta de tierra polvorosa donde se hunden las gomas de los pocos autos, y que, cuando llovía, se volvían atroces, sólo transitables a caballo.

A uno de sus costados estaba nuestra casa, la única casa del pueblo pintada de rojo, a la que queríamos tanto, sin saberlo, hasta que todos nos fuimos, y mientras vivíamos en ella nuestro único pensamiento era irnos. Ésa fue una gran muesca en la personalidad de los dos, un punto en que éramos gemelos: el no poder entender la felicidad de lo simple, y que lo único que ansiábamos eran momentos diferentes al común.

Aquí, allá o en cualquier parte, la vida transcurre, y no entendimos que buscar desasosiego es una de las formas de ser distintos, de alejarnos del punto central y acercarnos a los extremos de la desdicha.

La sombra de esas moreras es un recuerdo definitivo; nunca volví a sentir otro frescor igual que el de abrazar sus manojos de hojas tiernas en plena siesta. Los frutos de aquellas moreras fueron los más dulces de todos los que luego pudimos probar.

No sé por qué este verbo lo pongo en plural, pero sentí siempre que Newin recorrió el planeta y, cuando volvió a buscar las moreras, que ya estaban secas, aceptó la precisa certeza de que aquellas moras fueron lo más dulce que llegó a su boca.

Nada dijo, pero sus miradas buscaron por doquier los troncos desaparecidos, y sus brazos hubieran querido estirarse para encontrar en sus ausentes ramas tal vez aquellos pocos años perdidos.

Estas historias, pequeñas como filigranas chinas, y terribles, suceden sólo en los pueblos polvorientos.

Newin compró los huevos en un japonés que vivía a 140 km, y los trajo como pudo. Los acomodamos en los cajones y nos miramos. A mi él me producía ternura porque ya tenía en los ojos amarillos la madeja de dolor de un futuro que él soñaba construir por sí mismo, pero que estaba allí agazapado desde el 3 de agosto en que llegó su cuerpo a esta tierra.

Cuando aparecieron los gusanos, yo, que siempre supe que mi vida seria intensa, no dormí esa noche contemplándolos. Como en un caleidoscopio, sus largos cuerpos aterciopelados fueron una pasarela hacia otro espacio y otro tiempo.

Esos gusanos, ¡que comían día y noche, y que sólo comían!, me fascinaron. De ellos aprendí que la infancia es una estadía donde lo que importa es el futuro. Para los gusanos el presente es sólo un puente entre la inmovilidad del no ser más que un huevo, y la libertad de volar como una mariposa. Ellos fueron mis mejores maestros.

Los gusanos aterciopelados. ¡Cuánto los amé! ¡Cuánto los amo aún 59 años después de la mañana en que los vi nacer! Esos seres insignificantes que nadie veía, o casi nadie. Siempre fue y será maravilloso estar entre ese número diminuto de los “casi” que ven aquellas cosas que son inexistentes a los “todos”.

Mientras mis amigas aprendían de sus padres, sus familiares o los docentes, yo aprendía las bases de la vida observando los gusanos de Newin. Seguros de sí mismos, sin asistir a un psicólogo ni hacer test vocacionales sabían para qué habían nacido. Conocían que el objetivo está dentro de cada uno, y estaban decididos a cumplirlo, como yo a los 7 años decidí cumplir el mío.

***

Cruzando el mar, mirando el cielo que se pierde sin perder su color, recuerdo los ojos celestes del librero cuando me miró sonriendo y me dijo: “Tengo un libro para usted”, y puso en mis manos “Seda”. ¡Qué bueno que haya libreros de cabecera que sepan de mí tanto como yo misma, o más!

«Seda» es uno de esos pocos libros que con certeza me han buscado; es un espejo retrovisor. ¿Cómo ese hombre de ojos azules llegó a conocerme tanto, a intuir un pasado que estaba borrado por completo?

En el lugar donde alguna vez nos vimos a lo largo de 20 o más años, fue en su librería donde, mientras yo hojeaba libros, él atendía clientes. Luego, yo me decidía por uno, pagaba y decía adiós. Así el rito se repitió casi sin palabras extras.

Ahora advierto que es posible conocer a una persona por los libros que la eligen ¿Qué es una librería sino un lugar de encuentros? ¿un lugar donde los libros acechan a quienes necesitan llegar? ¿Qué es un librero sino una Celestina que propicia y observa el instante del encuentro, como enseñó Borges?

«Seda» esta allí en el anaquel, sin piernas para correr tras de mí, sin brazos para asirme, sin voz para gritar mi nombre al verme pasar por la vereda. Los chinos y los libros son dueños de la paciencia del Universo, y, a la hora precisa, consiguen su objetivo.

Me bastó abrirlo y, como quien levanta una caja cerrada repleta de aceites florares esenciales y todos los aromas se sueltan en el aire, así fue. Pero ¿todos esos recuerdos estuvieron en mi memoria intactos, y el desconcertante Baldabiou, personaje de las páginas de «Seda», pudo desatarlos? Pero ¡si es sólo un nombre, tal vez inventado por un escritor!

Así, leyendo un libro que no busqué, me reencontré con mis gusanos sabios, los amados gusanos de Newin, descendientes de los perfectos huevos que Hervé Joncour buscó en Japón en 1860.

El camino de la seda a mediados del siglo IXX era casi impenetrable. Un europeo debía poseer un carácter especial, un sino de viajero, una estrella marcada, para animarse a recorrerlo.

Hervé «cruzó la frontera cerca de Metz, atravesó Württemberg y Baviera, entró en Austria, y llegó en tren a Viena y Budapest para proseguir después hasta Kiev.

Recorrió a caballo dos mil kilómetros de estepa rusa, superó los Urales, entró en Siberia, viajó durante cuarenta días hasta llegar al lago Baikal al que la gente del lugar llamaba mar. Descendió por el curso del río Amur, bordeando la frontera china hasta el océano y, cuando llegó al océano, se detuvo en el puerto de Sabirk durante once días hasta que un barco de contrabandistas holandeses lo llevó a Cabo Teraya en la costa oeste del Japón.

A pie, viajando por caminos, atravesó las provincias de Ishikawa, Toyama, y Niigata, entró en la de Fukushima y llegó a la ciudad de Shirakawa, la rodeó por el lado este, y esperó durante dos días a un hombre vestido de negro que le vendó los ojos y lo llevó a una aldea en las colinas donde permaneció una noche, y a la mañana siguiente negoció los huevos con un hombre que no hablaba y llevaba la cara cubierta con un velo de seda negra.

