28/08/2024
J. F. Alonso
Los balcones que prohibió Felipe II y que en La Palma no se destruyeron
Las balconadas, las ventanas y las celosías se han convertido en una seña de identidad de la arquitectura tradicional de la isla canaria
Vista desde el Mirador de la Concepción, por ejemplo, se entiende un poco la historia de Santa Cruz de la Palma. Los barcos de los conquistadores, que llegaron allí empujados por los alisios, los vientos que soplan del noroeste, la dificultad de la ciudad para crecer (tiene unos 15.000 habitantes), encajonada entre barrancos, a menudo cubierta de nubes que chocan con lo que los palmeros llaman ‘la cumbre’, la cordillera (a más de 1.500 m ) que separa la isla en dos.
Ahí abajo pronto comprobaremos que Santa Cruz de La Palma conserva una arquitectura tradicional poco ‘manchada’ por las construcciones modernas, por el aluminio o los rascacielos. Un paseo entre sus casas de colores vivos (ese azul añil, esos ocres), con paradas en el Mercado Municipal, el Ayuntamiento o en el Museo Insular, transmite calma e historia.
En ese casco histórico destacan las balconadas de madera construidas a partir de la llegada de castellanos, andaluces y portugueses, aunque hay quien también habla de una influencia mudéjar. Entre el XVI y el XVIII había múltiples balcones, asegura Manuel Poggio Capote, cronista oficial de Santa Cruz de La Palma, a pesar de que en aquellos años Felipe II quiso prohibirlos con una orden real.
En las descripciones de las bodas de Carlos V en el alcázar de Sevilla, en 1526, se hace referencia a los balcones de madera como incómodos miradores cubiertos de celosías que invadían las estrechas calles, razón por la cual durante los reinados de Carlos V y Felipe II se dictaron normas, de acuerdo con los nuevos criterios del urbanismo y la arquitectura renacentista, que ordenaban su derribo, según recoge el documento ‘La ventana tradicional, signo de identidad de la arquitectura canaria’, editado en 2020 por Real Academia Canaria de Bellas Artes de San Miguel Arcángel.
«En Málaga se prohibieron desde 1492, en Granada en 1498, y de nuevo en 1532 y 1538, y en Córdoba y Toledo en 1550. En Sevilla constan derribos en 1410 y 1576, aunque todavía en 1587 se menciona la presencia de múltiples ventanajes «con rejas y celosías de mil maneras». En el Archivo Municipal de Santa Cruz de La Palma se conserva una real cédula de Felipe II de 1585 que legisla en el mismo sentido, sin que en la práctica surtiera ningún efecto», se constata en ese estudio.
Poggio Capote, en conversación con ABC, destaca la importancia de las celosías en las ventanas y en los balcones, seña de identidad de La Palma. «Hay más de trescientas ventanas y una decena de balcones con celosías, más que en ningún otro sitio de España. Sólo quedan unas pocas en Córdoba, Sevilla y Écija».
«Las carpinterías exteriores en madera son el elemento más expresivo y el que más personalidad le confiere a la arquitectura tradicional canaria. En este conjunto, sobresalen, por su excepcional rareza, los balcones, miradores y ventanas de celosías. Es muy probable que la serie de celosías de Canarias y, especialmente, la de la isla de La Palma sea la más numerosa y variada de las que se conservan en el mundo hispánico», continúa el documento citado.
Las balconadas que hoy vemos no son de la época de la prohibición. Al cabo, son edificios civiles, reformados o reconstruidos muchas veces a lo largo de los siglos. Sí hay algunas del último tercio del XVIII y principios del XIX, pero su valor como símbolo en Santa Cruz de la Palma sigue intacto. Los turistas avisados, también los de los cruceros, se acercan a fotografiar las de la Avenida Marítima, por ejemplo la Casa Ferrer, de finales del XVIII; las de la Calle Real o las de Pérez de Brito.
Santa Cruz de La Palma siempre ha tenido una estrecha relación con América, como se refleja en la tradición de los indianos que venían de Cuba (en Carnaval se celebra el Día de Los Indianos, una fiesta en la que participan decenas de miles de personas) y en su arquitectura, precisamente en esos balcones de madera. Aquí, en 1558, Felipe II creó el primer Juzgado de Indias. Poggio Capote añade en este punto una curiosidad sobre esas balconadas: «En un extremo no visible solían tener un retrete o una bajante de aguas sucias», eliminados en algunos casos en alguna de las reformas.
