[FP}> En la «Portada de Arturo». Reedición con prueba del plagio

01-10-2025

Esta foto, que alguien que gusta del plagio ha publicado en Facebook como suya, y es la enésima vez que lo hace, fue tomada por mí y con mi cámara en agosto de 1958 cuando, estando yo radicado ya en Tenerife desde septiembre de 1957, vine por primera vez de vacaciones a El Paso.

De izquierda a derecha,

  • Tomás Padrón Sosa, mi padre.
  • Benigno Padrón Sosa, primo hermano de mi padre porque la madre de Benigno, Luz Sosa Sánchez, era hermana de Celia Sosa Sánchez, madre de mi padre y, por tanto, mi abuela paterna.
  • Arturo Herrera, vecino de los dos anteriores y apreciado y tratado por ellos como si fuera familia.

El lugar donde están, ya desaparecido, era conocido como Portada de Arturo, pues era por donde, desde el Camino Real, hoy calle Dr. José María Brito Pérez, se entraba a la casa de Arturo. En ese lugar solían reunirse ellos, alguna que otra tarde veraniega, para hablar sobre sus temas preferidos.

Esa portada es para mí emblemática y muy recordada porque hasta mis 18 años, cuando dejé mi casa para vivir por mi cuenta, la usé a diario, y casi siempre más de una vez por día, cuando mi destino u origen era La Plaza, como se llamaba al centro del pueblo y sus aledaños.

PRUEBA DEL PLAGIO

Hace años mandé a ‘Fotos El Paso’ esta foto,

y ese blog la publicó no sólo con su logo, sino con la referencia correcta, según puede leerse en el pie de foto: TOMADA POR CARLOS PADRÓN EN EL AÑO 1958.

De ahí la sacó el plagiario y, para que pareciera suya, la publicó en Facebook así:

Para hacer creer que era suya omitió todo el pie porque ahí aparecía mi nombre como dueño de la foto, y hasta borró adrede lo de ‘Fotos El Paso’ que estaba en la esquina inferior derecha. Y así consigue que en Facebook lo feliciten por «su extensa hemeroteca«.

[FP}> Nos ha dejado un para mí más que querido amigo: Álvaro (Adolfo) Taño Perera (q.e.p.d.)

19-07-2025

Carlos M. Padrón

Por problemas respiratorios de vieja data falleció hoy, día 19, cerca del mediodía, en el Hospital General de La Palma. Su verdadero nombre era Adolfo, pero siempre se le llamó Álvaro.

Aunque éramos primos terceros, poca importancia tuvo eso en nuestra amistad que data del verano de 1955. Una amistad de tipo no muy frecuente porque entonces Álvaro tenía 20 años y yo sólo 16. Tal vez por una para mí afortunada casualidad, para ver jugar billar nos sentamos un día en una mesa del Bar Central y, como ambos éramos de Letras, por ahí se inició una conversación que luego siguió varios días cada semana y en el mismo lugar.

Fue Álvaro quien despertó en mí el interés por la Colección Austral y otros libros, y por las vidas de personajes españoles importantes, como Miguel de Unamuno, José Ortega y Gasset, Lope de Vega, Gustavo Adolfo Bécquer y varios más.

Como no sabíamos nadar, decidimos aprender juntos en un estanque vecino a su casa que habían recién limpiado, y allí, con salvavidas que hicimos con corcho de palma, practicamos varios días hasta que, ya sin salvavidas, pudimos cruzar el estanque.

Esas reuniones fueron a menos, sobre todo por la necesidad que ambos teníamos de atender a clases (fue un excelente estudiante), y se interrumpieron cuando en 1957 me fui a trabajar y vivir en Tenerife.

Álvaro, que con muy buenas notas había ganado unas oposiciones a Correos, un buen día llegó a Santa Cruz de Tenerife a hacer una pasantía en la oficina de Correos de allí. Como esa oficina estaba muy cerca de donde yo me alojaba, él se alojó ahí también y a diario íbamos a comer en la misma casa de comidas caseras.

Su novia, Edita, que estudiaba Magisterio, residía en La Laguna, donde también residía la novia mía, y algunos domingos salíamos los cuatro a dar un paseo por esa ciudad. Las que siguen son dos de las fotos que tomé en 1960 durante esos paseos.

Junto al monumento en honor del  Padre Ancheta

Frente al busto del poeta Manuel Verrdugo

En 1961 me fui a Venezuela, pero cada vez que volví a El Paso, donde Álvaro ejercía como administrador de Correos, era para mí obligada la visita para departir con él y con Edita.

Cuando regresé a Canarias y me asenté aquí, varios amigos iniciamos reuniones semanales de las que participaban Alvaro y Edita, pero a comienzos de 2024 dejaron de asistir por los problemas de salud de Álvaro.

En uno de los paseos laguneros ya mencionados, tomé a Álvaro una foto que luego me devolvió él con una dedicatoria que hoy valoro más que entonces.

Gracias por  lo mucho que para mí significaste, y que descanses en paz, querido amigo Álvaro.

[FP}> El brusco cambio en el total de visitas

30-05-2025

Seguramente algunos de los lectores de Padronel se habrán dado cuenta del cambio, ocurrido sin más, en el total de visitas que, después de mucho tiempo de estar en más de 10 millones ,ha pasado de golpe a poco más de un millón, algo que amerita una explicación de mi parte.

