[*Drog}– Acerca de la adicción como idea científica obsoleta, y su relación con el drogamor

14-01-14

Carlos M. Padrón

El artículo que copio abajo ha sido para mí una joya de hallazgo.

El motivo es que resume todo lo que sobre el drogamor —al que en el referido artículo se le llama ‘enamoramiento’, ‘amor romántico’ o ‘amor pasional’— he escrito en esta sección y, en particular, se le endilga al enamoramiento la condición de droga, palabra de la que tomé el inicio DROG de ‘drogamor’.

Por tanto, aquí no voy a extenderme una vez más en los argumentos ya tratados, pero sí vale la pena hacer una lista de los que prueban los ya comprobados perniciosos y peligrosos efectos del drogamor.

  1. Su adicción es tan real como la causada por el alcohol, los opiáceos, la cocaína, las anfetaminas, el cannabis, la heroína y la nicotina
  2. Los hombres y mujeres borrachos de amor —léase drogamor— presentan todos los síntomas básicos de la adicción, como la motivación intensa para conseguir a su amado, algo no muy distinto de la fijación que tiene el adicto a una sustancia por conseguir su droga.
  3. Los enamorados apasionados —léase drogamorados— también distorsionan la realidad, cambian sus prioridades y sus hábitos diarios para acomodarse a su amado, experimentan cambios de personalidad, y a veces hacen cosas inapropiadas o arriesgadas para impresionar al amado.

Además, también se dice, pero en lenguaje científico, que todo eso es una trampa de la Naturaleza para llevar al apareamiento, pues, según Helen Fischer, el propósito de esta adicción —o sea, del drogamor fue «motivar a nuestros ancestros para que centraran su tiempo de apareamiento y su energía metabólica en una sola pareja en cada momento, iniciando así la formación de un vínculo de pareja para criar a los jóvenes (al menos durante su infancia) como un equipo».

A esa trampa, nuestra sociedad la llama ‘matrimonio’.

Y el último párrafo a destacar es el que dice, igualmente en términos científicos, lo que yo he dicho en lenguaje vulgo: que hay que educar acerca de los peligros del drogamor.

A este respecto dice Helen Fischer «Cuanto antes aceptemos lo que nos dice la neurociencia ( y utilicemos esta información para actualizar nuestro concepto de adicción), mejor nos comprenderemos a nosotros mismos y al resto de congéneres que disfrutan en el éxtasis y luchan contra el dolor de esta adicción natural, tremendamente poderosa y a menudo positiva que llamamos amor romántico —léase drogamor—.

Para terminar, destaco que la condición de ‘positivo’ que en el artículo se le da dos veces al drogamor, se debe a que, cuando se esfuma, en pocas, en muy pocas ocasiones, puede evolucionar, como también he dicho, hacia verdadero amor, lo cual constituye tal vez la parte más insidiosa y maligna de la trampa a que lleva porque permite que los drogamorados crean que su drogamor va a ser de los positivos, que será el amor de su vida, el eterno, el de ‘hasta que la muerte nos separe’.

~~~

14/01/2014

Ideas científicas obsoletas. N° 5: Todas las adicciones son malas

Helen Fischer, bioantropóloga en la Universidad Rutgers, New Jersey, y autora de «¿Por qué él? ¿Por qué ella? Cómo encontrar el amor y mantenerlo».

«Si una idea no es absurda, no tiene ninguna esperanza», se cuenta que dijo Einstein una vez. Me gustaría ampliar la definición de adicción y jubilar la idea científica de que todas las adicciones son patológicas y dañinas.

Desde el comienzo del diagnóstico formal, hace más de 50 años, a la búsqueda compulsiva del juego, la comida y el sexo (recompensas no generadas por una sustancia) no se les ha considerado adicciones. Sólo el abuso del alcohol, los opiáceos, la cocaína, las anfetaminas, el cannabis, la heroína y la nicotina ha sido catalogados como adicciones.

Esta categorización descansa principalmente en el hecho de que las sustancias activan los «circuitos de recompensa» básicos del cerebro que están asociados con el anhelo y la obsesión, y producen conductas patológicas. Los psiquiatras trabajan dentro de este mundo de psicopatologías: aquello que es anormal y te pone enfermo.

Como antropóloga, me parecen limitados por este enfoque. Los científicos han demostrado que la comida, el sexo y las compulsiones del juego emplean muchos de los mismos circuitos neuronales que se activan con el abuso de sustancias narcóticas.

De hecho, la edición de 2013 del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Desórdenes Mentales ha reconocido por fin que al menos una forma del abuso de algo que no es una sustancia puede considerarse una adicción: el juego. El abuso del sexo y de la comida no se incluyeron, y tampoco el amor romántico. Yo propongo que la adicción del amor es tan real como cualquier otra, en términos de sus patrones de comportamiento y los mecanismos mentales. Además, suele ser una adicción positiva.

Los científicos y los profanos han contemplado durante mucho tiempo el amor romántico como algo sobrenatural, o como una invención social de los trovadores franceses del siglo XII. Las evidencias no sostienen estas ideas. Las canciones, poemas, historias, óperas, ballets, novelas, mitos y leyendas del amor, la magia del amor, los encantos del amor, los suicidios y homicidios por amor, en fin, los rastros del amor romántico, se encuentran en más de 200 sociedades y a lo largo de miles de años. En todo el mundo los hombres y las mujeres suspiran por amor, viven por amor, mueren de amor y matan por amor. El amor romántico, también conocido como amor pasional o «enamoramiento», se considera habitualmente un universal humano.

Además, los hombres y mujeres borrachos de amor presentan todos los síntomas básicos de la adicción. Sobre todo, el enamorado está concentrado en su droga: el objeto de su amor. Piensa obsesivamente en él o en ella (pensamiento intrusivo) y a menudo le llaman, escriben o visitan para mantener el contacto.

