17-06-12
Carlos M. Padrón
Los más de los lectores habituales de este blog supieron que hace unos días estuve en a San Francisco (California) a ver a mi hija Elena, la psicóloga, y algunos de tales lectores tal vez hayan visto el post Nueve días (¡y diez noches!) en San Francisco en el que dije que la última vez que estuve allá las pasé canutas.
Pero como guerra avisada no mata soldado, esta vez fui provisto de todos los remedios contra mi alergia a los cambios de temperatura; con la ropa apropiada para que el repentino frío no me afectara, aunque pasara yo calor cuando la temperatura subiera algo; y con un antifaz que me ponía al disponerme a dormir y que, por su buen diseño, me cubría de tal forma que no veía yo ni resquicio de la luz que entra a raudales por los ventanales del apartamento de mi hija, luz que en el viaje anterior, el de junio de 2008, me impidió dormir.
Primero, la parte mala
Esta vez lo pasé muy bien…. en San Francisco, aunque no en los viajes de ida y de vuelta, hechos todos con American Airlines (AA).
Lo que en ellos tuve que sufrir me reafirma en lo que dije en Cuando viajar era un placer y en que para viajar por avión en estos tiempos hay que tener una buena dosis de masoquismo.
Mi ruta, tanto de ida como de vuelta, era con escala en Plastaforma (= Miami) donde el vuelo AA-902 desde Caracas llegaría a las 12:40, y el AA-1455, de Plastaforma a San Francisco, saldría a las 16:30.
A pesar de ese aparente amplio margen de tiempo, Chepina, que ahora viaja más que yo, me advirtió de que la cola en inmigración* en Plastaforma sería gigantesca, y también la que yo tendría que hacer después —una vez pasada la aduana y entregada la maleta a los de AA para que la montaran en el vuelo a San Francisco— para someterme a los humillantes controles de seguridad.
Y sí, sólo en inmigración se me fue 1:10 h, más 15 minutos en la aduana, y cuando, ya preocupado porque mi margen se había reducido a 2:15 h y yo debía presentarme en el mostrador del vuelo AA-272 con tiempo suficiente, mi preocupación aumentó porque el tipo de AA que recogió mi maleta miró la etiqueta de destino y, con aire de preocupación, murmuró «¿San Francisco? ¡Uhmm!», miró su reloj y se encogió de hombros en un gesto de evidente escepticismo, todo lo cual me hizo pensar que, por algún cambio de horarios, el tipo dudó que yo tuviera tiempo de tomar ese vuelo.
Ante esto salí disparado, y el alma se me fue a los pies al ver la cola que había en el control de seguridad.
Cuando después de 20 minutos en ella me tocó el turno de hacer el maldito strip-tease —sacarme la chaqueta, el cinturón, los zapatos, lo que llevaba en los bolsillos (fuera o no metálico) y poner todo en bandejas, más, aparte, el maletín de mano, canguro y roller), al pasar mis bártulos del otro lado del túnel de rayos X, una mujer detuvo la operación de recogida, que había yo iniciado mientras sujetaba mis pantalones para que no se me cayeran, y me preguntó si yo llevaba una computadora en mi roller.
Cuando le dije que sí, puso mala cara, me pidió la computadora —que era la Mierdaptop que me llevo cuando viajo—, me dijo que esperara mientras ella la pasaba por rayos X, y luego me la entregó diciéndome, con cara de pocos amigos, que las computadoras hay que ponerlas en bandeja aparte.
Sí, algo de eso recordaba yo, pero como en la revisión de seguridad que me hicieron en Caracas no me dijeron nada al respecto, supuse que habrían cambiado la regla en todos lados.
Una vez que, a duras penas, pude ponerme los zapatos, cinturón y demás, ubiqué en un tablero electrónico la puerta de salida del vuelo AA-272 a San Francisco,…. ¡y a correr se ha dicho!
No entiendo cómo en estos aeropuertos grandes de ahora obligan a los pasajeros a caminar cientos de metros para llegar a un control de pasaportes o a una puerta de embarque. Cuando llegué a la de mi vuelo, sin aliento y sudando a chorros, vi que ya los pasajeros estaban abordando y, sin más, presenté mi boarding pass.
