[*FP}— Ya publicada y a la venta mi novela «Aquel futuro de mil caminos»

A medida que publicaba yo en este blog artículos de mi cosecha, varios amigos, conocidos y cibercontactos (llamo así a quienes nunca he visto, sino que conozco sólo por internet), comenzaron a sugerirme, con mayor o menor insistencia, que escribiera una novela, lo cual consideré como un simple cumplido y, después de agradecerlo, lo olvidé.

Pero cuando en 2010 las sugerencias aumentaron, no pude evitar ponerme a pensar sobre qué podría yo escribir.

Los escritos míos que motivaron esas sugerencias tratan todos sobre hechos reales, porque, a decir verdad, no sirvo para inventar ficciones y elaborar sobre ellas. Concluí entonces que si yo tuviera que escribir una novela tendría que basarla en hechos reales, y partiendo de ahí salió a flote la vocación que desde adolescente he tenido por lo psicosocial, en especial por las relaciones de pareja, y comencé a desempolvar de ese campo varias historias o hechos que, mayormente en la década de los años 60 del siglo XX, presencié personalmente o me fueron relatados por sus protagonistas o por familiares cercanos a ellos.

Y así, luego de cinco años de hibernaciones interrumpidas y por causas para mí justificadas, terminé «Aquel futuro de mil caminos», la novela que, editada por Le Canarien Ediciones y distribuida por VeredaLibros, está ya a la venta.

Al momento se encuentra en las siguientes librerías:

 

GUACIMARA
Avenida Islas Canarias, 12
38750 El Paso – La Palma
Tlf. 922-497-264

LER
Avda. Carlos Francisco Lorenzo Navarro, 24
38760 Los Llanos de Aridane
La Palma
Tlf. 922-403-908

PAPIRO
Calle Anselmo Pérez de Brito, 14
38700 Santa Cruz de La Palma
Tlf. 922-412-128

LA TRASERA
Calle Álvarez de Abreu, 27
38700 Santa Cruz de La Palma
Tlf. 922 411-815

LA ISLA
Calle de Imeldo Serís, 75
38003 Santa Cruz de Tenerife
Tlf. 922-531-543

AGAPEA
Av. Tres de Mayo, 71
38005 Santa Cruz de Tenerife
Tlf. 922-236-183

LEMUS
Calle de Heraclio Sánchez, 64
38204 La Laguna – Tenerife
Tlf. 922-251-145

LIBRERÍA DEL CABILDO DE GRAN CANARIA
Calle Cano, 24
35002 Las Palmas
Tlf. 928-381-539

También puede pedirse a la tienda online de la distribuidora, pagando mediante transferencia, Paypal o contrarrembolso. Dentro de España no se pagan gastos de envío. Para Sudamérica, es mejor que lo pida una librería y la distribuidora iberoamericana lo enviará.

Con la publicación de esta novela completo las condiciones que José Martí fijó en su famosa cita: «Hay tres cosas que cada persona debería hacer durante su vida: plantar un árbol, tener un hijo, y escribir un libro».

[*FP}– Otro consejo útil, y que ha perdurado, para ayudar a la memoria

26-11-14

Carlos M. Padrón

El artículo que copio abajo trata de recursos mnemotécnicos, o cómo utilizar bien la memoria.

Y esto ha traído a la mía el recuerdo de un recurso que inventé cuando, a mediados de la écada de los 50 estudiaba yo bachillerato, y que no aparece mencionado en la lista incluida en el artículo que sigue.

Ese recurso me dio excelente resultado, tanto a mí como a mis compañeros de curso, y me ha deparado hasta tardías satisfacciones porque en 2009 descubrí que todavía lo recordaba un amigo de los años 50 quien a su vez se lo había enseñado a otro varios años más joven que él.

Ante esto me permito suponer que por una especie de cadena llegó a varios estudiantes más que de seguro ke dieron buen uso.

Mi «invento» nació porque, como me costaba mucho memorizar la larga lista de raras palabras sin sentido que alguien ideó como medio para recordar los modos legítimos del silogismo, simplemente acoméd esa lista, le puse una música pegajosa y armé una canción con el fastidioso

Barbara, celarent, darii, ferio,
cesare, camestres, festino, baroco,
darapti, disamis, datisi, bocardo,

Ferison, felapton,…

¿Habrá alguien que siga usando mi invento?

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26/11/2014 

Los consejos más útiles para memorizar datos y textos

Parece que el curso escolar acaba de comenzar y, sin embargo, miles de escolares y universitarios se encuentran ya inmersos en la preparación de sus exámenes.

En muchas asignaturas, esta labor pasa por la necesidad de memorizar toda clase de fórmulas, listas o fechas de sucesos.

Conseguir retener todos esos datos de forma ordenada es una labor que suele resultar muy dura. Multitud de métodos y técnicas de estudio tienen como objetivo hacerla un poco más sencilla. Se trata de trucos sencillos, como los recopilados en el blog «Educacion2» que ayudan a memorizar textos y aprender a recuperar información almacenada en el cerebro.

Ante todo, lo más importante es comprender lo que se trata de memorizar. Si se trata de aprender de memoria algo que no se entiende, el cerebro lo almacenará en la memoria a corto plazo, por lo que la información será olvidada rápidamente. Por ello, además de comprender lo que se estudia, es bueno utilizar reglas mnemotécnicas que, a modo de pistas, permitan recordar lo que se ha leído.

El uso de acrónimos formados con iniciales para recordar los elementos de una fórmula, o de frases ingeniosas que contengan las palabras de una lista son dos de las aplicaciones habituales de este tipo de técnicas. De hecho, la repetición es uno de los elementos claves a la hora de memorizar fórmulas matemáticas, leyes físicas o listados.

Uno de los trucos más efectivos para memorizar una lista consiste en repetir todos sus elementos una y otra vez. Posiblemente es una de las actividades más aburridas que existen, aunque a la larga acaba por dar resultados. Si la repetición se recita en voz alta, los resultados suelen ser más rápidos.