Cuando creé el blog el 23 de mayo de 2006, hace ya 19 años, lo hice con ‘B2Evolution’ y ahí lo mantuve hasta 2008 cuando, bajo el formato de WordPress, lo puse en algunos alojamientos de pago (hostings) y le añadí publicidad y varios widgets o plugins que, por lo visto, algunos aumentaron arbitrariamente el total de visitas, un total que yo creí verídico. Cuando en 2017, ya en Canarias, hice limpieza y eliminé la publicidad y los widgets o plugins que el blog tenía, añadí algunos widgets propios de WordPress que me gustaron; entre ellos el de TOTAL VISITAS, que arranqué con el último total que había antes de la limpieza.

Surgieron varios problemitas que los ingenieros de WordPress me ayudaron siempre a resolver y, en el proceso de implementar esas soluciones, me hicieron notar lo del total exagerado y, lo más importante, que el total real lo tenía yo en el blog bajo el widget TOTAL VISITAS.

Como prueba, ayer, 29 de mayo, uno de esos ingenieros, de nombre JOAN A., en un alarde de soporte, amabilidad y eficiencia, puso manos a la obra, me hizo llegar este cuadro que muestra la evolución real de las visitas desde mayo de 2008 hasta ayer en la mañana:

y, además, me hizo el gran favor de rediseñar el widget hasta dejarlo como ahora se ve, que es como yo lo quería, pero no sabía hacerlo.

Antes se veía así,

donde el número total de visitas no es el correcto y, creyendo yo que sí lo era, lo controlaba añadiéndole las visitas habidas cada día según las estadísticas del blog, y cada domingo ponía, a mano y frente a “TOTAL VISITAS:” el total nuevo.

Ya no tendré que hacer eso porque Joan A. lo lo ha dejado así, con el total de visitas que se actualiza automáticamente sin que yo tenga que hacer nada:

Además de a Joan A., quiero hacer llegar mi agradecimiento a los otros ‘Happiness Engineers de WordPress’, como ellos se han nombrado, por el increíble soporte que me han dado que, además de casi inmediato y siempre eficiente, ha estado signado por una clara vocación de servivio, paciencia y amabilidad.

[FP}> Orgullo de padre: “Un beso antes de dormir” y “Un cuento antes de dormir”, dos exitosos libros ilustrados por mi hija Alicia

08-07-2024

Carlos M. Padrón

Por los buenos resultados de “Un beso antes de dormir”—del que en 2012 publiqué aquí la reseña Padronel donde también están los enlaces para comprarlo en Amazon-España y Amazon-USA—, a Alicia, con ya 26 libros publicados, le fue encargada la ilustración de este otro libro, secuela del anterior, titulado “Un cuento antes de dormir”

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Y éste, al igual que el de “Un beso antes de dormir”, fue publicado en España y, también al igual que el del beso, puede adquirirse en AMAZON-ESPAÑA y en AMAZON-USA y, para más imágenes, ver esto ver algo por Instagram

[FP}> Hoy, 23-05-2024, cumple PADRONEL 18 años

23-05-2024

Carlos M. Padrón

Nació gracias a la insistencia de mi amigo exIBMista ya fallecido, Jairo Martínez (q.e.p.d.), y de mi hija Elena, y acumula al momento más de 10.938.900 visitas, nada mal para un “periodiquito”, como lo llamó al principio mi hija Alicia, que, además de mi diario entrenimiento revisando la prensa, sigue siendo mi forma de dejar constancia de mis ideas o vivencias, de promocionar Canarias y de saber qué ocurre en el mundo.

[FP}> El Recreo, alimento para el alma

A diferencia de Venezuela, donde las reuniones de amigos se hacían unas veces en la casa de alguno, luego en casa de otro y así, aquí la costumbre es hacerlas en un lugar público, como un restaurante, terraza, etc.

El grupo de amigos del que, por suerte, formamos parte Chepina y yo desde hace años, nos reunimos cada jueves, y también desde hace años, en una terraza de la plaza de Los Llanos, y ahí, entre dos a tres horas de amena tertulia (algo que Laura, una de las tertulianas, bautizó como El Recreo), recargamos baterías en sesiones que son alimento para el alma (para mí, lo son en alto grado) y que es la mejor forma que de socializar que he encontrado a aquí, con varios amigos y conocidos de mis tiempos de los 70 en mi pueblo natal. Esta foto corresponde al recreo de ayer jueves 28 que ha sido el más concurrido.

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Simulando la esfera de un reloj, comenzando desde lo que sería la 1 (la silla vacía) y siguiendo el sentido de las manecillas del reloj, de arriba hacia abajo son:  1) Oswaldo Izquierdo y su esposa Rosa Margot Triana;  2; Rosa Pais;  3, José María Brito y su esposa Laura Calahorro;  4, Edita Martín y su esposo Álvaro Taño;  4, Mi esposa, Carmen Josefina Pernía (Chepina), y yo, Carlos M. Padrón.

Una foto, cortesía de Oswaldo Izquierdo, que guardaré en lugar preferente en mi coleccion de eventos entrañables, y por la que doy desde aquí mis gracias a todos los asistentes.

[FP}> Nos ha dejado otro para mí muy querido amigo: Mario Rigoberto Rodríguez Cáceres (q.e.p.d.)

10-07-2023

Carlos M. Padrón

Pocos lo conocen por ese nombre, pues entre los muchachos de nuestra época le hemos llamado siempre Pancho, y desde que fue mayor lo llamaron Berto.