El empleado de AA lo miró, puso expresión de asombro al ver lo mucho que yo sudaba, y con tono de lástima me dijo «Señor, su vuelo es el 1455 a San Francisco, y saldrá a las 16:30».
Aunque eso me dio vergüenza —y también me molestó porque no entendí lo que había dicho y hecho el tipo que, a la salida de la aduana, recogió mi maleta—, en cierto modo también me alegró porque tuve tiempo de sobra para ir al baño, sacarme los lentes de contacto —ya que pensaba dormir durante ese vuelo, que tendría una duración de 6 horas—, y sentarme a descansar de lo que había resultado ser un innecesario agite.
A las 16:15 entré al avión, un Boeing 757 —dos filas de tres asientos—, y me alegré al darme cuenta, después de que cerraron puertas, de que el asiento entre el mío, que era de ventana, y el de pasillo, estaba vacío. En el de pasillo iba sentada una anciana india (de la India) cuya hija ocupaba el asiento del otro lado del pasillo.
Otra «delicia» de los vuelos domésticos, al menos dentro de USA, es que no dan comida no importa cuánto duren; si uno quiere comer algo, como un sandwich, tiene que pagarlo. Lo gratis es sólo café, jugo y agua.
A la altura de mi asiento pasó tres veces, siempre procedente de la cola del avión, una aeromoza ofreciendo jugo de naranja.
La primera vez le entregó el último a la anciana india; la segunda vez pasó de largo, aunque la hija de la anciana, como apenada porque el último jugo de la vez anterior lo había tomado su madre, llamó a la aeromoza y le hizo señas de que yo quería jugo, ante lo cual pensé que en la próxima pasada me lo traería, pero me equivoqué porque pasó una tercera vez, y aunque la hija de la anciana repitió sus señas, la bendita aeromoza siguió de largo.
Ante esto, la hija en cuestión habló con otra aeromoza que venía en sentido contrario, y ésta se presentó al rato con un vaso de jugo. Cuando me lo extendió le fije «Finally!» (= ¡Por fin!), ante lo cual, y con cara de extrañeza, me preguntó que por qué le decía eso cuando la otra aeromoza le había contado que me había ofrecido jugo 3 veces y yo le había dicho que no lo quería. ¿Qué tal?
Creo que el nivel de competencia del personal que hoy se consigue en las empresas, sean del tipo que sean, es del peorcito que hay en el mercado.
De pronto, la anciana india levantó el descansabrazos entre el asiento central (vacío) y el que ella ocupaba (el del pasillo), se acostó en el espacio que quedó libre, puso sus pies sobre el descansabrazos fijo del asiento exterior y, sin aviso ni protesto, recostó su cabeza sobre mi hombro derecho y se puso a dormir plácidamente.
La sorpresa del desparpajo de la señora me causó risa. Volteé a mirar a su hija, y ella, con gesto de resignación, sonrió y se encogió de hombros como diciendo «cosas de viejos».
A las 19:40, hora local, aterrizamos en San Francisco, y a las 20:00 ya iba con mi hija Elena en camino a su casa en un carro que ella había alquilado para ir a buscarme.
El dato para mí curioso es que ahora alquilan carros por horas.
Antes de los detalles buenos, algunos otros malos
La hora de salida del vuelo de regreso desde San Francisco a Plastaforma era las 20:45, y yo debía presentarme en el mostrador de AA a las 18:45.
De casa de mi hija, y en otro carro alquilado ($12 la hora) salimos a las 17:30, pero con tan «buena» suerte que la vía que por lógica debíamos tomar pasa por un estadio de béisbol, y esa tarde había partido, así que en rebasar el atasco de tráfico hasta el estadio se nos fue más de media hora.
Luego el tráfico fluyó bien, pero mi hija cometió el mismo error que yo cometí dos de las veces que estuve en San Francisco y, en un carro alquilado, me dirigía al aeropuerto: yendo por la 101 sur, pasar de largo el desvío correspondiente y tener que rodar bastante hasta llegar a Milbrae donde se puede dar la vuelta para regresar en busca del aeropuerto.

Justo a las 18:45 me dejó mi hija en la entrada del terminal de AA.
