[Drog}> Entrevista con el científico que sabe por qué surge el amor. «Estamos predestinados para un tipo de persona»

28-11-2025

Carlos M. Padrón

Creo que este artículo se habla mucho de amor, pero sin distinguirlo del ‘enamoramiento’, fenómeno al que he llamado drogramor y por eso he resaltado en rojo la única mención a ‘droga’ que hay en el artículo.

Y echo de menos la mención a la posibilidad de escapar a esa droga aun cuando nos tenga sometidos, como hice en el caso real que describo en “Cómo zafarse del drogamor. Un caso verídico”.

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26-11-2025

Paula Corroto

El científico que sabe por qué surge el amor: «Estamos predestinados para un tipo de persona»

El doctor en Genética y Biología Celular, Miguel Pita, publica ‘El cerebro enamorado’, en el que explica las claves bioquímicas de lo que sucede cuando nos enamoramos y cuando llega la ruptura. En resumen: no existe libre albedrío

El científico Miguel Pita. (Carlos Givaja)

Enamorarse es un proceso bioquímico en el que suceden muchas cosas. Es complejo. Y para nosotros es incontrolable. Apenas decidimos nada. Ni de quién ni cómo ni cuándo nos enamoramos.

 Así lo cuenta el doctor en Genética y Biología Molecular, Miguel Pita,  (Madrid, 1976) en el libro ‘El cerebro enamorado’, un atractivo ensayo que, como el mismo dice al principio, está en las antípodas de la autoayuda. No, esto va de ciencia y no es ningún manual para el amor ni para el desamor. Pero entiendes mucho de lo que a todos nos ha pasado alguna vez.

Pita lo consigue porque aterriza una serie de dinámicas neuronales y moleculares que son complicadas. Aquí son las hormonas y los neurotransmisores (dopamina, oxitocina, serotonina, etc.) los que provocan el baile de Íñigo y Raquel, la historia ficticia a través de la que se sirve el científico para explicarnos esta cosa tan rara del amor.

Rara porque, además, es única en los humanos. A nosotros, en esto de enamorarnos sólo se nos acercan los topillos. Y es una cosa tan complicada como bonita: consigue poner a dos personas desconocidas e independientes a hacer algo a la vez. Y eso sólo lo logra el amor… O las uvas de Nochevieja.

PREGUNTA (P). Una de las cuestiones claves del enamoramiento es que lo sufrimos, lo vivimos o lo disfrutamos los humanos y eso nos diferencia mucho de los animales. De hecho, prácticamente sólo a los topillos les pasa lo mismo y crean parejas afectivas. Muchas veces humanizamos a los animales pero, precisamente en esto del enamoramiento, somos completamente distintos.

RESPUESTA (R). Por un lado, tenemos muchas cosas en común con los animales porque a veces no reparamos en que otros animales también establecen parejas y vínculos afectivos y sufren cuando no están con su pareja, pero claramente hay una parte del amor romántico humano que nos hace únicos porque en nuestro caso trasciende bastante más allá.

La prueba de ello, por ejemplo, es que podemos enamorarnos de parejas que no conocemos, como puede ser una estrella de cine, y que nosotros además profundizamos en la relación hasta unos niveles que sólo son accesibles para un cerebro muy desarrollado con el que, por ejemplo, podemos hacer planes de futuro.

P. Hay algo que está muy presente en el libro y que condiciona bastante el enamoramiento, que es el placer anticipatorio, es decir, el placer que nos da pensar en algo que creemos que va a suceder. Por ejemplo, la cita que vamos a tener con alguien amado. Ahora bien, no sé si es bueno o un poco una maldición porque “nos obliga” a buscar ese placer.

R. Efectivamente, a pesar de ser un placer, se le puede encontrar un lado un poquito perverso. De nuevo, es una capacidad singular de nuestra especie la de disfrutar con la imaginación o anticipando un placer que está por venir. Pero, es verdad, a la vez tiene dos aristas un poco perversas.

En primer lugar, que se agota cuando lo logramos. El estímulo que antes nos producía placer anticipado, de repente no lo produce. Y, en segundo lugar, es que nos arrastra a una búsqueda permanente de estímulos que lo producen y que necesitan ser renovados.

Nos tiene en una evolución o en un cambio casi continuo y, además, a distintas personas con distintas intensidades. Hay gente a la que esto afecta más que a otras personas y les tiene renovando sus inquietudes con un ritmo frenético.