Para hacer algo más llevadera la memorización de listados, sus elementos pueden agruparse también en categorías, por conjunto de significados, algo que suele ser habitual en el estudio de idiomas, o asociando a cada palabra un concepto visual y que resulte familiar y fácil de recordar.

Otra técnica efectiva para estimular la memoria consiste en elaborar resúmenes, fichas, esquemas o mapas conceptuales con la información esencial de aquello que se quiere aprender. Al realizar el proceso de selección de los datos, el cerebro identifica su importancia y, gracias a la repetición del ejercicio, los va asimilando en la memoria a largo plazo.

Subrayar con diferentes colores los conceptos más importantes, estableciendo jerarquías que permitan identificarlos de forma rápida a la hora de repasar, comentar los temas con los compañeros de clase y tomar notas tanto en clase, como mientras se leen textos que amplían la información contribuye también a fijar más fácilmente la información en la memoria.

Sin embargo, ninguno de estos consejos sirve de nada si no se presta toda la atención al estudio. Para obtener el mejor rendimiento es necesario fuerza de voluntad y concentración. Para ello, el lugar de estudio debe ser una zona tranquila, con una temperatura agradable y libre de toda clase de distracciones que permita al cerebro prestar atención únicamente a la información que tiene que asimilar.

Utilizar estas técnicas no garantiza aprobar los exámenes, pero, sin duda, ayuda a aumentar exponencialmente las probabilidades.

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Nota.- Este artículo corresponde a una colaboración editorial diaria elaborada por equipo de Bitácoras, la red social para bloggers. Tiene por objeto poner en valor los temas más curiosos tratados por los bloggers españoles y dar visibilidad a éstos desde otro contexto narrativo, reconociendo la autoría y procedencia de esos contenidos y contribuyendo a su promoción.

Fuente

[*FP}– Orgullo de padre. ‘American Journal of Orthopsychiatry’ publicó artículo de mi hija Elena

09-04-14

Carlos M. Padrón

El artículo en cuestión no puedo adjuntarlo porque está protegido por copyright, pero acerca de él esto es lo que me mandó Elena.

«El artículo que escribí —titulado «Frightened versus not frightened disorganized infant attachment: Newborn characteristics and maternal caregiving« y basado en parte en mi tesis de doctorado— salió publicado hoy en el American Journal of Orthopsychiatry. Ya he publicado varios otros artículos, pero ésta es mi primera publicación como primer autor, y lo escribí básicamente yo sola. Así que estoy muy contenta.  En este link

http://psycnet.apa.org/index.cfm?fa=browsePA.volumes&jcode=ort

se puede ver el artículo en el índice de la revista de este mes; abajo copio el título y el resumen. Pensé que iba a salir el mes que viene, pero hoy cuando estaba leyendo artículos nuevos sobre attachment a ver qué cosas nuevas habían salido, ¡me encontré con mi propio artículo!».

Frightened versus not frightened disorganized infant attachment: Newborn characteristics and maternal caregiving.

Padrón, Elena; Carlson, Elizabeth A.; Sroufe, L. Alan

American Journal of Orthopsychiatry, Vol 84(2), Mar 2014, 201-208

The disorganized infant has been described as experiencing “fright without solution” (Hesse & Main, 1999, p. 484) within the attachment relationship. Using a sample at risk because of poverty (n = 157), this study evaluated the role of newborn characteristics in predicting disorganized attachment and explored the existence of 2 subgroups of disorganized infants, based on whether they display direct indices of fear. For the entire sample, regression analyses revealed that newborn characteristics did not predict ratings of disorganization directly or via moderation by caregiving. Regarding subgroups, it was hypothesized that, if direct expressions of fear resulted from interaction with a frightening or frightened caregiver, it could be expected that infants in the Not Frightened subgroup would become disorganized in part because of other factors, such as compromised regulatory abilities at birth. Results supported this hypothesis for emotional regulation, but not for orientation; infants in the Not Frightened subgroup displayed limited emotional regulation as newborns. Findings suggest that the disorganized attachment category may be comprised of 2 subgroups, with direct expressions of fear as the key differentiating factor. Specifically, disorganized infants who do not display direct fear in the presence of the caregiver may have started out with compromised emotional regulation abilities at birth. (PsycINFO Database Record (c) 2014 APA, all rights reserved).

[*FP}– Orgullo de padre. Resumen de libros ilustrados por mi hija Alicia

Además de la lista completa de los publicados hasta hoy, que copio al final, va, en un vídeo, un resumen que muestra algunos de ellos, con indicación de la editorial que lo publicó. Faltan dos que aún están en prensa.

Para ver el vídeo, clicar AQUÍ.

Sigue la lista de los títulos ya publicados. En esta lista, los títulos subrayados y resaltados en azul son enlaces (links) que llevan a ver en este blog la carátula y datos de ese libro. Las carátulas de los ya publicados pero no incluidos en esa lista, las he puesto al final.

365 Animal Stories and Rhymes

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Ladybird First Favourite Christmas Book

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Ladybird’s Bathtime

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Ladybird’s Teatime

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Ladybird’s Playtime

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Ladybird’s Bedtime

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La flor aventurera

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It’s Bathtime!

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Petit Renard se perd

Artículos relacionados que aparecen en la Red:

[*FP}– Sólo unos ‘pocos’ años después

05-01-14

Carlos M. Padrón

En medio de las tareas de «adelgazamiento» del blog, como ya conté, y de limpieza de fin de año, di con un corto vídeo hecho cuando al regreso de las vacaciones de 1973, en las que fuimos a Los Andes, paramos en Barinas para visitar a un par de pasenses que allí vivían entonces.

En la casa de Blanca Cruz Calero, quien aún vive en Barinas, se tomó con mi cámara Super 8 una película de la que hace años digitalicé un trozo que puede verse clicando AQUÍ. Y más abajo he puesto fotos relativamente recientes de estas personas.

