25-09-2024
Carlos M. Padrón
Ocurrieron tal y como los cuento. Los nombres, cuando los hay y quiero ocultarlos, son ficticios.
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Las almendras eran —lamentablemente, ya no son— una de las riquezas de El Paso, y para pelarlas existía la costumbre de que muchos vecinos (mayormente mujeres) fueran invitados a la casa de otro para que le ayudaran a pelar las almendras que éste hubiera recogido de su cosecha.
A estas reuniones se les conocía como «Peladas de almendras», y se caracterizaban porque las mujeres asistentes, tal vez animadas por su abrumadora mayoría, se divertían armando posibles «mocedades» (parejas de enamorados) o hablando de las vicisitudes de las parejas ya oficialmente formadas.
En el pueblo se decía que cuando una mujer era virgen y orinaba en cuclillas, su vulva emitía un sonido, como un silbido, que era producido por la estrechez de la vagina y la presencia del himen, y en eso se creía en aquellos tiempos.
A una de estas peladas de almendras fue invitada María, una muchacha de quien José Luis estaba enamorado y cortejaba siempre que podía. Pero como José Luis no había sido invitado a la pelada en cuestión, decidió espiar la reunión desde fuera, por los resquicios de la puerta que daba a la calle, en la esperanza de enterarse de lo que la concurrencia femenina pudiera comentar acerca de sus más que conocidas pretensiones con María y, sobre todo, de lo que ésta pudiera decir sobre sus sentimientos hacia él, algo que, en aquellos tiempos, una mujer no debía confesar nunca a un hombre por más enamorada que estuviera de él.
Y a esa aventura de espía, José Luis se hizo acompañar de su primo Juanillo, tío-abuelo mío que me contó este incidente.
A la casa donde esa noche se llevaba a cabo la pelada de almendras se la conocía entonces como ‘de Sandalio’, estaba un tanto aislada y aún en construcción sobre una plataforma para salvar lo inclinado del terreno. A mitad de esta jornada nocturna, a María le dieron ganas de orinar, se levantó y se dirigió a la puerta de salida. Al verla venir, tanto José Luis como Juanillo, que estaban justo tras esa puerta, bajaron corriendo y se acurrucaron en la base del muro que servía de soporte a la plataforma de entrada.
María salió fuera, cerró la puerta tras ella y, como estaba oscuro y no había nadie a la vista, no bajó a satisfacer su necesidad entre los matorrales del terreno circundante, como habría sido lo normal, sino que se acercó al borde de la plataforma, se puso en cuclillas, remangó su falda, bajó sus bragas, abrió las piernas y, sin más, disparó su chorro……. que fue a caer directamente sobre la cabeza del pobre José Luis, mientras Juanillo, que se separó a tiempo, se tapaba la boca para contener la risa.
Y al dejarse oír en el silencio de la noche el sonido sibilante, alto y firme, que producía el flujo de orina de María, ésta, en voz alta y convencida de que nadie la escuchaba, exclamó: «¡Silba tú que José Luis te va a sacar el silbido!».
Y así, de esta forma tan húmeda e inesperada, pero muy bienvenida, supo José Luis cuáles eran los planes que hacia él tenía María.