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Cuando ayer, domingo 09-07-2023, sufriera en la playa del Puerto de Tazacorte un paro cardiorrespiratorio, fue trasladado al Hospital General de La Palma donde falleció a las 2 de la tarde de ese mismo día, triste noticia que pronto supimos por llamada de su esposa Eyilda.

Desde que éramos quinceañeros (nacimos el mismo año) Berto y yo fuimos amigos, y juntos vivimos varias correrías y anécdotas. Ya de vuelta yo en Canarias, nos vimos con frecuencia en visitas a nuestros domicilios o en comidas o celebraciones de cumpleaños.

Alto, delgado, tiposo y guapo resultaba atractivo para las muchachas de El Paso que entre ellas lo llamaban “El sheriff”

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Su sentido del humor era tan proverbial como su timidez. Cuando contaba algo que sonara a chisme, solía usar una frase que, según me dijo, era propia de un viejo “filósofo” de su barrio: “Lo digo como me lo dijeron; si miento es por boca de otro”.

A comienzos de 1957, atravesando La Cumbre Nueva, que recorre la isla de norte a sur como si fuera su columna vertebral, Berto y yo fuimos caminando desde El Paso a Breña Alta a ver los desastres que una tromba marina había causado en sólo una noche. Pernoctamos en La Breña, en casa de mi familia y, al día siguiente y siempre caminando, continuamos a Santa Cruz de La Palma donde el atractivo y timidez de Berto dieron lugar a una frase lapidaria.

Cuando bajábamos por la acera de una calle, y por la contraria subía una muchacha de muy buen ver, ésta, sin disimulo alguno, clavó sus ojos en Berto. Pero como él evitó la mirada, cuando ya la muchacha hubo pasado detuve a Berto tomándolo por un brazo y, bastante molesto, le dije:

—¿Cómo es posible que hayas tratado así a esa muchacha? ¿¡No se te ocurrió hacer otra cosa!?

Su respuesta, sin inmutarse, dicha sin alterar su marcha y con la sonrisa pícara que adoptaba casi siempre, fue:

—Me miró, la miré; nada me dijo, nada le dije.

Y los fines de semana del verano de ese año 1957 decidimos ir a Tazacorte a “enregar” (término que usaba él para referirse a pasear dando vueltas dentro de un mismo recinto, como una plaza) con muchachas de ese pueblo, pues nos resultaban más extrovertidas que las de El Paso. Tanto él como yo conseguimos, cada uno, una que nos gustaba, aunque la relación durara sólo ese verano.

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Eyilda, Berto, Chepina y yo en enero de 2019, en el 80° cumpleaños de Berto

Desde hace años comenzó a sufrir de varias afecciones, pero después de haber cruzado bromas por teléfono con él hace muy pocos días, la noticia de su inesperada muerte ha sido más dura para mí.

Buena persona y mejor amigo, fue el único hijo varón que tuvieron sus padres y, tal vez por añoranza de no haber tenido hermanos, varias veces le escuché decir que, si de él dependiera, no tendría un solo hijo, sino más de uno. Y vaya si lo logró: tuvo seis.

Desde aquí hago llegar nuestro pésame para todos ellos y sus descendientes, y en especial para nuestra amiga Eyilda.

Que descanses en paz, querido amigo Berto.

[FP}> Un viaje de dos caras, como una moneda: la una, un hermoso recuerdo familiar; la otra, algo para el olvido

24-06-2023

Carlos M. Padrón

Sin ánimo de jactancia debo comenzar diciendo que durante mi vida laboral visité 36 países diferentes y volé en 42 líneas aéreas diferentes (muchas ya desaparecidas), por lo cual perdí hace tiempo el interés por ver lugares nuevos y quedé hastiado de viajes aéreos, y no porque tenga miedo a volar, sino por lo mucho volado y porque, desde que se implantó el control de seguridad en los aeropuertos, quedó atrás, al menos para mí, lo de que volar era un placer. Y no soy masoquista.

Además de esto, en mi columna tengo un defecto congénito, defecto que se manifestó cuando yo tenía 40 años y que desde entonces supe cómo controlarlo, pero se agravó mucho como consecuencia de la radioterapia que no sólo mermó mi masa muscular —por lo cual apenas tengo fuerza física para nada—, sino que me dejó con dificultad para caminar debido a una debilidad en las piernas, y en la espalda un malestar permanente que varía de una simple molestia a un dolor agudo que, cuando camino, sobre todo sobre pisos con desniveles, me obliga a interrumpir la marcha sentándome o acostándome.

Por eso, hasta cada uno de los muchos aunque cortos viajes aéreos que, debido a mi tratamiento, he tenido que hacer entre La Palma y Tenerife es para mí una especie de tortura que me deja exhausto.

Pero Alicia, mi hija mayor, me dijo que ella, su esposo y sus dos hijos, vendrían a Madrid a mediados de junio y que le gustaría que nos reuniéramos allá, algo que hizo que, olvidando mi aversión a viajar y todo lo demás, aceptara la sugerencia de mi hija.

Y aceptado eso, de acuerdo con Chepina (mi esposa) decidimos que, llevando cada uno sólo un roller (esa pequeña maleta con ruedas que las líneas aéreas permiten llevar a bordo), nos iríamos a Madrid, y luego —por aquello de “Ya que estamos en el burro, arre burro pa´lante” (un dicho popular en la Canarias de mis tiempos)— cuando los míos se fueran, nosotros iríamos en tren AVE a Valencia donde, previo acuerdo, nos esperaría nuestra amiga exIBMista Rosa Masferré, y donde podríamos encontrarnos también con otros exIBMistas y otros conocidos.

