12-11-2015
Carlos M. Padrón
Sobre lo que denuncian los dos artículos que copio abajo —»Encerrados con el juguete de la ansiedad» y «Android e iOS comparten con terceros tu información personal y privada»— podría yo escribir mucho y decir cosas que en los más de los lectores provocarían desde extrañeza en incomprensión hasta repudio hacia mí, pero es que sigo creyendo que la principal función de un celular —y para eso lo uso— es servir como teléfono y, si es smart, servir también de instrumento para el uso de medios de comunicación como WhatsApp.
Y lo de WhatsApp lo acepto por necesidad, porque también lo usan las personas más allegadas a mí, pero aunque algunas de éstas son miembros de grupos, hasta eso no llego porque me niego a que mi celular esté repicando a cada rato porque alguno de esos miembros publicó una pendejada que, como le pareció graciosa, cree que también lo será para los demás.
El tiempo es el menos renovable de los recursos que tenemos, y no estoy dispuesto ni a que me lo roben ni a que me lo hagan perder con frivolidades o con asuntos que bien podrían esperar. Ni tampoco estoy dispuesto, si puedo evitarlo o al menos minimizarlo, a que mis datos personales sean puestos, sin mi autorización, en manos de terceros.
Además de como teléfono y para WhatsApp, uso mi smartphone —que, aunque tiene pantalla de 5.5 pulgadas me cae gordo porque detesto las miniaturas— para que mediante alarma sonora me avise de algo; para saber qué hora es en lugares importantes para mí, como donde viven mis hijas; para recibir SMSs de aviso de transacciones bancarias; para guardar la imagen de algún documento cuyo uso pudiera necesitarse de urgencia; como calculadora o linterna; o para hacer algún vídeo o tomar fotos que necesito enviar vía WhatsApp, pues para hacer los vídeos o tomar las fotos que quiero guardar uso una cámara digital que para eso da mejores resultados que la cámara de cualquier celular que yo haya conocido.
Jamás he usado un celular, ni pienso hacerlo, para juegos: los borro todos apenas recibo el aparato. Y ni siquiera lo uso para e-mail —a ese fin tengo una PC con teclado para manos de adulto— ni tampoco para acceder a una cuenta bancaria. Según se dice abajo, los datos de los e-mails son de los más vendidos, y los de transacciones bancarias tienen alto riesgo de correr igual destino. A veces, tal vez una al mes, uso internet para buscar algo.
Y precisamente por todo esto me niego a pagar por un smartphone más de lo que me costó mi PC de escritorio o mi mierdaptop — llamo así a mi laptop porque cae en el rango de miniatura— que me llevo cuando viajo, pues me va bien con mi TRITON NOTE, uno de origen chino, que parece un Samsung S3, con Android 4.1.1 y desbloqueado, por supuesto, que tengo desde mediados de 2013 y por el que pagué $124 cuando el tal Samsung S3, bloqueado, costaba en España 650€ (~$750).
Aunque ese TRITON NOTE, con su procesador dual core y sus apenas 512 MB de RAM y 4 GB de ROM, me ha servido bien hasta ahora, tanto en Venezuela como en USA y en la UE, el recurso que emplea el mercado para llevar a los usuarios a comprar smartphones nuevos —recurso que consiste en generar, para las aplicaciones existentes, actualizaciones que sólo pueden instalarse en las nuevas versiones del sistema operativo—, ha hecho que las actualizaciones de algunas aplicaciones que uso, como Google Play, no puedan instalarse en la versión 4.1.1, razón por la cual he decidido comprar un smartphone más potente y desbloqueado que también será chino y no de marca altisonante, pues las apariencias nunca han sido mi debilidad.
Si ese TRITON NOTE de $124 lleva ya sirviéndome dos años y medio, el que compre ahora debería durarme mucho más, y haré lo posible por que así ocurra, pues además de contar con Android 5.0, tiene procesador opta core, 2 GB de RAM y 16 de ROM. Su precio es la mitad o menos de lo que, con iguales especificaciones, cuestan smartphones de las marcas conocidas, pero éste, también desbloqueado —requisito sine qua non—, será también chino y no de marca altisonante, pues las apariencias nunca han sido mi debilidad.
Un ejemplo muy común del abuso, que ya puede considerarse adicción, mencionado en el título es que si en casa tenemos una visita y repica el teléfono fijo, es lógico que uno se disculpe y atienda esa llamada, pero no es lógico que, en la propia cara del visitante, se esté haciendo uso frecuente y a veces constante del celular para consultar o escribir algo.
Eso es, simple y llanamente, mala educación, y motivo suficiente y justificado para que el visitante dé por terminada la visita y se vaya, no precisamente complacido. Pero, así son las adicciones.
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13 NOV 2015
Juan Cruz
Encerrados con el juguete de la ansiedad
Gente harta de depender del teléfono y de sus distintos juguetes ansiosos, se están bajando de ese tren.
Al tamagochi, que duró lo que un caramelo a la puerta de un colegio, le han seguido otros juguetes que han colmado el deseo de ansiedad y abismo. Despreciamos la ansiedad como un mal, pero, a juzgar por los elementos de los que nos adornamos para sostenerla como una amada pesadilla, nos gusta como los caramelos que, aunque son caramelos envenenados, como moscas caemos en ellos.