En esta experiencia es primordial la motivación intensa para conseguir a su amado, algo no muy distinto de la fijación que tiene el adicto a una sustancia por conseguir su droga. Los enamorados apasionados también distorsionan la realidad, cambian sus prioridades y sus hábitos diarios para acomodarse a su amado, experimentan cambios de personalidad (alteraciones del amor) y a veces hacen cosas inapropiadas o arriesgadas para impresionar al amado.

Muchos están dispuestos a sacrificarse e incluso a morir por él. El enamorado anhela la unión física y emocional con el amado (dependencia). Y, al igual que el adicto que sufre cuando no puede obtener su droga, el amante sufre cuando se ve apartado del amado (síndrome de abstinencia). La adversidad y las barreras sociales incluso llegan a acentuar este anhelo (atracción de la frustración).

De hecho, los enamorados expresan los cuatro rasgos básicos de la adicción: el anhelo, la tolerancia, el síndrome de abstinencia, y la recaída. Sienten un «brote» de excitación cuando están con su amado (intoxicación). Cuando se establece el nivel de tolerancia, el enamorado busca interactuar más y más con el amado (intensificación). Si el objeto amado rompe la relación, el enamorado experimenta señales de síndrome de abstinencia, que incluyen la protesta, los arrebatos de llanto, la somnolencia, la angustia, el insomnio o el hiperinsomnio, la pérdida de apetito o los atracones de comida, la irritabilidad y la soledad.

Los enamorados, como los adictos, también suelen llegar a extremos, y a menudo hacen cosas degradantes o físicamente peligrosas para recuperar al amado. Y los enamorados recaen de la misma manera en que lo hacen los drogadictos: mucho después de que la relación se ha terminado, ciertos acontecimientos, personas, lugares, canciones y otras pistas externas asociadas con la persona que les abandonó, pueden desencadenar recuerdos y anhelos renovados.

De los muchos indicios que hay de que el amor romántico es una adicción, quizás ninguno sea más convincente que los datos cada vez mayores que aporta la neurociencia.

A través de los escáneres cerebrales (la resonancia magnética funcional), varios científicos han demostrado que las sensaciones del amor romántico implican a regiones del «sistema de recompensa» del cerebro, específicamente los circuitos de la dopamina relacionados con la energía, la concentración, la motivación, el éxtasis, la desesperación y el anhelo, incluyendo regiones primarias que están asociadas con las adicciones a sustancias o a cosas que no lo son.

De hecho, nuestro grupo ha localizado actividad en el núcleo accumbens (la parte central del cerebro que está relacionada con todas las adicciones) en todos los enamorados rechazados. Además, algunos de los resultados aún no publicados sugieren correlaciones entre la actividad del núcleo accumbens y las sensaciones de pasión romántica experimentadas por amantes que se enamoraron feliz e intensamente.

El Premio Nobel Eric Kandel dijo hace poco: «Los estudios del cerebro nos dirán en última instancia en qué consiste ser humano». Sabiendo lo que sabemos del cerebro, mi compañera de escáneres cerebrales, Lucy Brown, ha cocluido que el amor romántico es una adicción natural, y yo he sostenido que esta adicción natural evolucionó de antepasados mamíferos hace unos 4,4 millones de años, entre los primeros homínidos, a la vez que la evolución de la monogamia serial y social: un hito en la Humanidad.

Su propósito: motivar a nuestros ancestros para que centraran su tiempo de apareamiento y su energía metabólica en una sola pareja en cada momento, iniciando así la formación de un vínculo de pareja para criar a los jóvenes (al menos durante su infancia) como un equipo.

Cuanto antes aceptemos lo que nos dice la neurociencia ( y utilicemos esta información para actualizar nuestro concepto de adicción), mejor nos comprenderemos a nosotros mismos y al resto de congéneres que disfrutan en el éxtasis y luchan contra el dolor de esta adicción natural, tremendamente poderosa y a menudo positiva que llamamos amor romántico.

Fuente

Los otros cuatro artículos de la serie «Cinco ideas científicas obsoletas» son:

[*Drog}– Mentiras que causa el drogamor

27-09-13

Según el artículo que copio abajo, pareciera que el malo (que no cambia), o la víctima, es siempre el hombre.

Pero ¿y qué pasa con las mujeres, ésas a las que va dirigido el libro que el tal artículo promociona? ¿son ellas criaturas santas, inofensivas, inocentes e incapaces de matar una mosca?

No, no lo son. Así que, los comentarios que siguen los hago desde el lado de los hombres.

El drogamor hace que una persona crea en utopías, como ésa del cambio. Y quienes se aferran a esas creencias son, generalmente, quienes no quieren ir a terapia,… porque eso es para locos, dicen.

Lo de continuar abrazado al drogamor para impedir que la siguiente pareja (¿víctima?) que ella consiga disfrute de ese cambio —que, repito, nunca ocurrirá— suena a sentimiento 100% negativo, a arrebato de celos, a estupidez y a masoquismo.

Y es cierto: pensar que nunca jamás encontraré a nadie como ella es, una vez que uno ha logrado zafarse del drogamor, un motivo de alivio, de alegría, de aumento de la autoestima, de un renacer… o de escalofrío, pues eso es lo que se siente al pensar qué habría sido de uno de haber caído en la trampa de continuar —o, peor aún, de formalizar— aquella relación.

Aunque el artículo que sigue es del pasado 12/08, lo comento hoy porque el 27/09 es fecha aniversario de cuando logré zafarme del último episodio de drogamor en que quedé enganchado.

***

12/08/2013

C. F. Carlota Fominaya

Las tres grandes mentiras del enganche emocional

Nos obsesionamos con el otro y nos humillamos hasta el extremo.

«No somos capaces de cortar una relación, aún cuando sabemos que es totalmente necesario hacerlo, y llevamos ya derramadas demasiadas lágrimas. Nuestra adicción nos genera una necesidad desmesurada e irracional del otro, que nos lleva a mantener esa relación a cualquier precio, aunque estemos sufriendo sin mesura. Nos obsesionamos con el otro, y nos humillamos hasta el extremo, a cambio de un poco de falsa ternura…».