P. Esto nos lleva directamente también a hablar del amor como adicción y otra vez en sentido positivo, pero también en el negativo. Porque puede ser como una droga… mala.

R. Sí, efectivamente, de nuevo el amor, que es algo que tenemos idealizado, tiene un lado doloroso. En este sentido, las adicciones se aprovechan de mecanismos como el del amor. Si queremos escribir un relato amoroso optimista sólo hablaremos del lado bueno, pero también estás expuesto a los peores momentos porque cuando estás con tu pareja sientes placer, pero cuando se aleja sientes ansiedad y dolor.

Así que sí, el amor, como una buena adicción, juega con esas dos cartas para mantenernos lo más cerca posible de nuestra pareja.

P. ¿Qué pasa en determinados cerebros que caen en esas relaciones en las que se les da estas migajitas de placer, pero luego viene la frustración? Es decir, migaja de placer, frustración, migaja de placer, frustración, dolor, y sin embargo, no se quiere cortar.

R. Es que el placer anticipado es muy adictivo. Si una situación nos produce placer anticipado, la buscamos recurrentemente. Pero todo lo que produce placer anticipado no lo produce de una manera continuada porque para ser placer anticipado tiene que ser puntual. Es justo lo que hemos hablado, ese lado perverso que tiene este tipo de placer.

P. Entrando un poco en materia, en el libro lo que cuentas desde el principio es que, cuando nos enamoramos, el cerebro comienza a cambiar y nos convertimos en otras personas.

R.Hasta cierto punto sí, aunque esto nos pasa constantemente. En nuestro cuerpo no debe quedar ni una sola célula de cuando éramos pequeños, estamos constantemente renovándonos. Pero nunca hay una renovación en el cerebro tan drástica como la que ocurre durante el enamoramiento.

En el cerebro hay una renovación muy drástica en la etapa de la adolescencia, el niño que uno es con 10 años es una persona distinta del adulto que es con 18, pero claro es muy progresiva.

Pero un cambio que realmente nos convierta en otras personas de la noche a la mañana no podemos encontrarlo más que en el amor o en un accidente cerebrovascular, que también a veces ha ocurrido, pero ahí estaríamos hablando de un proceso inesperado y accidental. En el amor es algo que no se sabe cuándo va a llegar pero que, antes o después, nos va a llegar.

P.  Pues vamos a entrar en la función que tienen las hormonas que están todo el rato pululando por este libro cuando surge el amor, como la dopamina, la oxitocina, la serotonina… Leyéndolo me surgió la pregunta de si al final son ellas las que realmente manejan nuestras vidas o tenemos algo de control. Quiero decir, ¿me enamoro porque es inevitable, porque las hormonas lo han querido?

R. Las hormonas y los neurotransmisores son las mismas moléculas, pero se definen de distinta manera y probablemente son los compuestos más determinantes en nuestro comportamiento.

Cuando cambian producen efectos en nuestra conducta a los que nosotros no tenemos acceso consciente. Así que sí, nuestro yo consciente es víctima de los efectos que tienen los cambios hormonales y neurológicos, eso es irremediable.

P. O sea que, verdaderamente, en el amor no hay libre albedrío. Nadie elige de quién ni cuándo ni cómo se enamora.

R. Yo creo que el amor es uno de los temas en los que es más fácil aceptar por cualquiera que no existe libre albedrío. Uno no sale por la calle y dice yo creo que esta semana me voy a enamorar, no lo decide y de hecho es una de esas situaciones en las que no tenemos un control consciente de lo que nos ocurre, pero a nadie parece molestarle. Porque lo encontramos interesante y utilizamos un lenguaje común, mágico que evidentemente se escapa completamente a nuestro control voluntario.

Nadie se enamora de quien decide enamorarse ni muchísimo menos, tanto es así que muchas veces nos enamoramos de personas que nunca serían las que elegiríamos con nuestra voluntad consciente.

P. Esto me lleva a preguntarte por una cosa que también me ha llamado mucho la atención y es que señalas (también hay otros estudios que lo han probado) que existe una especie de retrato robot de nuestra persona ideal, que es una idea como muy platónica, en nuestro cerebro. Y ésa es de la que nos enamoramos cuando la encontramos.