20230716=Madrid. Con Ali y familia

De izquierda a derecha:  1. Ricardo Marimón, mi yerno;  2. Gabriel, mi nieto; 3. Carlos Padrón;  4. Alexandra, mi nieta;  5. Alicia, mi hija;  6. Chepina, mi esposa

Los dos hermosos días pasados junto a los míos, fueron días llenos de esos momentos que uno atesora como buenos recuerdos de la vida, como verdaderos hitos en nuestra existencia.

En la cara buena cabe también destacar la entrañable cena con el amigo exIBMista Rafael García y su esposa Miriam, a quien vimos por última vez cuando ambos vinieron a La Palma en 2009 a visitarnos; y la visita que, moviéndose por su cuenta, hizo Chepina a su amiga Adela, a quien no veía desde hacía tiempo.

Una vez que mi hija y los suyos se fueron de Madrid, nosotros fuimos a la estación Chamartín para tomar el AVE a Valencia. Allí, para bajar desde la sala de espera hasta el andén de trenes hay escaleras mecánicas.

Cuando nos llegó el turno de abordaje, Chepina entró primero en la escalera mecánica y yo lo hice después, detrás de ella, llevando el roller en mi mano derecha y agarrándome con la izquierda al pasamano. Pero apenas apoyé mi pie derecho en el primer escalón de la escalera, mi pierna derecha perdió su fuerza (ya me ha ocurrido antes) y caí hacia adelante sobre Chepina haciendo que ella cayera también hacia adelante… y ahí comenzó nuestro calvario.

Por suerte, alguien o algo paró de inmediato la escalera. Los pasajeros que venían detrás de mí me ayudaron a levantarme, y enseguida apareció a mi lado un joven con uniforme de Sanidad pública que insistía en que yo necesitaba asistencia médica, pero, como nada me dolía, dije que nada tenía (o eso creí), pues sólo me sentía atolondrado por el golpe recibido en la cabeza contra el lateral de la escalera y, cuando por fin caí en cuenta de que existía Chepina y, preocupado, miré hacia adelante, sólo vi que alguien estaba rodeado de varias personas que miraban hacia abajo, hacia los escalones, y que ese alguien tenía que ser ella.

Con la escalera aún detenida, algunos amables pasajeros nos ayudaron a llegar hasta el andén, y allí estaba la pobre Chepina toda magullada y quejándose de dolor y aún atendida por pasajeros que se portaron maravillosamente y la ayudaron hasta dejarla en su asiento dentro del vagón.

Aunque con mi dolor de espalda a millón, por la caída y el consiguiente estrés, cojeando y poco a poco pude llegar al asiento mío y, cuando ya junto a Chepina vi cómo estaba ella, cómo estaban su pie izquierdo, brazos y piernas (rasguños y moretones por todas partes visibles estando ella vestida), y me contó detalles de lo suyo y de que por el intenso dolor sintió que iba a desmayarse, caí en cuenta de que debimos quedarnos en Madrid, pero ya el tren estaba en marcha.

Una azafata, también servicial y amable, trajo dos veces dos bolsas de hielo para que Chepina se pusiera una sobre el pie izquierdo y otra en su rasguñado y dolorido brazo, y al llegar el tren a Valencia trajo para Chepina una silla de ruedas que alguien, creo que la misma azafata, empujó hasta dejar a Chepina en el banco que había en la cabecera de la cola para esperar taxi.

Y así, Chepina en silla de ruedas y yo renqueando detrás, nos recibió Rosa Masferré quien, a partir de ese momento, se convirtió en nuestro ángel de la guarda.

La cola para esperar un taxi era como de 50 metros, con un promedio de 2 o 3 personas en fondo, y los taxis llegaban de a cuentagotas. Rosa se puso al final de la cola mientras nosotros esperábamos en el banco y, pasada casi media hora, no hubo nadie que, viendo el deplorable estado en que se encontraba Chepina, tuviera la cortesía de cederle su puesto, hasta que una persona, creo que extranjera, lo hizo.

Rosa dejó entonces su puesto en la cola, aún a unos 5 metros de la cabecera, y en taxi, a cuyo chofer dio Rosa indicaciones, nos fuimos los tres hasta Urgencias del hospital más cercano donde en poco tiempo atendieron a Chepina.

Le dijeron que tenía esguince, le vendaron la pierda izquierda y le prescribieron descanso manteniendo en alto esa pierna y con hielo sobre el pie correspondiente. Y, debido a sus dolores, le recetaron calmantes que Rosa nos trajo de una farmacia cercana.

Desde ahí, fuimos en taxi al Hotel Sorolla, de la cadena catalana Sercotel, en el que Chepina había reservado y en el que los empleados de recepción, que hablaban con un para mí extraño acento, mostraron cero empatía, aunque vieron muy bien cómo estaba Chepina, tan jodida que aún no entiendo cómo pudo llegar hasta la recepción que está alta con respecto a la calle y con las necesarias escaleras y la obligada rampa para sillas de ruedas.

Si se ve el número de países que he visitado y se toma en cuenta que en los más de ellos pernocté en dos o más ciudades, podrá el lector hacerse idea de en cuantos hoteles he dormido, pero ninguno tan bizarro como ese Hotel Sorolla.