Al anochecer escondió los huevos entre sus maletas, dio la espalda al Japón y se dispuso a emprender el camino de vuelta».

Éste fue el itinerario que recorrió el francés que se atrevería a traer a Lavilledié los primeros huevos de las mejores hebras de seda. Y lo recorrería de ida y regreso cuatro veces en su vida.

Pero para que las empresas gigantes pasen a ser parte de la Historia se advierte que debe darse primero una conjunción perfecta de un hombre llamado Baldaviú, que tenga un sueño, y de un hombre llamado Hervé, que no tema cumplirlo.

Allí, en ese puntito del espacio-tiempo, es posible encontrar el pasadizo para arrancar a los japoneses algo que guardaron por milenios, y nosotros, mirándolo ciento cincuenta años más tarde, empezar a entender que el Destino es la sumatoria de destinos individuales, pequeños, insignificantes, que se cruzan y producen un hecho único que los sobrevivirá mas allá de sus nombres.

Para ello los dos debían encontrarse en el bar Verdum a beber Pernod y mirar juntos un atlas donde estaba fijo, esperando a Hervé, un pueblo montañoso de Japón en el que se escondían celosamente «los huevos de gusanos que, al hacerse capullos, darían una seda tan fina que en las manos se volvía aire».

No hay elección. El Destino es una obra que está escrita antes de saber que nosotros seremos sus actores, ni cuando se alcanzará el “clímax” ni cuáles serán sus diálogos ni en qué teatro tendremos que representarla ni con quien… Vivimos sin saberlo. O, al menos, sin saber que algo nos espera y que puede tirarnos en medio de lo increíble para salir de los «todos» y empezar a ser parte de los “casi”. Volvernos otro de lo que teníamos pensado que seríamos.

Newin y yo vinimos marcados para ser, en pequeña escala, parte de los “casi”, pero él nunca lo sabría, y yo lo supe cuando ya él no estaba para contárselo.

***

El calor en aquel pueblo es normal, y las horas de sol se llaman siesta, y las siestas son para dormir. Newin y yo amábamos esa hora: el calor intenso, el silencio del resto de los humanos que desaparecían dejando un vacío maravilloso donde él me leía la historia de Aníbal Barca, el cruce de los Alpes en Elefante, la Gran Marcha de Mao por la Manchuria desolada, y la huida desesperada de Chang Kai Shek a su isla refugio.

Pasábamos juntos por la Historia desde el 300 a. C. al siglo XX con la serenidad de dos fantasmas para quienes el tiempo y el espacios son invenciones inútiles. Mirábamos los dos un globo terráqueo imaginario, porque los dos lo conocíamos de memoria milímetro a milímetro, y soñábamos dónde empezar a cavar un pozo profundo, profundo, profundo para cruzar por el medio del planeta hasta llegar a China y decirle a Chang Kai Shek que lo admirábamos, colgar una cinta roja en el Árbol de la Felicidad que está en el centro de Shangai, y regresar corriendo para alimentar a los gusanos.

Mi pueblo quedaba exactamente en las antípodas de Pekín, y parecía lógico que un túnel, en línea recta por el centro de la Tierra, era una idea fantástica. Lo mejor de mi infancia es que fue la etapa en la cual no tuve miedo a nada. Luego empezaría por temer a las arañas, después a los ascensores, y más tarde a las alturas, a los precipicios, a los túneles bajo tierra, a las cavernas llenas de estalactitas, al silencio, al ruido intenso, a los humanos perversos,… y luego temeré a mi sombra y terminaré por hundirme en ella para no verla más.

A veces yo leía poemas infantiles de Germán Berdiales, sentada bajo el emparrado donde miraba balancearse los racimos de moscatel —había tanta uva que resultaba una fruta cansadora; simplemente estaban, y nos aburrían el sólo verlas— y las ollas de dulce acaramelado que preparaba mi madre y que hoy pagaría cualquier precio por volver a comerlas.

Me impresionaba tanto la certeza con que Berdiales afirmaba en su poema «un día seré herrero dueño de una herrería». Yo también, cuando el aburrimiento me atrapó y fue un virus atroz que nunca me dejaría, entendí que también me iría para siempre de ese piso de ladrillos donde el sol dibujaba mandalas con formas simétrica al filtrarse entre las hojas de las parras.

Yo también tendría «una fragua donde atizaría preciosas pedrerías… con los brazos desnudos, abierta la camisa…». Trabajaría incansablemente para construir mi propio castillo de sueños y encontrar el hada mágica que me ayudara a volverlo real.

Berdiales escribió su poema con una increíble metáfora donde se planteaba la lucha imaginaria de un niño para conseguir consolidar un deseado futuro en el cual lograr, por sus propias fuerzas y trabajo, un objetivo. Yo lo repetía una y mil veces como si fuera el preámbulo de la Constitución que regiría mi vida.

En esos años tenía yo una hamaca que los Reyes Magos, que existen cuando se tienen 7 años, me habían traído un 6 de enero. Esa hamaca fue gloriosa, algo con lo que llegué a identificarme tanto que a veces siento hoy que sigo balanceándome en ella, que tengo las manos apretadas sobre sus cadenas, y todo se mueve al mismo ritmo. Colgaba precisamente de la rama de una morera, una morera macho que nunca dio frutos pero sirvió para sostenerla.

Balanceándome preparé gran parte de todo, o, mejor, de lo que entonces eran imágenes y que, avanzando hacia adelante, se volvieron vivencias.

¿Por qué mis proyectos descabellados, esas fantasías que llegaban montadas sobre los grandes copos de nubes blancas que traían los vientos del sur, se cumplieron con la puntualidad de un mandato, y los de Newin se deshilacharon como los pañuelos de colores repletos de peticiones incumplidas que cuelgan los tibetanos en las laderas del Monte Everest?

En esas tardes, hamacándome, no lo sabía y no hubiera podido hacer nada por evitarlo. Allí supe que no dejaría nunca de leer, y que el aburrimiento era una enfermedad congénita con la que sobreviviría sin encontrarle remedio.

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Los gusanos de Newin crecían por minutos, y yo pasé ese verano observándolos. Ningún adulto conocido podía brindarme mejor experiencia ni mostrarme con mayor exactitud la puerta de entrada a la vida. Entendí por ellos que había una sala de espera, pero esa espera no era inútil y vana sino un inmejorable momento de crecimiento.

