[*FP}—Abril 16 de 2016: 50 aniversario del día en que volví a nacer

16-04-2016

Carlos M. Padrón

El 30/06/2009 conté, bastante por el aire y en parte de este post, algo que en 1966 me ocurió con mi carro (coche).

Hoy lo cuento con todo detalle porque se cumplen 50 años de lo entonces ocurrido.

En abril de 1966 compré el segundo carro que he tenido en mi vida: un Ford Fairlane 500 Custom año 1966, de color verde.

A primeras horas del sábado 16/04/1966, mi entonces mujer, Ceciilia, se había ido a la playa con mi hermano mayor, Raúl (q.e.p.d.) y su familia, y yo prometí reunirme con ellos después de terminar un trabajo urgente que tenía que hacer en mi oficina, en Olivetti.

Terminé ese trabajo cerca de las 14:00 (02:00 pm). Fui a mi casa, me cambié de ropa y, a bordo de mi flamante carro, que al momento tenía sólo 458 Km de recorrido, tomé la Avenida Voctoria para ir rumbo a la playa.

Estando parado esperando luz verde en un semáforo de esa avenida, de una calle transversal apareció a mil por hora un vehículo —del que sólo alcancé a escuchar un chirrido de cauchos que hizo que yo mirara hacia el lugar de donde procedía, y apenas pude ver algo blanco que se me venía encima— que impactó con tal violencia contra la esquina delantera izquierda de mi carro que quienes vieron el accidente y el estado mío y de mi carro no entiende cómo salí vivo de este trance.

Del carro chocado me sacó, entre otros viandantes, uno de los dos  hermanos García Vivas (ambos eran empleados de Olivetti) que en el momento del choque pasaba por el lugar del accidente, se acercó, me reconoció, abrió la puerta del lado delantero derecho, me llamó por mi nombre y me urgió a salir.

A pesar del dolor que yo sentía en casi todo el cuerpo, no sé cómo pude destrabar mi pie izquierdo del hueco donde estuvieron los pedales, que habían desaparecido hacia adelante, hacia el motor, ni lograr liberar mi pecho de la presión que sobre él ejercía el volante del carro, contra el cual había impactado mi torso. Mientras para salir del carro me deslizaba por el asiento delantero, mi mano tropezó con algo que resultaron ser mis gafas, milagrosamente sólo descuadradas.

Ya fuera del carro, y mientras Vivas y otro señor de acento español me sostenían en pie, este último me dijo: “¡Ay, su carro: no sirve para nada!”. Sin embargo, aunque escuché y recordé esto, no recuerdo haber mirado siquiera para los carros, el mío y el que me chocó. Sólo recuerdo esto que he contado.

Cuando al lugar del accidente llegaron los patrulleros de Tránsito —llamados aquí fiscales—, a pesar de mi lamentable estado, en su carro-patrulla me llevaron detenido a un retén de San José, un barrio de Caracas.

Ante las protestas de otros allí recluidos, hombres ya mayores que notaron cuán mal estaba yo, los del retén aceptaron avisar a mi familia llamando al teléfono que di.

Pero, aunque en horas del atardecer de ese sábado el conductor del otro carro, que resultó ser un muchacho casi adolescente, fue al retén acompañado de su padre, que se identificó como coronel del Ejército, declaró que yo no tenía culpa alguna en lo ocurrido, y pidió que me liberaran, no me dejaron salir. Sólo aceptaron que me viera un médico.

Poco después llegaron al retén Raúl, Cecilia y el médico que mi hermano consiguió y que fue el único que los del retén dejaron entrar.

El médico limpió como pudo mis heridas visibles, medio arregló mi codo izquierdo, del que había brotado un bulto del tamaño de un huevo grande, y me puso ese brazo en cabestrillo. Y habiendo comprobado que yo tenía rota una costilla, me vendó todo el pecho de forma tan apretada que apenas podía yo respirar, pero eso era preferible al dolor que sentía antes.

Su recomendación fue que había que llevarme a un hospital, pero las autoridades del retén se negaron de plano a dejarme salir; sólo aceptaron que el médico me diera analgésicos. Como no me dio ningún somnífero, el dolor no me dejó pegar ojo esa noche.

A pesar de mi estado y de las declaraciones del coronel y su hijo, los de Tránsito no me dejar salir porque yo no sólo era musiú (y, para colmo, con carro nuevo) sino que no podía ocultarlo, pues aunque lo de muy catire (rubio) y lo de ojos claros podría pasar, mi aspecto físico y mi forma de hablar me delataban y les resultaban insoportables.

