Tres parejas, una de adultos setentones, otra de cuarentones y una joven, en sus veintes, querían unirse a su nueva parroquia.
Como condición sine qua non, el cura les dijo que, por dos semanas, deberían abstenerse de tener sexo. Las tres parejas estuvieron de acuerdo y se retiraron a sus casas.
Pasadas las dos semanas volvieron a ver al cura, Éste, dirigiéndose a la pareja de mayor edad, preguntó:
—¿Fueron ustedes capaces de abstenerse por estas dos semanas?
—¡Por supuesto, Padre! —respondió entusiasmado el abuelo.
—¡Felicitaciones, y bienvenidos a la Parroquia! —dijo el cura.
Luego, dirigiéndose a la segunda pareja:
—¿Fueron ustedes capaces de abstenerse de sexo por estas dos semanas?
Y el cuarentón contestó:
—En realidad, la primera semana no tuvimos ningún problema, pero, aunque durante la segunda tuve que dormir en el auto un par de noches, lo logramos.
—¡Felicitaciones! y bienvenidos a la parroquia! —exclamó de nuevo el cura.
Volviéndose a la pareja joven, repitió la pregunta:
—Y ustedes, ¿fueron capaces de abstenerse de sexo por estas dos semanas?”
—Bueno, Padre —respondió el esposo—, la verdad es que no lo logramos.
—¿Qué pasó? —preguntó un tanto irritado el cura.
—Pues ocurrió algo al final de la primera semana. Cuando mi señora trataba de alcanzar una lata de atún que estaba en una repisa alta, la lata se le cayó y, al inclinarse para recogerla, yo, que estaba detrás de ella, al ver lo que su minifalda dejó al descubierto, no pude aguantarme, me volví un animal, y, usted sabe, ahí terminó la abstinencia.
Con tono airado, el cura sentenció:
—Ante esto, ustedes entienden que no son bienvenidos en la parroquia.
A lo que el joven marido contestó:
—Sí, claro, Padre, tampoco lo somos en el supermercado.
