[*Opino}– Panamá y el pago de impuestos

13-04-2016

Carlos M. Padrón

Hace años, buscando material para este blog di con una frase lapidaria.

En una entrevista que le hicieron a Teodoro Petkoff, un venezolano que estuvo preso por guerrillero, éste dijo que el principal deber de un recluso es tratar de escapar de la cárcel.

Usando eso como base, dije que «El deber de todo ciudadano es pagar la menor cantidad de impuestos y, de ser posible, ninguno».

Los argumentos en que me baso para decir eso son los mismos que esgrime el autor del artículo que copio abajo, y que él ha titulado, muy acertadamente, “Sí a Panamá, no a los infiernos fiscales”. Argumentos que, muy acertadamente, giran en torno a su afirmación de que pagar menos impuestos no sólo es racional y lógico, sino que es bueno.

¿Sabes de alguien que pudiendo pagar menos impuestos pague más?

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2016-04-12

Carmelo Jordá

Sí a Panamá, no a los infiernos fiscales

Si hay un argumento ridículo en la discusión pública sobre los paraísos fiscales es ese de que gracias a ellos «los pobres» (léase la clase media) «pagamos más».

Lo cierto es que las clases medias estamos ya sometidas a la máxima presión fiscal de la que los Estados son capaces y, al contrario, de no existir los paraísos fiscales y esa posibilidad de escaparse un poco a la voracidad recaudatoria, nuestros queridos políticos apretarían aún más la soga.

Y es que se habla mucho de los paraísos fiscales, que son pocos y cada día menos, pero a mí me preocupan más los infiernos fiscales, que son muchos y cada día más.

Es una batalla perdida, lo sé, sobre todo porque los que quieren que los demás paguemos cantidades cada día mayores de impuestos se arman con una batería de argumentos falazmente bienintencionados, y parece que todo lo que obligadamente entregamos al Estado se dedica a pensiones, colegios, hospitales y otras beneficencias varias. Ni hay corrupción, ni burocracia, ni funcionarios tocándose los pies en los ministerios y consejerías, por supuesto.

En cambio, los que defendemos, no ya los paraísos fiscales sino la necesidad de que el Estado afloje su mordisco vampírico sobre nuestras yugulares, somos presentados como unos atroces insolidarios, que estamos deseando que los niños mueran de hambre por las calles, como durante Holodomor.

Llama poderosamente la atención que, puestas así las cosas, no haya todas las mañanas largas colas de ciudadanos que quieran entregar aún más de su dinero a Hacienda, ese ente benéfico para el que nunca parece haber suficientes recursos y en el que cada euro invertido parece revertir directamente en la felicidad de un niño, un anciano, una persona hospitalizada, un inmigrante…

Quizá esta curiosa ausencia en el entusiasmo pagador se debe a que, en el fondo, incluso esos inquisidores que se amontonan en las redes sociales como una turba presta al linchamiento, saben que pagar menos impuestos no sólo es racional y lógico, sino que es bueno. Y lo es por una razón básica: que todos sabemos dar a nuestro dinero un uso más racional y razonable que esa inmensa maquinaria estatal cuyo fin último no es procurarnos felicidad, sino garantizar su propia existencia.

Los hipócritas se escandalizan de que el rico quiera, como el pobre, pagar menos impuestos —con la peculiaridad de que el rico normalmente ya paga muchísimos más—, pero a mí lo que me resulta escandaloso es

· Que un españolito normal con un sueldo medio-bajo trabaje entre cinco y seis meses para el Estado

· Que un mileurista esté generando en realidad un salario de 1.500 euros de los que a él le llegan bastante menos de mil entre unos sablazos y otros

· Que cuando usted y yo llenamos el depósito, la mitad sea para un Estado que no ha hecho nada para traernos la gasolina

· Que al pagar el recibo de la luz, el que hace negocio no sea tanto la empresa que nos la suministra, como los políticos que nos masacran a tasas, primas y ayudas que ellos conceden graciosamente y que nosotros pagamos. Y así con todo.