Mi padre y mi madre eran dos seres buenos, leían y tenían tantos libros como si ésa fuera una excelente razón para habitar este planeta. Nuestra casa era grande para los pocos humanos que la habitábamos, pero faltaba lugar para nuevos libros y discos.

Los discos eran de pasta, y luego long-plays. Ocupaban espacio físico cierto, y tenían para ellos dos habitaciones completas; un escritorio donde colgaban en las paredes mariposas que mi padre encontró en sus viajes, y que volvió cuadros; y algunas fotos de otros humanos, considerados importantes como Darwin, Newton, Curi, Montesori, o Erasmo.

Pienso que mis padres no estaban destinados ni al Cielo ni al Infierno, no eran parte de los «todos» ni de los «casi» sino de ese grupo que irremediablemente sería destinado al Limbo. Ahora el Papa decidió que el Limbo no existe más, oficialmente se decretó su abolición por las altas autoridades de la Iglesia Católica, por lo que todos los que por milenios fueron al Limbo, por el mismo decreto papal desaparecieron por toda la eternidad. Incluso mis padres, tal vez.

Ellos —a quienes observé leer tantas horas, y conversar sentados en la galería de baldosas con arabescos, y beber pineral y cerveza y fernet con quesos de sabores picantes, fiambres importados, aceitunas negras y amigos, amigos, tantos amigos, extraños y desasosegados como ellos—, ¿dónde estarán?

Claro, ahora encuentro la palabra para definir sus búsquedas: desasosiego. Daban la sensación constante de que recién entraban a vivir, que venían de una infancia sin gusanos, donde nada aprendieron sino el desconcierto de ser humanos, cuando en realidad estaban al final y no se daban cuenta de que, cerca, les esperaba la muerte.

Desconocían la palabra ahorro, organización, sistema. Yo los observaba desde mi hamaca como si fueran insectos bajo la lente de un microscopio: tan frágiles en esa pradera pequeñita de la que nunca saldrían, su dedicación al intelecto y el mundo de las ideas.

No, yo no sería como nadie de esta casa grande de paredes pintadas de rojo; no sería como nadie de todo mi pueblo; no sería como nadie. Sólo admiraba los gusanos de Newin.

Cuando iba a mis clases de piano le preguntaba a la Hermana Balbina qué es el Limbo. El lugar donde van los mas buenos, los puros de corazón. ¿Y qué hay allí? No lo sé.

El verano pasa muy lento en los pueblos polvorientos, y el mío no era una excepción.

Con Newin seguíamos cortando brazadas de hojas de morera, y yo asistía con atención a las clases magistrales que me daban sus gusanos: la espera debía aprovecharse para comer, para crecer, para fortalecer mente y cuerpo; lo demás llegaría si se tenía la precaución de prepararse correctamente.

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Los primeros europeos en robar a los japoneses huevos de gusanos de seda fueron los italianos. Ninguno de mis ancestros en la Italia de 1860 debe haber soñado que 100 años más tarde yo usaría a los descendientes de aquellos gusanos como maestros para planificar mi pequeño e individual camino.

Ver como las láminas de clorofila eran devoradas por esos relucientes seres poseedores de una inteligencia diferente a todas las conocidas, era una diversión y un permanente trabajo de evolución.

Ellos sabían el para qué de estar en ese cajón, y hacia dónde irían después; algo que parecían no saber los humanos sobre sí mismos. Conocer el Destino es una ventaja porque permite marchar en línea recta.

Para los «casi» el Destino es un lobo hambriento que nos acecha en las encrucijadas; comprendemos que es nuestro, que está allí siempre y que no podemos dejar de cumplirlo, pero el desconocer cómo presentará cada jugada, asusta. Los “todos” parecería que no saben, o no les interesa saber que es posible tener un Destino.

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He subido por el globo hasta casi el Polo Norte buscando las auroras boreales, para encontrar la permanente luz de los días sin noches.

He bajado hasta el Erg Chebbi, un campo de dunas móviles en el desierto de la frontera con Argelia, en un viaje que lo que más requiere es paciencia y espíritu de aventura, porque las carreteras de Marruecos están hechas para camellos.

Sola, cuando la oscuridad cae sobre el desierto es un manto protector; al dejar de ver las dunas desaparece el desierto y queda la soledad. Esto es una frase, pues siempre el miedo sigue allí, irremediable; es el mismo que sienten hasta los animales cuando van por lugares extraños.

Las aves migratorias, antes de iniciar sus viajes se reúnen nerviosas volando en grandes círculos, se llaman, se dan ánimo hasta que por fin se van. Ver el inicio de una gran migración es algo perfectamente maravilloso. El desorden previo se vuelve una formación compacta, precisa, alineada. Es un todo que se vuelve uno en la decisión de seguir un mandato ancestral que supera el miedo.

Aún en el siglo XXI, en Erg Chebbi, América parece estar tan lejos, tan lejos, que el sólo pensar en ver un rostro occidental es como si fueras a encontrarte con un amigo, con alguien que sabe mucho de tu vida porque ha vivido en los mismos lugares.

Hay una empatía celular: sólo basta sonreír para entender que en algún segmento del ADN tienes un pariente común; los ojos, la piel, el idioma, son plantas de una misma raíz . Pero no encontré ninguno, solo los bere-beres con sus mantos azules, mirándome con ojos de una negrura espeluznante.

Me conectaba con ellos sonriendo; no había muchas formas, pero en el elemental idioma de las necesidades que compartimos todos los humanos es fácil comprendernos sin palabras.

***

Una mañana los gusanos de Newin comenzaron a quedarse muy quietos y con las cabezas levantadas, como en un estado de trance. Así estuvieron largas 24 horas, hasta que fueron a pegarse a las ramas y envolverse rápidamente en un hilo tan fino que tejían formando un capullo que los iba aislando.

Ya no podíamos seguir tratándolos como animales, suministrándoles agua y comida y un lugar fresco y seco. No existía internet, y en la única librería del pueblo nos miraron asombrados.

—¿Un libro sobre cría de gusanos de seda? —preguntó Don Ortiz—. Pero, ¿quién cría eso acá?

—Nosotros— dijo Newin, involucrándome en su empresa.

Y a los pocos días el librero había traído un ejemplar, muy desojado y sin tapas, sobre el tema de nuestra preocupación.