Cuando la psicóloga, especializada en autoestima y dependencia emocional, Silvia Congost, habla de enganche emocional, no sólo habla desde su perspectiva profesional, sino también desde la personal.

Ella misma pasó por una historia de enganche que, una vez superada, le llevó a escribir “Cuando amar demasiado es depender”, un manual práctico, claro, fácil de leer y comprender, basado en los cientos de casos de personas a las que ha ayudado a recuperar su vida.

En sus páginas encontramos las tres grandes mentiras que en casi todos los casos se convierten en el principal alimento del enganche emocional. Son las siguientes:

1) Creer que va a cambiar

Si con todo el tiempo que ha pasado, ya desde el principio ha sido así, ¿por qué mantenemos esa creencia irracional?

«Es evidente que no va a dejar de ser como es, por mucho que en momentos de arrepentimiento jure y perjure que cambiará. En realidad, a no ser que viéramos que pide ayuda psicológica por sí mismo, sin que nadie se lo diga, podemos asegurar que no tiene ningún interés en cambiar. Y digo bien, ¡Ninguno!».

2. Pensar que cambiará, y que su siguiente pareja disfrutará esa transformación

Esta creencia también tiene una parte sorprendente.

Pensamos que todo el esfuerzo, la lucha y el sufrimiento que hemos vivido para conseguir que él cambie, todo lo que hemos tolerado, lo que le hemos ayudado… el hecho de haberle mantenido incluso, algún día servirá para algo. Queremos creer que llegado el momento nos lo agradecerá y nos recompensará por todo.

Esta creencia es, como la anterior, absolutamente ridícula. Cuando esté con la siguiente, reproducirá fielmente la misma relación que teníamos con él. A no ser, claro que encuentre a una mujer con una buena autoestima e independiente que, a la primera conducta extraña que vea, le diga que no le quiere ver nunca más.

3. Pensar que nunca jamás encontraré a nadie como él

Esto, en realidad, debería ser un motivo de alegría. El gran objetivo debería ser, precisamente, no encontrar a otra persona igual.

Para ello, Congost recomienda que cada día repasemos la lista de razones por las que sufrimos. Entonces quizá llegue un momento en el pensemos que mejor no encontrar a otro que sea así, y que lo bueno que tiene, lo que nos engancha, tampoco es tan difícil de encontrar.

Fuente: ABC

[*Drog}– Localizado el lugar del cerebro dónde se origina el amor

20-06-12

Carlos M. Padrón

Lo que dice el artículo que sigue , publicado hoy en ABC.es, me deja muy satisfecho porque me da la razón.

Los investigadores en él mencionados hablan de ‘amor’ y ‘deseo’, pero, aunque no clasifican el primero, si dejan claro que reside en la misma parte del cerebro donde se da la adicción a las drogas.

Por tanto —añado yo— es DROGAMOR, ya que muchas veces he dicho que éste, que no el amor, causa los mismos efectos de la adicción a una droga.

¿Podría alguien, en su sano juicio, sugerir que el drogamor es una guía fiable para tomar decisiones importantes?

Lamentablemente, hay muchas personas que no sólo lo sugieren sino que defienden a capa y espada esa fiabilidad, aunque la persona involucrada en la decisión sea un hijo.

***

20/06/2012

Dónde se origina el amor, localizado

Por mucho que insista el dicho popular, el amor no vive en el corazón sino en el cerebro, como ya ha demostrado la Ciencia moderna.

Pero, ¿exactamente dónde? ¿Y es el mismo lugar en el que nace el deseo sexual?

Un equipo internacional de científicos ha creado por primera vez un mapa cerebral que describe el lugar exacto en el que se encuentran estos dos sentimientos tan íntimamente ligados. Y parece que sexo y amor activan cada cual áreas del cerebro distintas pero relacionadas entre sí.

Los investigadores de la Universidad Concordia en Montreal (Canadá), junto a colegas de EE.UU. y Suiza, analizaron los resultados de 20 estudios independientes que examinaban la actividad cerebral mientras los sujetos realizaban tareas tales como la visualización de imágenes eróticas, o mirar fotografías de sus seres queridos.

Mediante la combinación de estos datos, los científicos fueron capaces de formar un mapa completo del amor y el deseo en el cerebro.

De esta forma encontraron que dos estructuras cerebrales en particular, la ínsula (corteza insular) y el cuerpo estriado, son responsables para pasar del deseo sexual al amor.

La ínsula es una porción de la corteza cerebral plegada profundamente dentro de un área entre el lóbulo temporal y el lóbulo frontal, mientras que el cuerpo estriado se encuentra cerca, en el interior del cerebro anterior.

El amor y el deseo sexual activan diferentes áreas del cuerpo estriado. El área activada por el deseo sexual se activa normalmente por las cosas que son inherentemente agradables, como el sexo o la comida. El área activada por el amor está relacionada con el proceso de condicionamiento por el cual a las cosas que tienen que ver con la recompensa o el placer se les da un valor inherente, es decir, cómo el deseo sexual se convierte en amor, lo que se procesa en un lugar diferente en el cuerpo estriado.

Sorprendentemente, esta zona del cuerpo estriado es también la parte del cerebro que se asocia con la adicción a las drogas.

Jim Pfaus, profesor de psicología de Concordia, explica que hay una buena razón para ello. «El amor es en realidad un hábito que se forma a partir del deseo sexual cuando este deseo se ve recompensado. Funciona de la misma forma en el cerebro como cuando las personas se vuelven adictas a las drogas».

