Los habitantes de un pueblo del campo español tenían fama de ser los más grandes flojos del país. Un día llegó de vacaciones a ese pueblo un joven de la capital que pronto hizo amistad con un joven lugareño. Mientras ambos hablaban una tarde, echados a la sombra de un frondoso árbol, el capitalino dijo:
“Me gustaría tener un Mercedes, convertible y último modelo”
A lo que el joven lugareño comentó:
“Pues a mí me gustaría tener un burro, una grúa y una rana”
Sorprendido, el capitalino medio se incorporó y, mirando al otro con extrañeza, le preguntó:
“¡¿Y para qué todo eso?!”
A lo cual, con lentitud y arrastrando las palabras, el lugareño respondió:
“El burro, para que me lleve; la grúa, para que me suba al burro; y la rana para que haga ‘crok crok crok’, que es el ruido que hay que hacer para que el burro camine”
