Llegó a la parroquia un curita gallego recién ordenado que, como es natural, quería causar una buena impresión entre sus feligreses, pero, sabiéndose bastante bruto, le pidió al sacristán que se escondiera bajo el púlpito y le corrigiera desde allí cualquier error que él cometiera durante su sermón, que el curita comenzó así:
—Cuando Jesucristo vio que llevaban a Lázaro, ya muerto, en unas parihuelas, se acercó y le dijo ‘¡Lázaro, levántate y anda!’ Y Lázaro se levantó y ANDÓ»
—¡ANDUVO, pendejo!—, le corrigió de inmediato el sacristán.
Y el cura, rectificando, dijo
—Bueno, anduvo pendejo unos días, pero luego ANDÓ.
