ABOGADO: Entonces, la fecha en que su bebé fue concebido fue el 8 de agosto, ¿es así?
TESTIGO: Sí.
ABOGADO: ¿Y qué estaba usted haciendo en ese momento, señora?
TESTIGO: Estaba follando.
ABOGADO: Entonces, la fecha en que su bebé fue concebido fue el 8 de agosto, ¿es así?
TESTIGO: Sí.
ABOGADO: ¿Y qué estaba usted haciendo en ese momento, señora?
TESTIGO: Estaba follando.
17-06-2015
¿Es correcto decir «sentirse concernido» y «me siento concernido» en el sentido correcto, de sentirse afectado o implicado?
Sí, con expresiones correctas.
Concernir en principio es intransitivo y su construcción es <concernir algo (sujeto) a alguien/algo (complemento indirecto)>, como en «El aspecto negativo también concierne a la ciudad».
No obstante, dado su significado (‘afectar o interesar algo a alguien’), se está utilizando en construcciones transitivas, especialmente en participio como el del asunto, según se explica en el Diccionario Panhispánico de Dudas de las Academias de la Lengua.
Dijo Confucio: «El sexo es como una cuenta bancaria: Se ingresa y, cuando se saca, se pierde interés».
ABOGADO: «Ahora dígame, doctor: ¿no es cierto que cuando una persona muere mientras duerme, no se entera hasta la mañana siguiente?»
TESTIGO: «¿Aprobó usted el examen para abogado?»
17-06-2015
¿Es lo mismo profesionalismo que profesionalidad?
Actualmente, sí, con el significado de ‘característica de la persona que desempeña un trabajo con pericia, aplicación, seriedad, honradez y eficacia’.
Este uso de profesionalismo empezó registrándose principalmente en el español de América, pero ya se ha extendido y se recoge en diccionarios de uso como el Diccionario de Uso del Español de América y España (Vox) o el Diccionario del Español Actual (Seco, Andrés y Ramos).
Sin embargo, es preciso recordar que el sentido más utilizado de profesionalidad sigue siendo el de ‘condición de profesional’, de una actividad o trabajo, por ejemplo («… lo acusó de falta de ética y profesionalidad»), y el de profesionalismo, ‘utilización de una profesión como medio de lucro’ («El atleta medita dar el paso al profesionalismo»).
Dos gallegos dispuestos a montar una zapatería oyen el comentario de que los mejores zapatos son los de cocodrilo, así que se meten en un bote y se van a cazar cocodrilos.
Después de como 50 cocodrilos cazados y muertos, uno de los gallegos le dice al otro:
—Mira, otro más que cacemos sin zapatos ¡y esto se acabó!
12-06-2015
Carlos M. Montenegro1
Desde hace lustros, los medios de comunicación mundiales informan profusamente de la llegada masiva de inmigrantes ilegales a través del mar Mediterráneo.
Proceden principalmente de países sin tradición migratoria, unos del África subsahariana y otros árabes, de Oriente Medio, y a bordo de “pateras” y “cayucos”, embarcaciones sumamente frágiles y peligrosas, van destino a España e Italia básicamente.
Hacia la mitad del siglo XX en las Islas Canarias se dio un fenómeno conocido como el de los “Barcos fantasmas”.
En 1939, al finalizar la Guerra Civil española, el país quedó devastado y, en el nuevo régimen, a pesar de mantenerse neutral en la II Guerra Mundial, hasta bien entrada la década de los 50, las penurias continuaron. El General Franco se sostuvo en el poder inaugurando una férrea dictadura que se cebó en la represión de todos aquéllos que defendieron a la República que había derrocado. El archipiélago canario no se salvó de los brutales castigos, y parte de la población decidió emigrar.
El país al que los isleños pusieron la mira fue Venezuela, que, tras la muerte del dictador Juan Vicente Gómez, había tomado un camino hacia la modernidad, a pesar de los vaivenes políticos, sustentada en la creciente producción de petróleo que generó una bonanza económica, demandando cada vez más mano de obra para la industria, construcción, grandes obras de infraestructura y agricultura.
Los canarios destacaban por su gran eficacia en la agricultura, y hacia eso apuntaron los que decidieron ir a Venezuela, con latitud y climatología muy similares a las del archipiélago canario.
Entre los problemas que sufrían los habitantes de las Islas estaba la dificultad para poder salir de su tierra: no contaban con pasaporte, por ser generalmente considerados hostiles al régimen —sin mucha base, por cierto—, pero sin ese requisito no era posible obtener visados para emigrar. La única salida era escapar por mar utilizando así los denominados “barcos fantasmas”.