En el desojado libro se explicaba que, según la tradición china, la seda se descubrió en el año 2640 a. C., en el jardín del emperador Huang Ti. Y, de acuerdo con la leyenda, Huang Ti pidió a su esposa Xi Lingshi que averiguara qué estaba acabando con sus plantas de morera.

La mujer descubrió que eran unos gusanos blancos que producían capullos brillantes. Y, al dejar caer accidentalmente un capullo en agua tibia, Xi Lingshi advirtió que podía descomponerlo en un fino filamento que podía enrollarse en un carrete.

Había descubierto el hilo de seda, secreto que mantuvieron guardado los chinos durante los siguientes 2.000 años. La Ley Imperial decretó que todo aquél que revelara ese secreto tendría la pena de muerte.

Pronto descubrieron que los gusanos poseían una personalidad definida: detestaban el frío, el desorden, el ruido, las personas nerviosas y tristes, las mujeres embarazadas, el humo del tabaco, y los olores fuertes. Cuanto más especial era el trato que se les daba, más especial era el capullo que producían.

Después de formados los capullos, las dos glándulas de seda que los gusanos tienen a lo largo del cuerpo empiezan a segregar una mezcla semilíquida, y las hebras de ambas glándulas se combinan en un solo filamento.

Primero se fijan haciendo una fina red. Luego, con un movimiento en forma de 8, los gusanos menean la cabeza de un lado a otro y lentamente van construyendo un capullo impermeable que los cubre por completo. Tardan unos tres días en hilarlo, proceso durante el cual sacuden la cabeza unas 300.000 veces.

Si la metamorfosis se completa, el gusano supera la etapa de crisálida y se convierte en mariposa al cabo de dos semanas, aproximadamente; en ese tiempo las enzimas segregadas por el capullo ablandan éste y sale la mariposa,… para iniciar un nuevo ciclo de vida.

En el caso de ser utilizados para obtener su seda, sólo se permite llegar a mariposa en pocos casos, para preservar la especie; a los demás se los mata en la etapa de crisálida. Se evita que el capullo se dañe al salir la mariposa, y puede recuperarse la fibra entera.

El desenrollado de la fibra se realiza remojando los capullos en agua tibia para encontrar la punta del filamento de seda, que se devana en un carrete. Las fibras de varios capullos —por lo general entre cinco y ocho— se enrollan en el mismo carrete, para obtener un hilo suficientemente grueso. Hoy se usan devanadoras automáticas.

La seda llegó a Occidente hace siglos, decía el libro desojado y sin autor visible. Ahora sé que la trajo Hervé, y que sigue siendo la tela más preciada. También explicaba que los gusanos de seda fueron bautizados con el nombre oficial de Bombyx mori, y que cada capullo daría un kilometro y medio de hilo.

En medio de estas enseñanzas, nos enteramos de una leyenda, y a esta altura de la información ya habíamos entendido los dos que más nos interesaban las leyendas que las técnicas.

En el año 550 d. C. llegaron a Constantinopla dos monjes y ofrecieron al emperador bizantino, Justiniano I, el secreto de la seda, para lo cual habían logrado sacar de China los huevos intactos dentro de unos bastones de bambú.

Pero además de los huevos debían conseguir las moreras para que comieran los gusanos al nacer, y allí sólo había robles para ofrecerles. Así, los primeros gusanos que comieron hojas de roble dieron una seda de muy inferior calidad.

Mientras esto ocurría, en forma oculta continuaba el trafico ilegal de telas por el largo y misterioso Camino de la Seda de más de 5.000 Km que los comerciantes recorrían, desde Luoyang hasta Italia, durante 8 meses, transportando la seda confeccionada en Japón y también en China.

Newin seguía leyendo el desojado libro, y yo lo escuchaba, más por el asombro, pues a esta altura ya el interés en la empresa había desaperecido. Sin decir palabra alguna los dos estábamos enfrentados a un horror para cuya comisión teníamos una incapacidad innata: habernos decidido a trabajar en algo para lo cual éramos esencialmente incapaces. Nunca jamás, por ningún dinero, mataríamos las crisálidas de esos gusanos inteligentes para vender los capullos.

El libro seguía explicando que las tierras de clima templado, con altitud de 100 metros y temperaturas de 16 a 25 grados, resultaban las mejores. Y la mejor estación de crianza era la primavera porque era el momento en que brotaban las moreras, por tratarse de un árbol caduco que pierde sus hoja en invierno.

La mejor seda es la que se logra con un proceso manual en el cual los capullos son introducidos en agua tibia, y el hilo se va desenrollando suavemente para no cortarlo.

Luego venia una explicación minuciosa de siete pasos perfectamente definidos para alcanzar una pieza de seda deliciosa, perfecta, artesanal, preciada y decididamente digna del traje ceremonial de un mandarín chino.

1. Cultivo del gusano de seda. En un espacio sombrío y aireado, y en una superficie aislada del suelo, se colocan los capullos, habitualmente en una cama de hojas de morera situada sobre cañas o cartón perforado. Durante los 45-50 días, desde que rompe el huevo hasta que se extrae el capullo, los gusanos necesitan ser atendidos permanentemente, alimentándolos dos veces al día, limpiando su lecho con frecuencia, y manteniendo una temperatura entre 19°C a 25°C.

2. Extracción. A partir del décimo día del capullaje se desmonta el entramado de hojas y se separa cada capullo, quitándole la borra y las impurezas. Como la crisálida sigue viva se ‘ahoga’ con vapor o aire caliente (tradicionalmente, una sábana al sol), y, si es necesario, se procede al secado y a la selección de los capullos para su venta o hilado. En este punto finaliza el trabajo de los agricultores.

4. Hilado o ‘sacado’. Con esta actividad se inician las labores de la industria textil o del artesano sedero. Para deshilar el capullo, que puede tener entre 800 y 1.500 metros de hilo, se cuece en una caldera de cobre con agua a una temperatura de 80 a 100°C, para que quede limpio del gres y afloje el hilo de seda, momento en que el artesano los deshila con una escobilla para pasarlos a un torno manual que va formando madejas. Al devanado simultáneo de varios capullos se le llama seda cruda o en greña ‘emparejar’. Las madejas se colocan en la devanadera grande, y de ahí a la zarja (torno más pequeño) con 2 o 4 ruedas según el número de hebras que se quieran obtener, hasta los cañones, y en este momento se introduce un huso en el cañón que se gira para formar con las 2 o 4 hebras un único hilo de mayor consistencia. Para evitar las asperezas de la seda, y que ésta coja más torcedura, se humedecen las hebras. Finalmente se obtienen madejas.