R. Sí, esto es algo realmente fascinante, porque de alguna manera estamos predispuestos a enamorarnos de determinado tipo de persona. Lo que pasa es que ese tipo de persona va cambiando; se va constituyendo a lo largo de la vida y, además, es un retrato robot que está lleno de artículos que no son sólo el aspecto físico.

Puede haber cosas que tengan que ver con sensaciones que nos producen en base a olores, en base a comportamientos, en base a expresiones. Es una lista de artículos a la que no tenemos acceso consciente, porque, si no, la conoceríamos y podríamos enumerarla, pero no sabemos cómo es, ni qué artículos tiene, ni acceder a ella, está en la caja negra del cerebro.

Es perfectamente inconsciente e involuntaria y, además, es cambiante, es mutable de una etapa de tu vida a otra.

P. Otra cosa importante del libro: para enamorarnos tenemos que estar en predisposición de enamorarnos (y esto tampoco es consciente).

R. Sí, es importante que no sólo tiene que aparecer la persona con los requisitos ideales, sino que además nosotros tenemos que estar en un estado fisiológico óptimo, hormonalmente óptimo.

Por ejemplo, nosotros no sabemos cómo es nuestra lista de la persona ideal, pero si aparece una persona que cumple los elementos de la lista una semana después de una ruptura o una enfermedad, pues a lo mejor pasa de largo.

P. ¿Por qué hay personas que son más enamoradizas que otras? ¿Tienen más retratos robots, tienen más tipos de personas ideales que otras?

R. En realidad es muy difícil saber por qué unas personas son más enamoradizas que otras, pero hay un tipo de persona muy enamoradiza, de los varios que puede haber, que en realidad lo que le pasa es que quiere vivir permanentemente, de nuevo y de manera inconsciente, en la renovación del placer anticipado.

Cuando pasa esa época en la que la relación con tu pareja es eufórica y se empieza a estabilizar se encuentran insatisfechos con el placer consumado.

Ése es un tipo de persona muy enamoradiza que cuando ya alcanza la madurez amorosa opina que ése es un motivo para renovar la pareja.

P. Pero luego hay personas que siempre están en pareja, o sea no con la misma, sino que sus rupturas son cortitas y enseguida renuevan el amor.

R. Hay personas por nuestra propia variabilidad, tanto genética como neurológica, que se inclinan a aprovechar mucho una etapa u otra del amor. Mientras una mayoría transitamos por las distintas etapas, hay otras que se aferran a un cierto tipo de amor más que otro.

En el libro hay un relato cronológico por el que muchos discurrimos con naturalidad, y a lo mejor vivimos todo el ciclo tres veces en la vida, no intensamente la etapa del placer anticipado que es la del amor romántico, mientras que otras personas se aferran mucho a esa etapa en concreto.

P. Según el libro, según la ciencia, enamorarse es muy difícil dos, tres, cuatro veces en la vida. Sin embargo, según la cultura (las películas, los libros, las canciones) parece algo muy fácil que sucede todo el rato, y no sé si es una contradicción que genera mucha frustración en nuestra sociedad.

R. Yo creo que no está claro si es muy fácil o muy difícil, pero es verdad que lo que hace el ser humano son muchos ensayos a lo largo de la vida de acceder a parejas. Hay una etapa muy larga de nuestra juventud en la que estamos muy expuestos a que se den las circunstancias para enamorarnos.

Después es más anecdótico, pero nada te impide enamorarte con setenta, con ochenta, con noventa o con lo que sea, pero en la juventud es muy raro no enamorarse más de una vez, con lo cual no es un evento súper frecuente, como, por ejemplo, alimentarnos, que lo hacemos varias veces al día, pero también le dedicamos mucha energía a ello en una etapa muy singular de la vida.

P. Lo que es evidente es que se tienen muchas más relaciones sexuales que enamoramientos porque se tienen sin estar enamorado o enamorada. Y si en las dos hay placer, ¿qué diferencia hay entre el amor y el sexo (cerebralmente hablando)?

R. El amor es un tipo de relación más avanzada que el sexo. El sexo es un tipo de relación afectiva-sentimental de impacto más bajo que el amor, pero mientras que puede haber sexo sin amor, es muy difícil creer que puede haber amor sin sexo.