En los mostradores había sólo dos personas para atender a todos los pasajeros: una para primera clase, y otra para turista.
A las 19:30 llegué al próximo strip-tease del viaje, que ha sido el más detallado de todos los que he sufrido en mi vida de viajero después del aciago 11-Sep-2001.
Primero analizaron con una especie de linterna la fotografía de mi pasaporte y la de la visa para USA, supongo que para ver si eran originales o habían sido falsificadas, pues la mujer que hizo el análisis miró varias veces mi cara y también las fotos.
Luego vino el strip-tease como tal (zapatos, cinturón, etc.), pero esta vez sí puse la Mierdaptop en bandeja aparte.
Cuando aún con los zapatos sin amarrar y los pantalones sin cinturón me dirigí, para cruzar al otro lado y recoger mis bártulos, a ese arco que detecta metales, y quise atravesarlo sin más, como he hecho siempre, me llamó la atención que era mucho más ancho que los que yo había atravesado antes, y en esa reflexión estaba cuando desde el otro lado del arco una mujer con cara de perro me hizo con su mano la señal de alto, lo cual me salvó de que me estrellara contra una puerta de vidrio que, de golpe, se cerró ante mí.
Creyendo que la señal de alto era indicación de que debía salir y volver a entrar, cuando di la vuelta para hacerlo, otra puerta de vidrio se cerró del otro lado y me vi encerrado en una especie de cubo.
La mujer de la señal de alto me dijo que abriera las piernas y pusiera mis pies sobre la silueta de unas plantas de zapato que había pintadas en el piso, y que levantara luego los brazos por encima de mi cabeza.
A riesgo de que se me cayeran los pantalones tuve que levantar los brazos, y todo eso para que algo, emitiendo un zumbido, escaneara todo mi cuerpo, luego de lo cual se abrió la puerta correspondiente y pude salir al otro lado,…. donde me interceptó un tipo que, a mano, me hizo un cacheo general.
Para colmo, como todavía no había retirado yo mis bártulos de la banda trasportadora, otro tipo que estaba parado detrás de ella comenzó a meterme prisa. Lo más rápido que pude retiré todo y lo puse sobre un banquito que encontré vacío y en el cual me senté después para amarrarme los zapatos y enhebrar el cinturón de mis pantalones.
En eso estaba cuando el mismo tipo se acercó a mí, ahora visiblemente molesto, y me hizo entrega de mi pasaporte y el boarding pass que, debido a las prisas, había dejado yo olvidados en la banda trasportadora.
Definitivamente, HUMILLANTE.
Confiado en que durante el vuelo AA-272 hasta Plastaforma podría comprar a bordo algo para cenar, como en el viaje de venida lo había comprado para almorzar, me senté tranquilo a esperar la hora de entrar al avión, otro 757 que se llenó hasta la bandera y cerró puertas a las 20:30, o sea, 15 minutos antes de la hora prevista.
A poco de arrancar motores el capitán anunció que se había presentado una falla sencilla: se había estropeado la válvula que suministra agua al avión, pero dijo que arreglarla era cosa de 5 minutos.
Cuando habían pasado 15 nos dijo que se había equivocado porque algo que parecía ser sencillo iba a tomar una hora. Eso sí, autorizó a encender de nuevo los aparatos electrónicos, incluidos los celulares, lo que aproveché para mandarle a mi hija un mensaje contándolo lo que había pasado, y mi temor de que perdería la conexión para el vuelo AA-2107, de Plastaforma-Caracas, que saldría a las 07:15 del día siguiente.
Algo que en situaciones así me ha asombrado de los gringos es que nadie protesta, aunque era lógico suponer que, al llegar a Plastaforma, muchos de los pasajeros tendrían que tomar, como yo, un vuelo hacia otro destino.
Pasada la hora habló de nuevo el capitán para, pidiendo mil disculpas, decirnos que la falla no se había arreglado y que, para colmo, era la hora de cambio de turno de los obreros, por lo cual habría que esperar a que los miembros del nuevo turno se hicieran cargo del problema. Silencio total entre el pasaje.
Apenas unos 15 minutos después el capitán anunció que ya podríamos salir pero que, por favor, evitáramos usar los baños que, cuando mucho, servirían para lavarse las manos.