  • La dama joven vestida de negro —porque había enviudado hacía poco— es Blanca Cruz
  • La también vestida de negro —por igual motivo— pero de más años, es mi madre
  • La de blusa azulada y gafas (lentes) es mi hermana María Celia
  • El guapo galán con barba, soy yo 🙂
  • El hombre que aparece detrás de mí, a mi derecha, es mi primo-hermano Roberto Padrón
  • La niña de franela roja es mi hija Alicia, y
  • La niña que se sienta sobre las rodillas de Blanca es su hija, María José.

Como prueba del paso del tiempo, aquí van fotos de las personas arriba mencionadas. De las demás que también aparecen en el vídeo no tengo fotos ni recientes ni viejas.

El niño que muestra una foto enmarcada es Felipe, hijo de Blanca. Y la joven de gafas, sentada a la izquierda en el sofá, es Rosa Elvira García, también de El Paso.

Mi madre en 2001: 28 años después. Fue la última foto que se le tomó; murió en mayo de ese año.

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Roberto Padrón en 2006: 33 años después.

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Mi hermana María Celia en 2011: 38 años después.

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Carlos M. Padrón en 2013: 40 años después.

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Mi hija Alicia en 2014: 41 años después.

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María José en 2009: 36 años después.

[*FP}– ‘Dos moscas por dos pesetas’. Una historia verídica

He querido reeditar esta historia antes de que termine este año 2013, año en que se cumplió el décimo aniversario de la ratificación como verídico del hecho que en ella narro, ratiticación por la que hube de esperar 52 años, durante los cuales mi credibilidad personal vivió maltrecha. Pero más vale tarde que nunca 🙂

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22-05-2008

Carlos M. Padrón

I

Cuando yo asistía en El Paso a la escuela primaria de don Enrique Campos —que estaba en los bajos de la casa de don Domingo ‘Pulguita’, en el extremo de El Callejón, como llamábamos, y aún llamamos, a la vía de unos 70 metros de largo que une el Camino Real con el patio de mi casa— a la hora del recreo, los alumnos solíamos organizar carreras de ida y vuelta entre la puerta de la escuala y el patio de mi casa.

Tanto en ésta como en todas las de alrededor había animales domésticos, principalmente vacas, caballos, cochinos y gallinas, cuyo excremento atraía muchas moscas que estaban por todos lados, dentro y fuera de las casas.

Y, por lo menos una vez por semana, mientras jadeante disputaba yo una de esas carreras, sin querer me traguaba una mosca, pero seguía corriendo porque, si no, era seguro que perdería la carrera. Igual hacían mis amigos competidores, y, que yo sepa, a ninguno nos pasó nada malo por la involuntaria ingesta de moscas.

Nos ocurría como lo que le ocurre al señor de este muy corto vídeo, que mi prima Lucy de Armas Padrón me hizo el favor de editar, y que aconsejo ver antes de continuar leyendo.

Además, en el pueblo había tantas moscas que a veces sin correr sino con sólo estar hablando podía uno tragarse alguna porque, simplemente, eran muchas, y alguna se metía en la boca. Creo que de esa mala maña de tales insectos viene el dicho “En boca cerrada no entran moscas”.

A diferencia de los citadinos, quienes tuvimos la suerte de crecer y ser educados en un pueblo de campo eminentemente agropecuario, no padecemos de tontos ascos ante la presencia o la necesidad de lidiar con productos naturales, como excremento de animales, moscas, cucarachas, etc.

Y si, además nos tocó época de escasez, comemos sin chistar todo lo que sea comida; y en presencia de algún plato para nosotros extraño, casi desconocemos la expresión “Esto no me gusta”, o la horrible “¡Aaaasco!”, tan común entre los venezolanos, citadinos o no.

II

A los 10 años de edad comencé a estudiar bachillerato, y por algo cuyo origen nunca tuve claro —pero que creo obra de mi madre— en vez de presentar exámenes en el Instituto de Enseñanza Media de Santa Cruz de La Palma, lo hacía en el de Santa Cruz de Tenerife, donde para esos tiempos vivía ya, con su familia, mi tío-abuelo Pedro Castillo (Pedro Martín Hernández y Castillo)

Si yo aprobaba los exámenes, mis padres me dejaban quedar en Tenerife durante casi un mes, parte del tiempo en casa del tío Pedro (en Santa Cruz), y parte en casa de su hija Concha (en La Laguna), quien además de prima era también mi madrina de bautismo, y que, por cierto, falleció el día 12 del pasado mes de enero, a los 94 años de edad.

Estar en La Laguna no me gustaba, pues era una ciudad endiabladamente fría y húmeda durante todo el año. La humedad era tal que, como yo usaba entonces pantalón corto —el largo me lo pusieron cuando cumplí 14 años—, el agua escurría por mis piernas cuando en las tardes, aunque de verano, me obligaban a salir a pasear por la calle Carrera.

Para atender las labores domésticas, Concha se había traído de El Paso a una joven de nombre Carmen, quien en 1952, cuando yo tenía 12 años, tendría unos 15 ó 16.

Así lucía yo en los días a que se refiere esta historia. La pared del fondo es de la casa en que vivían Concha y su familia, en la calle Viana, de La Laguna (Tenerife), ciudad nefasta.

Un domingo de junio de ese año, al salir de misa con Concha, su marido y la hija de ambos, pasamos por el cine Parque Victoria —que estaba en la Plaza del Adelantado, donde hoy está la central telefónica— y vi que para la matinée de ese día anunciaban una película titulada “Los tres randas”. Sólo el título y el correspondiente afiche me abrieron el apetito por ver esa película, pero se me presentaba un pequeño inconveniente: la entrada costaba dos pesetas, y yo no las tenía.

Después de almorzar, Concha y los suyos fueron a echar una siesta, y yo me quedé en la cocina sentado a la mesa que allí había y viendo cómo Carmen, mientras lavaba los platos, con expresiones de mal humor espantaba las moscas que, huyendo del frío y atraídas por los restos de comida, revoloteaban a su alrededor y en torno a la mesa donde aún había platos con sobras del almuerzo.

Tal vez por buscarme la lengua o por “hacerme rabiar”, como allá se decía entonces, Carmen me preguntó qué iba yo a hacer esa tarde, pues bien sabía ella que yo no podía hacer nada. Le dije que me gustaría ir al cine pero que no tenía las dos pesetas que costaba la entrada, respuesta que la motivó a seguir metiéndome el dedo en la llaga que recién me había descubierto.