Monogamia y pareja

Aunque el amor puede ser un hábito, no es necesariamente uno malo. El amor activa las diferentes vías en el cerebro que están involucradas en la monogamia y en la unión de la pareja. Algunas áreas en el cerebro están en realidad menos activas cuando una persona siente amor que cuando siente deseo.

«Si bien el deseo sexual tiene un objetivo muy específico, el amor es más abstracto y complejo, por lo que es menos dependiente de la presencia física de alguien más», dice Pfaus.

De acuerdo con Pfaus, la neurociencia ha dado a los investigadores una comprensión profunda de dónde la inteligencia y resolución de problemas se sitúan en el cerebro, pero todavía hay mucho por descubrir sobre el amor. Nuevos estudios pueden apuntar con más precisión.

Fuente: ABC

[*Drog}– El fascinante (y peligroso) engranaje del amor: pura magia,… bioquímica

Carlos M. Padrón

Complace saber que el tema del amor, o del drogamor, es objeto de tan detallados y variados estudios.

Sin embargo, las conclusiones no varían con respecto a las que he mencionado en esta sección. Se menciona que, al igual que una droga, actúa en un toxicómano como el deseo de consumir cocaína.

Si bien se atribuye ahora importancia al factor genético, no hay que descartar la importancia de la educación y formación recibida en la casa, en el seno de la familia.

Hay que destacar que se confirma que el amor no es una emoción sino un instinto; es algo universal que se ha encontrado en todas las culturas porque es un fenómeno común a todos los humanos, que está íntimamente ligado al afán de la Naturaleza por perpetuar la especie.

Y, por supuesto, es teoría extendida que su variante, generalmente inicial, de enamoramiento romántico, o amor pasional —lo que llamo drogamor— es obsesivo y no suele durar, pues pierde intensidad con el tiempo, y, en caso de que perdure hay que considerarlo, según Freud, como signo de patología.

No hay que ser médico para entender que algo malo tiene que sobrevenir si la dopanima, serotonina, testosterona, estrógenos, oxitocina y demás sustancias que genera el drogamor continúan pasando por tiempo al torrente sanguíneo,

La parte buena es que, cuando al fin pasa el drogamor, en el mejor de los casos la pareja comparte más un afecto, un acompañamiento, y unos intereses.

En otro artículo, publicado el 13/02/2012 en ABC, se dice que «Hasta doce áreas del cerebro —entre las que se cuentan el hipotálamo, la corteza prefrontal, la amígdala, el núcleo accumbens o el área tegmental frontal— están involucradas en el sentimiento del amor por lo que, según los expertos, sería más adecuado decir «te amo con todo mi cerebro» en lugar de «con todo mi corazón»»

La Dra. Stephanie Ortigue fue incluso un poco más allá al considerar que sólo se tarda medio segundo en enamorarse, puesto que es el tiempo que le lleva al cerebro liberar las moléculas neurotrasmisoras que generan las distintas respuestas emocionales.

No obstante, ha aclarado que «mientras el amor parece inhibir parte de las zonas donde se procesan las ideas racionales, el odio las hiperactiva».

Y en otro, también de ABC,, se dice que en tan sólo medio segundo nuestro cerebro puede vincularnos a otra persona —es el conocido flechazo—, y condicionar nuestra esperanza de vida porque libera al torrente sanguíneo sustancias que afectan a todo el organismo, como adrenalina, dopamina, serotonina, oxitocina y vasopresina.

Un cóctel químico que hará que nuestro corazón vaya más rápido (adrenalina), que al pensar en la persona amada, nos centremos en ella (dopamina), y que ésta ocupe nuestros pensamientos (serotonina) en la tormenta emocional que llamamos enamoramiento.

Posteriormente podremos crear lazos duraderos gracias a la oxitocina y la vasopresina, que ponen en marcha el apego.

Estas moléculas están pluriempleadas, y muchas actúan también como hormonas, de ahí que una de las áreas del cerebro que se encienden cuando nos enamoramos sea el hipotálamo, el regulador hormonal.

  • La adrenalina incrementa la frecuencia cardíaca, contrae los vasos sanguíneos, dilata los conductos de aire, y participa en la respuesta de lucha o huída.
  • La dopamina es clave en el mantenimiento de la atención y en la regulación del dolor.
  • La oxitocina se libera durante el parto y la lactancia; y,
  • La vasopresina se ocupa de regular los fluidos en sangre.

Sin embargo, son las implicadas en la fase de enamoramiento las que tienen mayores repercusiones sobre la salud del cuerpo.

¿Puede considerarse sensato y de fiar tomar una decisión —que, como la de formalizar una relación de pareja puede afectar toda una vida— basándose en algo que apareció en apenas medio segundo, que provoca una tormenta emocional y otras  consecuencias imprevistas, y que no es racional?

***

10/02/2012

El engranaje del amor

Por tanto soñar en el amor, vivirlo, escribir sobre él, llevarlo al cine, y llorar por él, será difícil para muchos admitir que tiene menos de irracional de lo que se creía.

clip_image002

Pero así es, aunque no deja de ser fascinante: es pura magia,… bioquímica. Al sentir amor, lo que se experimenta es una compleja reacción biológica.

Aunque el amor lo condicionen factores psicológicos y sociales, se origina en unos mecanismos que se activan en el organismo, en que intervienen neurotransmisores cerebrales, hormonas, y genes, seguramente.

La Ciencia va deconstruyendo el amor para comprender mejor al ser humano.

¿Por qué María se enamoró de Santi y no de Luis, aunque les conoció a la vez, y hasta los dos hombres guardan cierto parecido?

“Hasta ahora, una de las grandes preguntas que no sabemos responder es ésa, por qué uno se enamora de una persona y no de otra”, reconoce Helen Fisher, profesora en el departamento de Antropología de la Universidad Rutgers de Nueva York, aunque es más conocida como la antropóloga del amor, por los años que lleva dedicada a su estudio.