4. Guisado. Las madejas se cuecen y blanquean con agua y jabón para quitarles las asperezas debidas a la sericina, removiéndolas para que se blanqueen por igual. Se aclaran con agua y se secan al sol.

5. Teñido. En este momento se puede proceder a teñir la seda con tintes naturales, o dejarla en su color original (blanco, amarillo, verde o rosa pálido).

6. Trenzado. Todavía en madejas, la seda vuelve a los cañones para hacer la urdimbre.

7. Tejido. La trenza obtenida pasa al telar donde empieza la tejeduría».

Estábamos congelados, el corazón congelado, los ojos fijos en un punto perdido en cualquier parte del emparrado. Newin leía en voz alta, y yo sólo escuchaba por conocer lo que no haríamos, por conocer lo que debimos conocer antes y no ahora cuando esos miles de gusanos espeluzados se transformaron en una parte importante de nuestras estáticas e inmóviles vidas de pueblo.

Esos gusanos que nos mostraron lo que era la decisión, la voluntad de plantearse una meta, y luego el valor de cambiar, hacer un giro de 180 grados y dejar lo que sabían —que era comer y trepar entre las hojas y las ramas— para dedicarse a algo nuevo, diferente, increíblemente difícil, como tejer un capullo con 300.000 movimientos de su cabeza, de un equilibrio copernicano.

Con Newin no nos dijimos nada porque nuestro lenguaje más fluido siempre fue el silencio, y cada uno buscó su lugar favorito: él en la biblioteca leyendo Nietzche, y yo en mi hamaca contemplando los dibujos inciertos de los cúmulos–nimbos que subían del sur con sus cargas de agua.

El reloj no se detuvo; cada quien debía seguir cumpliendo su propio Destino.

Ya en esa primera juventud resultó evidente que él no tenía conciencia del fracaso, que esa palabra no estaba escrita en su diccionario, y que contaba con la incalculable ayuda de olvidar.

Diez días más tarde nos asomamos y, por el fino alambre de mosquitero que cubría los cajones, vimos un revoloteo de cientos de alas.

Nacieron con la puntualidad prevista, porque nada en ellos está librado al inconsciente azar. El tiempo para los gusanos de Newin no era una palabra más. Su férrea voluntad de respetarlo me hizo entender que allí estaba la clave, la clave que yo presentía, la clave que mis padres no habían encontrado, la cifra que Borges imaginó que se esconde en la piel del jaguar. A falta de jaguares, y sin buscarla por casualidad, la encontré: la clave de la vida es que todo es tiempo.

Abrió Newin la tapa de alambre y salieron en revoloteo; ninguna mariposa miró hacia la otra. Cada una se elevó por sí y se perdió entre las hojas de todos los árboles.

Ellas también tenían un Destino, sin duda muchas habrán caído al agua del río, y otras habrán buscado en vano donde unirse y dejar sus huevos. Sólo unas pocas encontraron las moreras y pudieron dejar sus huevos para una nueva generación, cerrando el círculo de sus vidas, saltando hacia el futuro y muriendo en paz, tan lejos de China.

Mi relación con el tiempo siempre fue desequilibrada y personal. No había leído a Einstein, y ya los días de mi infancia eran interminables, las horas se extendían en las tardes sin fin y entraba en un pánico de claustrofobia. Las tardes eran burbujas herméticas de las cuales no podía salir.

Leía hasta cansarme, y luego pensaba y me hamacaba y miraba el cielo y hablaba con los pájaros y buscaba iguanas entre los cañaverales azulados. Bajaba al río, que corría siempre con la misma agua sin terminar de irse, y los sauces se balanceaban.

Regresaba hacia las líneas de moreras y escuchaba al zorzal que llamaba a no sé quién con un silbido que también se petrificaba en el aire. Allí estaba aún el crepúsculo inacabable apresándome en la peor de las angustias: el aburrimiento.

Después que las crisálidas se volvieron mariposas, también se fue Newin. Lo miré alejarse con su maleta, con su Destino siguiéndole a pocos metros, y la soledad precediéndole para ayudarle a equivocar siempre su camino, hasta la misma noche de primavera en que la soledad se le hizo irresistible y prefirió la nada.

Susana Tibaldi (Córdoba, Argentina)

[*ElPaso}– Miscelánea del municipio de El Paso / Wifredo Ramos Hdez.

Julio, 2008

Wifredo Ramos Hernández

El Municipio. Referencias históricas

El Paso ocupa la zona central de la Isla de La Palma. Surge como municipio en el año 1837, por segregación del de Los Llanos de Aridane, al que perteneció como pago o barrio, situado en la parte alta, al Este.

Ocupa una extensión de 135 Km. cuadrados, siendo el de mayor superficie de la Isla, y con una población cercana a los 7.300 habitantes. Limita con todos los pueblos excepto con Tazacorte y el mar.

Acontece su segregación por acuerdo de la Excma. Diputación Provincial, celebrando elecciones el 24 de junio en la Ermita de Nuestra Señora de Bonanza. Al día siguiente se reúne la Junta para la elección del primer Ayuntamiento, el que quedó constituido siendo su primer alcalde D. Manuel Taño Fernández (1800-1855).

El Paso. resumiendo de E. Larousse (1999), se describe “Ciudad de la provincia de Santa Cruz de Tenerife, partido judicial de Los Llanos de Aridane (Los Llanos), que comprende la cabecera del Valle de Aridane y La Caldera, bosques, plátanos, tabaco, vid, frutales, hortalizas, ganadería, fábrica de tabacos, serrería, productos lácteos, almendras, centro sericícola y taller de sedas”.

Le fue otorgado el título de ciudad por el rey Alfonso XIII en el año 1910.

Habrá que tener presente que este territorio se ha completado con otros antiguos, pertenecientes a la época prehispánica, como el cantón o “reino” aborigen de Aceró (actual Caldera de Taburiente) y de la parte alta de los cantones de Aridane, Tihuya y Guehebey (correspondientes a Los Llanos, Tajuya, Tamanca, Jedey, y El Charco, respectivamente).

Por ello, se observará la relación o paralelismo con la historia insular palmera, y la de Los Llanos hasta la segregación.

Se podrían estimar como propios de El Paso diversos episodios.

Así, desde la conquista de La Palma se tendrán en cuenta los libros de Historia de Canarias, referencias de Fructuoso, Abreu y Galindo, Viera y Clavijo, Marqués de Lozoya, Millares Torres, y otras publicaciones recientes.