A una de sus puntillosas preguntas respondí diciéndole que yo haría cualquier cosa con tal de conseguir esas dos pesetas. Envalentonada, y mientras se sacudía de encima una molesta mosca, me preguntó:

—¿¡Cualquier cosa!? ¿Por una peseta serías capaz de comerte una de estas moscas?

—No, una no; me comeré dos moscas si me das dos pesetas.

Poniendo cara de asco, pero convencida de que yo solamente alardeaba, me dijo, muy seria y en tono de desafío, que sí, que si yo me comía dos moscas me daría dos pesetas.

Sin perder tiempo, y convencido de que si ella no me daba las dos pesetas al menos le haría pasar un mal rato, puse manos a la obra.

Tomé la más gruesa de las rodajas de tomate que habían sobrado de la ensalada, le quité las semillas y le dejé sólo la pulpa. Luego, haciendo uso de una habilidad que todos los muchachos de El Paso teníamos, esperé a que una mosca se posara sobre la mesa, y abordándola de frente, con un certero y rápido movimiento, cuando levantó vuelo la atrapé dentro de mi mano derecha.

Con cuidado, y manteniendo aún cerrada esa mano, introduje, entre su palma y el doblado meñique, el índice de la izquierda, y al dar con la mosca la maté apretándola contra la palma de mi diestra. Abrí luego la mano, le saqué las alas a la difunta —la religión auarita, la de los aborígenes de La Palma, considera sacrílega la ingesta de alas de mosca en los días domingo 🙂 — y deposité su aún tibio cadáver en la pulpa de uno de los cuartos de la rodaja de tomate.

Para ese momento miré de reojo a Carmen y noté con satisfacción que los ojos se le salían de las órbitas y que, paralizada y olvidada de los platos y cubiertos que debía lavar, no me sacaba la vista de encima. ¡Mi venganza iba por buen camino!

Repetí la maniobra con una segunda mosca, cuyo cadáver recibió sepultura en el cuarto de rodaja diagonal al anterior.

Doblé entonces por la mitad la rodaja de tomate, y, mirando a Carmen directamente a los ojos, mientras yo ponía la típica expresión del goloso que está a punto de degustar un exquisito y esperado bocado, ¡me la comí!

No había yo terminado de engullir tal “manjar” cuando Carmen, ahogando a duras penas el grito que se le escapó al ver que yo me había comido la rodaja de tomate con su mosquil aderezo, partió en carrera hacia el baño, pero un poco tarde, pues vomitó en el piso antes de llegar a destino.

Asustada por si descubrían lo ocurrido, se dio a la tarea de limpiar su vómito, mientras en voz baja, para no despertar a los de la siesta, me prodigaba variados “piropos”.

Cuando al fin hizo desaparecer el corpus delicti, se acercó a la mesa donde yo, muy tranquilo, permanecía sentado, y quiso endilgarme una monserga aleccionadora, pero la detuve alargando mi mano al tiempo que le decía:

—¡Mis dos pesetas!

Sin dejar de refunfuñar por lo bajito, pues no convenía que se enteraran los de la casa, se fue a su habitación y regresó con las dos pesetas que, a regañadientes, depositó sobre la mesa frente a mí.

Y así pude ir al cine esa fría tarde dominguera.

III

Varias veces eché ese cuento en Venezuela, país en el que abunda mucho el no me gusta esto o lo otro, y donde, tal vez por influencia gringa, se trata de ocultar, disimular o hasta ignorar, lo natural. De ahí el fracaso del famoso Decreto 21 que en tiempos de Carlos Andrés Pérez quiso obligar a que los establecimientos, como gasolineras en las carretereras, que tuvieran baños para uso público contrataran personal que los mantuviera limpios. El decreto murió de inanición porque nadie quiso ese trabajo.

Conociendo este punto flaco, le saqué buen provecho al cuento de “Dos moscas por dos pesetas”, pues cuando yo estaba en un grupo de gente de confianza, comiendo algo que a mí me gustaba, bastaba que yo echara el referido cuento para que alguna remilgada huyera de la mesa clamando el consabido “¡Aaaasco!”, tan común por estos lares, lo cual aprovechaba yo para hacerme del manjar que la remilgada había dejado abandonado.

Luego descubrí que, simplemente, la gente creía que eso no era cierto, que se trataba de un invento mío para conseguir esos manjares.

Cuando mi hija menor, Elena, tenía unos 7 años, como buena citadina sentía asco ante las moscas que, todavía a comienzos de los años ’80s, había en La Trinidad (Caracas), donde está mi casa. Yo le mostraba cómo cazarlas y matarlas, y Elenita disfrutaba con la aniquilación que yo hiciera de cada una de las por ella odiadas moscas.

Aprovechando la condición de héroe que todo niño atribuye a su padre, inventé una especie de conjuro y le dije a Elenita que con él podría conseguir, si lo declamaba con energía y convicción, que las moscas huyeran asustadas.

A pesar de su corta edad, Elenita se aprendió de memoria el “tremendo repertorio” —así lo bautizó mi madre— y lo recitaba airada, como si de verdad fuera un efectivo talismán contra las moscas, o para deleite de quien se lo pidiera:

¡Moscas, temblad porque viene mi papá,
y él es el terror de las moscas!
En el mundo del insecto volador
no hay afaníptero que se le resista.

Más tarde supo que las moscas no eran afanípteros, y me hizo el correspondiente reclamo, pero hoy, después de tantos años, todavía recuerda Elena este “gran poema”.

IV

En algún momento del comienzo de mi relación con Chepina le eché el cuento de “Dos moscas por dos pesetas”, y además de que vi claramente que se sintió asqueada (otra citadina más), tuve la impresión de que no estaba muy convencida de que fuera cierto. Igual me había pasado, muchos años antes, con mis hermanas, pero, ¿qué otra cosa podía yo hacer si eso había ocurrido entre Carmen y yo? (y las moscas, claro).