Pues bien, Fisher cree que ha dado con alguna respuesta a esa incógnita, y explica:

«Después de descodificar la bioquímica del amor, hemos constatado que hay cuatro tipos de sistemas cerebrales, según la sustancia que más se segrega, y que estarían ligados a personalidades distintas, y que tendrían un papel en el enamoramiento.

  • Si una persona produce mucha dopamina, que es un neurotransmisor cerebral, esa persona tiene una personalidad exploradora, curiosa, energética;
  • Si produce mucha serotonina, que es otro neurotransmisor, tiene una personalidad que yo llamo de constructor, convencional, meticulosa;
  • Si produce mucha hormona testosterona, es lógica, con gran decisión; es una de esas personas a las que les gustan la ingeniería o las matemáticas; y,
  • Si produce muchas hormonas estrógenos u oxitocina, es de personalidad negociadora, imaginativa, compasiva.

Pues hemos observado que las personas que tienen una personalidad curiosa o una convencional tienden a enamorarse de alguien que sea como ellas; en cambio, quien tiene una personalidad donde domina la testosterona, tiende a sentirse atraído por quienes expresan mayores niveles de estrógenos, y viceversa».

Habría tanta razón en aquello de que las personas suelen enamorarse de quien se les parece como en que los extremos se atraen.

Fisher aún trabaja en estos resultados, obtenidos al estudiar, con entrevistas y cuestionarios, a miles de personas enamoradas, y medir su actividad cerebral mediante técnicas de neuroimagen (tomografías y resonancias magnéticas funcionales).

Por ejemplo, se ha medido su reacción a un estímulo, como ver la foto de la persona amada.

Esta base biológica de la personalidad, y su papel en el enamoramiento, campo en el que Fisher se ha volcado en los últimos tres años, le ha abierto otra puerta: la genética del amor, un ámbito en el que apenas se ha profundizado.

“Probablemente, hay razones genéticas, que aún no conocemos —al menos el 50% de lo que somos y hacemos es genético—, por las que, según cuál sea tu personalidad, eliges a alguien del mismo u otro tipo de personalidad”,

dice la antropóloga.

Habría —subraya— una determinación biológica en enamorarse de una u otra persona, además de los factores que se habían considerado hasta ahora: aspectos psicológicos, la atracción visual, compartir unos valores y una cultura, o tener un nivel de inteligencia y socioeconómico similar.

El psicólogo social Arthur Aron, de la Universidad de Nueva York-Stony Brook, también cree que la genética tiene mucho que decir en el amor.

Aron y Fisher han colaborado en los últimos años en diversos estudios, junto a la neurobióloga Lucy Brown y otros investigadores.

En 2005 firmaron una investigación, publicada por la Sociedad Americana de Fisiología, que detalló por primera vez qué experimenta una persona en su cerebro cuando se enamora, es decir, los sistemas cerebrales del enamoramiento. Los hicieron visibles gracias a la neuroimagen.

“Hay diferentes sistemas cerebrales que se activan, por separado y compartiendo algunas áreas, para el sexo, el enamoramiento y el amor duradero, y entendemos ya esos circuitos básicos”,

explica Helen Fisher.

El deseo sexual se activa por las hormonas sexuales (testosterona y estrógenos) y, sobre todo, en regiones del cerebro, como el hipotálamo y la amígdala. Es un mecanismo más primario que el del amor, y menos coincidente con él de lo que se pudiera creer.

En el enamoramiento, el estudio de los investigadores estadounidenses evidenció que se activa, sobre todo, una zona cerebral (área ventral tegmental, en la región subcortical) que segrega dopamina, el neurotransmisor cerebral que rige el placer.

Además, las resonancias magnéticas funcionales mostraron que al ver la persona una foto de su enamorado/a, aumentaba mucho la actividad de uno de los sistemas cerebrales que funcionan con la dopamina, el de recompensa, intencionalidad, y motivación para conseguir algo.

Arthur Aron ya llevaba años trabajando en una teoría que este estudio confirmó: el amor no seguía los parámetros cerebrales de las emociones (como la euforia), sino el de las motivaciones o necesidades.

Aunque a nivel neurológico intervengan emociones (esa motivación origina euforia o ansiedad) y conductas, el amor no es una emoción sino una motivación, sostiene Aron.

Ese mecanismo de gratificación que se activa en el enamoramiento está por debajo de los sistemas cognitivos y emocionales en el cerebro, y regula comportamientos de supervivencia, como los que responden a la necesidad de comida o los que también se ha visto que actúan en un toxicómano ante el deseo de consumir cocaína.

En el amor, sería un sistema primario de búsqueda de pareja.

Los investigadores observaron actividad en otras áreas cerebrales.

Stephanie Ortigue, profesora de Psicología de la Universidad de Siracusa, contabilizó en 2010 que al enamorarse se activan 12 áreas distintas.

Entre ellas, las hay más cognitivas —como las de recuerdo, representación mental o el concepto de imagen corporal—, u otras donde se sopesan los riesgos de pérdidas/beneficios, ante el amor, pero igualmente en cuestiones económicas.

Dice Helen Fisher que “El amor es una de las fuerzas que mueven el mundo; por eso decidí estudiarlo. Está en nuestro interior y es universal”.

Subraya que no se ha encontrado una cultura en la que no esté presente. Obedecería, en buena medida, a esos mecanismos naturales.

“Hace 30 años que estudio el amor, y la verdad es que en las múltiples investigaciones que se han hecho sobre qué pasa en el cuerpo, en el cerebro de una persona, cuando se enamora, se ve lo mismo sea cual sea su sexo, edad o incluso su cultura, clase socioeconómica y el lugar donde vive. Es un fenómeno común a todos los humanos”,

corrobora Arthur Aron.

Hay diferencias en el amor, pero más bien parecen culturales (como que en algunas culturas esté mal vista la pasión), y se han observado diferencias biológicas por sexos, pero no se sabe hasta qué punto son fruto de años de influencias culturales. Y nunca alteran los mecanismos básicos.