Para registrarnos me obligaron a firmar cinco formularios que, dado mi estado de ánimo y la urgencia por poner en cama a Chepina, no leí (de haberlo hecho no los habría entendido porque los escritos legaloides de este país parecen hechos para que sólo un abogado los entienda) y, aunque ya nuestra estancia estaba pagada, me pidieron un número de tarjeta de crédito para, según dijeron, cargar los gastos por posibles daños y por consumos del minibar. Como nuestras tarjetas de débito son de las que ahora no muestran su número, Rosa dio el número de la suya.

Sillas de ruedas no tenía el hotel, pero sí nos prestaron unas muletas, y Rosa llamó a su hija y le pidió que nos trajera desde su casa una silla de ruedas que, por motivos, familiares, guardaban ellos.

Ya en la habitación del hotel, Chepina pidió por internet al Centro de Salud de Los Llanos una cita con nuestro médico de cabecera, y se la dieron para el jueves 22 a las 10:30, o sea, para la mañana siguiente al día de nuestra llegada a casa. Ese tipo de citas nos ha funcionado bien varias veces.

Cuando por fin me saqué la ropa vimos que yo tenía en varias partes del cuerpo rasguños y moratones, pero, como parece que la radioterapia modificó también mi umbral de dolor, esas heridas me duelen sólo si hago presión sobre ellas.

Según comprobamos después, los precios del hotel son un robo, pues el primer día que decidimos bajar a desayunar a la cafetería (Chepina ya en silla de ruedas), un desayuno para dos, con café, croissants/cachitos y algo más, nos costó 34 euros, algo que en las cafeterías de Madrid donde desayunamos no habría costado más de 12. De los precios de almuerzos o cenas, mejor no hablar, como tampoco de lo que pretendían cobrar por traer una comida a la habitación.

Cuando después de ese desayuno quisimos regresar a nuestra habitación, no reparé en la disponibilidad de ascensores y, para tomar uno, quise volver al nivel recepción, uno más bajo que el de la cafetería. Para ello tuvimos que bajar por una rampa de muy pocos metros y, por la falta de fuerza que ya mencioné, estuve a punto de que la silla de ruedas con Chepina a bordo se escapara de mis manos y se estrellara contra un murito que había al final de la corta rampa. Mi susto fue mayúsculo.

En lo que sí se portaron bien los de la cafetería del hotel fue en darme gratis la cubeta de hielo que necesitamos cada día para que Chepina se pusiera hielo sobre su pie izquierdo.

Poco a poco, y a pesar de los intensos dolores que los calmantes no lograban disminuir, la pobre Chepina, que es de muy poco quejarse, con su acostumbrada sonrisa y buen talante aprendió a usar las muletas y con ellas se manejó dentro de la habitación.

Nuestra estancia en ese hotel estaba prevista para 4 días (17 a 21). Dado mi problema para caminar, el plan era que, como Chepina es muy buena para orientarse y manejarse en ciudades que no conoce, para conocer Valencia, con Rosa o sola, usaría metro, bus o taxi; mientras, que yo, que en 1993 conocí Valencia, me quedaría en el hotel. Pero, dado lo ocurrido, ahí tuvimos que quedarnos los dos, y fue nuestra amiga Rosa quien se encargó de traernos, cada día después del primero, desayuno, almuerzo y cena. Algo que te agradeceremos de por vida, querida Rosa.

20230621=Hot. Valencia. CHP y Rosa

Chepina y Rosa Masferré

20230621=Hot. Valencia. Rosa y CMP

Rosa Masferré conmigo

El vuelo que Chepina había reservado para regresar a Madrid (a la terminal T4, la más enredada de las muchas que conozco) y tomar desde allí el vuelo directo a La Palma salía de Valencia a las 6 de la mañana y, como no somos adivinos, Chepina no había pedido sillas de ruedas para esos vuelos, ambos de Iberia. Cuando desde el hotel quiso hacerlo a través de la página de Iberia, le reservaron dos sillas para el vuelo a La Palma, pero sólo una para el de Valencia a la T4 porque, dijeron, no había más sillas disponibles.

El buen amigo Leo Masina, también exIBMista y que vive en Valencia, me dijo que esa gestión de sillas debía hacerse con Aena, la empresa que está a cargo de los servicios en todos los aeropuertos españoles, y me dio el número de teléfono al que, después de las 8 de la mañana, podría yo llamarles.

Así lo hice y, cuando por fin pude hablar con un humano, la respuesta fue que para el vuelo desde Valencia a Madrid sólo teníamos asignada una silla de ruedas, y que así lo confirmaba. Lo que no me dijo, ni yo le pregunté, es cómo conseguiría yo esa silla al llegar al aeropuerto de Valencia a las 5 de la mañana.

Como Leo tampoco sabía, llamé de nuevo a Aena y me dijeron textualmente que “a la entrada principal del aeropuerto hay a la izquierda un tablero que tiene un botón para solicitar los servicios de Aena”. Nosotros entendimos que había que entrar al aeropuerto por la entrada principal y a la izquierda veríamos el tal tablero; pero no, éste está antes de entrar.

Mi gran preocupación era ahora cómo asegurar que un taxi nos llevara al aeropuerto para llegar a las 05:00 de la mañana, o sea, una hora antes de la salida de nuestro vuelo.

Cuando en mis bajadas a por hielo vi que en la recepción había sólo una muchacha que no era ninguna de las antipáticas que estaban el primer día, le expuse mi problema de taxi y de cómo bajar a Chepina, sentada en la silla de ruedas y por la larga rampa que había que usar para llegar al nivel de la calle, algo que yo solo no podría hacer y no me arriesgaría a hacerlo.