El escándalo no es Panamá y no son los paraísos fiscales —benditos los que los alcanzan—, el escándalo son los infiernos fiscales en los que la voracidad del Estado y de los que pastan del presupuesto nos obligan a vivir.

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[LE}– Treinta asombrosas palabras que empiezan por la A, para aumentar tu aptitud y tu agudeza

11 ABR 2016

En Verne somos muy de palabras.

En nuestro primer día de vida ya publicamos una lista de cosas que no sabías que tienen nombre, seguida de otra de palabras extranjeras que deberíamos importar. Hemos hablado de etimologías y de frases hechas, y también hemos propuesto algunas palabras que podemos aprender para parecer más cultos (a cargo de Miguel Sosa).

Ahora, y siguiendo el ejemplo de Mental Floss, comenzamos una serie en la que cada lunes peinaremos el diccionario de la Real Academia para ofrecer una lista de palabras llamativas y poco usadas que empiezan con cada una de las 27 letras del alfabeto español.

Es nuestra pequeña aportación al Año Cervantes, en el que se conmemora el cuarto centenario de la muerte del escritor. Comenzamos, claro, por la letra A, cuya grafía procede de la consonante fenicia aleph. Como los griegos no tenían este sonido en su idioma, la usaron para transcribir su alfa, la vocal a.

Acarrazarse. Abrazarse con fuerza. Se usa sobre todo en Huesca.

Acmé. Del griego akmé ‘punta’. Es el “momento culminante. Está en el acmé de su fama”. Y también el “período de mayor intensidad de una enfermedad”.

Adarce. Costra salina que las aguas del mar forman en los objetos que mojan.

Aeronato. Dicho de una persona: Nacida en un avión o en una aeronave durante el vuelo.

Agibílibus. Del latín de agibilibus, que significa “sobre lo factible”. Es la habilidad, ingenio, a veces pícaro, para desenvolverse en la vida. También puede referirse a la persona que tiene agibílibus.

Ajaspajas. Cosa baladí, insignificante.

Alacre. Alegre, ligero, vivo.

Aladar. Mechón de pelo que cae sobre cada una de las sienes.

Albanado/da. Que está dormido. Viene del latín alba, “sábana”. Y procede de la germanía, “jerga o manera de hablar de ladrones y rufianes, usada por ellos solos y compuesta de voces del idioma español con significación distinta de la verdadera, y de otros muchos vocablos de orígenes muy diversos”.

Alcabor. Hueco de la campana del horno o de la chimenea.

Amaitinar. Observar y mirar con cuidado.

Amartelamiento. Exceso de galantería o rendimiento amoroso. Como escribió Francisco de Quevedo en “Túmulo de la mariposa”:

El aliño del prado
y la curiosidad de la primavera
aquí se han acabado,
y el galán breve de la cuarta esfera,
que, con dudoso y divertido vuelo,
las lumbres quiso amartelar del cielo.

Ambuesta. Porción de cosa suelta que cabe en ambas manos juntas y puestas en forma cóncava.

Amok. Entre los malayos, ataque de locura homicida. Da título a una novela de Stefan Zweig. En inglés incluso existe una expresión, to run amok, que significa volverse frenético, perder el control.

Amonarse. De mona, borrachera: embriagarse, perder el dominio de sí por beber en exceso. También, sentirse molesto.

Amoricones. Señas, ademanes y otras acciones con que se manifiesta el amor que se tiene a alguien. Y en desuso, amores o amoríos.

Anagnórisis. Reencuentro y reconocimiento de dos personajes a los que el tiempo y las circunstancias han separado. Reconocimiento de la identidad de un personaje por otro u otros. El ejemplo clásico es el de la Odisea, cuando a Ulises lo reconocen los demás personajes al llegar a Ítaca.