Se recuerda, del año 1491, el asedio de Granada por los Reyes Católicos, Isabel y Fernando, que otorgan poderes a Alonso Fernández de Lugo para emprender la conquista de las islas de La Palma y Tenerife.

El 29 se septiembre de 1492 (día de San Miguel), Lugo y sus huestes desembarcan en la playa del actual Barranco de Las Angustias, surgiendo la denominación de Isla de San Miguel de La Palma.

Establece “paces” con el jefe Mayantigo, del cantón o “reino” de Aridane, y avanza por los once cantones restantes, anexionándolos, quedando uno solo por conquistar: Aceró, gobernado por su legendario paladín Tanausú.

Aceró, sinónimo de “lugar fuerte” —grandioso recinto en anfiteatro o caldera, rodeado de elevadas y escarpadas cumbres, con una salida que desemboca al mar (Axerjo), y otra más alta en Adamancasis (actual Cumbrecita), ambas difíciles pasos, defendidos por los nativos (benahoritas o auaritas)— se constituyó en un reducto inexpugnable.

Ante la imposibilidad de penetrar por cualquiera de tales pasos, se ha referido que Lugo y sus oficiales consideraron más fácil atacar por arriba, por “el paso” de Adamancasis.

Habiendo sufrido pérdidas, se retiraron, enviando después un mensajero a Tanausú, acordándose una entrevista en las cercanías de la Fuente del Pino, para un tratado de paz.

La tal entrevista fue una emboscada, y, sorprendido Tanausú por ella, el 3 de mayo de 1493 (día de la Santa Cruz), termina la conquista de la Isla, siendo incorporada a la corona de Castilla y fundada la capital, Santa Cruz de La Palma.

Los benahoaritas o auaritas, que vivían en una cultura troglodita, neolítica, dedicados principalmente al pastoreo de cabras y ovejas (sin lana), y alimentados con leche, carne, frutos de la tierra, cereales que tostaban para lograr gofio, mariscos etc., con el nuevo gobierno sufrieron un cambio radical de sus costumbres, pues la colonización española implantó una nueva administración, organización, cristianización, o religión católica, y también sistemas agrícolas, ganadería, cultivo de árboles frutales, herramientas, y trabajos u oficios.

Diversos indígenas o nativos de “bandos de guerra” fueron esclavizados y deportados; varios “de paces”, fueron defendidos por la nativa Francisca de Gazmira, y algunos devueltos a su tierra.

Se impulsaron actividades que contribuyeron al desarrollo de La Palma: construcción de casas, ermitas, conventos, iglesias, etc.; cultivos de la caña de azúcar, enviada a Flandes; los viñedos para buenos vinos, exportados a Europa; viajes hacia América; emigración a distintos países, como Cuba y Venezuela; sequías, volcanes, ataques piráticos, guerras y comercio, influyeron en la evolución hasta el siglo XX.

Los palmeros fueron gobernados por el antiguo Cabildo de la Isla —posteriormente, Ayuntamiento de Santa Cruz de La Palma— hasta que en 1812, con la nueva Constitución española, la tierra palmera queda dividida en once municipios.

En 1837, se segregan El Paso y Fuencaliente; y en 1925, Tazacorte, resultando los 14 municipios actuales.

El Valle

El Valle de Aridane es comarca formada por tres municipios: Tazacorte, Los Llanos, y El Paso.

La parte pasense se enmarca entre el Pico Bejenado y las cumbres Nueva y Vieja, con el pequeño valle de El Riachuelo, llano de Las Cuevas y otras zonas.

Destaca la geometría de los cercados para siembra de cereales; otros donde pasta el ganado vacuno, para leche o labranza; y otros con tagasaste, planta endémica utilizada para alimento de ese ganado.

Abundan los pinares, entre los que se eleva el Pino de la Virgen, considerado uno de los más hermosos ejemplares de Canarias.

La vegetación es exuberante en la cumbre de monte verde: fayas y brezos, castaños y morales (éstos para alimentar con sus hojas a los gusanos de seda), mostrando toda una atractiva policromía.

Los numerosos almendros alfombran el paisaje en época de floración. Cuando aparece “la brisa” en cascada de nubes —alisios que desbordan la Cumbre Nueva—, se producen efectos singulares y bellos.

La Caldera de Taburiente

Fue declarada Parque Nacional en 1954.

Maravilla geológica sin par, anfiteatro con diez kilómetros de diámetro y 3.750 hectáreas, y último “reino” aborigen, denominado Aceró (lugar fuerte), gobernado por el jefe, o “mencey”, Tanausú.

Recinto amurallado por altas cumbres, cuya cima es el Roque de Los Muchachos (2.426 metros); precipicios, pinar mejor conservado del Archipiélago, arroyos y bellas cascadas. Caldera por antonomasia, con salida al mar por el impresionante barranco de las Angustias (paisaje protegido).

Tiene otro acceso: el “Paso de Adamancasis”, actual Cumbrecita, mirador principal para contemplar La Caldera.

En el interior se encuentra el roque Idafe, declarado monumento natural, un lugar de culto auarita al que éstos hacían ofrendas.

Existe pista rodada hasta el mirador de Los Brecitos, y senderos para llegar a la zona de acampada, río, “playa” y demás lugares admirables.

Entre su interesante flora se citan pinos canarios, sauces, cedros, y la denominada viola palmensis. De su fauna: cabras, ovejas, palomas, pájaros, y las grajas; éstas sólo existen en La Palma.

En la cumbre de Los Andenes está La Pared de Roberto, de la que escribió su leyenda el científico llanense Elías Santos, en 1901.

Frutos de la tierra

Es encomiable el esfuerzo de los campesinos por lograr el mayor número de productos de la tierra para la supervivencia de las familias.

El Paso tuvo épocas de desarrollo agrícola y ganadero, estimando que la agricultura es fundamental en la economía de los pueblos.

Se realizan labores de labranza en la siembra de cereales, para su posterior consumo, transformados en harina o gofio. La zona estuvo calificada “granero del valle”.

Los cercados de Las Cuevas, con vacas lecheras pastando, muestran bellas estampas. En laderas se realiza pastoreo de cabras y ovejas. La producción de leche es necesaria, y el queso, principalmente de cabra, es muy estimado.

