[Col}> Fabulosa / Soledad Morillo Belloso

02-10-2025

Soledad Morillo Belloso

Fabulosa

No me miro al espejo y me veo joven. Me veo fabulosa. Y eso no es vanidad. Es reconocimiento. Porque lo joven era otra cosa. Era promesa, era ensayo, era vértigo. Hoy soy resultado. Soy el producto de todo lo que he vivido, de lo bueno y de lo malo, pero sobre todo de lo que he aprendido.

Soy la suma de mis errores, de mis aciertos, de mis duelos, de mis fiestas, de mis silencios. Soy la mujer que se ha caído y se ha levantado, no una ni dos, sino muchas veces, y cada vez con más dignidad, con más lentitud, con más certeza.

La viudez, que es la peor experiencia imaginable, me arrancó el suelo, me dejó sin aire, me vació los cajones del alma y los bolsillos. Pero también me enseñó a desprenderme. A soltar todo lo que me impedía salir del hueco.

A dejar atrás las versiones de mí que ya no me servían. Y aunque el dolor no se va, se transforma. Se vuelve brasa, se vuelve impulso, se vuelve trampolín. En cierta forma, siento que es él, mi marido, quien desde el más allá me empuja con ternura.

Él me veía, y me lo decía, como una mujer fantástica. “Yo te quiero, pero, además, me encantas”.  Y yo, ahora, empiezo a creerle. No por vanidad, sino por justicia, porque él veía en mí lo que yo, por razones incomprensibles, no veía en mí misma.

No me veo bonita. Me veo fabulosa. Y eso no tiene que ver con la piel ni con la moda. Tiene que ver con la historia que cargo, con la manera en que camino, con la forma en que digo “no” sin culpa y “sí” sin miedo.

Tiene que ver con la forma en que me río con la boca abierta, sin miedo a mostrar los dientes, porque cada carcajada es una victoria. Tiene que ver con la forma en que me visto, no para gustar, sino para contar quién soy. Un vestido de seda puede ser mi armadura. Un pañuelo, mi bandera. Una risa escandalosa, mi mejor tarjeta de presentación.

A los treinta o a los cuarenta quizás tenía más firmeza en el cuerpo, pero menos firmeza en las decisiones. Hoy hay otra belleza: la que no se suplica, la que no se negocia. La que se planta en la mitad del cuarto y dice “aquí estoy, con todo lo que soy, y eso es suficiente”.

La que no pide permiso para brillar. La que no se esconde detrás de la juventud, sino que se muestra con todas sus cicatrices, como quien muestra sus medallas.

Sentirse fabulosa es una certeza que se instala en el pecho y se expande como perfume que no pide permiso. Es bailar sola en la cocina, con la música alta y el corazón en llamas.

Es escribir textos que nadie pidió, pero que el mundo necesita leer. Es llorar con elegancia, con rabia, con ternura, y luego secarse las lágrimas con un pañuelo bordado. Es cocinar para una sola persona y poner la mesa como si viniera la reina.

Es hablar con las plantas, con los muertos, con los recuerdos. Es saber que cada año vivido me afina el oído, me pule la mirada, me ensancha el corazón.

Es entender que la juventud no es un privilegio, es una etapa. Y que la plenitud no tiene edad, tiene actitud. Es mirar el espejo no como juez, sino como testigo. No veo juventud, veo historia.

Veo la mujer que ha vivido, que ha perdido el miedo, que ha aprendido a decir “esto sí, esto no”. Veo las arrugas como líneas de guion, como partituras de una sinfonía que solo yo sé  interpretar. Veo los ojos más lentos, pero más sabios. Veo la boca más serena, y con marcas, pero que sabe lo que quiere decir.

Sentirse fabulosa es un acto poético, profundamente amoroso y que recomiendo sin tapujos. Porque cuando una se siente fabulosa, contagia. Se vuelve faro, se vuelve abrazo. Y no hay quien pueda apagar esa luz. Es una cuestión de actitud.

Es decirle al mundo: “No me rendí. Me desabaraté y me transformé.” Es vivir con la certeza de que cada día puede ser carta abierta.

Y esto no es pedantería. Todo lo contrario. Porque la pedantería es mirar al mundo por encima del hombro. Y yo lo miro de frente, con respeto. Y me miro con respeto. Porque he aprendido que la dignidad no está en la perfección, sino en la mirada que se posa con ternura sobre lo vivido. Y yo, hoy, me miro con ternura. Me reconozco. Me celebro. Me abrazo.

Hoy no me miro al espejo para buscar juventud o la belleza que alguna vez tuve. Me miro para reconocerme. Para decirme: “Aquí estás. Y estás fabulosa.”

Y quizás, porque me veo a mí misma con bondad, veo la bondad en un mundo que tiene muchas cosas estupendas, muchas más que las que no lo son. Un mundo que me invita a acompañarlo en la aventura de vivir. Y para ese viaje tengo la cabeza llena de textos que no he escrito, de sueños y proyectos.

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