Se daba ese nombre a veleros de dos mástiles, algunos con un pequeño motor auxiliar, que desaparecían de los mares de Canarias, apareciendo después, abarrotados de emigrantes y tras varias semanas de travesía, en los mares de Venezuela. Los barcos zarpaban de noche de alguna de las islas y, una vez en alta mar, ya lejos de tierra, cambiaban su rumbo y se dirigían a Venezuela.
Algunos de ellos llevaban patrones expertos que conocían el barco y podían llevarlo sin problemas, pero otros contaban con patrones de menor experiencia. En algunos casos se dividía la cabina interna con otro piso horizontal para poder alojar más pasajeros, que dormían hacinados sobre tablas y sacos, en pésimas condiciones. Los barcos más grandes tenían unos 30 metros de eslora (largo) y 10 de manga (ancho).
Tras este preámbulo, contaré la aventura de una pequeña goleta, que protagonizó el último viaje fantasma tras una dramática travesía llena de peligros que trastornó a sus pasajeros, aventura que no olvidarán mientras vivan y, sin duda, semejante gesta ya forma parte de la épica canaria de la emigración.
Me refiero al Telémaco”, un pequeño motovelero, de 27 m. de eslora, 6 de manga y 6 de calado, con dos palos y un bauprés, además de un pequeño motor central. Esta goleta era usada en Canarias sólo para el transporte de mercancías entre San Sebastián de la Gomera y Santa Cruz de Tenerife.
Un numeroso grupo de personas interesadas en emigrar lo antes posible con rumbo hacia Venezuela se empeñaron en el objetivo, no de pagar el pasaje (la importante cifra de 5.000 pesetas), sino de adquirir un barco. Así, llegaron a reunirse hasta 171 personas, una de ellas una mujer, dispuestas a viajar hasta América. Cuando hubieron reunido el dinero necesario, compraron el Telémaco a la sociedad “Gil Hernández Hermanos” de Las Palmas de Gran Canaria, por la nada despreciable cifra 520.000 pesetas.
El 05 de agosto de 1950, el Telémaco no puso rumbo a Tenerife, como acostumbraba, sino hacia Valle Gran Rey, en el sur de la Gomera. Allí embarcaron pasajeros y víveres, consistentes en cuarenta y dos sacos de gofio, diez sacos de pescado salado, 1.700 kilos de papas, una caja de latas de leche condensada, una caja de botellas de coñac, tres garrafas de aceite, y dos cajones con carne de cerdo en salazón, además de toneles con agua dulce.
Así pertrechados, furtivamente salieron la noche de ese mismo día de agosto, con buen tiempo. Hicieron una parada frente a Agulo, otra localidad gomera, para recoger a nuevos pasajeros, desde donde enrumbaron en dirección a Taganana (Tenerife), para embarcar al capitán; éste quería subir más gente y no se lo permitieron por ir sobrecargados, así que regresó a tierra y no volvió.
El cocinero notó que los alimentos y el agua no estaban en buenas condiciones, y el Telémaco debió regresar a su punto de salida en la Gomera. 24 pasajeros enfermos por mareo decidieron renunciar al viaje siendo sustituidos por otros, y un nuevo piloto, menos experimentado.
El día 09 de Agosto, el Telémaco, usando las velas y el motor, puso finalmente rumbo a Venezuela. El navegante Martín Pérez González, sin instrumentos de navegar pero con gran intuición, trazó sin embargo el rumbo correcto.
Las dificultades comenzaron a los 19 días de navegación, cuando tras fortísimos vientos les sorprendió una tormenta que duró casi 16 horas. Por la violencia del temporal perdieron la mayor parte de los víveres y el agua, mal amarrados en la cubierta. Los pasajeros enfermaron de mareos y se apiñaban en la bodega; por la mañana amainó, pero a ese temporal siguió otro; los emigrantes pensaron que morirían en aquellas violentas borrascas. Al cabo de unos días se acabaron los alimentos y el agua, y los pasajeros llegando a beber agua del mar.
La suerte llegó, pensaron, cuando avistaron un petrolero español, el «Campante», pero los tripulantes de éste, al ver su lamentable estado de quienes iban en el «Telémaco», no los dejaron ni subir a bordo; con flotadores les lanzaron algunos barriles de agua, una garrafa de aceite y arroz, teniéndolos que recoger a nado en un mar poblado por tiburones.
