04-09-2024
Carlos M. Padrón
Ocurrieron tal y como los cuento. Los nombres, cuando los hay, son ficticios.
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Ovidio, vecino del Paso de Arriba, tenía dos hijas que, en cuanto a atractivo físico, poco tenían que agradecer a la Providencia. Ambas trabajaban en el turno de noche de la Fábrica Capote, y Ovidio bajaba cada noche con su coche a recogerlas cuando terminaba ese turno.
Un día, cuando Ernesto, otro padre, bajaba también, y más tarde que de costumbre, a recoger a su hija, vio que las dos hermanas subían caminando. Preocupado, les preguntó si es que su padre no había venido a recogerlas. A la respuesta de que no, el buen hombre las subió a su coche junto con su hija y, después de dejar a ésta en su casa, llevó a las dos hermanas a la suya.
Cuando Ovidio recibió a los tres. Ernesto lo llevó aparte y, un tanto alterado, le dijo a Ovidio que cómo se le ocurría dejar que sus hijas anduvieran solas tan tarde en la noche, a lo cual Ovidio contestó «Quien las haya visto de día, no creo que les haga nada de noche»