En 2003 llevé a Chepina a El Paso por primera vez. Quise, por supuesto, que probara bocados típicos de mi pueblo, como leche con gofio (pero leche natural. recién ordeñada), higos pasados acompañados con queso, almendras y vino, etc.

Pero cuando le pedí a mi hermana María Celia que consiguiera un queso ahumado hecho en la casa de algún conocido, me vino con la respuesta de que su primera proveedora no tenía queso, ni la segunda tampoco, que había que comprarlo en el supermercado.

Ni a mí ni a María Celia nos gustaba esa idea, así que ella hizo algunas llamadas telefónicas y encontró la solución: Carmen “la de los quesos” tenía uno disponible. Sin perder tiempo, metí a Chepina y a María Celia en el auto y, guiado por mi hermana, nos dirigimos a casa de la tal Carmen.

En el camino le pregunté a María Celia quién era esa Carmen, nombre por demás común en El Paso. Su respuesta fue,

—¿No te acuerdas de la muchacha que Concha la de tío Pedro tuvo una vez trabajando en su casa, en La Laguna?

Haciendo un esfuerzo para ocultar mi sorpresa —y mi esperanza— contesté con un seco “Sí” y no dije nada más. Sólo recé para que Carmen no estuviera acompañada de otra mujer de su edad, pues, malo como soy para recordar caras, era seguro que yo no reconocería a Carmen.

Pero no, Carmen, convertida en una respetable abuela, estaba sola, y, apenas entrar y dar las buenas tardes, María Celia, en vez de decir “Vinimos a buscar el queso”, dio comienzo a uno de los interminables y retorcidos repertorios que usan los de El Paso —a veces creo que todos los isleños— que fue de este tenor:

«Bueno, Carmen, desde que me desperté esta mañana pensé que mi hermano Carlos iba a querer queso ahumado, y con esa matraquilla estuve toda la mañana porque yo sabía que Pili ya no los hacía porque no tenía cabras, y la pobre las echa en falta porque el otro día me dijo “¿¡Qué habrá sido de mis cabritas!? ¡Cuánto las extraño!”. Y yo creo que tiene razón, la pobre, porque a ella eso le servía de entretenimiento.

Entonces dije “Voy a llamar…”, y en eso sonó el teléfono y era Luisa la de Roberto. Y nos pusimos a hablar y se me olvidó lo del queso. Y es que yo últimamente olvido las cosas, Carmen, pues anoche dije “Tengo que tomar esta pastilla antes de acostarme”, y para no olvidarme la puse sobre la mesa del comedor, y cuando llegué a la cama para acostarme no me acordaba dónde la había puesto. ¡Ay, Carmen, que cosa tan triste es ponerse viejo!, pero yo creo…….».

Que equivale a que si alguien quiere ir desde Caracas a Miami, en vez de tomar un vuelo directo toma uno de Caracas a Madrid, luego sigue a Londres, Bangkok, Tokyo, San Francisco y, por fin, Miami; o sea, le da la vuelta al mundo. Así hablan mis hermanas y, repito, muchos Canarios.

Por eso, en el caso que nos ocupa, interrumpí a María Celia, pedí uso de palabra y dirigiéndome a doña Carmen le pregunté:

—¿Sabe usted quién soy?

—¡Buena va! Pues claro que sé. Tú eres Carlos Padrón.

—¿Y recuerda usted algo que yo haya hecho frente a usted, hace muchos años, estando en La Laguna?

—¿¡Que si lo recuerdo!?— contestó molesta por la duda implícita en la pregunta. —¡Claro que lo recuerdo! ¡¡TE COMISTE DOS MOSCAS!!

El sonoro “¡¡¡¡JESÚUUUS!!!” que gritó mi hermana, y la carcajada de Chepina estallaron simultáneamente. Y yo sentí tan grande alivio que abriendo los brazos me acerqué a doña Carmen, y diciéndole “¡Muchas gracias por ayudarme a demostrar, después de tantos años, que lo de las moscas es cierto!”, le di un abrazo y un sonoro beso en la mejilla.

Si en 1951 ella pensó que yo estaba loco, creo que en 2003 quedó totalmente convencida, pero al menos, y en virtud de la Ley de la Compensación que rige los grandes eventos cósmicos, para confirmar su opinión debió esperar el mismo tiempo que yo para que mi historia mosquil me fuera acreditada como cierta.

Y ya que hemos caído en el nivel cósmico, ¿cuántas moscas habrá —me pregunto— cuya memoria haya perdurado tanto en el tiempo? ¿Cuántas cuyo heroico final haya llegado a un blog?

Me cabe la satisfacción de saber que las de esta historia dieron su vida por una causa noble (aunque la peseta haya ya desaparecido), y serán recordadas como héroes en el mundo de los afanípteros,…. ¡perdón!, de los dípteros.

Lo que sigue molestándome de todo esto es que no recuerdo de qué trataba la película.

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P.D.: “DOS moscas por DOS pesetas” es un título apropiado para este artículo que monto en el blog hoy, 22 (DOS y DOS) de mayo de 2008, día del aniversario DOS de Padronel, desde San Francisco (California, USA) donde vine a visitar a mi hija Elena, la de “¡Moscas, temblad…!”.

[*FP}– Mi extraña memoria para las fechas,… y los colores

19-11-13

Carlos M. Padrón

Por fin me entero de que tiene nombre la memoria mía, ésa que algunos alaban y otros maldicen: se llama «Memoria autobiográfica muy superior«.

Sin embargo, en la mía no encajan todos los detalles que sobre este tipo de memoria da el artículo que copio abajo, aunque sí es válida la pregunta de si por tenerla soy o no afortunado.

Por ejemplo, no puedo evitar que al ver o recordar una fecha en que ocurrió algo para mí significativo, me vengan a la memoria los hechos con ella relacionados, incluyendo, por ejemplo, sonidos, vestimenta, sentimientos, hora, etc. Y al revés: que al recordar el hecho, me venga ligado a él la fecha correspondiente.

Por tanto, y por lo muy personales que son esos recuerdos, no veo forma de que pueda comprobarse si están o no distorsionados.