El vuelo AA-272 salió por fin a las 22:30 —o sea, con 01:45 h de retraso— y durante las 05:30 h que duró sólo nos ofrecieron agua; de comer, nada de nada, lo cual no me importó mucho porque el estrés me sacó las ganas de comer, pues estaba yo convencido de que perdería el vuelo de conexión, y me preguntaba cuándo AA me mandaría a Caracas, pues todos los vuelos entre Plastaforma y Venezuela están llenos con semanas de antelación.
Que lo perdería era 100% seguro si, por algún incidente de mala suerte, como el de la válvula del agua, tenía yo que pasar otro control de seguridad antes de abordar el AA-2107.
En Plastaforma aterrizamos a las 06:30. Cuando logré salir del avión eran las 06:45. Me dirigí a una empleada de AA y le pregunté dónde estaba la puerta D-15, que era la de salida del AA-2107 a Caracas, y si para llegar a ella tenía yo que pasar control de seguridad.
A lo primero me dijo que tomara el Sky Train y me bajara en la parada 1. Y en cuanto al control de seguridad me dijo que no, lo cual alimentó mis esperanzas de llegar a tiempo al AA-2107.
A galope limpio me dirigí al tren, que abordé en la parada 3, o sea, que para llegar a la 1 hizo dos paradas más. Al bajarme en la 1 miré a mi alrededor, y allá, como a 50 metros, vi la puerta D-15. A la máxima velocidad que pude desarrollar cargando, no rodando, mi roller, me dirigí a esa puerta.
Paradas delante del mostrador y mirando hacia todos lados había dos damas con uniforme de AA. Apenas se percataron de cómo yo venía, una gritó «¿Carlos Padrón?». «Yeees!», contesté, gritando también.
En señal de alivio, ambas levantaron sus brazos, me permitieron acceso a la manga de entrada al avión y, en cuanto estuve dentro del aparato, cerraron la puerta. Fui el último pasajero en entrar a un avión que tenía vacío solamente el asiento que yo ocupé, o sea, que también iba lleno hasta la bandera.
El desayuno que en ese vuelo me dieron fue mi primera comida y bebida desde el almuerzo del día anterior.
Por suerte, llegamos a Maiquetía (aeropuerto internacional de Caracas) con bastante antelación a la hora fijada, en control de pasaportes había poca cola, y como mi maleta fue de las últimas que en Plastaforma montaron en el avión, fue de las primeras en salir en Maiquetía, así que a las 11:00 en punto entré a mi casa, muerto de sueño y tan agotado como si, después de correr una maratón, me hubieran dado una paliza.
Y ahora, lo anecdótico y lo bueno
En una tienda vi este afiche de gran contenido de humor político: Obama y Sarah Palin, rivales acérrimos, bailan juntos.

Y de lo político, vamos a lo sexual.
Sabido es que una gran parte de la población «masculina» de San Francisco es gay.
Ya en 1979, la primera vez que estuve en esa ciudad, se hablaba de un 40%, y las autoridades habían reservado para ellos cuatro cuadras de una calle llamada Castro.
Con el tiempo fueron dándoles más espacio hasta que la tal calle dejó de ser el único reducto, y se extendieron por toda la ciudad.
Como prueba del «destape» que hay en San Francisco, un mediodía —mientras después de almorzar con mi hija esperaba yo en la calle, frente al restaurante, a que ella regresara del baño— apareció de repente un grupo de individuos montando bicicleta y completamente desnudos.

Desde que, por motivos de peso y volumen, dejé de llevar en los viajes mi cámara réflex de carrete, no terminan de gustarme las digitales ni termino de hacerme a la idea de que mi celular tiene cámara fotográfica, así que, para cuando vine a caer en cuenta de esto último, ya el pelotón de nudistas se había alejado bastante, por lo cual la foto que les tomé con el celular no sólo no permite verlos muy bien sino que se los ve de espaldas, lo cual es una lástima porque de frente se veían claramente sus genitales disfrutando del fresco viento de San Francisco, lo cual me hizo recordar la expresión venezolana de «echarse aire en las bolas», aunque el último de los ciclistas era una mujer y, por tanto, no tenía bolas.