Porque puede haber enamoramiento, pero, para consumar el enamoramiento, cuando ya es recíproco, hay relaciones físicas. Nadie quiere que en el amor no haya relaciones físicas. La especie humana, cuando se enamora, quiere que haya esos encuentros físicos, quiere contacto y, para que el enamoramiento alcance su cumbre, tiene que haber contacto físico; sin embargo, el contacto físico per se puede producir placer y que éste llame a las puertas del amor, pero no implica enamorarse, es decir, es una escala placentera mucho más baja y una escala de complejidad mental mucho más baja. Es un apego transitorio que puede durar horas y luego deshacerse, o puede abrir las puertas a que eso evolucione, eso depende de la situación.

 P. Las relaciones físicas con una persona de la cual estás enamorada, ¿se desean (inconscientemente) por una cuestión reproductiva o puede ser meramente placentera?

R. Los humanos todo lo hacemos por placer. La observación empírica nos ha explicado que, cuando tienes relaciones sexuales, puede acabar dando lugar a descendencia, pero eso no es evidente, es decir, el primer humano no sabía eso porque no es inmediato, entonces a nosotros la moneda con la que el cerebro nos paga es simplemente placer, punto.

Y si pensamos en otras especies, un animal mamífero cualquiera, un toro y una vaca que se aparean, se buscan por placer, no para tener descendencia. Pues nosotros, exactamente igual.

Otra cosa es que sepamos manejar la situación a nuestro antojo y podamos decidir que eso va a llevar asociado descendencia o no. El sexo nos da placer y eso ha sido útil para que nosotros tengamos descendencia, igual que comer nos da placer y ha sido útil para que nosotros sobrevivamos, es una razón evolutiva, pero la motivación humana es muchísimo más prosaica, nuestras motivaciones son siempre placenteras.

Es decir, es una más de esas estrategias de nuestro cerebro de que si lo hacemos nos premia con placer y si no lo hacemos nos premia con malestar.

P. Por cierto, ahora que hablas de malestar, ¿por qué muchas veces después del orgasmo, que es un estallido gigante de placer, hay tristeza o una sensación de bajón?

R. Porque hay una renovación muy grande de la neuroquímica, entonces hay una desaparición de la euforia. Esta desaparición a veces crea una sensación de vacío, es decir, va asociada a otro tipo de placer, a un placer calmado.

Pero lo que hay es un apagón de la euforia. Es como si tú haces una fiesta en tu casa y, cuando se va todo el mundo, dices, qué bien me lo he pasado, pero hay un vacío y esa sensación a veces se puede interpretar en el cerebro como tristeza, incluso arropado por un placer consumado, es decir, disfrutando a gusto. Es simplemente una instantánea sensación de pérdida de algo.

P. Antes hablábamos un poco del tema de la adicción y, comparando las adicciones y el amor, yo quería preguntarte también qué ocurre con las obsesiones. ¿Qué sucede en el cerebro cuando se da un salto hacia ese lado oscuro y ya no es amor sino obsesión?

R. La homeostasis o la regulación de la neurofisiología es muy dedicada y hay muchas moléculas en juego y cuando de algo hay un cierto desequilibrio de dosis los resultados tienden a ser exacerbados. Hay gente que en cualquiera de las etapas del amor las vive con un despliegue de comportamientos que parece patológico.

Hay que tener en cuenta que la forma constitutiva de funcionar durante el amor es obsesionarte con tu pareja, es decir, es ecualizar las señales que entran en tu cerebro sobre tu pareja para darle prevalencia. Imagínate que a eso le aumentas un poco la dosis, enseguida sale algo que tiende a la aberración. En un enamoramiento sano y natural nuestra obsesión ya de por sí es grande, por lo que por poco que la exacerbes ya va a resultar levemente aberrante.

P. Por cierto, en el libro hablas de una pareja, hombre-mujer, pero te centras más en el hombre. ¿Existen diferencias en el enamoramiento entre hombres y mujeres?

R. En el libro al final tuve que ir inclinándome más hacia un personaje, me pareció más honesto para poder opinar o dibujarlo con un poquito más de base por mi experiencia.

Hay ciertas diferencias entre los sexos, pero no es uno de los comportamientos en los que las diferencias son más notables, es decir, todo lo que se relata en el libro que es la bioquímica básica del enamoramiento es común en hombres y mujeres.

