[Canarias}> Las aventuras de Julio Verne en las “salvajes” Islas Canarias

28-07-2024

Agustín González

“El 11 de junio, a las diez de la mañana, abandonó el Seamew el puerto de La Orotava. El programa fijaba aquella partida para el 7, a las seis; pero teniendo ya un retraso de cuatro días, no vio Thompson inconveniente en aumentarlo en cuatro horas…”. Así, con esta alusión al actual Puerto de la Cruz, en Tenerife, comienza uno de los capítulos de una novela publicada en 1907 con el título ‘Agencia Thompson y Cía’, cuya trama está ambientada en su mayor parte en Canarias, más concretamente en las islas de Tenerife y Gran Canaria y El Hierro.

La novela, de unas 250 páginas, reviste especial curiosidad para los habitantes de las Islas, que aparecen reflejadas con todo detalle. Sin embargo, lo más excepcional es quién es su autor: nada más y nada menos que el universal Julio Verne, el gran escritor y visionario francés que publicó clásicos como ‘Viaje al centro de la Tierra’, ‘Veinte mil leguas de viaje submarino’ y ‘La vuelta al mundo en ochenta días’.

La historia de esta poco conocida ‘Agencia Thompson y Cía’ es muy confusa pues se publicó dos años después de la muerte de Verne y se especuló que fue su hijo Michel quien la terminó. Lo cierto es que Julio Verne nunca estuvo en Canarias, al contrario de otros célebres escritores que ambientaron algún relato en el Archipiélago, como la inglesa Agatha Christie. Al parecer, el ilustre autor francés utilizó como base para su novela la obra ‘Cinco años de estancia en las Islas Canarias’, escrita por su compatriota y reputado antropólogo René Verneau.

Esta curiosa novela canaria de Verne corrobora la gran importancia que tuvieron para las Islas los primeros científicos y aventureros europeos, que desde el siglo XVIII visitaban el Archipiélago y luego difundían sus singularidades y bellezas por el mundo a través de la publicación de sus artículos en la prensa extranjera y sus diarios y libros de viajes. Ésas fueron, en realidad, las primeras —y muy efectivas— campañas de promoción turística de Canarias. De hecho, en la época de Julio Verne -finales del siglo XIX- había una gran afición por los viajes y para los centroeuropeos las referencias históricas, geográficas y mitológicas de las Canarias eran un indudable atractivo exótico.

La novela ‘Agencia Thompson y Cía’ fue publicada en 1907 tras la muerte de Julio Verne, ocurrida en 1905. Su hijo Michel la terminó y la publicó, por entregas, en el periódico Le Journal. Los estudiosos no tienen dudas de que fue su padre quien escribió los capítulos dedicados a Canarias , ya que las últimas líneas que había dejado fueron precisamente aquéllas en las que los viajeros, al zarpar del puerto de La Orotava, dicen adiós al Archipiélago canario.

Al igual que otras obras de Verne, ésta tiene un carácter premonitorio, pero no vinculado a la ficción científica, sino a que anticipa lo que a día de hoy es el principal motor económico canario: el turismo. El argumento de la ‘Agencia Thompson y Cía’ es que, a finales del siglo XIX, dos empresas de viajes londinenses, Baker y Thompson, compiten por ofrecer al menor precio una “grandiosa excursión” a Azores, Madeira y Canarias durante un mes, embarcados en un yate a vapor.

Y la que se sale con la suya es Thompson, que por 40 libras incluidos todos los gastos se compromete a esta exótica travesía a bordo del Seamew. Uno de los protagonistas es Robet Morgand, un empobrecido profesor de francés que consigue un puesto de guía en la Agencia Thompson y Cía. El viaje, con cien turistas, resulta calamitoso y el barco termina naufragando.

El relato, en el que no falta la mención a cosas tan típicas como el gofio, no presenta, sin embargo, una imagen precisamente agradable de las Islas, a las que describe como “un lugar salvaje y peligroso, con fumarolas de azufre y gas carbónico que salen del suelo volcánico”. Asegura el escritor francés que Canarias formó parte de la Atlántida. Dice que el calor es insoportable, y los mosquitos también. “Los agricultores son tan pobres que viven en cuevas”; “colonias de esclavos negros viven en zonas inaccesibles y atacan a los turistas…”.. Y hasta con asombrosa premonición del actual debate sobre la masificación turística del Archipiélago, uno de los personajes afirma que “los canarios ven con malos ojos cómo los extranjeros llegan a su país cada vez en mayor número”.