La muchacha me dijo que ellos solían pedir taxi para esas horas tempranas, y que el taxista siempre subía a la recepción y que, tal vez, él podría encargarse de bajar a Chepina, pues a esa hora no habría en el hotel nadie que pudiera ayudarme, lo cual no me extrañó porque nunca vi allí ni un solo office-boy de los que siempre vi en los hoteles y que, entre otros servicios, se ofrecen a subir o bajar a/desde la habitación el equipaje de los clientes.

El martes 20 en la tarde bajé de nuevo a recepción y tuve la suerte de encontrar, y otra vez sola, a la misma muchacha con la que ya había hablado yo antes. Le pedí que nos despertara a las 03:30 del día 21 y que pidiera que el taxi estuviera listo para salir a las 04:30, pero me quedé con la gran preocupación de cómo bajar a Chepina hasta el taxi.

En la noche del 20 dejamos listo el equipaje. Nos despertaron a las 03:30 y, luego del aseo posible, bajamos a recepción antes de las 04:30. Por suerte, no sólo estaba allí, sola y monda, la misma muchacha (por lo visto le había tocado el turno de noche), sino que también estaba ya el taxista, un señor como sesentón que hablaba con acento andaluz.

Le expliqué lo de mi necesidad de que él bajara a Chepina por la rampa, la colocara en el taxi, subiera con la silla de ruedas ya vacía y bajara luego los dos rollers, un servicio por el que, le dije, le pagaría lo que él pidiera. Su respuesta fue “Usted tranquilo”. Echó mano a la silla de ruedas y la bajó con Chepina a bordo, y al rato regresó con la silla vacía y se llevó los dos rollers.

Ya más tranquilo, devolví a la muchacha del hotel las tarjetas-llave y demás, ella chequeó en el sistema, y al rato me dijo que todo estaba bien, o sea, entendí que no había cargos que hacer en la tarjeta de crédito de Rosa; espero que así sea.

También le expliqué que, según el acuerdo que Rosa había hecho con alguien del hotel cuyo nombre yo no sabía, ella podía dejar en recepción la silla de ruedas y pasaría a buscarla el mismo día 21. La muchacha, siempre muy amable, puso sobre la silla un papel en el que escribió “Rosa Masferré” y se la llevó.

Aplicando mi sistema para, cuando no me queda de otra, bajar o subir escaleras, bajé hasta el taxi y partimos rumbo al aeropuerto al que, por suerte, llegamos a las 04:40.

Durante el viaje, el bueno del taxista no paró de hablar, identificó nuestro acento y hasta se interesó por el volcán de La Palma, me ayudó a dejar a Chepina en un asiento muy cerca de la entrada del aeropuerto y un tanto lejos de su taxi. A mi pregunta de cuánto le debía, me dijo que 21,25€. Le di 30, me pidió que esperara para buscar en su coche el vuelto, y cuando le dije que nada de eso, que los 30 eran para él, me dio las gracias y hasta me hizo una especie de reverencia.

Miré a la izquierda, vi el tablero que los de Aena me habían dicho, fui hasta él, apreté el botón y ni siquiera sonó repique alguno. Repetí la operación varias veces, pero con el mismo resultado. Analizando mejor el tablero, vi que en letra no muy visible decía que ese servicio estaba disponible a partir de las 06:00 de la mañana.

Después de recordar a los ancestros del operador de Aena que, aunque le di los datos de nuestro vuelo, incluida la hora de salida, me dijo que sólo tendría una silla de ruedas, viendo yo que en el tablero había números de teléfono a los que llamar, opté por llamar al mismo que Leo me había dicho que sólo atenderían después de las 08:00 y, para mi sorpresa, me contestaron.

Expliqué lo que yo quería, la operadora me dijo que esperara porque iba a comunicarme con un operador. Quedé con mi teléfono pegado al oído y, de pronto, escuché la voz somnolienta de un hombre quien, apenas comencé a explicarle mi caso, me dijo que yo estaba equivocado porque estaba hablando con Raúl. Miré entonces la pantalla de mi teléfono y vi que decía que yo había llamado a mi primo Raúl, que vive en El Paso.

Sé que la tecnología informática hace cosas raras, pero en este caso se pasó porque no le encuentro explicación alguna.

Frustrado, molesto y preocupado por el tiempo disponible, opté por entrar a la terminal y buscar el counter de Iberia. A un par de empleados uniformados como personal del aeropuerto pregunté dónde estaba ese counter. Uno de ellos, una muchacha joven, me miró y siguió caminando sin decir palabra, y el otro me dijo que estaba al final del área donde nos encontrábamos, un largo pasillo de unos 60 metros donde sólo hay counters de líneas aéreas.

Llegué al final y no vi nada de Iberia. Allí pregunté de nuevo a otro empleado que me dijo que Iberia estaba al otro extremo del largo pasillo. Soportando no sé cómo el dolor de espalda y la falta de estabilidad, llegué hasta el otro extremo, pero tampoco vi nada de Iberia. Para colmo, se repitió la operación con los “muy atentos” empleados (tal vez les molestó que yo no les hablara en valenciano), y de nuevo fui hasta el otro extremo del pasillo.

Cuando por tercera vez me dijeron lo mismo caminé como pude y por tramos cortos, recostándome en la pared para recuperar aliento y alivio del dolor, y recostado estaba cuando reparé en que en una de las colas a la entrada de la sala para esperar vuelos había un empleado de Aena que llevaba en silla de ruedas a una mujer mayor que parecía extranjera.