El lunes 18/04/1966 en la mañana, los fiscales me llevaron a la inspectoría de Tránsito de Las Piedras —otra zona cerca del centro de Caracas— a que rindiera declaración, y cuando ya me sacaban para enviarme de regreso a San José, y dejarme preso allí —hasta sabría Dios cuándo y de qué me acusarían—, llegó una llamada telefónica  originada en el despacho de Víctor Jiménez Landínez, un conocido de mi hermano Raúl y ministro en ejercicio para el momento, ordenando que me dejaran libre.

Con una frustración más que visible, los fiscales de tránsito, que casi a empellones me estaban metiendo ya en su carro-patrulla, tuvieron que dejarme en libertad.

De ahí, mi hermano Raúl me llevó directamente a la clínica Sanatrix, de Caracas, en la que permanecí hospitalizado por varios días.

Recibida ya el alta médica, quise saber dónde y cómo estaba mi carro, y tomarle fotos que podrían serme de utilidad en el reclamo al seguro, y el domingo 24/04/1966, mi hermano Tomás (q.e.p.d.) nos llevó a Cecilia y a mí al lugar de Tránsito, un lote de terreno en o cerca de Vista Alegre, al oeste de la ciudad, donde quedaban confiscados los vehículos implicados en un accidente en el que hubiera habido heridos o muertos.

El fiscal que custodiaba la entrada al sitio nos negó el paso, pero cuando describí cómo era mi carro y le dije que era yo quien iba manejándolo al momento del choque, el hombre puso cara de asombro y nos dijo: “¡No puede ser! Cuando aquí entró ese carro, todos estuvimos de acuerdo en que el conductor no había sobrevivido. Sólo para que vean por qué dijimos eso, voy a dejarlos pasar”.

Y sí, nos dejó pasar y le tomé al carro estas dos fotos:

El que mi mira hacia dentro del carro es mi hermano Tomás.

Nótese que el volante está doblado hacia afuera por el impacto con mi pecho. La protuberancia que se ve en la puerta la hizo mi codo izquierdo, y el hundimiento en el techo causó una herida en lo alto de mi cabeza.

¡Cuánta razón tenía el señor que el día del accidente me dijo que mi carro no servía para nada! Y tan inservible quedó que el Seguro aceptó pérdida total.

Después de esta experiencia tuve claro que, para evitarme problemas en trámites a efectuar en dependencias oficiales, lo mejor era que, siempre que fuera posible, pagara yo a un gestor para que me los hiciera. Y así he procedido desde entonces, pues mi pinta de musiú me cerraba puertas automáticamente, y aún, 50 años después, sigue creándome problemas.

Aunque me llamen supersticioso, hoy, día en que se cumple medio siglo de este accidente que bien pudo costarme la vida, me he negado de plano a salir a la calle, pues, para colmo, aquel para mí fatídico 16 de abril de 1966 fue sábado, al igual que hoy.

[*Otros}– El Hierro, la isla canaria autosuficiente

12/04/2016

Juan Carlos Valero

La menor de las Canarias es un ejemplo para todo el mundo de que, sólo con energías renovables, es posible la utopía del autoabastecimiento de un territorio.

El 15 de febrero, el sistema de generación de la Central Hidroeólica de Gorona del Viento batió un nuevo récord al abastecer a todos los habitantes de El Hierro de su consumo eléctrico por segundo día consecutivo. La gesta ha convertido a la isla del Meridiano Cero en un laboratorio a escala real de autosuficiencia energética sostenible y, por lo tanto, en Meca de las energías renovables.

Diecisiete millones de europeos y 600 millones de personas en todo el mundo viven en islas, y todos tienen en El Hierro un referente de lo que debe ser el futuro energético. Treinta y tres años después de que un grupo de ingenieros acariciaran lo que entonces se antojaba como una idea fantástica, la isla ofrece en la actualidad una alternativa energética integral clara y un ejemplo mundial de buenas prácticas en políticas de sostenibilidad, al demostrar por primera vez que un territorio aislado que no tiene red eléctrica conectada con el continente u otra isla, logra autoabastecerse de electricidad a partir de fuentes limpias.

