[Col}> ¿Qué es Latinoamérica? /Soledad Morillo Belloso

21-08-2025

Soledad Morillo Belloso

¿Qué es Latinoamérica?

Latinoamérica no es sólo un subcontinente. Es una sobremesa que se alarga entre café colado, ron con hielo o vino, y mucha habladera de zoquetadas. Es el eco de una abuela que dice “no hay apuro” mientras pela mangos con la destreza de quien ha sobrevivido dictaduras, apagones y generaciones de hijos y nietos que partieron buscando futuro.

Aquí, la historia no se encierra en libros: se cocina en las esquinas, se canta en los velorios y se baila en las protestas. Es esperanza que aspira progreso y amnesia maquillada de modernidad.

Este territorio no se comprende con mapas, sino con oído y corazón. México no empieza en el Río Bravo, sino en el primer “ándale, pues” que provoca una sonrisa. Venezuela no termina en el Orinoco, sino en el aroma de arepa que se cuela por  rendijas.

Los países aquí se definen por refranes, poemas, ritmos y recetas. Es una tierra contradictoria, donde el tiempo se mide en aguaceros y el progreso en si el vecino logró reparar la nevera.

Latinoamérica no se define por sus gobiernos, sino por sus sobremesas y su cultura. Por mujeres que saben más que ministros, por niños que convierten piedras en tesoros, por hombres que lloran en silencio mientras reparan un camión.

Es un verbo en gerundio: resistiendo, soñando. Aquí, la tristeza se convierte en chiste y el chiste en himno. La memoria no se archiva: se canta.

Muchos creen que los latinoamericanos somos iguales. No lo somos, ni siquiera usamos el idioma de la misma forma. Decimos “hermano” con acento distinto, “guayabo” con significado diferente y “pendejo” con intención variable. Porque sí, hasta los insultos aquí tienen alma.

En México, “pendejo” es ingenuidad con ternura. En Venezuela, es grito de tráfico con el vidrio arriba y el alma caliente. En Argentina, es adolescencia eterna. En Perú, es error, torpeza o simplemente el otro. Y en Colombia, depende del tono: puede ser amigo, enemigo o uno mismo en un mal día.

Así es Latinoamérica: un carnaval de significados. Aquí no se habla español, se habla con rabia, con ritmo. Cada país tiene su propio diccionario clandestino, hecho de gestos, silencios y palabras que cambian de sentido según la latitud.

Afirmar que somos iguales es como decir que todas las empanadas saben igual. Hay dulces, saladas, con variedad de rellenos, fritas, horneadas, todas suculentas. Así somos: diversos, sabrosos, contradictorios.

Y si algo compartimos, es que ninguno quiere ser confundido con otro. Porque aquí, la identidad es exigencia, el lenguaje barricada y la cultura un grito que no pide permiso.

Desde afuera, la deshumanización es sutil pero constante. Se nos caricaturiza, se nos reduce a estereotipos, como si fuéramos un bloque homogéneo de caos y folklore. Nos ven sin mirarnos, nos oyen sin escucharnos. Como si nuestras voces no merecieran espacio en las conversaciones globales.

Pero Latinoamérica no es un planeta aparte. Es pensamiento crítico, arte que transforma, ciencia que innova y pueblos que  reinventan. Aquí se piensa, se crea, se lucha y se ama con una intensidad que no cabe en etiquetas simplistas.

Y sí, parte de la culpa también es nuestra. A veces, por cansancio, repetimos discursos que nos minimizan. Nos acostumbramos a ver lo nuestro como “menos”, como si la belleza y la inteligencia necesitaran sello extranjero para ser validadas.

Hemos contribuido a esa invisibilización cuando no defendemos nuestras voces, cuando creemos que el éxito sólo se alcanza lejos de nuestras raíces.

Somos el resultado de una historia tejida con hilos de sangre, resistencia y belleza. Nuestra independencia fue escrita con tinta de obituarios. Latinoamérica no es una sola piel ni una sola voz.

Es un mosaico donde conviven los cantos ancestrales de los pueblos originarios, el tambor africano que aún retumba en las costas, la herencia europea que se mezcla con contradicción y memoria, y el mestizaje que nos define sin pedir permiso. Somos indios, negros, blancos, mestizos.

Somos la mirada sabia del campesino, la fuerza de la mujer que cría y trabaja, el niño que juega en la acera como si fuera universo. Somos la mezcla de montañas que guardan secretos, valles que susurran historias, desiertos que enseñan paciencia y costas que celebran la vida con cada ola.

No hay una sola forma de ser latinoamericano. Hay millones. Y todas valen. Todas cuentan. Todas merecen ser vistas con respeto y escuchadas con atención. Porque en esta tierra, la diversidad no es problema: es potencia.

Pero algo está despertando. Cada vez más personas cuentan su historia desde su esquina del mundo, con honra y sin pedir permiso. Hay una generación que entiende que no se trata de competir con otros modelos, sino de mostrar que lo nuestro tiene valor por sí mismo.

La culpa puede doler, pero también puede ser semilla. Semilla de cambio, de reflexión, de acción. Porque cuando dejamos de repetir lo que nos dijeron que éramos y empezamos a decir lo que realmente somos, el mundo empieza a escucharnos distinto.

Necesitamos contarnos con dignidad, con memoria, con coraje. No desde el resentimiento, sino desde la conciencia. Mostrar lo que somos, sin maquillaje ni vergüenza. Con nuestras luces y sombras. Con más sonido y menos ruido. Con heridas abiertas, pero también con las manos llenas de futuro.

Sí, hemos tropezado. Hemos cometido errores. Hemos callado cuando debimos gritar y gritado cuando debimos pensar. Pero también hemos creado y amado con una intensidad que no se aprende en ningún manual. Cada caída nos ha dado una razón más para levantarnos.

Caminar con la frente en alto no es arrogancia. Es memoria. Es decir: “Aquí estoy, con todo lo que soy. Con mi acento, mi historia, mi contradicción.”

Y, sobre todo, es dejar claro que no somos “sudacas”. Ese término no nos define. Somos latinoamericanos. Con todas las letras. Con todas las culturas. Con todos los acentos. Con todas las luchas. No somos un estereotipo ni una frase hecha. Somos pueblos que piensan, que sienten, que transforman. Somos la voz que no se calla, la historia que no se borra, el alma que tiene carácter.

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