Impregnado de un tono siempre dispuesto a cierta anglofobia por parte del escritor francés, el relato del viaje combina datos reales de las Islas con otros fruto de la imaginación del autor, que pone a los pasajeros, en medio de una excursión al Teide —“el volcán más alto del globo”—, a merced de “nubes de parásitos” que no dejan conciliar el sueño a los turistas.

De Santa Cruz de Tenerife dice, con alusión incluida al pleito insular: “Edificada en anfiteatro, con un cinturón de montañas, Santa Cruz es de seductor arribo y puede, a este respecto, sostener la competencia con Las Palmas”. La Laguna la describe como “una ciudad en decadencia”, con “muchos monumentos en ruinas” y un sitio donde “la hierba verdea el piso de sus calles y hasta el techo de sus casas”. Quizá se refería a los verodes que engalanan los tejados de muchas casas antiguas de las Islas.

Al llegar a Tenerife, los protagonistas de la novela se dirigen al Valle de La Orotava para iniciar el ascenso al Teide (también cita el pico tinerfeño en otra novela suya, ‘El Rayo Verde’). Su objetivo era contemplar el conjunto del Archipiélago desde su cima, aunque el recorrido resulta ser mucho más complicado y duro de lo esperado.

Del Valle de La Orotava, Verne escribe: “Sería difícil imaginar un espectáculo más armonioso. A la derecha, la llanura inmensa del mar. A la izquierda, un conjunto de picos salvajes y negros, últimos contrafuertes del volcán, sus hijos en el pintoresco lenguaje popular. En tanto que el padre, el Teide mismo, se alza majestuosamente en último término. Entre esos dos grandioso límites, el Valle de La Orotava se desarrolla en un increíble océano de verdura”.

Así fue cómo el escritor universal Julio Verne contribuyó a la promoción y mayor fama de las turísticas Islas Canarias.

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[His}> El búnker de Santa Úrsula (Tenerife), que pudo cambiar el curso de la historia

28/07/2024

El curso de la historia pudo haber cambiado en Tenerife, donde se escribió un capítulo que podría haber alterado significativamente el panorama geoestratégico de la primera mitad del siglo XX.

En 1939, con la Guerra Civil española recién terminada, el dictador Francisco Franco declaró a España neutral en la Segunda Guerra Mundial. A pesar de esta neutralidad, y debido a las simpatías del régimen por los alemanes e italianos, se elaboró un plan defensivo para proteger puntos estratégicos de Tenerife ante una posible invasión aliada.

En este contexto, la costa del valle de La Orotava y Acentejo se convirtió en una pieza clave para las potencias enfrentadas en el conflicto. DIARIO DE AVISOS, junto al historiador Francisco Javier León, exploró la historia de la decimoprimera Batería Quinta Roja, una estructura militar situada en Los Lirios, en Santa Úrsula. Esta batería tenía la misión de vigilar el litoral norte en caso de invasión.

Según explica León, en 1941 Franco decidió equipar esta fortificación con dos cañones para defender las playas del Puerto de la Cruz, que eran más vulnerables debido a su configuración. Sin embargo, esta defensa resultó simbólica, ya que los cañones de 150 milímetros eran obsoletos y fácilmente destruibles en un ataque aéreo.

La batería fue finalmente desmantelada en 1957, aunque su utilidad militar ya había disminuido con el inicio de la Guerra Fría. Desde su desartillado en la década de 1950, el lugar sirvió principalmente para el servicio militar de los civiles.

Hoy, la batería se encuentra en estado de abandono y sin placa identificativa de patrimonio. Durante su operatividad, fue comandada por destacados militares como el capitán José García Borges, conocido por su amistad con el científico Telesforo Bravo y su vocación arqueológica. Muchos de sus hallazgos prehispánicos se conservan en el Museo Arqueológico Municipal de Puerto de la Cruz.

La funcionalidad de este vestigio terminó en 1957, en gran parte debido a las acciones del alcalde de Puerto de la Cruz, Isidoro Luz Carpenter. La batería estaba situada en una finca de plátanos propiedad de este político. Con el desarrollo agrícola de la finca, se solicitó al ejército que retirara los cañones, completándose así el desarme de la batería.

Aunque la estructura original ha desaparecido casi por completo, los pasillos que daban acceso a las piezas artilladas sobrevivieron hasta hace pocos años. Hoy, la maleza cubre gran parte de las instalaciones que en su tiempo fueron vigilantes del norte de la Isla. La historia que pudo ser y no fue.

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