Me acerqué a él y, en tono creo que suplicante (lo noté en su cara) le pedí que, por favor, me ayudara a conseguir una silla porque mi mujer llevaba rato sentada sola fuera de la terminal y teníamos riesgo de perder nuestro vuelo que salía a las 06:00. Su respuesta fue un asombrado “¡¿Quéeee?!”.

Cuando le expliqué en detalle mi caso, el tipo casi montó en cólera porque no entendió cómo pidieron que usara el tablero si me vuelo salía a las 6 de la mañana. Me pidió que lo acompañara y, llevando aún la silla con la vieja señora, me llevó hasta un área de Aena en la que había una veintena de sillas de ruedas y, a cargo de ese área, un empleado de Aena. Cuando el otro le explicó a éste mi caso, el a cargo de las sillas maldijo por irresponsable a no sé a quién, y me consiguió una silla y un empleado de Aena que me hiciera el servicio.

Con él salí fuera de la terminal, donde Chepina había quedado sola y a cargo de los rollers, y el de Aena la sentó en la silla. Creo que mientras la empujaba iba arrastrando uno de los rollers, y que yo, haciendo eses y lidiando con el dolor de espalda, caminaba detrás de él arrastrando el otro.

Ese empleado nos atendió hasta que pasamos el fastidioso control de seguridad y, yo diría que por los pelos en cuanto a tiempo, nos sentó en el avión con destino a la T4 de Madrid.

Allí nos recibieron con una silla de ruedas para cada uno, aunque a veces me pidieron que yo caminara ciertos tramos hasta llegar a la mía y, en raros medios de transporte que se conectaron al avión como si fueran mangas de abordaje, y después de escalas aquí y escalas allá con chequeo de documentos, nos dejaron (al menos sin tener que pasar control de seguridad; ventaja de ir en tránsito) en la T4 frente a la oficina de Aena, y nos pidieron que esperáramos allí hasta que vinieran a buscarnos poco antes de la hora de abordar el vuelo a La Palma.

Dada la proximidad a la oficina de Aena, pedí que me confirmaran que en La Palma tendríamos dos sillas de ruedas, y me dijeron que sí, que tendríamos dos.

Llegado el momento de abordaje, no había silla para mí, sólo para Chepina, pero, como la puerta de embarque a La Palma estaba cerca, seguí haciendo de tripas corazón y, apoyándome en pasamanos y en el respaldo de los asientos, pude llegar al mío, y detrás de mí entraron a Chepina en su silla hasta ocupar el suyo.

Luego las azafatas gestionaron cambios de asiento para que los dos estuviéramos juntos, pues inicialmente Chepina tenía fila 10 y yo 9.

Algo a destacar de ese abordaje es que la empleada a cargo de verificar los boarding passes, de pronto cogió el micrófono y, enfadada, dijo “Se recuerda a los pasajeros que este vuelo es a La Palma, no a Palma de Mallorca ni a Las Palmas de Gran Canaria”. Así es de “bien” conocida mi isla natal.

A menos que se caiga el vuelo, dije con sarcasmo a Chepina, creo que llegaremos a La Palma.

Y sí, llegamos a La Palma, pero tampoco había silla de ruedas para mí. Los de Aena a cargo de eso me pidieron que caminara desde mi asiento hasta la puerta del avión, pero cuando me vieron caminar concluyeron que sí necesitaban para mí una silla de ruedas. Desde su asiento hasta la puerta del avión sí trajeron a Chepina en silla de ruedas. Y nos pidieron paciencia.

No sé cómo hicieron, pero después de una espera un tanto larga, mi silla apareció y en sendas sillas nos llevaron hasta el parking junto a nuestro coche/carro.

Para ver de viajar a casa en nuestro coche, tuve un problema al que por suerte encontré solución.

Me explico. Ir en taxi desde Los Llanos, donde vivimos, hasta el aeropuerto de La Palma cuesta unos 50€, y el viaje de regreso creo que cuesta más. Como tampoco queríamos molestar a amigos o parientes para que nos hicieran ese servicio, Chepina averiguó que dejar estacionado nuestro coche por una semana en el parking del aeropuerto de La Palma costaría 54€, bastante menos que los 90€ de taxis, así que, manejando Chepina (yo ya no lo hago) fuimos hasta el aeropuerto y en su parking dejamos nuestro coche.

Pero Chepina no podría manejar de regreso, así que Jorge, un primo mío hermano de Raúl, ése al que desperté en la madrugada, se comprometió a ayudarnos. Raúl trajo a Jorge hasta el aeropuerto, y con Jorge manejando nuestro coche llegamos a casa donde ya nos esperaban unos amigos que, además de traer una muleta para Chepina, nos trajeron también comida. Más tarde, otra amiga nos trajo un sabroso y enorme bizcocho, de ésos a los que aquí llamamos bizcochón y que, si mal no recuerdo, se usaba en mis tiempos como obsequio de bienvenida.

Las ventajas de contar con muy buenos parientes y muy buenos amigos son algo imprescindible y del más alto valor y necesidad en la vida.

Debo reconocer que el servicio que con extrema amabilidad nos dieron todos los empleados de Aena a cargo de las sillas de ruedas fue algo encomiable y digno de agradecer y hacer saber. Ellos no tienen culpa de que, según supimos, Aena no sólo tenga falta de personal, sino también falta de sillas de ruedas.