Ahora tenemos en nuestras manos el celular, que nos permite comunicar con todo el mundo y va a hacer posible lo que decía José Ortega Spottorno acerca del fin del mundo: llegará cuando todos los teléfonos comuniquen, decía el fundador de EL PAÍS.
Ahora ya se sabe qué pasa con los celulares: lo contienen todo, desde el ocio al insulto, y en medio estamos nosotros, embobados. Dentro de este rectángulo generalmente oscuro están ahora los periódicos, con sus noticias y con sus entretenimientos, los cotilleos, con sus noticias tan entretenidas, los concursos, las llamadas y los mensajes, las fotos, los correos electrónicos, la pornografía posible, los avisos de las distintas redes sociales, el tiempo y la pérdida de tiempo, la ansiedad calmada y la ansiedad furiosa.
Y por fuera del rectángulo, pero también dentro de él, estamos nosotros, víctimas suculentas del festín que nosotros mismos les damos a multinacionales del cambalache.
Hace unos días, mirando cualquiera de esos nutrientes que están en el celular, estuve a punto de ser atropellado por un autobús. Cuando se produjeron los frenazos decidí dejar para siempre de usar el celular; lo que estuvo a punto de matarme era, pensé en ese instante, el efecto de la ansiedad por saber, por ejemplo, qué decía el compañero que me esperaba en la esquina siguiente.
La prisa por tardar, que escribió Gil Calvo. La decisión de abandonar el tamagochi del siglo XXI me duró precisamente hasta esa esquina. Hace falta mucha voluntad, y alguna medicina, para descender de esta adicción que ahora domina a seres humanos que creen estar libres de la manía mientras la ejercen —la ejercemos— gustosos.
Ahora se está produciendo un fenómeno interesante, previo quizá a la consideración de esta adicción como una de las enfermedades tenues que se van haciendo oscuras. Gente harta de depender, como quien esto escribe, del teléfono y de sus distintos juguetes ansiosos, se están bajando de ese tren que conduce, mal usado, a un choque infernal entre la realidad que uno vive y lo que está emitiendo el aparato.
Uno de los que ha decidido bajarse decía ayer en EL PAÍS que su felicidad dependía de los likes que obtenía con su Facebook, y que ya estaba bien. Hasta decir eso hay que caminar un largo trecho, tan largo como el que hay que seguir hasta entender que en las redes sociales del preperiodismo nos están vendiendo mercancía averiada que compramos con regusto porque habla mal de nuestros adversarios e incluso de nuestros amigos, a los que no queremos tanto como dice Facebook.
El día en que dejemos esta ansiedad por otra cosa, alguien hará comercio también de la ansiedad nueva.
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15/11/2015
Android e iOS comparten tu información personal y privada con terceros
¿Te has preguntado alguna vez hasta qué punto las aplicaciones que instalas en tu «smartphone» acceden a tu información personal?
Basta con fijarse en los permisos que otorgas cuando te descargas cualquiera de la App Store o Play Store. Pero, ¿para qué quieren esa información? Muy sencillo: para espiarnos.
Un equipo de investigadores, capitaneados por Jinyan Zang, analista de la Comisión Federal de Comercio de EE.UU., ha comprobado cómo el 73% de las aplicaciones de Android comparten con terceros información personal del usuario, sobre todo el nombre y dirección de correo electrónico, mientras que el 47% de las «apps» de iOS comparten la geolocalización de cualquier persona.
Pero eso no es todo. El estudio revela también que el 93% de las aplicaciones del sistema operativo de Google se conectan a un dominio misterioso, safemovedm.com, del que nada se conoce. Sin embargo, él sí lo sabe todo de ti.
Para llegar a estas conclusiones, el equipo eligió un total de 110 aplicaciones populares gratuitas de un total de nueve categorías diferentes que manipulasen datos potencialmente sensibles acerca de los usuarios, incluyendo la información del trabajo, datos médicos y la ubicación. Entonces, los investigadores se dedicaron a registrar el comportamiento de cada una de ellas, cruzando datos.
Los resultados obtenidos han sido alarmantes: Android envía un promedio de datos potencialmente sensibles a 3,1 dominios de terceros, mientras que iOS también, aunque en menor medida (2.6 dominios).
Con respecto al envío de información personal, si bien es verdad que el 73% de las aplicaciones de Android lo hacen, en iOS la cifra se reduce de forma notable: 33%. Sin embargo, el sistema operativo de Apple supera al de Google en cuanto a la difusión con desconocidos de los datos de localización de los usuarios: 47% frente a 33%.
Por último, los investigadores han comprobado que los dominios de terceros que reciben información confidencial provienen en mayor parte de las aplicaciones de Google.com (36%), seguidas de Googleapis.com (18%), Apple.com (17%) y Facebook.com (14%).
«Nuestros resultados muestran que muchas de las aplicaciones móviles comparten con terceros datos de usuario potencialmente sensibles», asegura el equipo de investigación, que considera, además, que los sistemas operativos y las tiendas de aplicaciones deben encaminarse, en el futuro, hacia una mayor protección de la información sensible del usuario.