Se cultivan hortalizas para lograr apetitosos potajes y cocidos canarios; viñedos para obtener buen vino del país, en distintas zonas o en Las Manchas; árboles frutales para recolección de higos, peras, ciruelas, manzanas, castañas, almendras, plátanos, aguacates, etc.

El cerdo (popular “cochino”) es apreciado por su sabrosa carne, chorizos y chicharrones. También la carne de cabrito, cordero o conejo en salmorejo.

La cocina típica Canaria tiene aceptación, citándose además el gofio amasado, el escaldón, las papas arrugadas, y otros platos.

Y del fruto de los abundantes almendros —que llegaron a divulgar para el pueblo el calificativo de “El Paso de los almendros”— se elaboran los típicos dulces: almendrados, queso de almendra, bienmesabe, truchas, y sopas de miel, entre otros.

Tradiciones

Existen actividades o costumbres que se transmiten por generaciones. Algunas subsisten de la época prehispánica: pastoreo, salto del pastor, y lucha canaria.

Desde 1493, con la incorporación de La Palma a la corona de Isabel y Fernando, la colonización, agricultura, ganadería, oficios, etc. se impulsan otras faenas o fiestas como la labranza, fiestas de la Cruz, de la Virgen de las Nieves, etc.

En El Paso se festeja la Cruz de las Canales. En la fiesta de la Virgen de El Pino se celebra el “Día Típico” o de las tradiciones, con ordeño de cabras y desayuno con leche y gofio; la trilla en “La Era”, deportes autóctonos y juegos.

Del siglo XVI se conserva la artesanía de la seda. En este municipio existieron muchos telares, y aún perduran en activo en los barrios de La Rosa y Barrial. También se ha fundado el Museo de la Seda y Taller de Seda Artesana, con demostraciones en vivo.

Además de ferias de artesanía y exposiciones con diversidad de labores, como los buenos bordados, en el Recinto Ferial de Las Canales se realizan cada año ferias de ganado autóctono, con exhibiciones de arrastre.

Con relación a otras costumbres se comentan historias o leyendas como El Alma de Tacande, Los dos Brezos o la Pared de Roberto.

Patrimonio

Entre los aspectos representativos de la etapa prehispánica se mencionan los yacimientos o grabados rupestres de La Caldera, Pico Bejenado, Lomo de La Fajana (Paso de Abajo) y el Cementerio (descubiertos los dos últimos en 1982), estimados importantes en el patrimonio arqueológico insular.

En el apartado arquitectónico tiene interés el núcleo poblacional y la variedad de elementos.

Destaca la antigua ermita de Nuestra Señora de Bonanza y la casona aneja, fundación del alférez Salvador Fernández (1691). Su artístico artesonado combina el mudéjar y el barroco; el pavimento de piedra gris labrada se considera único, y los esgrafiados son los más extensos de la Isla.

Ermita de Nuestra Señora de Bonanza, o Iglesia Vieja de El Paso. Foto cortesía de Luis Centeno

Cercana está la nueva iglesia neogótica del mismo nombre (1935), con esbelta torre de 35 metros, imaginería, y los retablos tallados por el maestro tallista Arnau.

Torre de la iglesia de El Paso

Tienen interés varias casas, de arquitectura regional, entre ellas las del Museo y Taller de la Seda. Se cita el monumento al primer alcalde, Manuel Taño.

En Las Manchas, se encuentra la ermita de San Nicolás de Bari, fundada por Nicolás Massieu Van Dale (s. XVII), y el gran monumento erigido sobre el ramal de lava del volcán de 1949, dedicado a la Virgen de Fátima (1960).

Las Machas. Monumento a la Virgen de Fátima

También se estima de gran interés el patrimonio etnográfico pasense.

Fiestas

Considerando que El Paso es un municipio con población dispersa y barrios distantes, sus vecinos son excelentes colaboradores de las fiestas, dotados con habilidades en distintas facetas, demostradas en diversas manifestaciones artísticas o laborales.

Entre sus fiestas se citan: Festividad de Nuestra Señora de Bonanza (S. XVIII); Semana Santa, y Corpus; Sagrado Corazón de Jesús (1919), destacando los tapices vegetales (cuadros), alfombras y ornatos de los barrios en las calles; Fiesta de la Virgen de El Pino, su trienal bajada desde el monte a la población, y su importante romería típica con más de cien carrozas e innumerables actos; Cruz de Las Canales, con loa y carrera de sortija a caballo; Virgen de Fátima, por el barrio de su nombre (1954); y San Nicolás de Bari (Las Manchas), entre otras.

Con las fiestas se relaciona la participación y labor cultural de la Banda Municipal de Música, Coro Parroquial, Coral Nuestra Señora de El Pino, Agrupación Folklórica Cumbre Nueva, encuentros Internacionales de Música, Orquesta Sinfónica, Grupo “Volcán de San Juan”, y Coral San Nicolás, de Las Manchas, entre otros grupos y solistas.

En la Bajada Trienal de 2006, el 27 de agosto en la Plaza Francisca de Gazmira se celebró el acto público de Nombramiento de Alcaldesa Honoraria Perpetua a Nuestra Señora de El Pino.

La artesanía de la seda en El Paso.

Desde pequeño recordamos oír hablar de sedas, bordados, y de algunas personas que hacían trabajos en mi pueblo natal de El Paso.

En el año 1969, al encontrarnos como profesor en la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos, de Santa Cruz de La Palma, surgió el tema de las labores en seda y comentarios sobre el proceso de las mismas.

En las vacaciones de verano aprovechamos para hacer un seguimiento de las actividades, por lo cual nos pusimos en contacto con aquellas personas más relacionadas con el tema.

Todos los pasos del proceso resultaron muy interesantes, y una oportunidad para conocer y apreciar la importancia del mismo.

Tal experiencia nos animó a escribir algunas notas de divulgación, con el título: ”Resurgimiento de las sedas en El Paso”. De ellas seleccionamos algunas frases, que valgan como referencias de lo publicado.

“Hemos oído decir que esta antigua y típica industria sericícola, es una de las más importantes de nuestra Isla”.

Encaminamos nuestros pasos hacia el barrio de La Rosa. En dicho barrio vive una afamada artesana de los telares: Dª María González (recordamos que la mayoría de las familias pasenses tenían telar).

Actualmente hay varias personas que saben tejer; unas ya no lo hacen, otras tejen en trabajos determinados, y algunas en ratos libres. Pero puede decirse que de aquella euforia de hace ya muchos años, cuando se difundió la fama de las sedas de El Paso, principal centro sericícola de la Isla, ya queda poco.