Sí que es verdad que las mujeres tienden a apoyarse más durante la etapa del amor maduro en el placer producido por la oxitocina, y los varones por otra hormona, otro neurotransmisor, que es la vasopresina, pero hacen funciones muy parecidas.

P. Te lo preguntaba por si se dan en la primera etapa más exaltación en el hombre o en la mujer por estar con la persona amada.

R. Las diferencias individuales son más grandes que las diferencias que hay entre los sexos. Es decir, puede haber más diferencia entre un hombre y otro hombre, una mujer y otra mujer de lo que encontramos entre hombres y mujeres.

Y, dentro de que hay notables diferencias individuales, los que cambian mucho de pareja o los que tienen una pareja muy estable, son diferencias individuales que existen en el amor, pero dentro de que a todos nos afecta y todos pasamos por las mismas etapas.

El enamoramiento lo vivimos todos de una manera muy parecida. Somos súper dispares los seres humanos. Nuestro cerebro es muy plástico, pero estamos todos sometidos a pasar por los mismos problemas. En lo básico somos muy parecidos.

P. Llegando ya al momento final del libro surgen dos caminos tras el amor romántico, eufórico. Uno es el amor estable, maduro y que puede durar, y otro es la separación. También es cuando aparecen estas moléculas del malestar cuando uno ya va notando que la cosa no funciona, no fluye. El tomar un camino hacia el amor reposado, maduro, estable o separarse y que aparezcan estas moléculas que nos incomodan, ¿es azaroso? ¿Es algo, como enamorarse, también inevitable?

R. Hay un componente de azar grande, pero generalmente las rupturas surgen porque el placer recibido, sea anticipado o sea consumado, para uno de los miembros es insuficiente. Eso abre las puertas a que empiecen los problemas.

Hay gente para la que, cuando el placer anticipado no decae, como comentábamos antes, ya encuentra que necesita renovar esa situación. Y hay gente a la que, con el paso del tiempo, el placer consumado le resulta insuficientemente satisfactorio. Y ahí es donde se abren la mayoría de las brechas.

P. Y reenamorar, es decir, reactivar eso cuando se está en caída es prácticamente imposible.

R. Cuando se cierran ciertas puertas biológicas es muy difícil volver a abrirlas. No es imposible, pero es cuando uno se encuentra en la situación más adversa.

P.Como cuentas en el libro, cuando se produce el enamoramiento surge todo este cambio en el cerebro, estas reformas, un nuevo andamiaje… Imagino que en el desamor hasta que todo eso se desmonta en el cerebro… Por eso se tarda un tiempo en volver a recuperarse.

R. Sí, el cerebro y las células en general, pero, en este caso, las neuronas están muy acostumbradas a montar y desmontar receptores. Es algo que ocurre de manera completamente natural en muy distintas partes de nuestro cuerpo.

Pero superar el desamor lo que requiere es exactamente eso, es decir, recuperar el estado previo de disposición fisiológica, de cómo estaban las células antes. Eso requiere que las neuronas se den cuenta de que están dejando de recibir una señal o recibiéndola demasiado.

P. Es decir, aunque nosotros ya lo sepamos y estemos sufriendo, nuestro cerebro se tiene que enterar de que ya no le quieren. Y eso tarda.

R. Sí. Cuando ya pasa mucho tiempo en el cual las neuronas están recibiendo esas señales que se traducen en nuestras sensaciones de malestar, empiezan a retirar receptores para que no sea tan constante, tan persistente, esa señal de malestar que están recibiendo.

Y eso es precisamente lo que necesitamos que ocurra para superar un desamor. Es decir, tiempo para que las neuronas se enteren de que estás pasando demasiado tiempo incómodo. Por eso se dice, y es perfectamente cierto, que el desamor se cura con tiempo.

Y luego hay otra cosa muy importante que también se dice en la cultura popular y que es lógico, y es que se cura con distracción. Es muy difícil, porque es muy persistente y, además, la incomodidad se está sintiendo en un centro de placer, por lo que es doloroso, pero si conseguimos poner nuestra atención en otra cosa, el tiempo de desmontar la señal de incomodidad se nos va a hacer más corto.

P. Para terminar, Miguel, normalmente se dice que el cerebro apenas ha cambiado en los siglos, milenios que llevamos en este mundo. ¿El amor tampoco, el enamoramiento? ¿Los prehistóricos se enamoraban igual que nosotros?

