24-10-2024
Carlos M. Padrón
Ocurrieron tal y como los cuento. Los nombres, cuando los hay, son ficticios.
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Lolita, una solterona de edad ya avanzada, era muy religiosa: asistía a misa todos los domingos y la gozaba desde su reclinatorio y con misal en mano.
En la misa de un cierto domingo, la vecina de Lolita se dio cuenta de que ésta estaba “leyendo” el misal… pero lo tenía al revés, así que sin más le dijo:
—Lolita, tienes el misal al revés
A lo cual Lolita, enderezando el misal, contestó:
—Eso dan los emprestigios
Un buen día, la autoridad eclesiástica competente —no sé si el cura o el obispo— decidió eliminar de la iglesia de El Paso todos los reclinatorios y reemplazarlos por bancos. Poco a poco, los feligreses dueños de reclinatorios fueron llevándoselos a casa, pero Lolita se negó de plano a retirar el suyo. Cansado de su tozudez, Roberto, el sacristán, que cada domingo le pedía a Lolita que se llevara el reclinatorio, pero sin éxito, optó por decirle:
—Lolita, si el próximo domingo está tu reclinatorio todavía aquí, ¡te excomulgo!
Y por fin Lolita se llevó su reclinatorio.