Puede que la nitidez de los detalles asociados, como los ya mencionados, se haya desvaneciendo un poco con el tiempo, pero el vínculo automático y espontáneo entre fecha y hecho sigue intacto.

Mi memoria no es de las que sirven para «recordar con precisión incluso los detalles más triviales de su pasado lejano», pues no está al servicio de trivialidades sino, repito, de hechos que tuvieron gran importancia para mí. Tal vez por eso no sea «Memoria autobiográfica muy superior» sino «Memoria autobiográfica muy personal«.

Por ejemplo, si alguien menciona 12 de septiembre, o yo lo veo en un calendario, automáticamente recuerdo que en un día 12 de septiembre «dejé el nido», como decía mi padre; o sea, dejé mi casa natal y mi grupo familiar, y me fui a vivir por mi cuenta.

Si es el 13 de julio, veo de inmediato el día en que, junto con mis padres y hermanas, cerramos nuestra casa en El Paso para emprender la «aventura» de venir a Venezuela. Y recuerdo los sentimientos asociados a ese momento.

Si 26 de julio, recuerdo lo que sentí al ver desde el mar cómo lucía La Guaira, y el muelle repleto de gente esperando que atracara el barco que nos traía. Y también recuerdo el matrimonio civil de mi hija Alicia, y lo que, como padre, sentí mientras éste se celebraba en el entonces comedor de mi casa.

Si 16 de julio, recuerdo —y no sin miedo— que a poco de llegar yo a España para la asignación de trabajo que me dio IBM, una vidente me contó en 10 minutos el detalle de mis mayores tribulaciones, y recitó una lista de hechos, rasgos de carácter y valor que para mí tenían ciertas personas, y terminó diciéndome que yo había ido a España a divorciarme. A mi respuesta de que si acepté ir a España fue precisamente para lograr todo lo contrario, insistió con firmeza en que ése era mi destino y que no había vuelta de hoja; me hizo una apuesta, y la ganó.

Si 05 de septiembre, recuerdo claramente cuando en la Av. Urdaneta encontré a Carlos Pérez Requejo (q.e.p.d.), quien me dijo que volviera a tocar a las puertas de IBM porque estaban contratando gente.

Si 16 de abril, vuelvo a escuchar el extraño chirrido de frenos que sonó a mi izquierda, mientras yo, al volante de mi carro, esperaba en un semáforo el cambio de luz. Veo de nuevo, y por una fracción de segundo, una especie de bólido blanco que se me vino encima, y vuelvo a sentir el golpe seco que destrozó mi carro, me fracturó una costilla, y me dijo atrapado en un espacio mínimo entre el volante, que bajó; el piso del carro, que subió dejando por detrás los pedales; y la puerta, que se hundió hacia dentro.

Y así podría armar yo una larga lista de fechas que, me guste o no, me traen el vívido recuerdo de hechos vinculados a ellas; hechos que, si bien podrían parecer triviales a ojos ajenos, para mí no lo fueron.

Me gustaría mucho olvidar algunos de ellos, pero no puedo; no es algo volitivo, es casi un acto reflejo. Por eso me hacen gracia los chistes de parejas que se pelean porque él no recuerda la fecha en que se conocieron, el aniversario de bodas, etc. En mi caso, soy yo quien, para bien o para mal, recuerda todas esas fechas.

Hace poco vino a mi casa, con su esposa, el hijo de un buen amigo mío, y trajo una laptop para que yo le arreglara algo en ella. Cuando para poder entrar en el sistema operativo me dio como password (contraseña) un número de 6 dígitos, miré a mis dos visitantes y les dije: «¡Qué romántico!: la fecha en que ustedes se casaron».

Los dos se miraron extrañados, y al unísono me preguntaron por qué diablos recordaba yo eso. Les dije lo que ya he dicho: porque ese día, y en relación con esa boda, que se celebró en 1997, ocurrió un hecho significativo para mí.

Es ésta una cualidad de la que podría yo decir lo que, acerca de su prodigiosa memoria, decía el protagonista de «Monk», un programa de TV: «Es tanto una bendición como una maldición».

En mi caso, es algo bueno para quienes están urgidos de saber cuándo ocurrió algo para ellos importante, me preguntan por la fecha porque saben que yo estuve presente en ese algo, y yo, sin más, se las doy de inmediato.

Ésos me agradecen el dato al tiempo que alaban mi extraordinaria memoria.

Pero es malo para quienes olvidaron algo que no quisieran recordar, y yo se los recuerdo. En este caso, el comentario es «¡Tú y tu maldita memoria!».

Y para completar el cuadro, parece que, según explican en el artículo ¿Y si pudiéramos ver en la oscuridad?, también tengo un cierto grado de sinestesia, pues asocio con colores los nombres de los meses del año, pero sólo de algunos. Por lo visto, pertenezo en cierto grado al gripo de las personas hipertimésicas.

Para mí, enero y febrero son blancos, abril es gris claro, mayo es amarillo, junio es azul celeste, julio es azul marino, agosto es color garbanzo, y diciembre es gris oscuro.

Y la única explicación que a esto tengo es que el gris casi negro de diciembre se deba a que la mayor concentración de cosas malas que me han sucedido ocurrieron en un mes de diciembre, empezando por cuando a la edad de 4 meses me dio una neumonía y, mi atribulada madre me lloró por muerto por cuanto, dijo ella, yo ni respiraba. El arrojo de mi tía Nila (la esposa de mi tío-abuelo, Pedro Castillo), me devolvió a la vida.

Luego, en diciembre del próximo año, estuve de nuevo al borde de la muerte, o de una amputación, por tétanos.

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19/11/2013

Pilar Quijada

¿Podemos fiarnos de nuestra «buena» memoria?

Imagine que le preguntan qué hizo el 19 de octubre de 1987. La mayoría de nosotros, salvo que la fecha coincida con un acontecimiento muy señalado, seremos incapaces de responder. ¿Lo recuerda, o lo sigue viendo negro?