Señala Fisher que

“A las mujeres y los hombres no les gusta lo mismo, ni actúan igual, aunque cuando se enamoren funcione el mismo mecanismo cerebral con pocas diferencias. En los hombres, por ejemplo, hemos visto más actividad en zonas del cerebro relacionadas con lo visual, y en mujeres, con los recuerdos. Si se reflexiona, durante milenios el hombre miraba a una mujer y juzgaba si le valía como pareja, mientras que la mujer muchas veces no podía ver a ese hombre; también el hombre es mayor consumidor de pornografía… Otra diferencia es que parece que las mujeres se enamoran más rápido, pero el hombre quiere ir a vivir juntos más rápido que la mujer… Hay diferencias a la hora de la elección de pareja, pero no sabemos cuánto las condicionan los factores psicosociales».

Fisher sostiene que la razón por la que el amor es universal, y sus mecanismos naturales tienen rasgos comunes en diferentes especies animales, es que el amor humano derivó de un mecanismo primario, el de apareamiento, que desde Darwin se ha observado en muchas especies de mamíferos y hasta de aves. En su opinión, el amor es un instinto.

“En la evolución hay selección natural y, al mismo tiempo, actúa una selección cultural. Desde un principio, existía un mecanismo encaminado a favorecer la reproducción y la continuidad de la especie. En muchas especies, se da el cortejo entre el macho y la hembra, que no es más que un sistema natural de acercamiento, de test de complementariedad para el apareamiento. En los homínidos, a partir de un momento determinado, eso derivó en algo social, cultural (y sometido a evolución): el cortejo o el apareamiento ya no tienen necesariamente como objetivo la reproducción, y se estipulan diferentes mecanismos sociales en la relación macho/hembra. Ese sexo social da lugar al amor, que es un sistema neuroquímico, una producción de sustancias cerebrales que pasan al torrente sanguíneo, pero que se complementa con una actividad social; hoy el amor son adquisiciones que se han ido haciendo poco a poco con la evolución”, sostiene Eudald Carbonell, catedrático de Prehistoria en la Universitat Rovira i Virgili de Tarragona y codirector de las excavaciones arqueológicas de Atapuerca.

Carbonell desarrolló esta teoría “porque comprendí que para entender la evolución sexual había que relacionarla con los cambios sociales”, dice, y la recogió en su libro «El sexo social».

Ese salto del apareamiento con fin reproductor al amor social, Carbonell lo sitúa “probablemente hace unos 400.000 ó 500.000 años, cuando creemos que aparecieron los mecanismos de conciencia social (cuando los ancestros empezaron a enterrar a los muertos, adquirieron estructuras simbólicas…); hasta entonces, seguramente había un comportamiento biológico, como el que mantienen otras especies”.

Las primeras representaciones de aspectos sexuales y amorosos que se han hallado datan de hace 30.000 ó 40.000 años.

Helen Fisher señala que un rasgo de ese mecanismo de apareamiento, común en diversas especies animales, es una fuerte y rápida atracción inicial (en algunos estudios se ha visto que se activan también en animales los circuitos de la dopamina o de un factor de crecimiento nervioso) que en las personas sería lo que se llama amor a primera vista.

Pero la sofisticación del amor humano es enorme. Siempre se ha discutido, por ejemplo, si el encendido amor inicial puede durar. La teoría más extendida es que, con el tiempo, pierde intensidad, y la pareja comparte más un afecto, un acompañamiento, unos intereses,…

Se pone a menudo fecha de caducidad a ese amor inicial. Freud consideraba, incluso, que si perduraba era signo de patología.

Un estudio de Bianca Acevedo, neurocientífica de la Universidad Cornell de Nueva York, con Aron (de quien fue discípula), Fisher y Brown, desveló en 2009 el tercer mecanismo del amor, tras el sexual y el enamoramiento: el del amor duradero. Y no dejó de sorprender, porque mostró que el amor inicial puede perdurar.

La investigación se hizo con personas que tenían relaciones de pareja de 10, 15 años ó más, y que se declaraban muy enamoradas.

La neuroimagen reveló que, en su reacción cerebral ante el amado/a, seguía funcionando el mecanismo del amor inicial de dopamina y área de gratificación.

Además, se activaban otras zonas cerebrales distintas (en mayor número incluso que en el enamoramiento inicial), en las que se producen los péptidos oxitocina y vasopresina, que regulan los lazos afectivos intensos, la empatía, lo que se relaciona con el apego y el compromiso.

Se segrega también serotonina —neurotransmisor que modula las emociones, y que en el amor inicial tiene una baja actividad—,y hay una actividad en el área de receptores opiáceos que funciona al tomar fármacos contra el dolor o la depresión, lo que explicaría que estas relaciones largas sean de bienestar y más calmadas.

La oxitocina, llamada hormona del amor, se segrega en gran cantidad en el acto sexual y en el parto, momentos en los que se establece un lazo intenso con otra persona. Los mecanismos cerebrales del amor duradero coinciden en parte con los que se activan en el amor hacia los hijos.

Otro de los destacados neurobiólogos que han estudiado el amor —Semir Zeki, del Colegio Universitario de Londres— comprobó, además, que tanto en el amor romántico como en el maternal se inhibe la actividad en el área cortical del cerebro donde radican el juicio y el razonamiento, lo que explica aquella consideración popular de que a veces el amor es ciego.

Lo que se sabe del amor no resuelve todavía todos sus misterios.

Si hay una base biológica en cómo experimentan los humanos el amor, ¿cómo se explica que a unos les vaya tan bien y otros sean desgraciados?

Responde Fisher: “Es que en el circuito del amor hay muchos eslabones que aún no hemos descifrado. Y una persona puede enamorarse de otra que, por personalidad, incluso genéticamente, es su media naranja perfecta, pero no funcione la relación.