Y creo que hasta aquí llegó mi relación con los viajes y las escaleras mecánicas, y hasta con los populares apartamentos airbnb, pues de los tres en los que hasta ahora nos hemos alojado, en dos no me ha ido bien.

Ya en casa, Chepina quiso revisar lo de la cita del 22 a las 10:00 en el Centro de Salud y, para ingrata sorpresa, la cita había desaparecido. Dispuestos a conseguir ayuda cuanto antes, Chepina pidió cita a un fisioterapeuta que una prima mía nos había recomendado y, por suerte, la dio para el 22 a las 08:00.

Con ayuda de la muleta, Chepina pudo caminar desde el ascensor del edificio en que vivimos hasta el taxi, entrar en él con los trabajos que eran de esperar, y así llegamos, antes de las 08:00, frente al despacho del fisioterapeuta, y dispuestos a que, al salir de allí, compraríamos en una farmacia cercana dos muletas, pues Chepina no se manejaba bien con sólo una, pero sí había aprendido en Valencia a manejarse con dos.

El fisioterapeuta llegó puntual y llevó a Chepina a su lugar de trabajo al que vi que un carrito trajo varios aparatos electrónicos. Yo quedé sentado en la recepción, y al rato, y para mi susto y sorpresa, escuché gritos de Chepina, unos más agudos y largos que otros, pero gritos quejumbrosos de una mujer que no tiene costumbre de quejarse y menos de lloriquear.

Eso duró casi una hora, y luego, ¡milagro!: Chepina salió caminando, sin muleta ni venda en la pierna; sólo con unos largos como esparadrapos de color azul que he visto en algunos futbolistas.

El milagroso y experto fisioterapeuta le encontró dos esguinces en la cara interna del pie izquierdo y le dijo que nada de reposo ni de muletas ni de venda; que así como estaba, y hasta la próxima cita, podía moverse libremente, aunque con cuidado, por la casa o por la calle.

Le pedí cita para mí, aunque mi caso es diferente, y tanto que acerca de él me dijo un fisioterapeuta que lo mío era de ‘agua y ajo’, o sea, de ‘aguantarse y a joderse’. Sin embargo, espero que en algo me pueda ayudar este fisioterapeuta que obró el “milagro” con Chepina.

[FP}— Nos ha dejado otro para mí muy querido amigo: Gilberto Cruz Calero (q.e.p.d.)

19-12-2022

Carlos M. Padrón

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Falleció a las 12 de anoche en el Hospital General de La Palma víctima de un repentino derrame cerebral contra el que nada pudo hacerse.

Aunque su nombre era Gilberto, lo llamábamos Bero. Según él me explicó, cuando era pequeño le preguntaban cómo se llamaba, y contestaba que Gilbero. De ahí —y por economía verbal, supongo— se pasó a Bero. Para más señas, se añadía Carracote, que es el apodo dado a su familia desde generaciones anteriores.

Hemos sido amigos desde que yo tenía 12 años, y a partir de ahí cultivamos nuestra amistad y proximidad cada vez que tuvimos oportunidad, siendo la más destacada lo que vivimos según conté en “Agonía en La Caldera: 50° aniversario de una excursión que pudo ser mortal”, una aventura que, porque estuvo a punto de causarnos la muerte, fundamentó nuestra amistad por el resto de nuestras vidas.

Como logramos escapar con bien de este evento, cada vez que pudimos, los cuatro amigos que lo vivimos nos reuníamos en la fecha aniversario para celebrar que aún respirábamos. Con la marcha de Bero, ya quedamos sólo tres.

clip_image0022009. La Cumbrecita. Celebración del 53 aniversario. De derecha a izquierda: Wifredo, Lelo, Bero y yo.

Cuando después él se fue a Tenerife a sus estudios de aparejador y yo ya trabajaba allí, seguimos con lo nuestro. Y estando yo ya en Venezuela, cada vez que tuve oportunidad me acerqué a Canarias y muchas de esas veces fue Bero quien me recogía (o nos recogía, si yo llegaba acompañado) en el aeropuerto y luego me/nos paseaba por Tenerife para que yo hiciera visitas que necesitaba hacer o a conocer lugares no visitados antes. La vuelta a la isla fue algo bastante frecuente.

En la mayoría de nuestros encuentros, tanto en Tenerife como en La Palma, íbamos a “pagar una promesa”, que es el nombre que él jocosamente daba a ir a comer con amigos a un restaurante, pues con su buen humor de siempre le buscaba el lado chistoso a todo.

La foto que sigue es de junio de 1969 cuando desde Caracas vine a El Paso por la gravedad de mi padre, que murió el 24 de ese mes. Bero había venido desde Tenerife por la fiesta del Sagrado.

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Dos veces (1980 y 2001 y siempre un noviembre) estuvo en Venezuela, donde aún tiene familia, y las dos veces estuvo en mi casa. En la visita de 1980 nos tomamos en mi casa esta foto:

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Y en la de 2001 pude devolverle el favor de recogidas y llevadas al aeropuerto. Además, vino a mi casa el día 07 de ese mes y me hizo el honor de quedarse esa noche.

Aunque a nuestras edades la muerte nos golpea cada vez con mayor frecuencia, cada golpe nos duele, y éste ha dolido a muchos, pues Bero tenía muchos amigos que hoy estamos de luto.

Vaya desde aquí nuestro pésame para toda su familia, tanto la de aquí como la de Venezuela, que hoy lloran una muerte inesperada.

Que descanses en paz, querido amigo Bero.