Si a pesar de la pista deslizada en las líneas anteriores no lo puede precisar, no se preocupe. Sólo algunas personas pueden responder sin esfuerzo ni vacilaciones: “Era lunes. Fue el día en que los mercados de valores se hundieron, y también el día de la muerte de la violonchelista Jacqueline Du Pre”.

Aún en días menos señalados que el denominado “lunes negro”, algunas personas pueden acceder al recuerdo de un día concreto con todo lujo de detalle, como el día de la semana en qué cayó o el tiempo que hizo. Y cuando esos detalles pueden ser verificados, su información es correcta en el 97% de los casos.

Esos ¿afortunados? tienen una capacidad muy especial conocida como “memoria autobiográfica muy superior”.

La memoria autobiográfica es el conjunto de recuerdos y conocimientos que poseemos sobre nosotros mismos. Las personas “hipertimésicas”, como también se las denomina, son capaces de recordar con todo lujo de detalles lo que ocurrió un día cualquiera a partir de los 6 o 7 años de edad, cuando empezamos a formar recuerdos estables. Algunos parece que llegan incluso más atrás. Pero a veces la fuerza con que se graban en su memoria puede ser angustiosa, y les gustaría no poseer esa habilidad. Sin embargo, en los detalles finos tal vez su memoria no difiera tanto de la del común de los mortales.

Una investigación publicada en el último número de “Proceedings of the National Academy of Sciences” (PNAS) sugiere que ni siquiera ellos se libran de las “falsas memorias”, o sea, de una distorsión de los recuerdos que ha hecho, por ejemplo, que muchos testigos oculares de un delito declaren cosas que en realidad nunca ocurrieron, con las implicaciones legales que esa distorsión no intencionada tiene.

Recuerdos transformados

Tal sesgo se debe a que lo que recordamos no es ni de lejos un fiel reflejo de lo que sucedió en el pasado. Al contrario, cada vez que traemos evocamos una escena del pasado se va “enriqueciendo” con detalles en ocasiones más que dudosos. Y, si no, hagan la prueba: pidan a un amigo que recuerde una experiencia común y comprueben cuánto coincide con la suya.

Y es que “desde el momento en que se forma un recuerdo, se embarca en un viaje dinámico durante el cual es consolidado, a menudo actualizado, y también a veces distorsionado hasta el punto de falsificar el pasado”, recordaba a principios de año un editorial de la revista “Nature Neuroscience”, que resaltaba la importancia de tenerlo en cuenta en los juicios a la hora de aceptar el testimonio de los testigos oculares.

En realidad, caer en esos errores involuntarios no es difícil. De hecho, hay muchas pruebas psicológicas diseñadas precisamente para demostrarnos que nuestros recuerdos, más que una fiel fotografía son un “montaje” de Photoshop.

Una de ellas es el denominado paradigma Deese/Roediger-McDermott. Se basa en una lista de palabras como cama, descanso, despertar, cansado, sueño, pijama, manta, despertador, almohada, insomnio, bata…

Si quiere probar, deje de mirar el texto e intente escribir en un papel las palabras que recuerde de esa serie. ¿Se ha olvidado de poner la palabra dormir tal vez? Si la ha puesto, perfecto. Ha seguido la pauta de un porcentaje muy alto de personas que han participado en este test, y que la incluyen a pesar de que no está entre las que leyó.

Sin embargo, todos los vocablos giran en torno a lo que se denomina “palabra crítica”, en este caso dormir, con la intención, precisamente, de manipular la memoria.

Recordar lo que no existe

La psicóloga y matemática Elizabeth Loftus, de la Universidad de California, que dirige el estudio de PNAS, conoce a fondo de este tema. Sus trabajos pioneros han hecho que se haya dejado de considerar la memoria como una reproducción precisa de las experiencias pasadas, para verla más bien como un proceso reconstructivo que a menudo se desvía de la realidad.

Y fue también de las primeras en demostrar que la gente sana e inteligente puede recordar hechos de forma “ligeramente” distinta a lo que realmente ocurrió, o que a veces ni siquiera tuvieron lugar, como demuestra un experimento llevado a cabo en 2006 en la Universidad de Maastricht.

Los investigadores preguntaron a 83 estudiantes de pregrado si habían visto el vídeo del asesinato del político holandés Pim Fortuyn, y les pedían además los detalles que pudieran recordar de la grabación.

El 63% de los estudiantes dijeron que lo habían visto, y el 23% fueron capaces de proporcionar detalles. Sólo había un pequeño problema: el vídeo en cuestión nunca existió. Según el estudio, los participantes con “memoria” de las imágenes inexistentes del vídeo del asesinato obtuvieron las puntuaciones más altas en su propensión a fantasear, que aquéllos que no podían “recordarlas”. Probablemente también crearon falsos recuerdos a partir de las noticias sobre el asesinato.

Experimentos como los mencionados subrayan lo moldeable que es nuestra memoria autobiográfica.

De hecho, Loftus, en una serie de experimentos ya clásicos, demostró que las “sugerencias” pueden también causar distorsiones en el recuerdo de un suceso. Pensemos en interrogatorios policiales o técnicas como la hipnosis o rebirthing, acusadas en ocasiones de inducir la formación de recuerdos falsos sobre sucesos que nunca ocurrieron en realidad, como abusos sufridos en la infancia, que tanto sufrimiento sin motivo han causado.

En el nuevo estudio que se publica en PNAS, Loftus y su equipo, para entender mejor la memoria superior y esas curiosas distorsiones, compararon la susceptibilidad para crear falsos recuerdos de 28 personas con recuerdos típicos, y 20 personas identificadas como excepcionalmente dotadas por su capacidad para recordar con precisión incluso los detalles más triviales de su pasado lejano.

Los resultados demuestran que tampoco las personas con una memoria autobiográfica muy superior a la media están libres de estas distorsiones, como comprobaron con pruebas parecidas a las mencionadas (listas de palabras y recuerdo detallado del vídeo “inexistente” de un accidente de avión).