Doña Maruca —así más conocida— nos recibe con toda amabilidad y nos cuenta muchas cosas.

Lleva aproximadamente medio siglo traqueteando sus telares y sigue esta labor por tradición familiar de varias generaciones. Mucha gente ha ido por su casa a verla trabajar, interesándose por el funcionamiento de los viejos telares: estudiantes, profesionales, turistas… y hasta el cámara Jorge le hizo un reportaje para la “tele”.

Dª Maruca consiguió semilla de “bichos” de la que repartió entre sus amistades para que criaran gusanos de seda.

Hizo buen tiempo, soleado, y la simiente “reventó”, creciendo los gusanos saludables, y devoraban la hoja de moral haciéndola desaparecer.

Cada semana íbamos a verlos: primera muda o dormida, hasta la quinta edad, que constituyen etapas de la metamorfosis. Al final los gusanos grandes, amarillentos, buscan las ramas para “hilar” su capullo.

Vimos en casa de Dª Rosa Mederos, en una habitación llena de cajas y panas, cómo se había preparado el tomillo o el brezo secos.

También nos mostró su colección de tejidos: sedas, lienzos, lanas y traperas. Los gusanos entre las ramitas iban tendiendo con su boca hebras de seda y, poco a poco, construían el capullo hasta quedar transformados y encerrados en él.

En El Barrial, en casa de Seo y Yaya, contemplamos aquellas “montañas” de capullos, de forma cilíndrica y con los extremos redondeados. Después se ha de ahogar al sol “la divina”, o crisálida, que está dentro del capullo para que no lo perfore y trace la hebra.

Y ahora, a recurrir a la “sedera”: la mujer (artesana) cuya misión es la de convertir los capullos en madejas de largas hebras.

Una tarde nos trasladamos a Todoque, cuando Seo y Yaya fueron a “sacar la seda”.

Allí conocimos a Dª Nieves, la sedera. Tal vez sea ella la única persona que con más regularidad se dedica a esta labor en la Isla.

Nos dice que lleva muchos años sacando seda. Una caldera colocada en un fogón recubierto de barro, con un hueco a un lado para la leña, con objeto de calentar agua.

En ésta, ya caliente, se introducen unos pocos capullos que se irán ablandando para que las hebras de los mismos se desprendan, lo que se logra levantándolos con una escobilla de brezo, tomándose algunas que, retorcidas, forman otra hebra del grosor deseado, pasando ésta a las distintas piezas del torno (“aguja”, carrete, burgado) hasta llegar a las aspas, donde se llena la gran madeja.

El “tornero” hará girar la manivela, las aspas del torno se impulsan, y se establece una curiosa danza: la de los capullos dentro de la caldera saltando mientras la “música” zumbante del torno que gira y gira va tirando de la hebra.

Y, en tanto, los capullos se consumen, y una ancha cinta de hilos va envolviendo las grandes aspas. Por último se tira de la ”madrina” y, debidamente atada, se separa del torno la dorada madeja de seda, que brilla destellante al sol. Así concluye el sacado de la seda.

Posteriormente seguirán otras fases de tratamiento, que el traqueteo de los telares y la habilidad del tejedor convertirán, con hilos, en telas, telas sedosas, reflejando su primerísima calidad.

El entusiasmo vivido por una decena de familias pasenses este verano —entre personas mayores y jóvenes, particularmente la de Dª Maruca, su hija Bertila y su nieto Antonio— estimula en años venideros al cultivo de esta industria popular cuya fama ha traspasado nuestras fronteras. (Diario de Avisos, 04- 02-1970).

Concluyendo, mencionamos una relación de datos, a modo de efemérides.

  • Después de la conquista de La Palma por Alonso Fernández de Lugo, el 3 de mayo de 1493, se produce un cambio radical: nuevo gobierno, administración, colonización, cultivos, oficios, herramientas y artesanías. Y quizás se impulsaría la artesanía de la seda con gran desarrollo.
  • En el siglo XVIII la industria de la seda comenzó a decaer.
  • Los alcaldes de La Palma acuerdan se solicite una Estación Sericícola para El Paso, ante la visita del ministro de Gracia y Justicia. El alcalde pasense, Manuel F. Sosa Taño, prepara una exposición en la que se podía contemplar todo el proceso para la elaboración de la seda.
  • El ministro firmó una Orden creando la Estación de Sericultura Insular, (1927), Programa de la Bajada de Ntra. Sra. de El Pino (1955), y Efemérides (08- 02 -1927).
  • En 1955, exposición de artesanía en una sala del Colegio-Patronato pasense.
  • A la Feria Iberoamericana de Madrid asisten las destacadas artesanas de la seda, Nieves Jiménez (de Todoque, Los Llanos) y Bertila Pérez (de El Paso) actuando como profesoras de varios cursos.
  • A instancia del Ayuntamiento de El Paso, se publica un libro titulado: “La seda, un arte palmero de siglos”, escrito por Talio Noda Gómez. Estimamos se trata de un detallado estudio etnográfico que deja constancia de la sericicultura en El Paso, para el conocimiento de todo el proceso. Esta ilustrado con excelente colección de fotografías y dibujos. También participan el destacado profesor Régulo Pérez y el maestro pasense Braulio Martín.
  • Apertura de la Primera Feria Insular de Artesanía, realizada en El Paso (1988).
  • En 1999, la Feria de Pinolere rinde homenaje a las artesanas de la seda de La Palma: Florencia Nieves Jiménez, y Bertila Pérez. (El Día, 05-09-1999, p. 24).
  • En 2001 se inaugura el Taller “Museo de la Seda”, con tres artesanas agrupadas en una empresa denominada “Las Hilanderas de El Paso”. Una es hija de Bertila.
  • En 2002, el Recinto Ferial de Tenerife reunirá a 305 artesanos, entre ellos del Taller “Doña Maruca” de El Paso.
  • En 2004, se celebra la XVII Feria de Artesanía Insular dedicada a la seda en El Paso.
  • El Cabildo colabora con Las Hilanderas de El Paso en un nuevo taller.
  • El Paso – Cultura financia la ampliación del Museo de la Seda. El ministerio ha concedido una ayuda de 170.000 euros, para su ampliación, conservación y ciclo completo, del proceso del hilado y tejido de la seda. La ampliación permite asegurar la continuidad de esta artesanía única en Europa. (El Día, 24-05-2007).

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Wifredo Ramos Hernández es Cronista Oficial de El Paso