Anhedonia. Incapacidad para sentir placer. La anhedonia de ojos vacíos sólo es una rémora del flanco ventral del verdadero depredador, el Gran Tiburón Blanco del dolor. Las autoridades denominan esta condición “depresión clínica” o “depresión involutiva” o “disforia unipolar”. David Foster Wallace, “La broma infinita”.

Animálculo. Animal perceptible solamente con el auxilio del microscopio. La terminación –culo, del latin –culus, era un diminutivo en esa lengua. También tenemos homúnculo (hombre pequeño) e incluso músculo, del latín mus, ratón, y culus, pequeño: porque a los romanos el bíceps les parecía un ratoncillo bajo la piel. Incluso bermejo proviene de la palabra latina vermiculus, que significa gusanito. El pigmento de este color se obtenía, en fin, machacando cochinillas.

Antuviada. Golpe o porrazo dado de improviso.

Apianar. Disminuir sensiblemente la intensidad de la voz o del sonido.

Aporrar. Dicho de una persona: Quedarse sin poder responder ni hablar en ocasión en que debía hacerlo.

Arcidriche. Tablero de ajedrez.

Ardorada. Oleada de rubor que pone encendido el rostro.

Arrancapinos. Hombre de cuerpo pequeño.

Arrobar. Nada que ver con las menciones en Twitter. Significa embelesar. También, aunque en desuso, robar. Y, por último, enajenarse, quedar fuera de sí.

Como ejemplo, este chiste que cuenta Rosa Montero: «Una ratita, parada sobre sus cuartos traseros, alza la cabeza al cielo y contempla el paso majestuoso de un murciélago con las alas extendidas. Y exclama con arrobada admiración: ‘¡Oh, mon Dieu! ¡Un ange!’».

Asobinarse. Dicho de una bestia: Quedar, al caer, con la cabeza metida entre las patas delanteras, de modo que no pueda levantarse por sí misma. Y dicho de una persona: Quedar hecha un ovillo al caer. Del latín supinare, “poner boca arriba”.

Asperillo. Regusto agrio de la fruta no bien madura, o el que por su naturaleza tiene alguna comida o bebida.

Atafagar. Sofocar, aturdir, hacer perder el uso de los sentidos, especialmente con olores fuertes, buenos o malos. También es molestar a alguien con insufrible importunidad. Y además, estar sobrecargado de trabajo.

Aurívoro/ra. Codicioso de oro. Del latín aurum, oro, y la terminación -voro, que viene de vorare, devorar, y que se usa en los términos que hacen referencia a la dieta de los animales (herbívoro, carnívoro, omnívoro…).

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Texto redactado por Jaime Rubio con aportaciones de Mari Luz Peinado, Héctor Llanos, María Sánchez, Pablo Cantó, Anabel Bueno y Lucía González.

[LE}– ‘Dietismo’, neologismo válido

13/04/2016

Dietismo es una voz bien formada que se emplea para referirse a la tendencia a hacer dietas permanentemente.

En los medios de comunicación, sobre todo en las noticias sobre salud o estilo de vida, se emplea el sustantivo dietismo con cada vez más frecuencia:

  • «La insatisfacción con el propio cuerpo crece junto al dietismo»,
  • «En plena epidemia de dietismo, un paradigma de belleza y delgadez que pone en riesgo la salud» o
  • «Este fenómeno del dietismo crónico ha llevado a investigar sus efectos a largo plazo».

Pese a no figurar aún en el Diccionario Académico ni estar recogido en los principales diccionarios de uso, esta palabra está correctamente formada a partir del sustantivo dieta y el sufijo –ismo. Como explica la Gramática Académica, este elemento puede combinarse, entre otros, con sustantivos, y forma, a su vez, nombres a los que añade el sentido de tendencia, movimiento, doctrina, etc.

Como sucede en muchas ocasiones con otras voces de formación similar, el sustantivo original pierde la vocal final, de modo que de dieta lo adecuado es dietismo, como de propaganda lo es propagandismo.

Así pues, se trata de una voz que no cabe censurar, y su empleo, por tanto, en los ejemplos anteriores puede considerarse plenamente adecuado.

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