¿Por qué? Pues, quizás, porque no estaban preparadas una u otra para el amor. O una pareja puede estar locamente enamorada, se da el chute bioquímico en el cerebro, se lanzan a la relación, pero después les va mal. ¿Por qué? Pues porque la gente cambia, pueden tener hijos, o uno u otro pueden perder el trabajo, o hacerse adictos al alcohol…. Hay factores que pueden estresar una relación, muchas experiencias que influirán más allá de la biología, y depende de cómo las gestionen”.

Para entender mejor algunos aspectos, Aron estudia ahora la biología de caras negativas del amor, como el ansia o los celos (en los que la oxitocina también tiene un papel).

Acevedo ya estudió el amor pasional, más obsesivo (en que parece que se activa menos el área ventral tegmental básica en el enamoramiento romántico), y concluyó que no suele durar, y que resulta menos satisfactorio que el amor duradero. Ahora estudia el amor compasivo.

Fisher ha analizado el rechazo amoroso como otra vía para entender el amor.

Una investigación con personas que habían sido dejadas por sus parejas deparó paradojas como que al mostrarles las fotos de sus examados se activaban en su cerebro las zonas que rigen el cálculo de riesgos, la del dolor, pero asimismo el sistema de recompensa del amor inicial, como si las personas se esforzaran aún más en conseguir a quien amaban.

La antropóloga concluyó que se acentuaba todavía más la coincidencia con los mecanismos de las adicciones.

Semir Zeki fue más allá, y analizó los circuitos biológicos del odio (que en el córtex y el subcórtex cerebral comparten actividad con los centros de decisión para actuar o la agresividad) y comprobó que, aun siendo engranajes diferentes a los del amor, había actividad común en algunas áreas (como las de los estímulos).

Y, curiosamente, la mayor diferencia que halló es que, si bien ya había comprobado que en el amor baja la actividad en amplias áreas cerebrales ligadas al juicio y al razonamiento crítico, eso no ocurre en el odio, sino más bien al contrario, se activan.

Si se conoce la fórmula química del amor, cabe pensar si no se comercializará a no tardar una píldora del amor. Algunos psicólogos y neurobiólogos ya lo han apuntado y, de hecho, se comercializa una supuesta oxitocina, aunque no están probados sus efectos.

Ni Fisher ni Aron, por ejemplo, creen que se vaya a comercializar una píldora del amor aunque fuera posible reproducir artificialmente la fórmula química (igual que hay drogas que alteran diferentes puntos del cerebro o fármacos para modular la producción de serotonina o de hormonas) y o aunque hasta pudiera ser útil para terapias contra la depresión o para problemas de pareja.

“Yo creo que una persona quiere enamorarse de manera natural, y no quiere amar de forma abstracta; hay muchos aspectos de contextualización en el mecanismo cerebral del amor. Si estás listo para enamorarte y encuentras a alguien con una personalidad que encaja en la tuya, y te gusta el tiempo que pasas con esa persona,… no creo que eso pueda reproducirse mediante una poción”,

apunta Fisher.

Añade Aron:

“No sería una sorpresa si se reprodujera en laboratorio la experiencia química que supone el amor en el cerebro, pero es que el amor no es sólo ese mecanismo químico, hay otros aspectos asociados: la relación con otra persona, o lo que compartes con ella, es difícil de reproducir. Entre los últimos estudios, hemos visto que el amor se autoalimenta; que, en relaciones duraderas, la asociación con la pareja, lo que comparten, el hacer juntos cosas excitantes,… aumenta el amor, lo que se evidencia en cambios de actividad cerebral. Esto sería muy complejo de reproducir sólo con fármacos”.

Aunque en los últimos años haya desvelado muchos aspectos, la biología no explica científicamente todo sobre el amor. Hay que recurrir, además, a la sociopsicología, y faltan estudios con más población y más diversidad de parejas.

Pero los resultados nunca dejan de sorprender. Una muestra: un estudio realizado en 2008 con parejas estadounidenses de 18 a 46 años indicó que las actitudes de un integrante de la pareja hacia el otro tienden a parecerse, pero también que todavía se nutren de estereotipos.

Así, ellos exageraron, y ellas subestimaron el temor de sus parejas al abandono, y lo mismo se constató al preguntar a los hombres por el deseo sexual de sus mujeres (era mayor de lo que ellos creían), y a ellas por el deseo de independencia de sus hombres (era menor de lo que las mujeres decían).

Fuente: La Vanguardia

[*Drog}– El (drog)amor produce el mismo efecto analgésico que los calmantes

Por suerte, más descubrimientos que resultan muy alentadores.

Del artículo que sigue extracto y resumo lo que creo más relevante.

El amor apasionado (= drogamor) es algo que puede aliviar el dolor con la misma eficacia que los calmantes,… que son drogas; o que la cocaína, que es una de las más peligrosas de ellas.

El amor intenso —entiéndase drogamor— activa las mismas áreas del cerebro que tratan los medicamentos: o sea, las drogas; y produce alteraciones significativas en el estado de ánimo.

¿Es eso bueno? No, no lo es. Y lo peor es que, como el drogamor es siempre pasajero, cuando la víctima logra emerger de él ya el daño está hecho y podrá ver, desolado/a, qué clase de desastres causó su estado de ánimo pasajero.

El amor apasionado —entiéndase drogamor— es muy similar a una adicción, y el romanticismo sería una “adicción natural”, tanto si nos hace felices como si nos hace infelices.

Con la particularidad de que, cuando nos hace felices, esa felicidad dura poco, pero cuando nos hace infelices podría durar hasta por el resto de una vida, en particular si la parte que al sobrevenir la ruptura sigue aún drogamorada no sabe cómo procesar ese evento —en inglés le dicen "elaborar"— para poder por fin cerrarlo.