Recuerdo haber leído o escuchado que donde abundan los gays abundan también las mujeres bellas, lo cual me pareció siempre algo tonto que, después de esta estadía en San Francisco, no me lo parece tanto.
Además de que es ésta la vez que menos personas obesas he visto en cualquiera de las muchas ciudades de USA en que he estado, es también la vez en que más piernas femeninas bellas he visto en cualquier ciudad, no sólo de USA. Y esto fue como bálsamo para mí, pues ya he contado lo mucho que aprecio unas piernas femeninas lindas.
Fue una verdadera delicia ver tantas y tantas mujeres, calculo que de menos de 30 años, casi todas de unos 1.60 m de estatura, o tal vez un pelín menos, con cuerpos estilizados, de ésos en los que están presentes todos los rasgos físicos propios de su sexo (pechos, trasero y caderas), pero en un justo y delicado balance, sin que ninguno destaque en demasía, y soportados por un par de piernas —más bien largas, en relación a la estatura total—, finamente torneadas a pesar de lo estilizadas, y de piel blanca y limpia, sin mácula en el cutis.
Esta característica se daba tanto, y en tantas mujeres que parecían «cortadas por la misma tijera», que se me ocurre pensar que es consecuencia de un cruce entre genes gringos y asiáticos.
Los más de los días que pasé en San Francisco, aunque me parecieron fríos y ventosos, para quienes viven en esa ciudad fueron soleados y calurosos —siendo el más el del pelotón de nudistas—, y por ello esas mujeres vestían faldas delgadas y más bien cortas —o sea, por encima de la rodilla— que cuando el viento las pegaba a sus cuerpos los hacía aún más atractivos.
La guinda del postre fue la muchacha que nos recibió en un restaurante de Fisherman’s Wharf al que mi hija me invitó el miércoles 13 de junio —o sea, un día antes de mi viaje de regreso— como regalo adelantado al Día del Padre, que en América se celebra hoy, domingo 17 de junio.
Esa muchacha, tal vez de unos 23 años y de mayor estatura que la ya mencionada, llevaba un vestido de tela muy delgada y de un color negro que resaltaba más la tersa blancura de sus esbeltas y perfectamente torneadas piernas que se veían más que bien porque el vestido llegaba, al igual que las faldas de que antes hablé, sólo un poco por encima de las rodillas.
Caminando con un donaire poco común, a pesar de que calzaba zapatos bajos, sin tacón, fue delante de nosotros hasta llevarnos a la mesa que nos asignó, y durante el minuto que duró ese trayecto —el local del restaurante es muy grande— no salí yo de mi asombro al contemplar tan delicada perfección.
Cuando al llegar a la mesa en cuestión se volteó para mover las sillas, quedé estupefacto ante la belleza de la cara de aquella criatura. A punto estuve de, además de felicitarla, preguntarle en qué concurso de Miss Universo había participado. Era la suya una belleza tan sencillamente perfecta que más que mujer terrenal se me antojó un ángel.
¿Que por qué no les tomé fotos a al menos algunas de las tan bonitas piernas? Ganas no me faltaron, pero, además de lo ya dicho sobre los olvidos de mis cámaras fotográficas, como tomar esas fotos es algo que no está bien visto en USA, seguramente me habrían acusado de acoso sexual.
Me conformaré con estos gratos recuerdos y con los asociados al precioso tiempo pasado con mi segundogénita, que fue bien aprovechado porque prácticamente no nos separamos en ningún momento de la semana que pasé en San Francisco.
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(*) Nota tecnoesotérica
Cuando me puse en esa cola de inmigración, mi smartphone Nokia, al que le había inhabilitado el roamming, tenía instalada una tarjeta SIM de Movilnet, operadora móvil venezolana que, por lógica, tiene cobertura en Venezuela.
Pues bien, estando yo en esa cola, en Plastaforma, pude cruzar con Chepina, que estaba en Caracas, varios mensajes de WhatsApp. Pero cuando, después de pasada la aduana y entregada la maleta al tipo de AA, quise enviarle a Chepina otro mensaje, ya no pude porque mi smartphone no consiguió conexión.