R. Yo creo que ha habido una leve progresión. Una leve evolución continua que lo ha cambiado sutilmente. El enamoramiento, tal cual lo conocemos, es característico del sapiens sapiens cuando ya tenía las capacidades que tenemos ahora. No creo que tenga millones de años, sino cientos de miles como mucho.

Es decir, creo que no se puede hablar de un amor como el nuestro si no se tiene, por ejemplo, dominio del lenguaje que permite la creación de ideas abstractas y proyección de futuro. Los homínidos más primitivos probablemente tuviesen una proyección de futuro muy limitada.

¿Cuándo surge el amor? Yo no lo sé y creo que no podemos hacer más que aventurarnos a decir algo que puede ser equivocado porque nadie debe saberlo. Pero cuando ya los restos fósiles y arqueológicos nos indican una cierta sofisticación de creaciones de grandes grupos, de conflicto entre grupos, relaciones intragrupales, ahí es cuando se ve que ya el ser humano era realmente tan sofisticado como ahora y podía hacer ese tipo de planes, establecer ese tipo de comunicación abstracta que está muy asociada a la autodiferencia del amor humano del vínculo de otros animales.

P. Y para terminar, ¿es el amor lo que nos hace ser monógamos? Aunque ahora mismo ya se hable de todo tipo de relaciones…

R. Sí, yo creo que nosotros, que durante largas etapas de nuestra vida somos monógamos sociales, lo somos por el enamoramiento.

Lo que es realmente singular del enamoramiento es que es un mecanismo para mantener muy cerca un cuerpo de otro, un ser independiente de otro. Y eso es lo que más se parece a una relación monógama posible.

P. Sí, y además hay una cosa que dices en el libro que me parece muy bonita y no somos conscientes de ella, y es que el amor pone a dos personas de acuerdo para hacer algo a la vez. Con lo difícil que es eso para casi todo. El amor o las uvas de Nochevieja.

R. Claro. Eso es muy difícil. Por eso tiene que ser tan poderoso el amor, porque, si no, qué difícil es coordinar las intenciones de dos seres independientes que tienen distintas voluntades. Para sincronizarlos necesitamos que tengan una atracción fortísima.

Fuente

[SE}> Con amor del bueno / Soledad Morillo Belloso

30-08-2025

Soledad Morillo Belloso

Con amor del bueno

Aquí no se dice “me provoca un dulce”. Aquí se dice: “dame ese cuadrito para quitarme el salado”. El chocolate venezolano no es golosina, es amor dulce envuelto en papel brillante, consuelo portátil. Es ese pedacito que se reparte en la mesa como repartiendo bendiciones: “toma, para que te acuerdes de que aquí se te quiere”. Y si hay visita, se saca el mejor, el que hace que uno diga “¡Ave María Purísima!”, pero con el paladar pecando con gusto y sin arrepentimiento.

En las casas nuestras, el chocolate se comparte con confianza, con risita, festejando el placer de estar  en buena compañía. Se parte en trocitos, se pasa de mano en mano: “El que reparte chocolate y no prueba, o está bravo o enfermo.” Y ahí mismo le llega su pedacito, porque aquí nadie se queda sin probar. Chocolate compartido, corazón agradecido. Y si alguien se pone rencoroso: “cómete un pedacito, que donde hay chocolate, hay perdón.”

El chocolate venezolano tiene maña. Se derrite lento, enamora sin apuro. Sabe a tierra mojada, a tambor de playa, a domingo sin agenda. Cuando se lo muerde, se activa la memoria: la merienda en la escuela, el cuadrito  escondido en la gaveta, el cacao en polvo que la mamá le ponía al arroz con leche “para que agarre cuerpo”. Chocolate en la merienda, alegría sin agenda. Y si el día está feo, un cuadrito lo endereza: “Si el mundo se va a acabar, que me agarre con chocolate en la boca.”

A mi marido le podía faltar de todo: gasolina, paciencia, hasta los reales para el mercado. Pero nunca, jamás, un chocolatico. Él decía que el día no arrancaba sin su cuadrito, como quien necesita bendición antes de salir. Y si no lo encontraba, se ponía como gallo sin corral: daba vueltas, abría gavetas, revisaba los bolsillos del pantalón de ayer, hasta que aparecía ese tesoro marrón. Lo saboreaba con los ojos cerrados: “Con chocolate en la boca, hasta los problemas saben a fiesta.”  Ese  cuadrito era su alegría portátil, su modo de decir “aquí estoy, listo para echarle pichón; contigo, pan y chocolate.”

