[Col}> El sentido de la vida / Soledad Morillo Belloso

06-10-2025

Soledad Morillo Belloso

El sentido de la vida

Imagínate que esto no es un texto, sino una conversación sin hora de cierre. La noche se ha acomodado como quien se quita los zapatos. Y  tú te sientas en esa butaca inigualablemente cómoda junto a la ventana.

Afuera, el viento murmura con esa voz que sólo se deja oír cuando todo lo demás calla. Y tú, con taza tibia en mano —puede ser café, té o ese brebaje sin nombre que reconforta, o tal vez alguna copa— te preguntas, sin apuro, qué significa vivir con sentido.

No hay respuestas definitivas. Y menos a esta hora, cuando las certezas se aflojan y las preguntas saben mejor que cualquier conclusión. Pero hay pistas. Hay intuiciones que se cuelan entre los silencios, como el aroma de cebolla sofrita que aparece sin que nadie esté cocinando.

Vivir con sentido, quizás, es aceptar que no todo se explica, pero sí se siente. Que hay frases que no comprendemos del todo, pero nos hacen llorar con ternura o reír con sarcasmo. Que hay gestos sin lógica que nos rescatan del sinsentido.

A veces se disfraza de rutina: tender la cama, pelar una mandarina, corregir una coma. Otras, se revela como una epifanía absurda: descubrir que ese nombre que olvidaste era el que usaba para llamarte alguien que te quiere sin condiciones.

Y hay días en que simplemente no aparece. Se toma descanso. Y tú, en lugar de desesperarte, le pones música, te sirves otro café y te cuentas una historia sin final, pero con ritmo.

Cuando se deja ver, el sentido no llega como revelación divina. Se manifiesta como una carcajada que interrumpe el drama, como una pausa inesperada que todos agradecen, como esa frase que repites sin saber por qué, pero que te acompaña como un aplauso íntimo: “esto también es vivir”.

Y si no hay sentido, que al menos haya sazón. Que se sirva en plato hondo, que se entone en voz alta, que se comparta como pan recién horneado. Que se narre con ironía elegante, con humor que no hiere, con afecto que no exige. Que se viva como quien baila sin saber los pasos, pero con ganas de seguir el compás.

Recuerdas una frase sarcástica que escuchaste. Te sonríes. El sarcasmo, bien usado, es una forma de ternura. Es reconocer que la vida no tiene lógica cartesiana, pero sí algo que se parece al ritmo.

Que no todo se explica, pero casi todo se cuenta. Que hay expresiones sin sentido literal que resuenan como mantras: “esto también pasará”, “no era para tanto”, “pero qué sabroso estuvo”.

Vivir con sentido también es saber perder el tiempo con elegancia. Dejar que la lentitud enseñe lo que la prisa oculta. Permitir que una conversación se desvíe, que una receta se improvise, que una historia se repita con variaciones mínimas.

Porque en esas repeticiones hay algo parecido a la música. Y en la música, siempre hay sentido, aunque no sepamos explicarlo.

Es como aprender a escuchar el eco de una palabra que no entendemos del todo, pero que nos conmueve. No es meta ni revelación súbita. Es una coreografía torpe y hermosa entre lo que deseamos, lo que recordamos y lo que nos atrevemos a sentir. No se encuentra, se cultiva. Como el sabor de un caldo que mejora con el reposo, como el ritmo de una frase que se afina en boca ajena.

Algunos creen que vivir con sentido es tener un propósito claro, una agenda existencial, una brújula moral sin interferencias. Pobres criaturas. El sentido no se deja atrapar por PowerPoints ni por frases motivacionales en tipografía cursiva. Se escurre, se disfraza, se ríe de nosotros mientras intentamos definirlo. A veces se esconde en el gesto mínimo de servir café a quien no lo pidió, en la pausa antes de responder, en el silencio que no incomoda.

La vida con sentido es profundamente afectiva. No por emociones intensas, sino por estar tejida con hilos de ternura que no hacen ruido. Es encontrar belleza en la torpeza, dignidad en el error, profundidad en lo aparentemente banal.

Una sobremesa puede ser más reveladora que una epifanía, un pan mal horneado más simbólico que una tesis doctoral.

Y sí, también es jocosamente absurda. Hay días en que el universo parece tener un guionista con inclinaciones tragicómicas: se te cae el café, se borra el archivo, se te escapa el nombre justo cuando vas a presentarlo.

Y ahí, en medio del desatino, aparece el sentido. No como consuelo, sino como carcajada compartida. Como esa risa que nos salva del ridículo y nos recuerda que estamos vivos. Y que al menos para alguien no estamos de más.

El sentido de la vida no se define. Se escucha. Se saborea. Se celebra. Aunque llegue tarde, aunque se esconda, aunque se ría de nosotros. Pero llega. Hoy seguramente alguien te dijo “te quiero”.

Quédate con eso. Porque eso le da sentido a la vida.

[SE}> Estudian el árbol genealógico humano y resuelven un gran enigma evolutivo: desde cuándo nos besamos

Estudian el árbol genealógico humano y resuelven un gran enigma evolutivo: desde cuándo nos besamos

La Universidad de Oxford ha indagado en nuestro árbol evolutivo para encontrar cuándo los grandes simios adoptaron este comportamiento. Hay que remontarse más atrás de lo esperado

[MS}> Prueban con éxito en humanos el tratamiento que regenera la vista perdida con la edad

Prueban con éxito en humanos el tratamiento que regenera la vista perdida con la edad

Un equipo de científicos ha demostrado en ensayos clínicos con humanos que un trasplante con células madre puede revertir la pérdida de visión causada por la degeneración macular

[Cur}> El váter de oro del artista Maurizio Cattelan se vende por 12,1 millones de dólares

El váter de oro del artista Maurizio Cattelan se vende por 12,1 millones de dólares

La escultura, llamada ‘America’ y que es un inodoro funcional, fue adquirido por «una famosa marca estadounidense», según reveló la casa, y obtuvo un precio de martillo similar al valor de su material, unos 10 millones, al que luego se le sumaron comisiones.