De hecho —y esto no requiere explicaciones—, sólo pude enviar/recibir de nuevo esos mensajes cuando, ya en San Francisco, le compré a AT&T —una operadora gringa— e instalé en mi smartphone, una tarjeta SIM (para telefonía celular en USA), y un packet data (para acceso a internet).
¿Alguien puede explicarme por qué funcionó en USA una tarjeta SIM de Venezuela?
Las veces que hasta ahora he hecho esta pregunta a personas que de telefonía celular saben más que yo, las respuestas han sido del corte de estas tres:
- «¡Qué raro! No tengo idea»
- «¿Me estás tomando el pelo?»
- «¡Eso no te lo crees ni tú!»
COMENTARIOS
Mónica Plaut
Desde que vivo aquí, en USA, he aprendido que no se quejan porque son cosas que suceden, y la queja no las va a cambiar. Y creo que, en el fondo, gran parte de nuestro estrés es preocuparnos de lo que va a pasar.
¡Qée lindo que la pasaste bien con tu hija!
CMP
En respuesta a Javier Palacios.
Javier, desde que compré el smartphone me aseguré de desactivarle el roaming. Ahora, bien, si él se activa solo, eso es otra cosa, pero al menos no me advirtió al repecto.
De todas formas, me inclino a descartar esa opción porque, de haber sido cierta, se habría conectado bien cuandoe yo estaba dentro de la terminal, pero ahí, y por más que traté con todas las Wi-Fi networks que mi celular detectó, no logré conectarme.
Yo llevé mi cámara digital, pero, por lo que ya dije, no me atreví a tomar fotos a las niñas de las piernas bellas. De haber sabido que la tal Godiva iba a pasar en bicicleta habría sacado esa cámara y me habría apostado en la acera del lado de la calle por donde pasaron.
Con respecto a los precios de los pasajes entre Plastaforma y Venezuela, sólo puedo decirte que son un robo; casi los mismos que los que hay para viajar de Venezuela a Canarias. El motivo es la alta demanda, y la prueba es que, a pesar de tales precios, todos los vuelos van y vienen llenos.
Ten en cuenta que Plastaforma es —desde hace tiempo, y cada vez más— algo así como la capital de Latinoamérica.
Javier Palacios
Carlos, con respecto a poder conectarte dentro del aeropuerto de MIA, seguramente tu smartphone se conectó por medio del WI-FI gratuito que ése, y ya casi todos los aeropuertos del primer mundo, ofrecen. A ver si te llega una cuenta de roaming por otros servicios no gratuitos de WI-FI que hayas inadvertidamente contactado.
Por lo demás, tu descripción de ese avión ‘lleno hasta la bandera’ hacia Caracas me explica el por qué de esos precios tan elevados hacia allá, que inhiben hacer turismo, o visitar familia, a los retirados como yo.
Y la próxima vez que vayas a San Francisco, lleva cámara, caray, para poder ver esas féminas que describiste, ¡especialmente la de Lady Godiva en bici!
CMP
En respuesta a Luis Guia.
Pues sí, Luis, la semana que pasé con mi hija justificaron con creces todos los inconvenientes, angustias, malos tratos y humillaciones de los viajes de ida y de vuelta.
Luis Guia
Pasamos de la época de VIASA (fui asesor de VIASA, y ¡miren que viajé!) a la era del “autobús” aéreo, sin duda un gran bajón en la calidad y en el placer. Ahora, viajar en avión es como tomar un autobús, que a veces parece un autobusete.
Al menos la pasaste bien con la segundogénita, y a ella le cayó muy bien verte.
A todos, ¡ojalá hayan pasado un lindo Día del Padre!
CMP
En respuesta a Adolfo Blanco.
Adoolfo, creo que eso tenemos que “agradecerlo” a los responsables del 11-Sep-2001.
Al menos yo, los recuerdo a ellos, sean quienes fueren, y a todos sus ancestros, cada vez que he viajado desde esa fecha.
Adolfo Blanco
Después de leer las angustias, humillaciones y carreras que pasaste es grato leer el final feliz de la recepcionista.
¿Por qué el viajar —que era algo muy grato hace unos años atrás—, lo hemos complicado de tal forma que lo único que provoca es quedarse encerrado en casa? Todo sea por el cariño a una segundogénita.
Roberto
Fantástico y genial relato, Carlos. Un abrazo