Carlos M. Padrón

***oOo***

14 Octubre 2010

El amor produce el mismo efecto analgésico que los calmantes

Yaiza Martínez

Un equipo de investigadores de la Stanford University School of Medicine, de Estados Unidos, ha constatado que los sentimientos de amor apasionado pueden aliviar el dolor con la misma eficacia que los calmantes, e incluso que algunas drogas ilegales, como la cocaína.

Según los científicos, este alivio es posible porque el amor intenso activa las mismas áreas del cerebro que tratan los medicamentos destinados a paliar el dolor, es decir, aquellas regiones en las que se encuentran los sistemas de recompensa del cerebro.

En estos sistemas es donde se genera la dopamina, que es una hormona y un neurotransmisor que influye en nuestro estado de ánimo, en nuestra gratificación y en nuestra motivación, explica el especialista Sean Mackey, director del estudio, en un comunicado de la Universidad de Stanford.

Aprender del amor

Mackey afirma que: “Cuando la gente se encuentra en la fase más apasionada del enamoramiento se producen alteraciones significativas en su estado de ánimo que impactan en su experiencia del dolor”.

Comprender de qué manera se produce este impacto, o cómo se establecen las vías de recompensa neuronal que alivian el dolor físico gracias al amor, podría servir para desarrollar nuevos métodos calmantes, afirman los investigadores.

Sean Mackey ha colaborado en esta investigación con el psicólogo de la Stony Brook University de Nueva York, Arthur Aron, un científico que durante los últimos 30 años se ha dedicado a estudiar el fenómeno del amor.

El estudio se inició cuando ambos científicos se conocieron en una conferencia sobre neurociencia, en la que tuvieron ocasión de poner en común sus ideas. De esta forma, se dieron cuenta de que los sistemas neuronales implicados en el amor estaban profundamente imbricados con los sistemas neuronales relacionados con el dolor.

Se preguntaron, entonces, si era posible que ambos sistemas se modularan recíprocamente, y pusieron manos a la obra para descubrirlo.

Descripción del experimento

En los experimentos realizados participaron quince estudiantes universitarios perdidamente enamorados, y que se encontraban en las primeras fases de sus respectivas relaciones de pareja (momento en que las personas se sienten eufóricas, energéticas, piensan obsesivamente en la persona amada y están anhelando de manera permanente la presencia de ésta).

Esta forma de amor apasionado es muy similar a una adicción, afirman los científicos. Recientemente, especialistas de la Yeshiva University, de Estados Unidos, llegaron a una conclusión similar a raíz de otro estudio en el que se constató que, cuando una persona es abandonada por la pareja a la que ama, se ponen en marcha ciertas regiones cerebrales relacionadas con el anhelo y las adicciones.

Los investigadores de la Universidad Yeshiva señalaron entonces que el romanticismo sería una “adicción natural”, tanto si nos hace felices como si nos hace infelices.

Aron y Mackey pidieron a los participantes en su investigación que trajeran fotos de sus parejas y de personas conocidas que tuvieran un atractivo similar al de sus parejas.

Durante el experimento, a los estudiantes se les presentaron, de manera intermitente, las imágenes aportadas, mientras se les sometía a una sensación de dolor suave, con un estimulador térmico controlado por computador y que se les había colocado en la mano.

Al mismo tiempo, con tecnología de exploración de resonancia magnética funcional (fMRI) los científicos registraron la actividad cerebral de los participantes.

Por último, los investigadores registraron los niveles de alivio del dolor de los estudiantes frente a las imágenes aparecidas, y también ante ciertas frases de distracción como “piensa en un deporte que se juegue sin pelota”.

Evidencias científicas previas habían demostrado que las distracciones pueden aliviar el dolor, por lo que Mackey y Aron querían asegurarse de que el amor no funcionaba como una distracción en el alivio del sufrimiento físico.

Analgesia inducida por enamoramiento

Los resultados obtenidos demostraron, por un lado, que tanto el enamoramiento como las distracciones verdaderamente reducen el dolor, mucho más que la concentración en la imagen de una persona conocida que resulte atractiva.

Sin embargo, en ambos casos no se activan las mismas regiones cerebrales. En la prueba de distracción, el alivio del dolor fue mayormente cognitivo, y estuvo asociado a áreas corticales del cerebro.

La analgesia inducida por el amor, por el contrario, estuvo más relacionada con las áreas de recompensa del cerebro, con estructuras profundas de éste que pueden bloquear el dolor a un nivel espinal (de la misma forma que lo hacen los analgésicos opiáceos, por ejemplo).

Una de las regiones claves del alivio provocado por el amor fue el llamado núcleo accumbens, un área del cerebro que se cree que tiene un papel importante en la recompensa, la risa, el placer, la adicción y el miedo.

Por último, y según publican los investigadores en la revista PlosOne, el experimento también reveló que existe una variedad considerable en el grado de alivio del dolor experimentado por cada individuo al mirar la foto del ser amado. Esta variabilidad podría deberse a diversos factores, como la atención dedicada a la tarea encomendada o ciertas características de cada relación (grado de “obsesión” por la pareja, fuerza de la relación, etc.)

Compensación cognitiva

Los resultados obtenidos por Aron y Mackey coinciden con los de otra investigación realizada en 2009 por científicos de la Universidad de California en Los Ángeles (Estados Unidos).

En este caso, 25 mujeres enamoradas fueron sometidas a estímulos dolorosos leves en diversas condiciones, como estar junto a sus parejas o no, ver fotos de sus novios o imágenes neutras, etc..

En este caso, las mujeres señalaron experimentar una gran reducción del dolor mientras veían las fotos de sus novios o mientras sujetaban a éstos la mano, en comparación con el dolor que sentían en otras situaciones.

Los autores del estudio explicaron entonces que la causa de esta diferencia en el grado de sufrimiento físico podía ser una compensación cognitiva: ver una foto del ser amado activaría representaciones mentales placenteras, unos pensamientos que tendrían un efecto paliativo del dolor.

Tendencias 21