Les informaron que estaban a 400 millas de Barbados y a unas 600 de Martinica, y continuaron su ruta. Temiendo que los ingleses de Barbados pudieran repatriarlos, optaron por Martinica, más cercana a Venezuela, no sin la oposición violenta de algunos que preferían la cercana isla británica.
Fue un gran acierto, pues, con viento a favor, avistaron Martinica diez días después. Unos pescadores los acompañaron hasta Fort de France, la capital, donde fueron muy bien recibidos. La fortuna quiso que el cónsul cubano en Martinica, Sr. Romero, hubiera nacido en Gran Canaria, y se volcó en atenciones con sus paisanos, al igual que los martiniqueños, que los agasajaron durante su estadía.
Les facilitaron una carta de navegación, abundantes víveres y agua, gasoil para el motor, dinero, y un nuevo pasajero andaluz, Juan Palomo, que los acompañó hasta La Guaira. El 11 de Septiembre de 1950 el «Telémaco» emprendió su última singladura hacia el destino tan anhelado por aquellos 171 hombres y una mujer, los mismos que salieron de Canarias.
Cinco días después arribaron a La Guaira, donde encontraron anclados otros “barcos fantasmas” que los habían precedido: el Platanito, el Juanito Suárez, el Joven Gaspar, el Nuevo Teide, y el Benehoare. Eran sólo algunos de los muchos pequeños barcos que lograron hazañas parecidas a la del Telémaco.
Los pasajeros del Telémaco fueron enviados por 40 semanas a la Isla Orchila, y semanas después ingresaron en el país.
Los “barcos fantasmas” trajeron a Venezuela muchos miles de canarios, que han dejado lo mejor de sí en esta tierra, la mayoría de los cuales o sus descendientes aún siguen aquí. Venezuela y los canarios se deben mutua gratitud.
(1) Esta historia real me fue contada en 1978 por mi cuñado gomero, Luis León, cuyo hermano, Heraclio Facundo (Tato) León, llegó a Venezuela en 1950 a bordo del Telémaco.
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LISTA DE PASAJEROS EN EL TELÉMACO, Y DÓNDE EMBARCARON2
24 de enero de 2013
Alojera
Agulo
Hermigua
Vallehermoso
San Sebastián
Valle Gran Rey
Epina
Taguluche
Arure
Chipude
Playa de Santiago
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Embarcaron por Taganana
Embarcó en Martinica
Viajeros del Telémaco repatriados por el Gobierno venezolano por ser considerados miembros oficiales de la tripulación.
(2) Lista extraída del libro de Ángel Suárez Padilla, «El Telémaco. El Último Viaje».
Cortesía de Alfredo Carballo
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16/06/2015
El empleo de evidencia como mero sinónimo de prueba es desaconsejable no es correcto, pues sólo se pueden considerar evidencias las pruebas determinantes en un proceso.
Por influencia de la voz inglesa evidence, que sí se aplica a cualquier prueba, cada vez es más frecuente su uso con este valor más genérico e impreciso, como en los siguientes ejemplos:
El Diccionario Académico ofrece dos significados de evidencia. El primero es ‘certeza clara y manifiesta de la que no se puede dudar’, según el cual una evidencia, en cierto modo, no necesita pruebas; el segundo es ‘prueba determinante en un proceso’.
Por tanto, tal como precisa el Diccionario Panhispánico de Dudas, se desaconseja el uso sistemático de evidencia para cualquier prueba, pues sólo son evidencias las pruebas concluyentes y no las accesorias o secundarias.
En los ejemplos anteriores, por tanto, lo apropiado es pruebas, pues por el contexto queda claro que estas no son evidencias:
Un granjero y su esposa, gallegos ambos, estaban descansando en la cama; ella tejiendo, mientras él leía una revista sobre animales de granja. De pronto, él levantó la vista de la página y le dijo a su esposa:
—¿Sabías que los humanos somos la única especie en la que las hembras tienen orgasmos?
Ella lo miró maliciosamente, sonrió, y le replicó:
—¿Ah, sí? ¡Pruébamelo!
El granjero se levantó y salió de la habitación, dejando a su esposa totalmente confundida. Después de una hora, el granjero regresó, todo cansado y sudoroso, y declaró:
—Bueno, estoy seguro de la vaca y la oveja, pero, por la forma en que chilla la marrana, ¿quién puede saber si tuvo un orgasmo?