El diesel, último recurso

La combinación del viento y el agua ha logrado sustituir la combustión de toneladas de diesel que llegan por barco a la única central térmica de El Hierro, puesto que la isla es un territorio energéticamente aislado. Gracias a la central hidroeólica, sólo se recurrirá a la combustión de diesel en momentos de emergencia, lo que contribuye mejorar el esplendor de la naturaleza de esta isla que ya fue reconocida por la Unesco desde el año 2000 como Reserva de la Biosfera.

En diciembre del año pasado, El Hierro fue incluida en la red mundial de Geoparques, también por la Unesco, un año después de integrarse en la red europea. La isla atesora seis áreas naturales protegidas (ANP) que cubren el 60% de los 278 kilómetros cuadrados de su territorio, incluyendo la reserva marina integral del Mar de Las Calmas.

La Central Hidroeólica de El Hierro, que opera normalmente desde junio de 2015, constituye un sistema de autoabastecimiento energético basado en un parque eólico con cinco aerogeneradores de última generación instalados en una ladera, y una central hidroeléctrica.

El viento conecta energía a la red eléctrica y, con el excedente, bombea agua a dos depósitos, uno situado en la cima de la montaña y el otro junto al mar, con el fin de que, cuando no soplen los alisios, es la central hidroeléctrica la que entra en funcionamiento al caer el agua por una tubería de tres kilómetros de longitud.

Por la noche, cuando cae el consumo eléctrico, la energía que sigue produciendo el viento se utiliza para alimentar las tres desaladoras repartidas por la isla con las que se obtiene el agua potable para sus habitantes, lo que supone otro ejemplo de autosuficiencia. Sin viento, es posible abastecer la isla cuatro días. Llegado ese plazo, hay que quemar diesel.

Residuos cero

El proyecto herreño se completa con la decisión por políticas de lograr el cien por ciento de residuos cero, el cien por ciento de productos ecológicos, y el sueño de un plan de movilidad sostenible a partir de lograr, en el horizonte del año 2020, que todos los vehículos de la isla, tanto los particulares como los de alquiler, sean eléctricos.

Todo ello permite el desarrollo de un sector turístico que se ha caracterizado por ser respetuoso con el medio. Y es que los herreños atesoran décadas de experiencia en materia de reciclaje, con una población ampliamente consciente en materia de residuos cero, y con hitos como la construcción del complejo medioambiental del Majano, su planta de compostaje, o la de producción de biodiesel a partir de aceites vegetales usados. Una concienciación medioambiental que se trabaja desde los centros escolares.

La central hidroeólica pertenece al Cabildo de El Hierro (66%), en colaboración con el Gobierno de Canarias (11%) y la compañía eléctrica Endesa (23%), en una sociedad público-privada, denominada Gorona del Viento S.A., que preside la también presidenta del Cabildo, Belén Allende. La mayoría pública de la compañía permite que los beneficios derivados de la venta de la electricidad reviertan en las arcas insulares, lo que supone claramente una doble ventaja para los herreños.

Abastece el 80% de la energía

La central es capaz de abastecer el 80% de las necesidades energéticas de la isla. La demanda eléctrica anual de la isla del Meridiano es de 35GWh, con una punta diaria que ronda los siete megavatios.

La potencia instalada en el parque eólico de la Central Hidroeólica es de 11,5 megavatios y tiene una producción equivalente de 2.900 horas. La demanda eléctrica de la menor de las Canarias se ve satisfecha durante buena parte de las jornadas por la producción directa del parque eólico y la energía almacenada en forma de agua en las horas de excedente y que posteriormente se convertiría en energía hidráulica.

Ahorro de 40.000 barriles de petróleo

Con este proyecto de energías limpias se evita el consumo anual de 6.000 toneladas de gasóleo, lo que equivale a 40.000 barriles de petróleo que tendrían que llegar importados y en barco a la isla, lo que supone un ahorro de más de 1,8 millones de euros anuales.

También se evita al año la emisión a la atmósfera de 18.700 toneladas de CO2, principal causante del efecto invernadero. Ese CO2 equivale al que podría fijar un bosque de entre 10.000 y 12.000 hectáreas, una superficie equivalente a 20.000 campos de fútbol. Además, se ahorra la emisión a la atmósfera de cien toneladas anuales de dióxido de azufre y de 400 toneladas anuales de óxidos de nitrógeno, equivalente a las emisiones de un autobús de línea que recorriese 600 millones de kilómetros.

La utopía empieza a ser realidad en El Hierro.

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