Sus hallazgos sugieren que los mecanismos reconstructivos de la memoria que dan lugar a este tipo de distorsiones son básicos y están ampliamente extendidos en nuestra especie. La cuestión es por qué esta forma de recordar se ha conservado a lo largo de la evolución. ¿Quizá se relaciona con la fantasía y nos hace más creativos?

Cerebro diferente

Además, señalan los investigadores, probablemente nadie sea inmune a estas distorsiones. Ni siquiera personas como Solomon Shereshevsky, un periodista ruso estudiado por el neuropsicólogo Alexander Luria a partir de 1920 durante 30 años, y cuya experiencia plasmó en un libro titulado “The mind of a mnemonist: a little book about a vast memory”.

S., como se le conoció durante mucho tiempo, era capaz de recordar un discurso palabra por palabra sin tomar ni una sola nota, y es uno de los primeros casos de hipertimesia descritos.

En comparación con los controles de memoria normal, el cerebro de estas personas al parecer muestra diferencias en nueve estructuras cerebrales, algunas relacionadas con la memoria autobiográfica (como los giros temporales medio e inferior, la ínsula anterior, el polo temporal y el giro parahipocampal), y otras cuya función en este tipo de recuerdo se desconoce (núcleos caudado y lenticular), según un estudio en el que participaban varios de los integrantes de la investigación ahora publicada en PNAS.

Los investigadores sugieren que estas diferencias halladas en el cerebro de las personas con memoria biográfica muy superior podrían contribuir a hacer un uso más eficiente del hardware que comparten con la mayoría de la gente.

Pero, según esta última investigación, esa supuesta mayor eficiencia no les libra de los “errores de procesamiento” que nos afectan a todos.

Fuente

[*FP}– La sed, un angustioso tormento que casi me cuesta la vida

06-11-13

Carlos M. Padrón

Lo que dice el artículo que copio abajo, no hace falta que me lo cuenten porque, lamentablemente, casi muero de sed —o tratando de llegar a donde había agua— en la odisea que sufrí según conté en detalle en Agonía en La Caldera.

En mi desesperación —agravada hasta la tortura por el hecho de que yo sí podía ver, y hasta escuchar, el agua límpida y cantarina a la que no podía llegar porque de ella me separaba un precipicio—, pensé en beber mi orina, pero mi cuerpo estaba ya tan seco que ni siquiera pude orinar.

Sólo dos veces, que yo recuerde, he estado tan cerca de morir: ésta, ocurrida el 06/07/1956, y el 16/04/1966 cuando un loco del volante perdió el control de su carro y lo chocó de frente —ver en este artículo el capítulo «Primer contacto con IBM» contra el carro mío que, conmigo al volante, estaba parado frente a un semáforo en rojo.

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31/10/2013

Pablo Pazos

Morir de sed, una cuenta atrás en la que el cuerpo falla en cadena. Difícil imaginar un tormento más angustioso.

Sin líquidos, una persona aguanta 15 horas en un entorno extremo, y 3 días en condiciones normales, pues el corazón bombea con dificultad y se produce un shock circulatorio.

La explicación es de José Luis Zamorano, director del departamento de fisiología de la Universidad Complutense de Madrid.

El profesor Zamorano hace hincapié en que «el agua es una sustancia fundamental para la vida. Forma parte de la vida misma. Es consustancial al propio organismo».

No en vano, de nuestro volumen corporal, más del 60% es agua. Elemento clave y en complejo equilibrio: a lo largo de un día nuestro cuerpo hace acopio, pero también se encarga de eliminarla. Entra en el organismo en bebidas y alimentos (en torno a un litro y medio). Sale a través de la orina, el sudor y la piel.

Fallo en cadena

Deshidratarse implica romper ese equilibrio, y el balance se vuelve negativo.

  • El riñón se ve obligado a trabajar con menos agua, por lo que la orina está más concentrada.
  • Las células, acostumbradas a una determinada concentración de sales, empiezan a enviar líquido a la periferia, con las consiguientes lesiones en miocardio y cerebro.
  • Las vías aéreas se resecan, y surge la sensación de escozor.
  • Los ojos se hunden
  • Las respiraciones se vuelven cortas y jadeantes
  • La piel queda plegada, pierde su elasticidad.
  • El sistema circulatorio también se ve comprometido: un adulto de unos 70 kilos tiene entre 4 y 4 litros y medio de sangre en el cuerpo; si esa cantidad baja a 3 litros, la situación se considera severa.

«Si perdemos líquido, baja la presión arterial y el corazón funciona peor. La presión de llenado cardíaco disminuye, el corazón no se llena por completo, de forma que se contrae con más debilidad. Es un círculo vicioso: se contrae menos, envía menos sangre, y así sucesivamente. Una espiral que puede terminar en shock circulatorio. Se pierde el conocimiento, la circulación fracasa, la sangre no llega al cerebro, y se produce la muerte»,

detalla el experto en fisiología.

Una sensación desesperada

«La sed es diferente al hambre. La sed conduce a una situación desesperada, porque uno es consciente del estado en que se encuentra. Si una persona deja de comer, llega un momento en que su estado de debilidad es tal que ni siquiera percibe la falta de alimento. Pero la falta de líquido es peor, pues el organismo envía avisos constantes, la persona empieza a desvariar y sólo piensa en beber, y cualquier líquido, incluso la propia orina»,

describe el profesor Zamorano.

No faltan los ejemplos a este respecto. Este mismo 2013 se conoció el caso de un joven olvidado durante 5 días en una celda, que tuvo que recurrir a esta solución desesperada.

La misma que permitió sobrevivir a una pareja de ancianos en Roma en 2001, o a nueve pescadores filipinos que en 2011 pasaron casi dos semanas a la deriva, en una balsa.

Sin embargo, no es necesario que se dé una situación excepcional para que una persona pueda sufrir una deshidratación severa.

Dos son los grupos de edad más sensibles: niños y ancianos. Los primeros porque no han adquirido la capacidad para sentir sed. Los segundos, porque la han perdido, pues una persona mayor puede deshidratarse durante semanas sin que quienes esté a su alrededor se den cuenta. Un drama tan terrible como una agonía en el desierto.

Fuente