Y están los que se lo comen a escondidas. Abren la gaveta con sigilo, revisan detrás del arroz, y encuentran ese cuadrito que no estaba para ellos, y se lo bajan con cara de “yo no fui”. Se les nota en la sonrisa ladeada, en el papelito arrugado que queda como evidencia, en el dedito untado que delata la travesura. Y cuando los descubren: “es que chocolate robado sabe mejor.” El que come chocolate a escondidas, tiene alma de niño. Y el que se chupa los dedos, sabe que el bombón era bueno.

En velorios, en cumpleaños, en  bautizos y hasta en peleas, el chocolate es palabrero. Se ofrece a terciar: “vamos a arreglar esto de la mejor manera”. Y funciona. Porque nadie se resiste a un chocolatico bien dado.  Y para el mal de humores: “cómete un chocolatico para que te endulces”.

El chocolate es el antídoto oficial contra el despecho y el mal de amores, más eficaz que cualquier consejo de comadre o playlist de baladas lloronas. Cuando el corazón se rompe, lo primero que hay que buscar no es terapia, es un bombón. El chocolate abraza sin brazos. Se derrite en la lengua como susurrando promesas nuevas, y mientras se saborea, el alma se va recomponiendo poquito a poco. Chocolate en la boca, silencio en la pena. Y si el despecho es de marca mayor, se sube la dosis: taza de chocolate caliente, torta húmeda de chocolate, bombones rellenos y hasta cucharadas furtivas del pote de crema de chocolate. Mi vecina, que ha llorado por tres amores y medio, afirma: “El que no cura el despecho con chocolate, se le queda pegado el recuerdo.” Y eso sí que no. Aquí se llora con sabor, se supera con dulzura, y se prepara el paladar para un próximo querer.

Y si alguien pregunta qué tiene de especial, uno responde sin darle muchas vueltas: “Tiene lo que tiene Venezuela: sabor, carácter y ganas de vivir.” Porque el chocolate venezolano no es sólo cacao. Es historia, es costumbre, es pasión envuelta en papel. Es ese pedacito que uno guarda “por si acaso”, pero que siempre termina compartiendo. Chocolate en la cartera, por si la nostalgia aprieta. Y si alguien lo ofrece sin pedir nada a cambio, uno sabe que ahí hay amor a la venezolana.

Nunca falta, claro está, el nutricionista improvisado que suelta la frase aguafiestas: “Pero eso engorda.” Y ahí es cuando uno respira hondo, se acomoda el cuadrito en la boca como quien se pone una medalla, y responde: “Qué va… el que engorda es uno.” Que el chocolate no tiene la culpa de nada. Él está ahí, quietico, noble, esperando complacer. El que se desmanda es uno, con las ganas de repetir. Pero el chocolate, ese no engorda: ese acompaña.

Cuando un venezolano se mete un cuadrito de chocolate en la boca, no está comiendo: está reclamando lo suyo. Ese pedacito marrón es patria concentrada, historia que se derrite lento, resistencia envuelta en papel. En ese instante íntimo, casi sagrado, se es dueño de algo que nada ni nadie puede quitar. Ni la inflación, ni el apagón, ni el olvido, ni los ladrones de poder. El  chocolate venezolano tiene ese truco de convertir lo cotidiano en ritual, lo amargo en dulzura. Pega lo que alguien rompió.

Es como si al saborearlo, se dijera: “Esto es mío, esto me recuerda quién soy.” Y no importa si estás en Caracas, en El Tigre, en Margarita o en cualquier parte del mundo con la nostalgia pegada al pecho. El cuadrito de chocolate te conecta con la tierra, con el tambor, con el fogón, con una abuela diciendo “no te lo comas todo, guarda para mañana.” Pero ese cuadrito no se guarda, se chupa, se saborea, se deja que se derrita… y que la memoria haga su trabajo.

“Chocolate criollo: sabor con apellido.” Y ese apellido es el de todos nosotros. El que se lleva en la lengua, en la sangre, en la risa. El que no se borra ni haciendo trampa. Porque el que ha probado chocolate venezolano sabe que hay cosas que no se negocian. Y ese sabor, ese orgullo, esa dulzura con carácter, es una de ellas.

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